Saturday, September 12, 2009

Okuribito

Francisco Mouat
Una vez fui a Kuala Lumpur, la capital de Malasia, en un viaje de trabajo que me permitió conocer con mis propios ojos un mundo que no deja de interesarme y cautivarme. Allá en Malasia conviven árabes con indios y con chinos: religiosamente hablando, musulmanes con hindúes y con budistas, más un contingente no menor de otras religiones y un regimiento de agnósticos que no practican ninguna en particular, entre los que me contaba yo, de visita en una ciudad occidentalizada en apariencia, pero que conserva nítidas huellas de antiguas culturas orientales.
El brusco cambio de hora (allá es medianoche cuando aquí es mediodía) me mantuvo en vela varias noches completas, en las que me entretenía mirando por la ventana del hotel, desde un vigésimo piso, la ciudad y sus luces, y sobre todo escuchando en medio del silencio los rezos amplificados desde las distintas mezquitas de Kuala Lumpur.
Esa misma entretención, una entretención que yo llamo despierta y concentrada, me ocupa esta mañana de miércoles, de sol después de la lluvia, años después de estar en Kuala Lumpur, cuando leo a Confucio: "El mien-man, pájaro amarillo de melancólico cantar, establece su morada en la frondosa profundidad de los bosques. Así demuestra que conoce cuál es su propio destino. El hombre, el más inteligente de todos los seres, ¿será más ignorante que este pájaro?".
Primero Confucio, y luego un fragmento de la Vida de un loco, de Akutagawa: "En un viento que apestaba a lentejas de agua, apareció una mariposa. Sólo por un instante sintió sobre sus labios secos el roce de las alas. Pero años después, sobre sus labios, el polvo que las alas dejaron grabado aún centelleaba". Escribir estas notas es buscar en medio de la bruma cotidiana ese polvo de mariposas que alguna vez fue grabado en mis labios un día de viento.
Confucio y Akutagawa no me abandonan después de ser leídos, se metabolizan, pasan a formar parte de mi sangre, del aparato circulatorio; son libros que oxigenan, nutren, me llevan a un campo de batalla que de otro modo no me atrevería a pisar.
Acabo de ver la película japonesa Okuribito. Subtitulada en español, se tradujo como Salidas. Me han dicho que ganó el Oscar a la mejor película extranjera en 2008, y que su director se llama Takita Youjirou. Pero esto lo supe después de verla, y no he querido leer una sola línea ajena que me distraiga de mi propia percepción de la cinta. Prefiero esta vez concentrarme en mi lectura, confiar en mis sentidos, entregarme a lo que ella tenga para decirme a mí. Estoy maravillado. Es una de las películas que más me ha gustado ver en mi vida. Daigo es un cellista joven y recién casado con Mika que busca hacerse un espacio en una orquesta de Tokio. Pero la vida es dura, la orquesta se disuelve, y Daigo decide abandonar la carrera musical y regresar a su pueblo, Yamagata, donde su madre, que ha muerto dos años atrás, le ha dejado una casa sencilla como herencia. El viaje que emprende Daigo junto a Mika acabará por cambiarlos a los dos definitivamente, acercándolos a la esencia, a las raíces, en donde el cello volverá a ocupar un lugar de privilegio, pero muy distinto al que ellos habían pensado que ocuparía. Una frase del protagonista dicha al comienzo de la película anticipa el cambio: "Lo que pensaba que era mi sueño, quizás no era un sueño real".
Alguna vez soñé con ser escritor. Ahora sé, con más fuerza todavía después de ver Okuribito, que escribir estas breves líneas es andar el camino. Que acompañar a Ernesto Riquelme el día en que enterró a su padre, el empampado, en Iquique, fue razón suficiente para querer contar su historia en un libro. Y que visitar la tumba de mi amiga Dolores Ezcurra en Buenos Aires es todo lo que necesitaba para empezar a cerrar la herida de su partida, y terminar de escribir Tres viajes. Ahora entiendo que soy un gran privilegiado: puedo contar pequeñas historias, y elegir una a una las palabras con las cuales construir el relato, una narración que con suerte aspira a ser como el canto de un pájaro perdido en un bosque milenario y frondoso.
mouatfrancisco@gmail.com

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