Monday, May 12, 2008


El hombre equivocado
El gran Lebowski (1998)

Por Gonzalo Maza

Tengo una apuesta. Pasarán los años –ya han pasado diez- y un comentario común entre los seguidores de la carrera de los hermanos Coen será si acaso El gran Lebowski fue la mejor de sus películas… ¿Lo es?

El "Dude" (solo traducible como "compadre") Lebowski debe estar en la lista de los personajes más extraviados y errantes de la historia del cine. Su aventura es el malentendido; su travesía es una línea fragmentada, pero tiene una defensa: su escudo es un corazón. El "Dude" vive en los mismos territorios alambicados de Paul Hackett en Después de hora (After hours, Martin Scorsese, 1985) y Roger O. Thornhill en Intriga internacional (North by northwest, Alfred Hitchcock, 1959), todos Alicias urbanos en mundos sin maravillas. Pero si Hackett era un exiliado de la noche neoyorkina, y Thornhill una víctima de su propio sentido de la responsabilidad, ¿qué es el "Dude"?

El Extraño, el campechano narrador de la película, nos da una pista en los primeros minutos: el "Dude" Lebowski (Jeff Bridges) es probablemente uno de los más grandes vagos que vive en el condado de Los Angeles, lo que lo ubica de inmediato entre los vagos más grandes del mundo. Habita en los bordes posibles del capitalismo, alimentado por hamburguesas de un dólar, vestido por un impermeable grasoso y dedicado casi en exclusiva a jugar bolos con sus amigos. "Fui a la universidad pero no recuerdo casi nada de lo que pasó allí", comenta más adelante. El desaliñado Lebowski, de pocos baños semanales y sin mucha claridad de pensamiento, cae en una absurda trampa: un par de matones entra a su casa, sumergen su cabeza en la taza del baño y le piden "el dinero de Bunny, su esposa". El "Dude" los convence de que nunca ha estado casado y que no tiene dinero. Los matones se retiran, no sin antes orinar en su alfombra.




Conversando con sus compañeros de bolos, el "Dude" descubre que quizás fue confundido con otro Lebowski, Jeffrey Lebowski (David Huddelston), también conocido como "El gran Lebowski", un excéntrico millonario que vive en una mansión y que perdió sus piernas en la guerra. El "Dude" parte a visitarlo; nada en limpio saca de esa reunión excepto una alfombra, y una oferta de sexo oral por mil dólares de parte de Bunny (Tara Reid), la esposa de Lebowski, quien se pinta las uñas en la piscina de la mansión.

Días después, el "Dude" recibe un mensaje en su contestadora telefónica. Jeffrey Lebowski desea verlo nuevamente. Esta vez el "Dude" lo encuentra llorando frente a su chimenea. Su esposa Bunny ha sido secuestrada, y ha recibido una nota de rescate que pide un millón de dólares. El magnate desea que el "Dude" lleve el dinero a los secuestradores y vea si son los mismos que orinaron en su alfombra días atrás. El "Dude", que a estas alturas ya ha fumado considerables cantidades de marihuana, acepta.

Lo que viene es, algo común en una de los Coen, es un delirante periplo que incluye un secuestro/extorsión, una maleta con mucho dinero y un plan mal concebido para quedárselo, lo que no deja de ser una constante temática en sus películas (Fargo, El hombre que nunca estuvo, Sin lugar para los débiles y con variables en Educando a Arizona).

La variante extrema en El gran Lebowski es que la comedia es un excelente velo para ocultar temas mayores. Temas que, quizás, no haya que tomarse tan en serio. El "Dude" es quien mejor representa cómo la sensación de extravío –que domina a todos los protagonistas de una película de los Coen- no es más que un síntoma de una crisis de identidad, una que comienza simplemente con un alcance de nombre. No deja de ser llamativo que estos sean los territorios de un cineasta como Hitchcock, y que el vértigo vital de sus protagonistas –empujados por alguna forma de deseo- hagan visibles las grietas que denuncian un falso concepto de sí mismos. Los personajes de los Coen son divertidos habitualmente porque se creen algo mejor de lo que son. Y fallan en cumplir sus propias expectativas.




Es en el momento más delirante de la aventura física de salirse con la suya, de llevar a cabo el plan, cuando los personajes coenianos se fracturan, habitualmente para desaparecer y morir, o bien, si son lo suficientemente ingenuos, para crecer como personas y retirarse en paz (como ocurre con el ex presidiario H.I. McDunnough –Nicolas Cage- en Educando a Arizona).

El "Dude" está en esta segunda categoría de buscadores, y vive en un territorio alucinatorio que mucho tiene de realidad. El "Dude" está tan perdido en la vida, a un nivel tan radical, que es probable que sea el que esté más cerca de descifrar sus misterios. Puestos uno tras otros, los acontecimientos de aquello que llamamos existencia bien podrían parecer una absurda seguidilla de momentos sin conexión lógica unos con otros, y debemos esforzarnos para encontrarles un sentido y hacerles un seguimiento. Pero, ¿qué ocurre con un "vago", con alguien que ya no hace ningún esfuerzo vital más que para jugar bolos, fumar marihuana y sobrevivir? El prodigio narrativo de los Coen está en establecer un mundo afiebrado pero no ante los ojos de un ser alimentado por su ansiedad (como habitualmente hacen las comedias de equivocaciones) sino que por uno que ha perdido toda ambición.

El "Dude" inaugura, entonces, una nueva clase de personaje romántico: no porque su obsesión por la muerte sea finalmente una celebración mayor de la vida (románticos clásicos) sino porque debido a su extravío absoluto es un vivo homenaje a la lucidez.

No es menor. Y no me sorprendería que en los próximos diez años sigamos explorando una película como El gran Lebowski, la cinta más representativa de unos cineastas que han tomado la ilusión de lucidez como uno de sus temas fundamentales.

The Big Lebowski

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