Harry Potter y el misterio del príncipe
Ascanio Cavallo
No es necesario ser un entusiasta de la serie de Harry Potter, más impersonal y adocenada que lo que merece ser el cine, ni tampoco un detractor enojado ante unas películas que, después de todo, han sacado a millares de jóvenes de sus pequeñas pantallas personales. Aún más, resulta seductora la idea de que las cabezas de los adolescentes de hoy estén realmente amobladas con torres góticas, noches tormentosas, atardeceres luminosos, trenes trepidantes, océanos furiosos y, sobre todo, con la magia, ese instrumento con que la imaginación intenta resistir a lo que Heidegger llamaría "la mundanidad del mundo". Harry Potter contra la obstinación de las cosas reales.
Dicho esto, y ante la obligación de distinguir una entrega de otra, no se puede sino reconocer que entre las cinco primeras hay dos que sobresalen: Harry Potter y el prisionero de Azkabán (Alfonso Cuarón, 2004) y Harry Potter y el cáliz de fuego (Mike Newell, 2005). En ambas el protagonista (Daniel Radcliffe) empieza a enfrentarse a fuerzas que desbordan su comprensión y sus púberes poderes. Los memorables Dementors, en el primer caso, y Voldemort, en el segundo, son la materialización del vértigo adolescente justo antes de hacerse cargo de sí mismo.
La sexta parte es muy inferior a aquellas precisamente porque se mueve con poco avance y mucho retroceso.
De un lado, Harry y sus amigos Hermione Granger (Emma Watson) y Ron Weasley (Rupert Grint) empiezan a acceder, tardía y caprichosamente, como si en vez de 17 tuviesen 12, a las veleidades de la emoción erótica, y del otro, se hace inminente su salida final de los palacios de
Hogwarts y de la tutela de Ambus Dumbledore (Michael Gambon). Un nuevo personaje, Horace Slughorn (el notable Jim Broadbent), anticipa la clave de lo que será la misión vital de los jóvenes fuera de la escuela.
Esta larga parábola de la adolescencia (con sus largos capítulos de dos horas y media como promedio) viene siendo promotora y víctima de su propia ambición. Mientras los niños crecen año por año, la producción parece empeñada en contener ese proceso, hasta el punto de que se ha anunciado que el último episodio será dividido en dos, para llegar al fin el 2011, con el mismo director David Yates, el más desangelado de la serie, que ya se hizo cargo de la anterior, Harry Porter y la orden del Fénix. Su sola mantención ya es un indicio de la dinámica conservadora con que va culminando la serie. Rara vez se había llevado tan lejos el peterpanismo en el cine.
Pero de nuevo: como quiera que se juzguen las obvias intenciones mercantiles del paquete, cabe admitir que el mundo cavernoso de Harry Potter, con sus gárgolas y tempestades y pesadillas y sujetos desajustados, es más interesante que casi todo lo que hoy produce el cine industrial para el mismo público.
Harry Potter and the half-blood prince.
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