Wednesday, April 18, 2007

El despertar Rafael Gumucio

¿Qué quiere que le diga, cómo quiere que le explique? Usted vive en una ciudad de 5 millones de habitantes (lo mismo que Madrid) que no fue pensada ni planificada por nadie, que se extiende hasta el infinito sobre potreros, dehesas y pantanos. ¿Cómo le puedo explicar, sin que se enoje que la casa propia que le entregó este gobierno, el anterior, y anterior y Pinochet era una trampa mortal de la que no puede salir? ¿Cómo le digo sin mentirle, pero sin golpearlo con la verdad, que esas cintas cortadas, que esas casuchas con jardín eran en el fondo un gueto en que los pobres estaban condenados a vivir con los pobres, lejos de la ciudad de la que sin embargo, dependen? ¿Cómo le ayudo a asumir que han sido las políticas sociales de todos los gobiernos de los últimos 30 años y no el Transantiago el que les hace permanecer aislado, disociado, para siempre condenado, usted y sus hijos y sus nietos, a vivir lejos, a no llegar nunca, a caminar con miedo, colgar de las micros y perderse en otra ciudad, la suya, en que lo temen y vigilan?¿En qué lengua puedo explicarle que estas políticas sociales, que este exilio que vive usted en este país no es fruto de la mala voluntad de sus autoridades sino de su obsesión por leer diarios que ni siquiera representan las ideas de sus lectores? ¿Me creería si le dijera que las ideas de esos diarios, de esos parlamentarios de derecha y de centro izquierda tienen como eje el miedo a una revolución que hace 35 años casi tuvo lugar? ¿A quién podría explicarle que sea usted víctima de una derecha hiper ideologizada y de una izquierda sin ideas? ¿Puede creer que el gobierno tema más la insurrección de los ricos, sus huelgas y sus barricadas, que la vuestra? ¿Puede usted sinceramente admitir que quienes ganan 70 veces más de lo que usted gane se sientan permanentemente robados por usted? ¿Sabía usted que este horrible sistema que lo mantiene aislado y solitario es a la vez el que le permitió ponerle asfalto a su calle y tener dinero suficiente para temer a los ladrones y poner rejas y alarma a su casa? ¿No ve usted como cualquier cambio, cualquier modernización sólo tiene por efecto mostrarle al desnudo su nueva pobreza, una pobreza de propietario, de endeudado padre de universitario, alejado ya de la protección de la familia, la población, el partido o de la iglesia, pero aún débil, solo y desabrigado frente al mundo? ¿No ve que eso, ese nuevo lugar en que está solo, más rico que hace diez años, más sano, más cosmopolita más humillado, más burlado? ¿No ve como esta ciudad ya no es un juego, ni un campo, ni un campamento o una toma sino un enorme cáncer del que eres al mismo tiempo la victima y la metástasis?¿No ve que lo que odia del Transantiago no son las demoras, y los tacos, sino ver tantos otros rostros, de oler tantos cuerpos, de saberse parte de un infinito contingente humano que sabe que deberá renunciar luego a su sueño de casa con patio y árboles frutales, a su ilusión de vivir en el campo y de haber logrado, o de estar logrando el sueño? ¿Es la idea de que incluso un plan mejor diseñado e implementado traerá consigo para todos, pero de forma horriblemente desigual, el final de la ilusión victoriana en que vivíamos, y la sensación cada cierto tiempo que eso es también el progreso? Es el despertar, más temprano, más riesgoso, más incomodo, a lo que nos ha obligado el Transantiago. El fin del sueño del crecimiento, de la anestesia de la transición que no permite contemplar los hematomas y las heridas que nos hemos hecho mientras como sonámbulos caminábamos por la casa en demolición.

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