Saturday, September 26, 2009

Cerrado por duelo

Francisco Mouat
Debe ser que ahora empieza el duelo de verdad. Cuando su nombre desaparece de los diarios, cuando empieza a olvidarse poco a poco lo que se dijo ese domingo en aquella iglesia en Reñaca donde lo despedimos con música de piano, como él quería; cuando la muerte pública -con flores, fotografías y discursos- cede su lugar a esta otra muerte, privada, implacable, silenciosa, soterrada: la de la cama vacía, su computador apagado, el sillón de lectura desocupado, los gatos buscándolo.
No quiero apresurar el duelo y pasar a otra cosa. Me resisto a abandonarte a tu suerte, aunque sospecho que de encontrarnos ahora mismo en un café, de regreso de tu propio funeral, serías el primero en desenfundar un chiste de humor negro sobre esta muerte que vino a buscarte. Pero esto que escribo es un sueño. Porque Pierre Jacomet no volverá nunca más a sentarse a la mesa como estábamos acostumbrados a que lo hiciera, y cada vez que lo convoquemos, cada vez que su rostro vuelva a aparecerse entre nosotros, será porque alguno lo piensa, lo nombra, lo lee, lo narra.
Anoche vi por tercera o cuarta vez una película sensacional, que tú, Pierre, seguro ya viste: 84 Charing Cross Road, casi tan buena como el libro del mismo nombre. Trabaja Anthony Hopkins y Anne Bancroft, y está hecha a partir de uno de los libros más entrañables que haya leído. 84 Charing Cross Road es la dirección en Londres de una pequeña librería de viejos a la que en 1949 le escribió la norteamericana Helene Hanff, interesada en libros antiguos que no podía encontrar en Nueva York. Se inició de inmediato una relación epistolar entre la escritora y el librero Frank Doel, que amaba su oficio y sabía de libros como pocos. Ambos se escribieron durante veinte años, y esas cartas son el libro. Tendríamos que haber visto juntos esta película, Pierre, carta a carta. Los publicistas dicen que es la película más bella sobre libros que jamás se ha filmado. No sé si es así, pero es muy bella y es sobre libros, sobre amor a los libros.
Me duele tu muerte, Pierre Jacomet. No puedo evitarlo. Quisiera colocarme un letrero que diga Cerrado por duelo y no hacer nada, y que los demás respeten mi ausencia y mi silencio. Y volver a ver 84 Charing Cross Road, y detener la película en ese momento mágico en que Frank Doel lee un poema que tú hubieras podido decirme de quién es: "Si tuviera las telas bordadas del cielo/ entretejidas con luz de oro y plata./ Las azules, tenues y oscuras telas/ de la noche, del día y de la penumbra./ Extendería las telas a tus pies./ Pero, siendo pobre, sólo tengo mis sueños./ He extendido mis sueños a tus pies./ Pisa con suavidad, porque pisas/ sobre mis sueños".
Es bello, ¿verdad? Tan bello como ese sermón de John Donne, el sermón XV, que Helene Hanff lee en voz alta a la hora diecisiete minutos de película, y que parece escrito para ti, Pierre, que amaste a los libros y fuiste gran lector y gran traductor: "Toda la humanidad es un volumen. Cuando un hombre muere, no se rompe un capítulo del libro, sino que se traduce en una lengua mejor. Y cada capítulo debe ser traducido. Dios emplea muchos traductores. Algunas piezas se traducen por edad, otras por enfermedad, otras por la guerra, otras por la justicia. Pero las manos de Dios encuadernarán todas nuestras hojas dispersas para esa biblioteca donde todos los libros deben permanecer abiertos entre sí".
Cerrado por duelo. Sin prisa, me siento a esperar que vengas, traducido. Escucho tu disco de las variaciones de Goldberg, de Bach: la grabación es magnífica. Le escribo a Andrea Maturana, que vive en Limache con su marido, dos hijas y un piano. Andrea te lloró ese domingo en Reñaca, te conocía desde pequeña. Me escribe de vuelta. Me dice que tu ausencia le irá pesando con el tiempo: "Cuando no aparezca más en mi bandeja de entrada, ni pase por mi casa a ver a mi viejo, ni hablemos un día porque sí. Ya me pasa que tengo cosas que contarle y es tan fuerte que quiero escribirle igual, aunque nadie lo vaya a leer, y luego pienso que es una estupidez, y luego que en el fondo todavía no puedo creer que nadie lo vaya a leer. ¿Quién está al otro lado de su casilla de correos? ¿Dónde se fue todo lo que él sabía?".
¿A dónde, Pierre? ¿Dónde estás?

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