Thursday, November 22, 2007

Alan Pauls existe
Diego Salazar
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Existe a pesar del divertido rumor que había empezado a extenderse por España según el cual el escritor argentino Alan Pauls no era sino la invención de un grupo de escritores afincados en Cataluña. Tras su aparición estelar como personaje de la multipremiada novela de Vila-Matas El mal de Montano, tras los varios elogios vertidos por Rodrigo Fresán y el inmediatamente canonizado Roberto Bolaño (“Alan Pauls es uno de los mejores escritores latinoamericanos vivos”), en los últimos meses empezaban a oírse voces en los corrillos literarios que le atribuían partida de nacimiento en la febril imaginación de los escritores antes mencionados. Pero no, Alan Pauls existe.


No sólo existe sino que ha ganado la vigésimo primera edición del Premio Herralde con un novelón de más de 500 páginas titulado El pasado (y el día en que se dio a conocer el fallo, Enrique Vila-Matas –lo confesó en la presentación— estuvo muy muy tentado a decir que, en efecto, Alan Pauls era él y que había escrito y enviado esa novela para cumplir su sueño de ganar dos años consecutivos y así engañar a su editor Jorge Herralde).

Alan Pauls ganó y ha venido a presentar el libro (y a defender su existencia real: “aunque por un momento casi llegué a creerme eso de que era una invención de Bolaño, Rodrigo y compañía, y confieso que me hacía muy muy feliz, casi tanto como ganar el premio”) en Madrid y Barcelona.

¿Cómo llegaste del título de trabajo de la novela, La mujer zombie, al definitivo, El pasado?



La mujer zombie me sirvió mucho para concentrarme en la idea de que el personaje de Sofía era un poco una muerta viva, para darle un carácter espectral, como de fantasma. Pero luego me pareció que la palabra zombie aludía demasiado a una cierta cultura pop-trash­ que a mi no me interesaba en ese momento, cuando yo pensaba en la zombie tenía en la cabeza una película de Jack Tourneur llamada I walked with the zombie que transcurre en Haití y cuyo tema es el budú, eso más que a George Romero y La noche de los muertos vivientes. Así que me pareció que no iba por ahí la novela. Pasé a otro título, Ex, que al momento me gustó mucho, me pareció como un logotipo, muy breve, universal, y que no sólo aludía a la condición de exmarido o exmujer sino a “arrancado de”, “separado de”, cosas que me parecían muy importantes en la novela. Pero cuando revisaba la novela me pareció que la lectura dominante iba a ser la de exmujer y exmarido, y yo sentía que la novela no hablaba sólo de eso. Así que empecé a creer que debía tener un título como hospitalario, que el título debía ser como un lugar. Hasta que un día apareció El pasado y me dije: “no hay otro título para esta novela”. El pasado es un lugar, es un título aparentemente hospitalario, y también me gustaba mucho imaginarlo en boca de una persona cuando va a comprar el libro o cuando habla de él con otra persona, me gustaba mucho esto de: “¿Tiene el pasado de Alan Pauls?” o “Leíste El pasado de Alan Pauls?”.

He leído algunas críticas hechas por ti hacia lo que llamas “literatura profesional” o “perez-revertización” de los jóvenes escritores, imagino que no querrás dar más nombres pero ¿te gustaría explicar un poco ese fenómeno?



Creo nunca haber utilizado eso de “perez-revertización”, pero bueno es mucho más importante esta cuestión de la “literatura profesional”. Mira, la calidad me parece que es la peor noción que uno puede manejar para evaluar el arte. La calidad es hoy un producto industrial, casi todo lo que se ve en el mercado de bienes culturales tiene una cierta calidad, es muy difícil hoy ver una película que no cumpla ciertos requisitos o un libro publicado que no tenga una forma, un cierto aspecto, que no cumpla unos mínimos. Así que esta no puede ser una meta a alcanzar por los artistas, hay que buscar formas de romper esa calidad promedio, porque el problema es que lo vuelve todo muy uniforme, muy parecido entre sí, y entonces uno lee una novela y dice: “sí, no está mal” y luego coge una novela de otro autor de otro país y lo mismo: “bueno, sí, no está mal”. Es como el triunfo de la medianía. Y eso a mí me resulta desolador. Lo que me interesa son esas obras que me hacen preguntarme: “Pero ¿esto es realmente arte?, ¿esto es una novela o qué es?”. Prefiero el desconcierto, la perplejidad, la incomodidad.


En El pasado, hay dos cosas que me llamaron mucho la atención. Primero el uso del nombre, más bien el apellido del personaje y el hecho de que todo el mundo lo llamara por el apellido ¿Cuál era tu intención?



Rímini es la ciudad italiana donde nació Fellini, aunque eso no tiene ninguna importancia para la novela. La verdad que me resultaba muy difícil nombrar al personaje con un nombre. Y me parecía que Rímini tenía algo interesante, y es que era un apellido que podía sonar como un nombre. Para mí nombrar en las novelas es una experiencia espantosa, nunca quedo satisfecho. Así que me pareció que podía inventar este sistema en donde el protagonista fuese nombrado por su apellido y todos los demás sí poseyeran un nombre, lo que armaba como una especie de sistema planetario, de centro y satélites. Además me interesaba el tipo de distancia que se establece entre dos personas muy cercanas al llamarse por el apellido, una especie de “usted intimo” que posee algo arcaizante.



Segundo, me sorprendió mucho la impavidez con que Rímini se enfrenta a su vida, la que ve como una seguidilla de pequeñas catástrofes todas producida por Sofía pero el tipo está todo el tiempo como diciéndose: “Aquí no pasó nada”, eso frente a Sofía que tiene esta idea del amor y la vida grandilocuente y en mayúsculas…



Lo que pasa es que Rímini tiene la política del olvido, ha decidido que lo único que le puede salvar es el olvido. Mientras que Sofía es una militante de la memoria. La novela es un poco la historia de esa batalla. Y Rímini para mí tiene todas las marcas del héroe de la novela del siglo XX: esa impavidez, la catástrofe que lo marca, la impotencia, es constantemente arriado por otros, es una especie de genio idiota o cabeza impotente. El tipo lo único que puede hacer es patear la pelota y seguir corriendo hacia delante, entendiendo la fuga hacia adelante como el equivalente del olvido. Y Sofía la única política que reivindica es la política de la memoria, como en sus reuniones de grupo de las mujeres que aman demasiado les dice que los hombres les hacen hijos a las mujeres para anclarlas, entonces las mujeres tienen que hacerles recuerdos a los hombres. Si logran que recuerden los van a tener con ellas. Lo que me interesaba a mi de Sofía y este grupo de mujeres es que ahí detrás hay una forma de entender el amor, por delirante que sea. Siempre que un delirio constituye una teoría, por letal que sea, a mí me empieza a interesar.



A propósito de esta especie de “revalorización de lo argentino” que vive España de un tiempo a esta parte, Rodrigo Fresán me decía que se explicaba por una suerte de “nostalgia de las colonias” que lleva a los españoles a escoger de tanto en tanto un país del que enamorarse ¿qué opinas?



Puede ser enamorarse o quizá redescubrir, algo así como el reflejo del descubrimiento de América, una especie de “compulsión Colón” que 500 años después aparece cíclicamente. Creo que es evidente que a España le gusta descubrir. Además también es cierto que la literatura, por una cuestión de mercado, necesita todo el tiempo objetos nuevos, producir cierta ilusión de novedad. Y eso es totalmente rotativo, ahora le toca a la Argentina, antes fue México, posiblemente venga después Colombia y así.

Por último, ¿a qué autores en activo te sientes cercano? ¿Qué escritores te interesan?

Me interesa mucho Mario Bellatín. También un escritor argentino joven que se llama Juan José Becerra que va a publicar ahora en Buenos Aires su tercera novela. Me gusta mucho lo que hace Rodrigo Fresán. Me entusiasma bastante Vila-Matas, me parece que encontró una vía muy interesante para pensar ese problema de literatura y vida del que hablábamos al principio. Creo que con ese grupo me siento muy acompañado.

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