Gonzalo Frías
El agudo espectador
El cinéfilo presentador de “7° vicio” no deja títere con cabeza cuando una película no le gusta, por eso desenvaina su espada contra algunas cintas “malditas” nacionales. Pero no todo es crítica; aplaude los films que merecen su aprobación y además relata el origen de este vicio cinematográfico.
Miércoles 12 de Agosto de 2009
Ángela Tapia F.
“Púdranse las buenas intenciones”, dijo Gonzalo Frías en uno de los capítulos de su programa de cine. Un conteo de las 10 peores películas chilenas, “las películas malditas”, como dijo, le hacen cuestionarse si la raza es la mala o no, mientras dispara contra el Estado que las financia y hacia las buenas intenciones que dicen tener los directores que las realizan.
En su programa del Vía X, “7° Vicio”, este cinéfilo da rienda suelta a su lengua, sin intimidarse por formatos televisivos o el temor a que los televidentes continúen con su zapping, aburridos de escucharlo.
Él habla y habla hasta sentir que transmitió toda su furia, en este caso, a películas como “Rojo”, “El nominado” y casi todas las de Boris Quercia. Pero también disfruta comentando su admiración y reflexiones acerca de las maravillas del séptimo arte, ya sean cintas comerciales, hasta el más rebuscado corto sueco.
“A veces hablo 20 minutos y me corto a 10 (en la edición). Hablo harto, pensando que la persona, tal vez, puede ir al baño y volver; lo hago por la comodidad del que está mirando”, dice de broma.
Gonzalo, hijo de Gustavo Frías -el guionista de “Julio comienza en Julio”, “Caluga o menta” y “Amnesia”, entre otras- hace diez años que mantiene el mismo formato en su programa del cable, “yéndose en la volada”, sin sucumbir a presiones del tipo rating o auspiciadores.
Dice que es gracias a la libertad que le permite el canal y que, de lo contrario, difícilmente habría aceptado hacer el programa desde un principio, ya que “odiaba cabalmente el mundo de la tele”.
“Partí el ‘99. Tenía como 22 ó 23 años. No sabía hablar mucho y estaba recién aprendiendo el alfabeto de la tele. No tenía idea ni de cómo vestirme. El primer programa lo tengo guardado en VHS y aparezco con suspensores, camisa y pantalones que me prestó mi papá o mi abuelo. Así que la primera semana, básicamente, fui un Larry King súper tosco, con cero movimiento”, pero, aún así, alguien sin pelos en la lengua.
-¿No te dicen nada por los comentarios más ácidos?
“No, es lo más raro del mundo. De hecho, soy yo el que me cuestiono más lo que sale al aire, de lo que aparentemente provoca. Pero uno sabe que siempre hay alguien escuchando o viendo y a veces he dicho cosas que me han dado vergüenza, como que las mamás de estos realizadores ojalá tuvieran planes médicos de aborto. Llegan comentarios, pero, generalmente, son buenos, como por fin alguien lo dice en la forma en que necesita ser dicho. Es muy distinto decir puta, la película mala, que tiene la esencia de cuando uno sale de ver una película muy mala, y no bueno, la película falla en su dramaturgia, la fotografía no está bien conseguida.... Eso no capta la ira bíblica contra la película mala”.
-¿Qué te pasa en el caso del cine chileno?
“Es que esta es una semana súper especial, porque vi ‘La nana’, la nueva de Sebastián Silva, y me encantó, a propósito de ‘La vida me mata’, que para mí es una obra extraordinaria. También vi ‘Huacho’, así que he visto buenas películas chilenas. Pero creo que algunos realizadores jóvenes chilenos pecan de ser auto referentes con la retórica del ombliguismo, se miran a ellos. Se trata de una película de, con letras gigantes, y el nombre de la película en chico. Es un protagonismo que una ves que uno ve la película, se da cuenta que afecta mucho o notoriamente lo que se percibe en el resultado. Así que yo soy anti Boris Quercia, anti ‘Chacotero Sentimental’, o todo ese cine mal entendido hecho como para la gallada”.
-¿Y está mal eso?
“Para nada. Adriano Celentano (director italiano) hacía películas fenomenales con la Ornella Muti, tanto o más dedicadas a la gente, pero en términos más artísticos. Me carga que en este país ocupen la palabra ‘artista’para decir: “Yo soy artista, tú como público común y corriente no me puedes cuestionar a mí, porque sólo yo sé las ideas, las semillas que tiene mi película dentro. Esta es una obra de arte que va a ser recordada de aquí a 20 años; lo que pasa es que ustedes son unos simios...’ (se ríe). Ese tipo de cosas me cargan”.
-¿Qué te molesta de Quercia?
“Creo que sus películas ven a los hombres como moledores de carne femenina. Son como chistes para el oficinista: ‘cáchate, se le echó a correr el lápiz Bic’. Pero eso es una rutina de Che Copete, y él hace mejor eso todas las noches. A mí me gusta él porque no tiene otra pretensión que no sea tener a la galucha atrás riéndose. Pero el cine de Boris Quercia no está en el área que debiera estar, es un conjunto de sketch, y con cueva”.
-Pero igual encuentran presupuesto y parece irles bien en la taquilla.
“A mí me parece una vergüenza que el Gobierno apoye películas como las que menciono u otras que se me están olvidando, y que son varias. Da para pensar si no es una confabulación gubernamental para que veamos mal cine, el cine de la industria chilena, que para mí no existe. Pero ahí hay 500 mil espectadores que me demuestran lo contrario”.
-¿El problema es la raza, como dices?
“No creo, no sé. Si hay películas como ‘La nana’, ‘La vida me mata’, documentales fenomenales, como el de Los Blue Splendor -el de la banda de Valparaíso-, es que se va ganando la batalla día a día. De cosas así sí vamos a estar hablando en 20 años más. Del resto, algunas no merecen ni siquiera una sala para ser exhibidas. Para eso tienen que ganarse el derecho. Dala por la tele si quieres, pero no me hagas ir a verla al cine y pagar la entrada”.
-¿Recuerdas alguna desilusión especial en el cine?
“La última vez que salí con rabia de un cine, fue después de ver ‘Sexo con amor’. Y más encima, uno se empieza a cuestionar la mentalidad de los actores y dices, ¿la Sigrid Alegría leyó bien el guión?, ¿supo que las mujeres quedan ahí como carne molida y objetos para los hombres? Uno se enoja con el sistema. Está la otra actriz que sale en los sketch del Kike Morandé y que aparece también en la película. Me acuerdo que leí una entrevista al otro día del estreno y ella decía: ‘aquí estudié cinco años y éste era el momento que estaba esperando’. Y cuando veo la película... ¡muestra las pechugas!”.
-¿Sigues yendo al cine?
“Sí. No tanto como antes eso sí. Me encantaba el cine que tenía olor a cine, con el señor que hacía un corchete en la entrada y que guiaba con una linterna... Todo era mágico desde el inicio; las cortinas se abrían y apagaban la luz (hace la escena de estar ahí y hasta se asusta con el imaginario corte de luz)... Antes que empezara la película ya estabas aprendiendo la experiencia de estar en el cine”.
-Debes tener mil películas en tu casa.
“Sí, pero me entraron a robar una vez y se llevaron seiscientos dvd, muchos originales. Me robaron sólo eso, fue algo dateado, hace como 4 ó 5 años. Me dolió en el alma, porque para mí era estudio. Uno revisita películas para volver a aprender, son talleres de cine. Fue terrible, pero obviamente nadie vio nada. Hubiera preferido que me secuestraran a lo Elisa, antes que me robaran las películas. Para alguien que le haya tenido cariño a una sabe lo que es perder 600. Al final, me quedé con el único consuelo de que nadie le iba a sacar el provecho que podía sacarles yo. Me da terror ir a dar una vuelta por el Bio-Bío o el Persa y ver una película sin saber si es la mía... Pero si hay una cosa que te enseña esta idea de que todo se puede acabar de un día para otro, es que al día después tienes que saber partir de cero... Y bienvenida la piratería”.
-¿Todo este gusto por el cine comenzó por tu papá?
“Sí, un poco por él. A mí me tocaba mucho subir al altillo que tenía como taller. Y como vivimos en la playa, en Las Cruces, solían frecuentarlo mucho los amigos los fines de semana, los que trabajaban en Santiago, pero que tenían estas ideas y querían ir a trabajar con este loco que se había ido a vivir a la costa. Entonces, de repente entraba Silvio Caiozzi y dejaba unos fotoramas de prueba de lo que él quería que fuera ‘Julio comienza en Julio’. Yo entraba a esta guarida que tenían los grandes y me encontraba con una pieza de niño, con los fotoramas colgados en los ventanales. Al atardecer, pegaba el sol y se proyectaban del otro lado. Fue como un ‘Cinema Paradiso’ sin tener cine. Lo otro que también se debe a mi papá, aunque ya no por su presencia, si no que por su ausencia, es que cuando mis papás se divorciaron, a mi hermano chico y a mí nos tocó venir a Santiago con mi mamá. Ella era profesora de filosofía en La Maisonnette. De hecho, primero y segundo básico lo hice en un colegio de niñas”.
-¿Cómo?
“Sí, era el único hombre en toda básica con mi hermano. Como mi mamá era profesora, le permitieron un cupo y ahí estuve yo, rodeado de niñas por un año. Tenía que ir al baño de profesores, no al de mis compañeras. Fue raro; estaba súper sólo.
“Como los fines de semana el panorama ya no era salir con los papás, yo me resumí a ver videos y películas en la tele. Descubrí un súper lindo refugio ahí. Creo que mi noción de familia viene de la tele, de películas, no de la realidad. Ahí partió un poco mi enamoramiento con las películas, de la necesidad de creer en algo que me lo daba el cine. Es como si fueras huérfano y las películas te apadrinaran. Claro, siempre que veas las adecuadas, porque si ves ‘La naranja mecánica’ vas a terminar como el Cizarro, probablemente”.
-¿Y ves tele?
“No mucho. Me gusta ‘Dr. House’. Es curioso estar viendo las noticias, donde dicen que siete mujeres mueren desangradas en el hospital porque les dieron anticoagulantes, y una hora y media después te muestran la perfección, esa utopía que tiene uno de que los doctores realmente sanan a la gente y están dispuestos a ir a extremos inimaginables para hacerlo. Son mundos absolutamente distintos; los matasanos y Dr. House. Es tal el nivel de excelencia que hace que uno piense que la tele está en estado de gracia. Es perfecto, como ‘Los Soprano’. Por otro lado hay programas como los de Lucho Jara, que si los comparas con el que hacía hace dos años, ves que no ha evolucionado en nada o todo está yendo a un punto muerto y en caída libre. Ver esas cosas alimenta mis ganas de sacar al otro día un programa de cine”.
-¿De hacer algo totalmente diferente?
“Claro, siempre uno tiene la ilusión que Lucho Jara no tiene por qué ver el ‘7° vicio’. Si él llega a decir que lo ve, yo me muero, me retiro. No podemos convivir. Pero viene la otra vuelta de mano de decir: yo hago este programa porque precisamente este tipo de personas no lo van a ver jamás. Él me inspira a mí en el sentido en que yo no lo inspiro a él, porque él no me conoce”.
-Pero te han ofrecido trabajar en tele abierta.
“Sí, trabajé en el ‘Buenos días a todos’ durante 3 ó 4 meses. Fue súper raro para mí. No lamento haberle puesto el pecho a la pistola; una situación así puede ser como un suicidio con la gente que a uno lo sigue, que pueden pensar que uno es un vendido o algo así. Y llegaron comentarios; al principio decían: ‘¡qué hace este huevón!’, ‘diez años lanzados por la borda’, ‘¡nunca más te veo!. Yo sabía que iba a pasar eso, independiente de si hiciera un buen comentario o no. Pero después ya decían: ‘pero si se fijan, está diciendo lo mismo que dice en el programa y en un lugar donde nadie podría aceptarlo. Es como eso de que la manzana se pudre por dentro. Es como cuando matan la Estrella de la Muerte en ‘La Guerra de las Galaxias’. Eso hice y, bueno, por algo duró sólo 3 meses”.
-¿Cuál es tu vicio privado?
“No sé si es publicable”.
-¿Es legal?
“Sí, es legal, pero siempre que lo cuento no me lo creen. Es que existe una miniserie, en cuatro capítulos, que no he podido dejar de ver desde que salió hace un año y medio, y se ha convertido en un tesoro. Cada vez que llego a la casa, pongo play y no lo puedo creer que exista un documental así. Pero espera, antes que te rías... Es la historia de la caca y su valor sociológico, histórico, biológico, analizada en todos los animales y, por su puesto, en el ser humano, como componente de inspiración artística, etcétera.
“Tu reacción fue igual a la mía... No puedo creer que exista esta cuestión. Le pongo play sólo por curiosidad y me encuentro con una cosa que hace ver a la caca como si fuera la Mona Lisa; la analizan capa por capa y tienen a siete periodistas para revisar la historia de la caca en dos siglos. Quedé impactado (se ríe)”.
-¿Cómo se llama?
“Se llama ‘La historia de la caca’. Si es súper directo con su contenido. Es una miniserie hecha en España. Eso es forzadamente privado, porque no es algo que pueda compartir con mi polola, por ejemplo. Otra cosa que me gusta mucho, y esto es más normal, es que todavía queda en Las Cruces la típica fuente de soda que encuentras en el centro, llena de viejitos y con esos cucuruchos de servilleta y el mantel de plástico que todavía tiene el hedor de la comida que comió alguien antes que te sentaras. Allá llegan los viejos de puerto con su pata de palo a ver los partidos del Colo, de la U y a jugar dominó. No hay nada mejor que sentarte en ese universo y ver los personajes que van entrando. ‘Piratas del Caribe’ queda como una película charcha al lado de estas figuras. Son estos viejos con suéter que ya no existen y con parche en el ojo y todo. Me gusta escuchar sus conversaciones, cuando están curaditos ya a las 4 de la mañana, se ponen a cantar… Realmente notable. El lugar se llama ‘La Chichi’”.
Saturday, August 15, 2009
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