10 mejores películas chilenas. Una selección personal
La Nana, Navidad e Isla Dawson han generado un renovado interés por el cine chileno y sus nuevos directores.
Ascanio Cavallo
1) Tres tristes tigres, de Raúl Ruiz (1968, 105 minutos).
La obra maestra del cine chileno explora en los ambiguos modos del ser nacional y de paso adelanta la interrogación mayor sobre la identidad del cine moderno. Basada libremente en la obra de Alejandro Sieveking, relata el recorrido de tres días del lumpen-proletario Tito (Nelson Villagra), su hermana Amanda (Shenda Román) y el provinciano Luis Úbeda (Luis Alarcón) por los bares de Santiago, durante los cuales Tito nunca logra cumplir con un encargo de su oscuro jefe, el lumpen-burgués Rudy (Jaime Vadell).
2) Largo viaje, de Patricio Kaulen (1967, 90 minutos).
La gran película de la pobreza urbana, en torno a un niño (Enrique Kaulen) que intenta entregarle unas alas de papel a su hermano muerto al nacer. El niño recorre el Santiago que va de la Plaza Bulnes al Cementerio General, un territorio peligroso, violento y sombrío, donde sólo las palomas recuerdan que si la inocencia existe, es aérea, volátil. La escena de la riña bajo los puentes del Mapocho parece tomada del Bosco: tanto del pintor como del bar.
3) Secretos, de Valeria Sarmiento (2008, 88 minutos).
Partiendo de Atalíbar "El Traidor" Leal (Sergio Hernández), un socialista que infiltró a todos los partidos incluido el suyo y que regresa a Chile para confesar el asesinato de "La Voz del Pueblo", esta película despliega, en 20 personajes, una perfecta summa satírica del Chile de los últimos 40 años, con una rotación donde danzan todos los debates que alguna vez parecieron importantes, y que hoy lucen como pura irrisión.
4) Valparaíso, mi amor, de Aldo Francia (1969, 87 minutos).
La obra mayor acerca de la marginalidad porteña. Con el padre preso por abigeato, y la madrastra-comadre (Sara Astica) lidiando con las carencias, cuatro niños de los cerros -"El Chirigua", Antonia, Ricardo y Marcelo- se enfrentan al submundo de Valparaíso, con destinos previsibles: el delito, la prostitución y la muerte. Bajo la inspiración del neorrealismo, el doctor Francia arroja una mirada cristiana e implacable sobre el abandono social.
5) Taxi para tres, de Orlando Lübbert (2001, 90 minutos).
El taxista Ulises (Alejandro Trejo) es asaltado por los flaites Chavelo (Daniel Muñoz) y Coto (Fernando Gómez Rovira), dos aparecidos de la nada en las estepas de las poblaciones. Enfrentados a opciones limítrofes ("volante o maleta"), los tres desarrollan una trayectoria moral donde todos los roles sociales terminarán por invertirse, en la más brava de las visiones sobre las fronteras entre la honestidad y el delito.
6) Salvador Allende, de Patricio Guzmán (2004, 100 minutos).
Este extraordinario documental reúne los mejores hallazgos líricos que Guzmán recogió desde los "años de fuego" de la UP, en una compacta revisión de Allende como una figura que trató de moverse hacia la revolución desde la democracia. El resultado trágico se resume en las imágenes finales de Gonzalo Millán leyendo su imposible poema 48 de "La ciudad", que en este contexto se ubican entre lo más bello jamás mostrado por el cine chileno.
7) Deja que los perros ladren, de Naum Kramarenco (1961, 88 minutos).
Aun en las pésimas copias sobrevivientes resulta inusitada esta cinta basada en Sergio Vodanovic y animada por el arrebato expresionista de Kramarenco. Esteban (Rubén Socotonil), un burócrata a punto de ser corrompido por el político Ramiro (Roberto Parada), es salvado por la vehemencia de su hijo Octavio (Héctor Noguera). Un argumento simple, densificado hasta el delirio por el desaforado uso de las luces y las sombras.
8) Los deseos concebidos, de Cristián Sánchez (1982, 127 minutos).
La primera de una trilogía inconclusa (seguida sólo por El cumplimiento del deseo, 1993), esta película desarrolla como ninguna otra el lenguaje surrealista adecuado a los años anómalos de la dictadura. Es la historia de un estudiante, Erre (Andrés Aliaga), que yerra por la ciudad en paralelo con el demencial mayordomo Mansilla, interpretado por el inolvidable Andrés "Maestro" Quintana.
9) La frontera, de Ricardo Larraín (1991, 118 minutos).
La imagen del buzo (Aldo Bernales) que busca túneles ocultos para explicar las fuerzas de los maremotos es un hito del cine nacional, tal como esos momentos donde los oscuros hombres de Puerto Saavedra bailan entre sí. Un profesor relegado (Patricio Contreras), un inmigrante español (Patricio Bunster) y una mujer abandonada (Gloria Laso) sirven a Larraín para construir la metáfora del país quebrado, asustado y sin más horizonte que el milagro.
10) Los Ángeles Negros, de Jorge Leiva y Pachi Bustos (2007, 78 minutos).
Entre 1968 y 1974, el conjunto Los Ángeles Negros realizó una de las transformaciones más sorprendentes de la música popular, antes de disolverse en cuatro grupos penosos. Bajo este documental -otro gran final: "Tú y tu mirar, yo y mi canción", con Sepasó, Anita Tijoux y Álvaro López- se desliza una historia de pobreza y codicia, de gloria y caída, de juventud y decadencia, narrada con la delicadeza que merecen las pequeñas grandes cosas.
Las diez más vistas (en miles de espectadores)
Sexo con amor, de Boris Quercia (2003, 108 minutos) 979
El chacotero sentimental, de Cristián Galaz (1999, 87 minutos) 813
Machuca, de Andrés Wood (2004, 121 minutos) 648
Subterra, de Marcelo Ferrari (2003, 105 minutos) 461
Ayúdeme usted, compadre, de Germán Becker (1968, 115 minutos) 370
Radio Corazón, de Roberto Artiagoitía (2007, 100 minutos) 368
Taxi para tres, de Orlando Lübbert (2001, 90 minutos) 339
El rey de los huevones, de Boris Quercia (2006, 110 minutos) 310
Ogú y Mampato en Rapa Nui, de Alejandro Rojas (2002, 100 minutos) 284
Che Kopete, la película, de León Errázuriz (2007, 90 minutos) 221
10 SIGUIENTES
11 Imagen latente, de Pablo Perelman (1988, 92 minutos).
12 Palomita blanca, de Raúl Ruiz (1973-1992, 123 minutos).
13 Julio comienza en julio, de Silvio Caiozzi (1979, 115 minutos).
14 El chacal de Nahueltoro, de Miguel Littin (1969, 94 minutos).
15 Aquí se construye, de Ignacio Agüero (documental, 2000, 77 minutos).
16 Reunión de familia, de Andrés Wood (1995, 25 minutos).
17 Caluga o menta, de Gonzalo Justiniano (1990, 103 minutos).
18 Samuel Román Rojas (El escultor / El hombre), de Sergio Bravo (documental, 1978, 100 minutos).
19 Sexo con amor, de Boris Quercia (2003, 108 minutos).
20 No tan lejos de Andrómeda, de Juan Vicente Araya (1999, 131 minutos).
Ascanio Cavallo.
Che. Guerrilla
Ascanio Cavallo
Esta segunda parte de la biografía del "Che" confirma lo que se podía presumir con la primera: que es una sola película, un solo y gran arco narrativo trazado entre los puntos extremos de una historia personal inusitadamente intensa, y que por tanto debería verse en forma continua. La sorpresa es que también es una segunda película, que se puede ver y apreciar por sí misma. Soderbergh ha logrado en la épica lo que le falló a Clint Eastwood en La conquista del honor y Cartas de Iwo Jima.
La primera parte seguía a Ernesto "Che" Guevara (Benicio del Toro) desde su integración a la guerrilla de Fidel Castro (Demián Bichir) en 1955 hasta su visita a la ONU en 1964. Esta segunda arranca con su misteriosa desaparición en Camagüey, en 1965, para ingresar clandestinamente a Bolivia, una operación coordinada con dineros y guerrilleros cubanos.
El "Che" llega a La Paz para derrocar a la dictadura de René Barrientos (Joaquim de Almeida), formando una guerrilla en las montañas meridionales de Bolivia. El esquema es el mismo de la revolución cubana: dictadura odiosa, pueblo deprivado, Partido Comunista burocratizado. En esta segunda parte se repiten sombríamente, como en un espejo oscuro, ideas que en la primera eran siempre más luminosas.
El "Che" conoce a Bolivia menos que a Cuba, y esa evidencia se va haciendo cada vez más pesada mientras transcurren los 341 días de la aventura boliviana. Los campesinos son poco entusiastas -y a veces, soplones-, los militares son más eficaces y los guerrilleros son menos diestros en estas selvas. Ñancahuazú es más duro que la Sierra Maestra. La visualidad de la película es más sombría y sus encuadres, más asfixiantes, inestables e imprecisos. El montaje adelanta el ritmo de una tragedia.
Igual que en la anterior, el "Che" es aquí un técnico de la guerra, un hombre severo y serio, dispuesto a ignorar tanto su asma como sus demandas sentimentales: la guerrillera Tania (Franka Potente) recibe el mismo trato que Aleida en la otra. Siempre está listo para repetir que "ser revolucionario es alcanzar el estadio más alto de la condición humana". Sólo que ahora ese discurso, repetido y desvanecido, recuerda que es el mismo con que todos los radicalismos políticos o religiosos han tratado de vulcanizar a sus prosélitos.
Aun más que la primera, esta segunda parte de Che es un titánico esfuerzo de objetividad fílmica, un cine político que trata sobre la ambigüedad porque en ella pueden cohabitar el heroísmo y la misantropía, la victoria y el fracaso, la comedia y la tragedia. Lo que dice Che, trabajando sobre un héroe que se quiere monolítico, es que finalmente la política es ambigüedad, sea que se practique con armas en Ñancahuazú o con cortesías en el Capitolio (para referir a otro cineasta al que tan vivamente recuerda en esto, Otto Preminger).
Una gran película. Esta y la otra. Y las dos juntas.
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