Saturday, May 10, 2008

Infierno

FRANCISCO MOUAT

A veces me acuerdo de él. Ahora mismo veo su cara en una de las pocas fotografías suyas que hay disponibles, un retrato que le hizo el fotógrafo Álvaro Hoppe en la revista Apsi poco después de que llegara de Estados Unidos. Había dejado Chile en 1976 cuando tenía nueve años, y volvía una década más tarde, cuando aún no cumplía veinte.

Llevaba pocas semanas de vuelta en Chile cuando lo conocí. Le gustaba mucho la fotografía y andaba siempre con su cámara a cuestas. Creo que estaba haciendo algo parecido a una práctica en la revista, por eso iba siempre a la redacción, ahí en calle Alberto Reyes, a pocas cuadras del puente Pío Nono.

Se llamaba Rodrigo Rojas de Negri y venía de Washington, donde vivía con su mamá exiliada. Cruzamos pocas palabras. La imagen suya más nítida que conservo es cuando veíamos todos juntos los partidos del Mundial de México en la sala de reuniones de Apsi, obsesionados como estábamos con llevarnos al final el pozo acumulado de una lotería de resultados que seguíamos apasionadamente. Ése fue el Mundial en que Maradona le metió a los ingleses un gol con la mano. Rodrigo Rojas a veces venía a ver los partidos con nosotros.

Como fotógrafo, era temerario, más por ingenuidad que por vocación. No medía los riesgos, imagino que porque tenía 19 años y apenas había vivido en Chile. Hace poco nos juntamos a tomar café con Álvaro Hoppe, y me contaba que una vez iban en el metro con Rodrigo Rojas, el vagón casi desocupado, junio de 1986, y arriba del carro un grupo de oficiales de la Escuela de Carabineros muy bien trajeados, las botas impecablemente lustradas. Rojas le dijo a Hoppe que les hicieran una foto, y Hoppe le contestó que no, que él no se iba a arriesgar a una reacción violenta de alguno de ellos. Rodrigo Rojas no se amilanó y les tomó un par de fotos, y hasta les habló en inglés, cree recordar Hoppe, y el asunto no pasó a mayores, aunque igual lo miraron feo.

La mañana del 2 de julio de 1986, día de protesta en Santiago, muy temprano, Rodrigo Rojas iba junto a un grupo de jóvenes a participar en una manifestación contra Pinochet en la comuna de Estación Central. El grupo llevaba neumáticos y un bidón de parafina para hacer una barricada en la calle. Fueron interceptados por una patrulla militar que los persiguió y detuvo a dos de ellos: Carmen Gloria Quintana y el propio Rodrigo Rojas. Los tiraron en la calle, los golpearon con las culatas de los fusiles, los rociaron con parafina, les prendieron fuego y contemplaron la escena macabra. Después, un jefe militar ordenó que los cubrieran con frazadas, los subieron a un camión del Ejército y los arrojaron lejos de allí, cerca de una acequia en Quilicura. Carmen Gloria Quintana sobrevivió de milagro, a pesar de tener buena parte de su cuerpo quemado, pero Rodrigo Rojas de Negri no resistió y murió a los pocos días.

Me acuerdo de cuando fuimos a enterrarlo: de la misa y el funeral, del miedo que sentí porque el cortejo acabó violentamente, como era costumbre en esos días, con guanacos, bombas lacrimógenas y demasiada rabia en el aire.

Mientras tomamos café con Hoppe, él recuerda detalles de la vida de Rodrigo Rojas que nunca antes habíamos comentado. Me cuenta que a Rojas le gustaba mucho una fotógrafa que había sido compañera mía en la universidad, muy guapa por lo demás, y que siempre preguntaba si iba a estar ella en las protestas a donde él llegaba con su cámara.

Rodrigo Rojas vivió el infierno, y los que lo rodeábamos en esos días fuimos testigos del horror. Ahora que han pasado más de veinte años, vuelvo a ver su cara en páginas de internet y en el libro de fotografías de Álvaro Hoppe El ojo en la historia: allí está Rojas dejándose retratar con Inés Paulino, Patricia Moscoso y Astrid Ellicker en la redacción de Apsi. Viste un chaleco con rombos. Es invierno. Las mujeres aparecen con bufandas. Deben faltar pocos días para que el muchacho sea quemado vivo por una patrulla de militares.

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