ENTREVISTA De visita en Chile
Ian McEwan: "Soy más Bach que Wagner"
Después de participar en el seminario sobre Darwin (Fundación Ciencia y Evolución), estar en el Centro de Estudios Públicos y viajar por la Patagonia y las Islas Galápagos, el escritor británico regresó a Santiago invitado al seminario "La ciudad y las palabras", de la Universidad Católica. Aquí comenta algo de sus impresiones, sus gustos y su obra.
Patricio Tapia
Quienes hayan leído los primeros libros de Ian McEwan -algo siniestros, poblados de asesinatos y perversiones- podrían considerarlo un morboso. En la sobrecubierta de su segundo libro de cuentos, Entre las sábanas (1978), se leía: "Nadie nunca ha dicho que fuera agradable. Repulsivo, sí. Erótico, profético, a veces incluso delicioso; inventivo, ruin, insolente y lírico, con seguridad; sombríamente extraño, siempre; pero agradable, nunca". Aunque después sus libros se abrieron a otros temas, épocas y a una mayor ambición: desde la actualidad al pasado, desde novelas como sinfonías ( Expiación ) a concentradas piezas de cámara ( Chesil Beach ), suele haber en ellas un elemento de inquietud o amenaza, como si en el centro de su ficción acechara un psicópata imprevisible.
Sentado en un salón del hotel donde se aloja en Santiago tras sus viajes siguiendo los pasos de Darwin más de 170 años antes, McEwan no manifiesta rasgo alguno de ferocidad o depravación. Antes y después de esta charla, en actos públicos y en conversaciones privadas, mostró buen humor -leyó partes de su próxima novela (que aparecerá en 2010), cuyo trasfondo es el cambio climático, pero con mucho de comedia negra- y una cordialidad levemente irónica: quizá sea sombríamente extraño, pero también agradable.
Viajes, ciencia y gustos
-¿Cuál es su impresión después de estos viajes "darwinianos"?
-Ha sido uno de los viajes más asombrosos de mi vida. Viajamos con un patrullero de la Armada chilena -que fue muy amable con nosotros- por el canal de Beagle. Atracamos en la bahía de Wulaia, donde habían estado Darwin junto con Fitzroy, Jemmy Button, York Minster, etc., y un biólogo del lugar nos mostró la flora y fauna de la Patagonia. Fue impresionante estar sólo dos días después en las Galápagos, en el trópico, con un guía igualmente bueno. Mi impresión de esa parte de Chile, por lo tanto, ha sido sólo muy superficial, pero lo que me sorprendió en el vuelo de ida y vuelta fue la belleza del paisaje, el vacío de la Patagonia. Me encantan las caminatas, así que espero volver para poder recorrer bien y pescar. Ha sido un gran descubrimiento.
-Darwin pasó sus años más creativos en Sudamérica. ¿Puede este viaje servirle de inspiración en su trabajo?
-Sí, no directamente, pero creo que cuando vuelva mis baterías estarán bien recargadas. Tuve conversaciones muy estimulantes y los seminarios fueron intensos. Hoy estuve en la Universidad Católica, donde conocí a mucha gente y anoche estuve con miembros de la Academia Chilena de Ciencias, de modo que a lo mejor me llevo una impresión muy unilateral de que éste es un país de intelectuales...
-Bueno, en realidad, no lo es...
-Ningún país lo es, claro, pero después de las conversaciones de esta mañana, me dio la impresión de un grupo de personas de ideas muy agudas e independientes, lo que removerá el barro en el fondo de mi charco.
-La ciencia parece ser una fascinación suya. ¿Desde cuándo le atrae?
-Bueno, desde mi adolescencia leí muchos libros científicos y a los 16 años tuve que elegir entre estudiar ciencias o humanidades, lo que fue una disyuntiva muy difícil para mí. Sigo pensando que tomé la opción correcta, pero cuando tenía 20 años me preocupaba el hecho de que le faltara una parte esencial a mi educación. Y entonces leí periódicamente libros dirigidos al lector común sobre física, y estos últimos años, sobre todo acerca de biología y las teorías de Darwin, psicología cognitiva, neurociencia, especialmente en el último tiempo en el que la ciencia ha expandido sus dominios para abordar asuntos como las emociones, la conciencia, las motivaciones, que pueden ser de interés para un novelista.
-¿Le interesan las matemáticas? Mencionó a un amigo chileno.
-Sí. Después de la caída de Allende conocí a muchos chilenos que llegaron a Londres y Cambridge, intelectuales que traían un bagaje muy vigoroso. Uno de ellos me impresionó sobre todo. Era matemático y arquitecto: Tomás de la Barra. No nos hemos visto en 35 años y ahora vive en Venezuela.
-¿Sintió alguna vez la angustia de las influencias?
-Creo que todos los escritores, sobre todo al comienzo de sus carreras, tienen que liberarse de sus héroes. En mi caso, una serie de ellos, Kafka y luego autores estadounidenses contemporáneos: Roth, Updike, Mailer. No sé cuál es su influencia, pero sin duda proyectan grandes sombras y uno tiene que encontrar su propio espacio al sol, pero inevitablemente, si a uno le gustan los libros, empiezan a afectarlo, no sólo en la manera de escribir sino en la manera de pensar. Es imposible escapar por completo de la angustia de las influencias.
-Sus primeros libros eran desolados y los posteriores no son optimistas. ¿Considera la felicidad una "tinta transparente"?
-La felicidad es un tema bastante difícil de tratar en una novela larga. Si uno desea realmente escribir acerca de ella, debería escribir un poema lírico. Creo que muchos de los principales intereses de la vida para un escritor son los conflictos, los malentendidos, simplemente los problemas que causa el ser, al mismo tiempo, racional y egoísta, irracional y cooperativo. Somos muchas cosas al mismo tiempo y esa mezcla es lo interesante. Somos seres inquietos que nunca nos quedamos contentos por mucho tiempo. A veces la curiosidad lo echa todo a perder, a veces es el egoísmo o el modo en que nos convencemos a nosotros mismos de lo que es la verdad, incluso contra toda evidencia. Mis primeros escritos de cuando tenía alrededor de 20 años eran lúgubres, pero al mismo tiempo pretendían ser divertidos. Eran cómicos, al menos para mí. No todos opinaban lo mismo. Espero que en mi nueva novela, a pesar de que es muy pesimista, se considere que también es una especie de farsa.
-En sus libros hay suspicaces de la racionalidad y defensores obsesivos de ella. ¿Cómo enfrenta esta tensión?
-Mi vida, intelectualmente hablando, ha sido una lenta reevaluación, a una luz más positiva, de la racionalidad. La considero ahora como algo intenso y vigoroso. Existe la tradición, a partir del período romántico, de que la racionalidad es algo frío, abstracto, inhumano, pero ahora pienso lo contrario. Creo que nuestras nociones de justicia se basan en la racionalidad. Nuestra curiosidad es satisfecha de mejor forma por la racionalidad. Nuestras relaciones humanas se rigen mejor por la coherencia y creo que hasta en la bondad hay un núcleo de racionalidad. Incluso en el amor hay una especie de búsqueda de algo coherente y que, por tanto, tiende a ser racional. La civilización es una corteza muy delgada que puede romperse fácilmente. Vemos en países donde hay guerras o guerras civiles con qué rapidez puede destruirse el orden de las cosas y retroceder muy fácilmente. Cada día la tengo en más alta estima.
-No obstante su ateísmo, parecen interesarle las creencias y la fe...
-Ciertamente, soy ateo, pero al mismo tiempo, tengo que aceptar que la inclinación religiosa es una parte profunda de la naturaleza humana y que las instituciones religiosas han logrado grandes cosas. He sido invitado por la Universidad Católica como ateo, lo que me parece muy abierto de su parte y, ciertamente, no me pude dar cuenta con la gente con la cual conversé, quién era creyente y quién no. Hay una cortesía en la religión que respeto. Lo que no me gusta en la religión es cuando se vuelve violenta o cuando desea imponer sus puntos de vista. Soy ateo y muchos de los intelectuales a los que admiro y frecuento comparten mis ideas, pero no está dentro de mis proyecciones, y creo que en las de nadie, pensar que la religión va a desaparecer, que todo el mundo va a ser un ateo convencido. Está muy arraigado en el ser humano encontrar explicaciones sobrenaturales. Yo prefiero las respuestas científicas.
-La frialdad en un escritor, ¿es un defecto o una virtud?
-Es un defecto, pero no creo que racionalidad sea lo mismo que frialdad. A medida que voy envejeciendo, creo que una de las más grandes virtudes humanas es la bondad, la calidez. Pero objetividad no es frialdad. La frialdad se relaciona con hostilidad y distanciamiento.
-¿Qué importancia le da al comienzo de sus libros?
-El comienzo de una novela es crucial. Cuando un lector potencial toma un libro tiene en sus manos 15 o 20 horas de compromiso en una época en la que hay muchas tentaciones, distracciones y todo tipo de entretención, y de alguna u otra manera, el escritor debe tentar al lector a entrar a esta pieza, sentarse frente a esta mesa o venir a esta fiesta. El comienzo debe despertar algún tipo de curiosidad, que es un instinto poderoso. Tiene que haber algo para que el lector pueda decir después de leer 2 o 3 páginas: "Sí, me caso con este libro".
-La música suele aparecer en los suyos. ¿Es importante para usted?
-Sí, mucho. Siempre he tenido una relación muy fuerte con la música. A los 15 o 16 años me convertí en un auditor apasionado de música clásica, pero al mismo tiempo, de jazz, blues, rock and roll. Últimamente, a través de mi mujer, escucho mucha música country. Mis gustos son muy variados. Lo que no me gusta es que en tantos restaurantes y hoteles en todo el mundo, pero especialmente en Inglaterra, no haya escapatoria de la música ambiental. Es como una llovizna permanente que no sé para quién es porque nadie la oye.
-Antes habló de que le gustan las caminatas, ¿cómo explica esa afición?
-Me encanta caminar, ver los paisajes, la libertad asociada con emprender una caminata o encontrarme con amigos. A veces mientras camino no pienso en mi trabajo, pero cuando vuelvo a él, me siento distinto, como si un viento fresco hubiera soplado por mi mente. Asocio las largas caminatas y el aire libre con la infancia. Uno sólo está al aire libre todo el día durante ella. Durante la vida de adulto, salvo que uno tenga un tipo de trabajo especial, se pasa la mayor parte del tiempo puertas adentro. También me importa simplemente liberarme de estar sentado.
-Según el crítico James Wood sus libros son sobre traumas y pérdida de la inocencia. ¿Algún comentario?
-Probablemente sea cierto. No lo sé. Los escritores no pensamos sobre nuestra propia obra en términos generales. La construimos desde abajo, de detalles. Nunca pensé escribir un libro sobre la pérdida de la inocencia, ni siquiera pensé en mi novela El inocente en esos términos, pero mirando retrospectivamente, acepto que -Wood es un buen crítico, muy perspicaz- como muchos otros escritores de la tradición occidental, mis novelas trazan cierto recorrido moral que involucra un descubrimiento, tal vez un mal descubrimiento, pero descubrimiento al fin y al cabo, que cambia a ese personaje. Sería difícil escribir una novela sobre adquirir la inocencia, así que tal vez Wood tenga razón.
-Publicó un ensayo sobre su madre. ¿Escribirá una autobiografía?
-Tengo el plan de hacerlo, pero nunca lo hago. El ensayo sobre mi madre sería como el primer capítulo. Uno de estos días lo haré.
-Uno de sus personajes cita a Stendhal: "El mal gusto lleva al crimen". ¿Qué puede decir sobre su gusto?
-Sobre mi gusto, creo que pensando en una analogía musical, soy más Bach que Wagner. Me gustan la precisión, la elegancia, la brevedad, la concisión, no el gran gesto ampuloso y estridente. No sé adónde lleva esto, pero soy más del siglo XVIII que del siglo XIX.
-¿Qué es lo peor de ser una súper estrella literaria?
-Sentirme culpable por decir no. Me piden muchas cosas y es imposible hacer todo lo que me piden. Si alguien me pide algo, sé que tengo que negarme porque si no me volvería loco, pero al mismo tiempo, me arrepiento de hacerlo. Es el problema de ser un escritor muy conocido. Pero, aparte de eso, la fama literaria es bastante benévola. No es como la que da el rock, el fútbol o la televisión, porque, por lo general, los lectores son gente sensible y si se acercan a mí en un restaurante o en la calle, lo hacen como pidiendo disculpas, diciéndome: "Sólo quería decirle que me gustó su libro", y entonces se van. Ellos no te tiran del pelo o te rompen la camisa, de manera que no es tan duro y, en realidad, es un gran privilegio ser leído.
"Me gustan la precisión, la elegancia, la brevedad, la concisión, no el gesto ampulosos y estridente".
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