Saturday, August 15, 2009

Historias mínimas

Francisco Mouat
Acabo de ver tres veces en cuatro días la película Historias mínimas, de Carlos Sorín. Alguna vez la dieron acá en Chile, pero no duró mucho en cartelera. De repente aparece en el cable, en ciclos de cine argentino, y seguro que está disponible en los videoclub. Yo la compré dos o tres años atrás en Buenos Aires, y ya la había visto una vez.
Se trata de tres historias independientes que se van enlazando en un par de pueblos perdidos de la Patagonia argentina. Cada protagonista debe viajar trescientos kilómetros, de Fitz Roy a San Julián, para cumplir un propósito que a primera vista suena mínimo, pero en el que a ellos se les va la vida. El viejo Justo Benedetti perdió a su perro hace tres años y decide ir a buscarlo después que un vecino le dijera que lo había visto en San Julián; quiltro, café, con su cola larga, "igualito al Malacara". Una muchacha joven y pobre, María Flores, que vive junto a su marido sin trabajo y su bebé en una estación de trenes abandonada, manda cartas a un canal de televisión y gana el derecho a presentarse y participar en un dudoso concurso donde los mejores premios son algo parecido a una juguera ("la multiprocesadora") y un viaje en bus a Camboriú. Y un vendedor viajero, Roberto, quiere seducir a una viuda joven y bonita cuyo marido fue atropellado, llevándole una torta sorpresa el día del cumpleaños de su hijo, René, de quien no sabe nada, ni cuántos años cumple ni si es hombre o mujer.
La ilusión de los tres protagonistas se va desenrollando a lo largo de la película, y como bien apunta Juan Forn en su libro de ensayos breves La tierra elegida, lo que los mueve a ellos no tiene nada que ver con el dinero, aun cuando a casi todos los que aparecen en Historias mínimas la plata es algo que les falta, y mucho.
Por alguna razón sospecho que al periodista Guillermo Hidalgo, el Cabezón Hidalgo, le encantó Historias mínimas si la vio. Al Cabezón le hacían gracia estas historias, y él mismo a veces las buscó en su trabajo como editor en Fibra, o cuando fue editor y consultor sentimental al chancho en The Clinic, o ahora último en que era también profesor de periodismo. El Cabezón Hidalgo se murió de un infarto múltiple al corazón uno de los días en que yo veía Historias mínimas. Nunca fuimos amigos con el Cabezón, pero me caía muy bien. Era demasiado gracioso y chucheta, íntimo de algunos amigos míos que ahora lo lloran. Leí que estuvo tres días muerto en su departamento donde vivía solo, acostado boca abajo en su cama, antes de que lo encontraran su mamá, su hermana y un cuñado. Leí también que en la almohada de su cama había un programa hípico, tal vez marcado con un lápiz.
Una amiga suya de The Clinic, Lorena Penjean, escribió en internet, a propósito del Cabezón, un relato magnífico: cuenta entre otras cosas que en la época en que Hidalgo viajaba por el mundo entrevistando a ricos y famosos, tuvo que ir a entrevistar a Camilo Sesto en España, y ella le encargó que le trajera un disco autografiado. Pero el Cabezón fue más lejos, y empezó a llamarla desde que llegó a la casa de Camilo Sesto. Primero le contó que estaba en la puerta. Cinco minutos después la llamó de nuevo y le dijo: "Que estoy en su living. Es de lo más simpático, parece una vieja. Lo estoy entrevistando". Y luego hubo una tercera llamada: "Negra, alguien quiere saludarte". Y le puso a Camilo Sesto al teléfono. Lorena lo cuenta con gracia:
Yo: "Puta, Guille, ¡no me agarrís pal hueveo!".
Camilo Sesto al Guille: "Dice que no la agarre para...".
Guille: "...el hueveo... Mejor cántale, Camilo".
Camilo Sesto: "A ver si me recuerdas ahora: (cantando) El amor de mi vida has sido tú...".
Yo: "¡No! ¡¡¡Camilo!!!".
Guille: "No, no, no, no, ¡cántale Piel de ángel!".
Camilo Sesto: "A ver Lorena, que ésta sí: (cantando) A escondidas, tengo que amarte...".
El Cabezón hacía reír mucho, y se maltrataba bastante también, hasta donde uno podía ver. Algún día escribiré una crónica o un cuento en donde él sea protagonista, para dedicárselo. Una historia mínima, como las de Sorín, con drama y comedia al mismo tiempo, como le gustaba vivir a Hidalgo, que en paz descanse.
mouatfrancisco@gmail.com

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