Monday, November 05, 2007

Miércoles inolvidable

Por Francisco Mouat

Nos citamos el miércoles a las tres de la tarde en un café del centro, en José Miguel de la Barra, donde sirven un buen brebaje entre maderas nobles. No nos veíamos hacía muchos años. La divisé por la ventana del café llegar un poco atrasada. Me impactó su nuevo look: delgada, muy delgada para la imagen que siempre tuve de ella. No sabía que se hubiera corcheteado el estómago o embarcado en alguna dieta implacable. Macarena se hacía notar por su estampa, antes y ahora. Se sentó a la mesa, pidió un cortado, y mencionó de inmediato la operación: "Peso cincuenta kilos menos. No sé si me reconociste cuando me viste parada allá afuera".

Sus lentes, su corte de pelo eran similares a los que usaba cuando la iba a ver los sábados en la mañana a la librería de sus padres, "El Bookstore de La Reina", que como tantas librerías de barrio debió bajar la cortina para no seguir acumulando deudas.
Macarena quiere saber cómo es mi nueva vida de independiente. Ella sueña con vivir cerca de la literatura. Mientras tanto, da clases de inglés. Parte del encanto de volver a encontrarnos es hacerlo a una hora en que los demás trabajan. Le explico los fundamentos de mi nueva obsesión: no quiero volver a emplearme nunca más, le digo. Una frase rimbombante para dejarla estampada en la muralla de mi escritorio, como una plegaria.

Me escucho hablar y sueno a jubilado del periodismo a los 45 años empezando un nuevo oficio. Parece que de eso se trata este ciclo: atreverme. Uf: parezco libro de autoayuda. ¿Habrá palabras menos majaderas para referir esto que trato de contar en estas líneas?

En el último verano escribí cuatro crónicas consecutivas sobre el ocio, y ahora pienso que fue la manera inconsciente de empezar con este plan que me tiene un miércoles a las cuatro y media de la tarde convertido en un ciudadano entusiasmado con apenas una Coca light sobre la mesa y el privilegio de haber releído en la mañana a Onetti: "Hay un solo camino. El que hubo siempre. Que el creador de verdad tenga la fuerza de vivir solitario y mire dentro suyo. Que comprenda que no tenemos huellas para seguir, que el camino habrá de hacérselo cada uno, tenaz y alegremente, cortando la sombra del monte y los arbustos enanos".

Le muestro a Macarena mi nueva adquisición, Ser escritor, de Abelardo Castillo, donde aparece citado Sartre: "He escrito, he vivido; no hay nada que lamentar". Ella me dice que lea El regreso, de un canadiense que no conozco: Alistair Macleod: historias mínimas de personajes comunes, como te gustan a ti. Llegan al café Patricio y su amigo Matías, un escritor joven chileno que se radicó en Buenos Aires y no tiene ninguna prisa en hacerse cargo de su oficio. Simplemente quiere leer y escribir sin apremios, solo, en un departamento del barrio San Telmo. Nos despedimos con Macarena, porque a un cuarto para las cinco la cita es con Patricio y con Matías. Ahora hablamos de fútbol, de libros, de cine; del Peineta Garcés, el Clavo Godoy y el pelado protagonista de la magnífica película alemana La vida de los otros.

Patricio narra divertidamente un asado bien regado que tuvieron hace poco en la Corporación de Asistencia Judicial de La Pintana, donde está haciendo práctica de abogado. La fiesta fue subiendo de tono y acabó con la jauría pidiendo a gritos besos entre empleados y registrándolos sin censura con las cámaras fotográficas de los teléfonos celulares. Un par de días después del asado, alguien se robó seis mil pesos de uno de los cajones de la oficina en la Corporación, y ahora todos desconfían de todos. Mientras continuamos la charla, me detengo un momento a pensar que este miércoles es en algún sentido un día inolvidable, y me dan ganas de llamar a mi mujer para contarle, pero no sé qué decirle. Por eso escribo esta crónica: para fijar sobre el papel fragmentos fugaces de un miércoles que no volverá.

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