Tuesday, November 27, 2007

Allí donde nos encontramos

El Sábado, 6 de agosto 2005.

Patricia May


Hay un espacio en nuestro interior donde podemos mirar con tranquilidad a la vida y a los otros, donde nos sentimos conectados con todo y todos, donde vemos la belleza que hay en cada ser existente.

Se trata de un estado que quizás hayamos experimentado en momentos únicos que constituyen las perlas radiantes de nuestra existencia, momentos en que nos liberamos de la carga de prejuicios y limitaciones mentales, en que nos vivimos como seres integrales, sin edad, sin tiempo, libres, radiantes y sabios.

Son experiencias que quizás rozamos una sola vez en la vida, pero que constituyen algo fundamental, puesto que en esos breves instantes pudimos ver desde la potencia total y libre de lo que somos, como si hubiéramos despertado de un sueño, como si después de toda una vida de días grises asomáramos la cabeza sobre las nubes y viéramos la luz, como si hubiéramos sido ciegos y despertáramos a los colores o sordos y pudiéramos oír.

En la naturaleza, en contacto con la música, en la meditación o contemplación en la fraternidad y el encuentro amoroso suelen abrirse las ventanas de la limitación de nuestra conciencia y nos damos cuenta de que la vida es más viva, conectada, vibrante, y que el amor enlaza a toda existencia con las otras. En esos breves instantes accedemos a una comprensión que habitualmente no tenemos y la realidad se nos transforma y aun cuando retornemos a la conciencia limitada, fraccionada, miedosa o soberbia, sabemos que eso es sólo una ilusión, que somos más que ese pequeño "yo", que tras el velo todo es luminoso y real.

En este estado podemos comprender y comprendernos, entender nuestras torpezas y las de los otros. Podemos perdonar pues nos damos cuenta de que toda ofensa está hecha desde la estrechez de mente, desde la frustración, desde los sentimientos heridos, desde la limitación del ego, y que más allá de éste hay un ámbito donde desaparece todo aquello que nos separa, donde me veo a mí y al otro en su pureza y su cualidad esencial, donde no hay corazas ni púas, donde somos en la confianza y el amor y no en la defensa, el miedo y la competencia por ganar, donde nuestros dones vibran en una entrega y colaboración a un todo mayor que nos trasciende.

Es un ámbito donde lo que me une es más real y fuerte que lo que me separa, donde no hay rencor, simplemente porque aquello que nos hace ser oponentes desaparece y nos entendemos en nuestras etapas y mutuas limitaciones, aceptando el proceso de nosotros y los demás como etapas en el camino hacia una revelación de lo que somos, más allá del espacio y el tiempo, colaboradores en una misma causa, jugando quizás roles opuestos, pero inevitablemente complementarios. Desde allí es posible amar a nuestros enemigos, simplemente porque lo que lo hacía mi enemigo desaparece, porque he logrado ver las cosas desde una óptica más amplia y comprender.

El Amor con mayúscula, del que hablan los guías espirituales de la humanidad, requiere de nosotros este tipo de transformación. Es más que buena voluntad, más que gestos amables. Es acceder a ese reino donde estamos conectados en pureza y verdad y en donde puedo sabiamente comprender las contradicciones, egoísmos, heridas del pequeño yo, sabiendo que en el centro de todo Ser, la claridad permanece intacta.

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