Monday, April 16, 2007

Sobre Música

Nietzsche

Dios nos ha concedido la música, en primer lugar, para que mediante ella ascendamos a las alturas. La música reúne en sí misma todas las cualidades: puede conmover, embelesar, serenar; es capaz de amansar el ánimo más tosco con sus delicados tonos melancólicos. Pero su facultad esencial es la de dirigir nuestros pensamientos hacia lo alto, la de elevarnos, conmocionarnos. Éste es sobre todo, el propósito de la música religiosa. Pero es deplorable que esta clase de música esté cada vez más alejada de su fin. A ella pertenecen también los corales. Actualmente existen muchos de éstos, que con sus lánguidas melodías se alejan excepcionalmente del ímpetu y la fuerza de los antiguos. La música también alegra el ánimo y aleja los negros pensamientos. ¡Quién no se habrá sentido embargado por el silencio, por la más espléndida paz cuando escucha las sencillas melodías de Haydn! La música nos habla a menudo más profundamente que las palabras de la poesía, en cuanto que se aferra a las grietas más recónditas del corazón. Todo lo que el Señor nos regala ha de servirnos de bendición si lo utilizamos correcta y sabiamente. Así, el canto eleva nuestro espíritu y lo conduce hacia la bondad y la verdad. Si sólo se usa la música para el regocijo, o como un medio de exhibirse entre los hombres, será pecaminosa e insana. Y es justamente esto lo que más abunda: casi toda la música moderna acusa su huella. Algo que también es muy triste es que casi todos los compositores modernos se empeñan en escribir con oscuridad. Sin embargo, es muy probable que estos períodos tan artificiales, que, quizás encanten al especialista, dejen frío al oído sano. Sobre todo, la llamada «música del futuro» de un Liszt, de un Berlioz, trata de mostrar que no es posible algo más extravagante. La música proporciona, asimismo, un agradable entretenimiento, protegiendo del tedio a todo aquél que se interese por ella. Hay que considerar a los seres humanos que la desprecian como «gente sin alma», como criaturas parecidas a los animales. Este don supremo de Dios me ha acompañado a lo largo de mi vida y puedo considerarme muy feliz de haberla amado tanto. ¡Demos gracias a Dios que nos ofrece tan hermoso placer!.
En el tercer periodo de mis poemas intenté unir el primero y el segundo, es decir, armonizar ternura y fuerza. En qué medida logré conseguirlo es algo que ignoro todavía. Este periodo comenzó el 2 de febrero de 1858, día del cumpleaños de mi querida madre. Normalmente yo acostumbraba a ofrecerle en esa fecha una pequeña colección de poemas. Desde aquel momento me propuse adiestrarme un poco más en la práctica de la poesía, escribiendo, siempre que me fuese posible, un poema cada tarde. Durante dos semanas así lo hice, sintiendo una gran alegría cada vez que veía ante mí terminada una nueva creación de mi espíritu. También traté de escribir del modo más sencillo posible, pero pronto tuve que dejarlo. Y es que, si bien un poema consumado tiene que ser lo más sencillo posible, del mismo modo ha de hallarse la verdadera poesía en cada una de sus palabras. Un poema que carezca de pensamiento alguno, plagado de frases y de imágenes, se parece a una apetitosa manzana de rojas mejillas que contiene un gusano en su interior. El poema tiene que estar absolutamente exento de retórica, porque el uso de frases hechas hace pensar en un cerebro que es incapaz de crear algo por sí mismo. Al escribir una obra hay que atender, principalmente, a las ideas, pues se perdona antes un descuido estilístico que una idea confusa. Buen ejemplo de ello son los poemas de Goethe, con sus ideas profundas y brillantes como el oro. La juventud, a la que aún le faltan sus propios pensamientos, busca disimular el vacío de ideas tras un estilo brillante. ¿Acaso no iguala en esto la poesía a la música moderna? Incluso tendremos pronto otra «poesía del futuro». Se pretende decir algo con las imágenes más originales; exponer confusas ideas con demostraciones oscuras pero sublimes y llamativas; quieren escribirse, en fin, obras en el estilo del Fausto (segunda parte), pero, por supuesto, sin la altura de su pensamiento. Dixi !!

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