Carta de amor
Francisco Mouat
¿Pueden todavía escribirse cartas de amor? ¿Son realmente de amor las cartas de amor? Fernando Pessoa escribió un poema que dice que todas las cartas de amor son ridículas: "Yo también, en su momento, escribí cartas de amor./ Como las otras,/ ridículas./ Las cartas de amor, si hay amor,/ tienen que ser/ ridículas./ Pero, al final,/ sólo las criaturas que nunca escribieron/ cartas de amor/ son ridículas".
Esta carta, ridícula, de amor, quiere llegar a tiempo a destino. No sobran las mañanas y las noches, se está haciendo cada vez más tarde.
Se está haciendo cada vez más tarde. Así se llama el libro de Antonio Tabucchi que llevo conmigo en los últimos días. Es un libro de dieciocho cartas escritas por hombres a mujeres. La última de estas cartas le da título al libro y se introduce con un verso de una canción de Jacques Brel: "Con el hilo de los días como único viaje".
Sin más calendario que el que habitamos desde el día en que nacimos, te escribo estas líneas para decir que no sé vivir lejos de ti, ajeno a tus venturas y desventuras, con el hilo de los días como único viaje. Quiero proponerte que nos armemos de energía y valor para andar el camino sin que nos importe saber cuáles son ni dónde están los puertos en los que atracaremos la pequeña embarcación que nos lleve. Llevaremos poca ropa, algunos libros, un piano si es preciso, música de Bach y Chopin, libretas y lápices; comeremos en la ruta. No nos queda demasiado tiempo, mujer. Viejos conocidos sufren ataques al corazón y se desploman: dejan de respirar. Nosotros, en cambio, continuamos vivos, sin fecha conocida de término.
No necesitamos dar la vuelta al mundo para ponernos en movimiento. Muchos días, tal vez la mayoría, nos quedaremos estacionados en casa, quietos. Esos días serán los mejores para narrarnos la vida, para escribir un Diario, para guardar silencio.
Quiero contarte, palabra a palabra, con detalles, lo que vaya viendo durante el viaje, asomado a la ventana o en territorios adonde sólo saben llegar los recuerdos puros. Por ejemplo: contarte que esta mañana vi a un padre llevar de la mano a su hija con síndrome de Down camino a quién sabe dónde, por la vereda oriente de la calle Holanda, a la altura de El Aguilucho, creo. ¿Iban a una escuela, a comprar pan o a tomar micro para alguna diligencia de rutina? Lo que vi esta mañana no fue sólo a ellos dos: creí ver entre ambos un pedazo de alma, algo que sólo ese padre y esa niñita pueden saber qué es, amor tal vez. Contarte esta escena me hizo recordar otra, de unas semanas atrás, cuando vi a un padre llevar a su hijo en la parte delantera de su bicicleta y detenerse frente a un semáforo en rojo. Era una bicicleta antigua, gastada, con historia y recorrido. Ninguno de ellos iba disfrazado, con cascos y vestimenta deportiva. La escena se parecía más a la atmósfera de Ladrón de bicicletas, de Vittorio de Sica. Era una escena en blanco y negro, que me conmovió, porque ese viaje en bicicleta por el barrio dejaba traslucir, con toda su dignidad a cuestas, que ese vehículo habitualmente usado para ir a buscar trabajo también servía para dar un paseo por la ciudad.
Quiero escribirte, mujer, la vida que ocurre a nuestro paso; amarte hasta los huesos, llorar de amor, escribirte cartas de amor, ridículas, como decía Pessoa. Quiero enamorarme si es preciso cada día de tu sonrisa, que tanta falta me hace siempre. Quiero también leerte textos desesperanzados y lúcidos, que con su radical belleza acaban siendo un estímulo para querer aún más la vida.
El otro día fuimos a almorzar a la casa de tu hermana en Macul, una casa sencilla donde nada es lujo. Y en un momento saliste sola al patio. Te vi por la ventana, tú no me viste a mí. Querías comerte tranquila un hueso de chuleta de chancho, querías chupar el hueso y luego chuparte los dedos. Me pareció adivinar que en ese momento eras feliz, completa y totalmente feliz. Eso quise creer. Vi un destello entre tus movimientos que me hizo detenerme y ponerle nombre a ese momento: por eso, minutos después, cuando entraste y fuiste adonde estaba yo y te sentaste sobre mis piernas, me acerqué y te dije al oído que tú, Solcita, eres la mujer de mi vida.
mouatfrancisco@gmail.com
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Inhalar, exhalar, sonreír
Patricia May
Inhalar y exhalar, qué cosa más obvia, más de todos los días, más automática, sin embargo, quizás sea desde la atención y aprecio a esas cosas más obvias y sencillas que podríamos gestar una vida más humana. Quizás al no dar importancia a lo común y cotidiano fuimos perdiendo contacto con una sabiduría natural del vivir y a crear una realidad en que tan a menudo cunde el desamor, la violencia, la miseria.
Inhalar y agradecer la abundancia de la vida que nos permite acoger esa fuente de energía vital, inhalar y sentir el aire rozando las ventanas de la nariz y expandiendo la caja torácica y toda la cascada de eventos que se suscitan en nuestro cuerpo activado por el oxígeno.
Inhalar y con ello acoger al mundo en nosotros, a las personas con que nos relacionamos, a las circunstancias del momento. Inhalar y bendecir a la vegetación del planeta que produjo nuestro aire vital.
Retener un momento y entrar en el instante, y visualizar el aire corriendo por nuestras arterias, llenándonos de nueva vida.
Exhalar y dar; dar el aire transformado para los árboles y plantas de la tierra. Exhalar y con ello proyectar lo mejor de nosotros al medio ambiente haciendo de la respiración un acto de entrega, la actitud fundacional de servicio y aporte al entorno.
Luego quedarnos un instante en el vacío, en ese misterioso instante de nada que precede a todo proceso creativo.
Inhala, exhala, sonríe, dice Tich Nath Hanh, maestro vietnamita, sólo por poder permanecer plenamente, sin interferencias ni ansiedades en el acto de respirar, en este presente sin tiempo ya podríamos estar agradecidos de la vida...
La práctica del respirar consciente, pleno y agradecido, como un acto de vitalización, transformación y servicio nos devuelve al sentido fundamental del vivir, nos recuerda el pulso de la naturaleza, nos trae la cordura de una vida donde los ritmos introspectivos, de permanecer hacia dentro en contacto con nosotros mismos son tan importantes como los extravertidos, del quehacer, la acción y el logro. Nos recuerda que deberíamos estar agradecidos por el simple acto de poder respirar, como la plataforma donde nos paramos en la vida.
Respirar consciente y pleno sana al cuerpo permitiendo un mayor caudal de oxígeno y vitalidad a los órganos y sistemas, sana las emociones al aquietarlas, sana las relaciones al permitirnos escuchar y acoger más y mejor, sana los pensamientos volviéndolos más amplios, incluyentes y claros.
Quizás si el tránsito hacia un mundo más humano, ecológico y feliz pase por revalorar cosas tan simples como respirar, caminar y el mensaje oculto de sanidad y sabiduría que ellos ocultan.
Respirar completo y profundo nos conecta con el pulso de la naturaleza, con el flujo del mar, con el día y la noche, con las estaciones del año, con tomar, distribuir y dar, con no recargarnos de más.
Quizás si la nueva educación debería comenzar por la base: aprender el valor de la respiración consciente.
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