Saturday, August 29, 2009
Monday, August 24, 2009
Jorge Luis Borges
1
Al otro
El amor y la amistad
Biografia
Sueño con Borges. A pesar de su ceguera ve mejor que yo. Se mueve mejor que yo por su casa en Buenos Aires llena de libros. Camina de forma normal. Apresurado y sin bastón, pero es ciego.
Del segundo tomo de la edición de Alianza, una muestra de "Fragmentos de un evangelio apócrifo":
18. Los actos de los hombres no merecen ni el fuego ni el cielo.
19. No odies a tu enemigo, porque si lo haces, eres de algún modo su esclavo. Tu odio nunca será mejor que tu paz.
(...)
25. No jures, porque todo juramento es un énfasis.
26. Resiste al mal, pero sin asombro y sin ira. A quien te hiriere en la mejilla derecha, puedes volverle la otra, siempre que no te mueva el temor.
27. Yo no hablo de venganzas ni de perdones; el olvido es la única venganza y el único perdón. Hacer el bien a tu enemigo puede ser obra de justicia y no es arduo; amarlo, tarea de ángeles y no de hombres.
(...)
34. Busca por el agrado de buscar, no por el de encontrar...
35. La puerta es la que elige, no el hombre.
(...)
50. Felices los amados y los amantes y los que pueden prescindir del amor.
51. Felices los felices
"Peligroso como los hombres de un solo libro"
Jorge Luis Borges
Arte poética
Mirar el río hecho de tiempo y agua
y recordar que el tiempo es otro río,
saber que nos perdemos como el río
y que los rostros pasan como el agua.
Sentir que la vigilia es otro sueño
que sueña no soñar y que la muerte
que teme nuestra carne es esa muerte
de cada noche, que se llama sueño.
Ver en el día o en el año un símbolo
de los días del hombre y de sus años,
convertir el ultraje de los años
en una música, un rumor y un símbolo,
ver en la muerte el sueño, en el ocaso
un triste oro, tal es la poesía
que es inmortal y pobre. La poesía
vuelve como la aurora y el ocaso.
A veces en las tardes una cara
nos mira desde el fondo de un espejo;
el arte debe ser como ese espejo
que nos revela nuestra propia cara.
Cuentan que Ulises, harto de prodigios,
lloró de amor al divisar su Itaca
verde y humilde. El arte es esa Itaca
de verde eternidad, no de prodigios.
También es como el río interminable
que pasa y queda y es cristal de un mismo
Heráclito inconstante, que es el mismo
y es otro, como el río interminable.
La escritora chilena Alejandra Costamagna habla del escritor argentino en Emol
En su arte poética, Borges nos dice que al arte debe ser como ese espejo que nos revela nuestra propia cara. Lo más interesante de Borges para mí es lo que yo llamo el delirio circular. La idea vertiginosa de que un momento puntual, puede ser la estela de un momento previo, o de un momento del porvenir. La idea de lo prefijado en sus relatos. Eso lleva a pensar en un cuento como “El Aleph”, que para mí es un cuento que atraviesa toda su literatura y donde convergen todos sus cuentos.
“El Aleph” como un estornudo que se multiplica. Ahí aparece la prefiguración de todos sus mundos posibles y eso lleva a pensar la idea de lo infinito como una clave fundamental en su escritura.Borges decía y atribuía su idea a Carlyle, que la historia universal es un infinito libro sagrado que todos los hombres escriben y leen y tratan de entender y en el que también los escriben. Eso recuerda por ejemplo, el cuento “Las ruinas circulares”, donde un hombre sueña que sueña un hombre y el mismo a su vez, está siendo soñado. Es el vértigo en Borges.
Otro punto primordial para mí, es el vinculo que establece Borges entre los mundos del sueño y la vigilia. La idea que no hay fronteras. En una entrevista, Borges cuenta que en una tribu de pieles rojas de EE.UU, existía la tradición de contarse los sueños todas las mañanas. Los padres enseñaban a sus hijos cómo comportarse en los sueños. Para él, esto tiene dos interpretaciones, una es que si uno se porta bien en el sueño se porta bien en la vigilia o mucho mejor para él, suponer que los sueños no son menos reales que la vigilia. O que la vigilia es una forma del sueño. Es la idea borgiana y sumamente idealista de que el mundo es ilusorio. El último punto tiene que ver con la propia biografía de Borges. Él mismo admitía que tuvo una vida más consagrada a leer que a escribir. Y eso se expresa para mí en la erudición de su escritura y nuevamente tiene que ver con ese idealismo que lo guía y según el cual no hay otra realidad que los procesos mentales. Sin embargo, la escritura de Borges está cargada de vitalidad. Es una paradoja semejante a la de su ceguera. Un ciego que lo ve todo, que es el mejor lector. Un ciego que ve lo que otros no pueden ver por ceguera mental.
Especial imperdible de Diario El Clarín en Argentina
Wikipedia
Literatura.org
El poder de la palabra
Sus Obras en Sólo literatura
Al otro
El amor y la amistad
Biografia
Sueño con Borges. A pesar de su ceguera ve mejor que yo. Se mueve mejor que yo por su casa en Buenos Aires llena de libros. Camina de forma normal. Apresurado y sin bastón, pero es ciego.
Del segundo tomo de la edición de Alianza, una muestra de "Fragmentos de un evangelio apócrifo":
18. Los actos de los hombres no merecen ni el fuego ni el cielo.
19. No odies a tu enemigo, porque si lo haces, eres de algún modo su esclavo. Tu odio nunca será mejor que tu paz.
(...)
25. No jures, porque todo juramento es un énfasis.
26. Resiste al mal, pero sin asombro y sin ira. A quien te hiriere en la mejilla derecha, puedes volverle la otra, siempre que no te mueva el temor.
27. Yo no hablo de venganzas ni de perdones; el olvido es la única venganza y el único perdón. Hacer el bien a tu enemigo puede ser obra de justicia y no es arduo; amarlo, tarea de ángeles y no de hombres.
(...)
34. Busca por el agrado de buscar, no por el de encontrar...
35. La puerta es la que elige, no el hombre.
(...)
50. Felices los amados y los amantes y los que pueden prescindir del amor.
51. Felices los felices
"Peligroso como los hombres de un solo libro"
Jorge Luis Borges
Arte poética
Mirar el río hecho de tiempo y agua
y recordar que el tiempo es otro río,
saber que nos perdemos como el río
y que los rostros pasan como el agua.
Sentir que la vigilia es otro sueño
que sueña no soñar y que la muerte
que teme nuestra carne es esa muerte
de cada noche, que se llama sueño.
Ver en el día o en el año un símbolo
de los días del hombre y de sus años,
convertir el ultraje de los años
en una música, un rumor y un símbolo,
ver en la muerte el sueño, en el ocaso
un triste oro, tal es la poesía
que es inmortal y pobre. La poesía
vuelve como la aurora y el ocaso.
A veces en las tardes una cara
nos mira desde el fondo de un espejo;
el arte debe ser como ese espejo
que nos revela nuestra propia cara.
Cuentan que Ulises, harto de prodigios,
lloró de amor al divisar su Itaca
verde y humilde. El arte es esa Itaca
de verde eternidad, no de prodigios.
También es como el río interminable
que pasa y queda y es cristal de un mismo
Heráclito inconstante, que es el mismo
y es otro, como el río interminable.
La escritora chilena Alejandra Costamagna habla del escritor argentino en Emol
En su arte poética, Borges nos dice que al arte debe ser como ese espejo que nos revela nuestra propia cara. Lo más interesante de Borges para mí es lo que yo llamo el delirio circular. La idea vertiginosa de que un momento puntual, puede ser la estela de un momento previo, o de un momento del porvenir. La idea de lo prefijado en sus relatos. Eso lleva a pensar en un cuento como “El Aleph”, que para mí es un cuento que atraviesa toda su literatura y donde convergen todos sus cuentos.
“El Aleph” como un estornudo que se multiplica. Ahí aparece la prefiguración de todos sus mundos posibles y eso lleva a pensar la idea de lo infinito como una clave fundamental en su escritura.Borges decía y atribuía su idea a Carlyle, que la historia universal es un infinito libro sagrado que todos los hombres escriben y leen y tratan de entender y en el que también los escriben. Eso recuerda por ejemplo, el cuento “Las ruinas circulares”, donde un hombre sueña que sueña un hombre y el mismo a su vez, está siendo soñado. Es el vértigo en Borges.
Otro punto primordial para mí, es el vinculo que establece Borges entre los mundos del sueño y la vigilia. La idea que no hay fronteras. En una entrevista, Borges cuenta que en una tribu de pieles rojas de EE.UU, existía la tradición de contarse los sueños todas las mañanas. Los padres enseñaban a sus hijos cómo comportarse en los sueños. Para él, esto tiene dos interpretaciones, una es que si uno se porta bien en el sueño se porta bien en la vigilia o mucho mejor para él, suponer que los sueños no son menos reales que la vigilia. O que la vigilia es una forma del sueño. Es la idea borgiana y sumamente idealista de que el mundo es ilusorio. El último punto tiene que ver con la propia biografía de Borges. Él mismo admitía que tuvo una vida más consagrada a leer que a escribir. Y eso se expresa para mí en la erudición de su escritura y nuevamente tiene que ver con ese idealismo que lo guía y según el cual no hay otra realidad que los procesos mentales. Sin embargo, la escritura de Borges está cargada de vitalidad. Es una paradoja semejante a la de su ceguera. Un ciego que lo ve todo, que es el mejor lector. Un ciego que ve lo que otros no pueden ver por ceguera mental.
Especial imperdible de Diario El Clarín en Argentina
Wikipedia
Literatura.org
El poder de la palabra
Sus Obras en Sólo literatura
Carta de amor
Francisco Mouat
¿Pueden todavía escribirse cartas de amor? ¿Son realmente de amor las cartas de amor? Fernando Pessoa escribió un poema que dice que todas las cartas de amor son ridículas: "Yo también, en su momento, escribí cartas de amor./ Como las otras,/ ridículas./ Las cartas de amor, si hay amor,/ tienen que ser/ ridículas./ Pero, al final,/ sólo las criaturas que nunca escribieron/ cartas de amor/ son ridículas".
Esta carta, ridícula, de amor, quiere llegar a tiempo a destino. No sobran las mañanas y las noches, se está haciendo cada vez más tarde.
Se está haciendo cada vez más tarde. Así se llama el libro de Antonio Tabucchi que llevo conmigo en los últimos días. Es un libro de dieciocho cartas escritas por hombres a mujeres. La última de estas cartas le da título al libro y se introduce con un verso de una canción de Jacques Brel: "Con el hilo de los días como único viaje".
Sin más calendario que el que habitamos desde el día en que nacimos, te escribo estas líneas para decir que no sé vivir lejos de ti, ajeno a tus venturas y desventuras, con el hilo de los días como único viaje. Quiero proponerte que nos armemos de energía y valor para andar el camino sin que nos importe saber cuáles son ni dónde están los puertos en los que atracaremos la pequeña embarcación que nos lleve. Llevaremos poca ropa, algunos libros, un piano si es preciso, música de Bach y Chopin, libretas y lápices; comeremos en la ruta. No nos queda demasiado tiempo, mujer. Viejos conocidos sufren ataques al corazón y se desploman: dejan de respirar. Nosotros, en cambio, continuamos vivos, sin fecha conocida de término.
No necesitamos dar la vuelta al mundo para ponernos en movimiento. Muchos días, tal vez la mayoría, nos quedaremos estacionados en casa, quietos. Esos días serán los mejores para narrarnos la vida, para escribir un Diario, para guardar silencio.
Quiero contarte, palabra a palabra, con detalles, lo que vaya viendo durante el viaje, asomado a la ventana o en territorios adonde sólo saben llegar los recuerdos puros. Por ejemplo: contarte que esta mañana vi a un padre llevar de la mano a su hija con síndrome de Down camino a quién sabe dónde, por la vereda oriente de la calle Holanda, a la altura de El Aguilucho, creo. ¿Iban a una escuela, a comprar pan o a tomar micro para alguna diligencia de rutina? Lo que vi esta mañana no fue sólo a ellos dos: creí ver entre ambos un pedazo de alma, algo que sólo ese padre y esa niñita pueden saber qué es, amor tal vez. Contarte esta escena me hizo recordar otra, de unas semanas atrás, cuando vi a un padre llevar a su hijo en la parte delantera de su bicicleta y detenerse frente a un semáforo en rojo. Era una bicicleta antigua, gastada, con historia y recorrido. Ninguno de ellos iba disfrazado, con cascos y vestimenta deportiva. La escena se parecía más a la atmósfera de Ladrón de bicicletas, de Vittorio de Sica. Era una escena en blanco y negro, que me conmovió, porque ese viaje en bicicleta por el barrio dejaba traslucir, con toda su dignidad a cuestas, que ese vehículo habitualmente usado para ir a buscar trabajo también servía para dar un paseo por la ciudad.
Quiero escribirte, mujer, la vida que ocurre a nuestro paso; amarte hasta los huesos, llorar de amor, escribirte cartas de amor, ridículas, como decía Pessoa. Quiero enamorarme si es preciso cada día de tu sonrisa, que tanta falta me hace siempre. Quiero también leerte textos desesperanzados y lúcidos, que con su radical belleza acaban siendo un estímulo para querer aún más la vida.
El otro día fuimos a almorzar a la casa de tu hermana en Macul, una casa sencilla donde nada es lujo. Y en un momento saliste sola al patio. Te vi por la ventana, tú no me viste a mí. Querías comerte tranquila un hueso de chuleta de chancho, querías chupar el hueso y luego chuparte los dedos. Me pareció adivinar que en ese momento eras feliz, completa y totalmente feliz. Eso quise creer. Vi un destello entre tus movimientos que me hizo detenerme y ponerle nombre a ese momento: por eso, minutos después, cuando entraste y fuiste adonde estaba yo y te sentaste sobre mis piernas, me acerqué y te dije al oído que tú, Solcita, eres la mujer de mi vida.
mouatfrancisco@gmail.com
Comente en http://blogs.elmercurio.com/revistasabado/
Inhalar, exhalar, sonreír
Patricia May
Inhalar y exhalar, qué cosa más obvia, más de todos los días, más automática, sin embargo, quizás sea desde la atención y aprecio a esas cosas más obvias y sencillas que podríamos gestar una vida más humana. Quizás al no dar importancia a lo común y cotidiano fuimos perdiendo contacto con una sabiduría natural del vivir y a crear una realidad en que tan a menudo cunde el desamor, la violencia, la miseria.
Inhalar y agradecer la abundancia de la vida que nos permite acoger esa fuente de energía vital, inhalar y sentir el aire rozando las ventanas de la nariz y expandiendo la caja torácica y toda la cascada de eventos que se suscitan en nuestro cuerpo activado por el oxígeno.
Inhalar y con ello acoger al mundo en nosotros, a las personas con que nos relacionamos, a las circunstancias del momento. Inhalar y bendecir a la vegetación del planeta que produjo nuestro aire vital.
Retener un momento y entrar en el instante, y visualizar el aire corriendo por nuestras arterias, llenándonos de nueva vida.
Exhalar y dar; dar el aire transformado para los árboles y plantas de la tierra. Exhalar y con ello proyectar lo mejor de nosotros al medio ambiente haciendo de la respiración un acto de entrega, la actitud fundacional de servicio y aporte al entorno.
Luego quedarnos un instante en el vacío, en ese misterioso instante de nada que precede a todo proceso creativo.
Inhala, exhala, sonríe, dice Tich Nath Hanh, maestro vietnamita, sólo por poder permanecer plenamente, sin interferencias ni ansiedades en el acto de respirar, en este presente sin tiempo ya podríamos estar agradecidos de la vida...
La práctica del respirar consciente, pleno y agradecido, como un acto de vitalización, transformación y servicio nos devuelve al sentido fundamental del vivir, nos recuerda el pulso de la naturaleza, nos trae la cordura de una vida donde los ritmos introspectivos, de permanecer hacia dentro en contacto con nosotros mismos son tan importantes como los extravertidos, del quehacer, la acción y el logro. Nos recuerda que deberíamos estar agradecidos por el simple acto de poder respirar, como la plataforma donde nos paramos en la vida.
Respirar consciente y pleno sana al cuerpo permitiendo un mayor caudal de oxígeno y vitalidad a los órganos y sistemas, sana las emociones al aquietarlas, sana las relaciones al permitirnos escuchar y acoger más y mejor, sana los pensamientos volviéndolos más amplios, incluyentes y claros.
Quizás si el tránsito hacia un mundo más humano, ecológico y feliz pase por revalorar cosas tan simples como respirar, caminar y el mensaje oculto de sanidad y sabiduría que ellos ocultan.
Respirar completo y profundo nos conecta con el pulso de la naturaleza, con el flujo del mar, con el día y la noche, con las estaciones del año, con tomar, distribuir y dar, con no recargarnos de más.
Quizás si la nueva educación debería comenzar por la base: aprender el valor de la respiración consciente.
Comente esta columna en http://blogs.elmercurio.com/revistasabado/
Francisco Mouat
¿Pueden todavía escribirse cartas de amor? ¿Son realmente de amor las cartas de amor? Fernando Pessoa escribió un poema que dice que todas las cartas de amor son ridículas: "Yo también, en su momento, escribí cartas de amor./ Como las otras,/ ridículas./ Las cartas de amor, si hay amor,/ tienen que ser/ ridículas./ Pero, al final,/ sólo las criaturas que nunca escribieron/ cartas de amor/ son ridículas".
Esta carta, ridícula, de amor, quiere llegar a tiempo a destino. No sobran las mañanas y las noches, se está haciendo cada vez más tarde.
Se está haciendo cada vez más tarde. Así se llama el libro de Antonio Tabucchi que llevo conmigo en los últimos días. Es un libro de dieciocho cartas escritas por hombres a mujeres. La última de estas cartas le da título al libro y se introduce con un verso de una canción de Jacques Brel: "Con el hilo de los días como único viaje".
Sin más calendario que el que habitamos desde el día en que nacimos, te escribo estas líneas para decir que no sé vivir lejos de ti, ajeno a tus venturas y desventuras, con el hilo de los días como único viaje. Quiero proponerte que nos armemos de energía y valor para andar el camino sin que nos importe saber cuáles son ni dónde están los puertos en los que atracaremos la pequeña embarcación que nos lleve. Llevaremos poca ropa, algunos libros, un piano si es preciso, música de Bach y Chopin, libretas y lápices; comeremos en la ruta. No nos queda demasiado tiempo, mujer. Viejos conocidos sufren ataques al corazón y se desploman: dejan de respirar. Nosotros, en cambio, continuamos vivos, sin fecha conocida de término.
No necesitamos dar la vuelta al mundo para ponernos en movimiento. Muchos días, tal vez la mayoría, nos quedaremos estacionados en casa, quietos. Esos días serán los mejores para narrarnos la vida, para escribir un Diario, para guardar silencio.
Quiero contarte, palabra a palabra, con detalles, lo que vaya viendo durante el viaje, asomado a la ventana o en territorios adonde sólo saben llegar los recuerdos puros. Por ejemplo: contarte que esta mañana vi a un padre llevar de la mano a su hija con síndrome de Down camino a quién sabe dónde, por la vereda oriente de la calle Holanda, a la altura de El Aguilucho, creo. ¿Iban a una escuela, a comprar pan o a tomar micro para alguna diligencia de rutina? Lo que vi esta mañana no fue sólo a ellos dos: creí ver entre ambos un pedazo de alma, algo que sólo ese padre y esa niñita pueden saber qué es, amor tal vez. Contarte esta escena me hizo recordar otra, de unas semanas atrás, cuando vi a un padre llevar a su hijo en la parte delantera de su bicicleta y detenerse frente a un semáforo en rojo. Era una bicicleta antigua, gastada, con historia y recorrido. Ninguno de ellos iba disfrazado, con cascos y vestimenta deportiva. La escena se parecía más a la atmósfera de Ladrón de bicicletas, de Vittorio de Sica. Era una escena en blanco y negro, que me conmovió, porque ese viaje en bicicleta por el barrio dejaba traslucir, con toda su dignidad a cuestas, que ese vehículo habitualmente usado para ir a buscar trabajo también servía para dar un paseo por la ciudad.
Quiero escribirte, mujer, la vida que ocurre a nuestro paso; amarte hasta los huesos, llorar de amor, escribirte cartas de amor, ridículas, como decía Pessoa. Quiero enamorarme si es preciso cada día de tu sonrisa, que tanta falta me hace siempre. Quiero también leerte textos desesperanzados y lúcidos, que con su radical belleza acaban siendo un estímulo para querer aún más la vida.
El otro día fuimos a almorzar a la casa de tu hermana en Macul, una casa sencilla donde nada es lujo. Y en un momento saliste sola al patio. Te vi por la ventana, tú no me viste a mí. Querías comerte tranquila un hueso de chuleta de chancho, querías chupar el hueso y luego chuparte los dedos. Me pareció adivinar que en ese momento eras feliz, completa y totalmente feliz. Eso quise creer. Vi un destello entre tus movimientos que me hizo detenerme y ponerle nombre a ese momento: por eso, minutos después, cuando entraste y fuiste adonde estaba yo y te sentaste sobre mis piernas, me acerqué y te dije al oído que tú, Solcita, eres la mujer de mi vida.
mouatfrancisco@gmail.com
Comente en http://blogs.elmercurio.com/revistasabado/
Inhalar, exhalar, sonreír
Patricia May
Inhalar y exhalar, qué cosa más obvia, más de todos los días, más automática, sin embargo, quizás sea desde la atención y aprecio a esas cosas más obvias y sencillas que podríamos gestar una vida más humana. Quizás al no dar importancia a lo común y cotidiano fuimos perdiendo contacto con una sabiduría natural del vivir y a crear una realidad en que tan a menudo cunde el desamor, la violencia, la miseria.
Inhalar y agradecer la abundancia de la vida que nos permite acoger esa fuente de energía vital, inhalar y sentir el aire rozando las ventanas de la nariz y expandiendo la caja torácica y toda la cascada de eventos que se suscitan en nuestro cuerpo activado por el oxígeno.
Inhalar y con ello acoger al mundo en nosotros, a las personas con que nos relacionamos, a las circunstancias del momento. Inhalar y bendecir a la vegetación del planeta que produjo nuestro aire vital.
Retener un momento y entrar en el instante, y visualizar el aire corriendo por nuestras arterias, llenándonos de nueva vida.
Exhalar y dar; dar el aire transformado para los árboles y plantas de la tierra. Exhalar y con ello proyectar lo mejor de nosotros al medio ambiente haciendo de la respiración un acto de entrega, la actitud fundacional de servicio y aporte al entorno.
Luego quedarnos un instante en el vacío, en ese misterioso instante de nada que precede a todo proceso creativo.
Inhala, exhala, sonríe, dice Tich Nath Hanh, maestro vietnamita, sólo por poder permanecer plenamente, sin interferencias ni ansiedades en el acto de respirar, en este presente sin tiempo ya podríamos estar agradecidos de la vida...
La práctica del respirar consciente, pleno y agradecido, como un acto de vitalización, transformación y servicio nos devuelve al sentido fundamental del vivir, nos recuerda el pulso de la naturaleza, nos trae la cordura de una vida donde los ritmos introspectivos, de permanecer hacia dentro en contacto con nosotros mismos son tan importantes como los extravertidos, del quehacer, la acción y el logro. Nos recuerda que deberíamos estar agradecidos por el simple acto de poder respirar, como la plataforma donde nos paramos en la vida.
Respirar consciente y pleno sana al cuerpo permitiendo un mayor caudal de oxígeno y vitalidad a los órganos y sistemas, sana las emociones al aquietarlas, sana las relaciones al permitirnos escuchar y acoger más y mejor, sana los pensamientos volviéndolos más amplios, incluyentes y claros.
Quizás si el tránsito hacia un mundo más humano, ecológico y feliz pase por revalorar cosas tan simples como respirar, caminar y el mensaje oculto de sanidad y sabiduría que ellos ocultan.
Respirar completo y profundo nos conecta con el pulso de la naturaleza, con el flujo del mar, con el día y la noche, con las estaciones del año, con tomar, distribuir y dar, con no recargarnos de más.
Quizás si la nueva educación debería comenzar por la base: aprender el valor de la respiración consciente.
Comente esta columna en http://blogs.elmercurio.com/revistasabado/
"La lista anual del cinéfilo es un grito de autoafirmación y una declaración de guerra, tanto por lo que incluye como por lo que omite (…). De hecho, si uno se pusiera extremadamente psicologista concluiría que la lista anual del cinéfilo debería constar de su propio nombre y apellido en cada una de las posiciones. En la celebración del cine que prefiere, el cinéfilo se canta a sí mismo". Desde su columna El inclemente en Otroscines.com.ar, Quintín dispara contra las listas y renuncia como protesta a confeccionar una propia considerando a la práctica más cercana al inventariado de un banco que a la medición de una actividad artística. Las listas, como las estrellas calificadoras, son de naturaleza perversa. Reducen la opinión a una escala matemática, a un antojadizo parámetro que esquiva más que lo que premia. Estoy absolutamente seguro que todos los críticos sin excepción que votaron en nuestro ranking, no vieron todas las películas del año. Su voto fue libre, pero no completamente informado. Así mientras unos cantan loas por alguna cinta, y otros preparan la hoguera para destruirla, hay quienes apenas supieron de su existencia. O sea, un cruce de preferencias, desprecios y omisiones que chocan para llegar a un obligado consenso. Pero cuando se trata de hacer balances, la imperfección de la herramienta se compensa con la utilidad del resultado. Porque si nos quedamos únicamente con las cifras de taquilla, es como ser mudos testigos del movimiento financiero de la bolsa. Jorge Morales.
Cosas que me llamaron la atención esta semana
Por Daniel Villalobos www.somosblogs.cl
Elvis Costello y las cosas de las que hablan las canciones:
"Hay cinco temas sobre los cuales se pueden escribir canciones: Te abandono. Tú me abandonas. Te quiero. Tú no me quieres. Creo en algo. Cinco temas y doce notas. Considerado eso, los músicos lo hemos hecho bastante bien". (Entrevista en sección What I’ve Learned, de revista Esquire, 31 octubre 2003)
-Diálogo inicial del podcast Somos Millones Nº 9, 17 agosto:
-Alvaro Bisama: Estamos con el gran Nicolás Copano.
-Felipe Cussen: Ah, yo pensé que era Nicolás López.
-Nicolás Copano: ¡No, por favor! Yo nunca fracasé con una cinta. Sí fracasé en televisión, pero esos son momentos experimentales desde donde uno puede salir a alta velocidad.
-Galería de Jim Hance en Strangelydrawn.com:
Un casco de Storm Trooper revelando al Rey del Rock. Un AT-AT jugando con una pelota de lana. Yoda pasando la aspiradora. La red está llena de collages ingeniosillos, pero en esta galería dedicada a Star Wars, Hance riza el rizo y nos hace creer (por unos segundos) que la saga de Lucas tiene más categoría de la que en verdad tiene. ¿Hay un mejor elogio posible por parte de un fan?
-Harry Knowles escribiendo sobre Inglorious Basterds, de Tarantino:
Digan lo que quieran de los críticos de cine de la vieja guardia, hay ciertas cosas que uno de ellos jamás escribiría. Por ejemplo, un párrafo en el comentario del blogger Harry Knowles sobre esta cinta donde un grupo de soldados gringos recorre Francia matando alemanes:
“Amo el género de la II Guerra Mundial y sus infinitas variantes. Amo el universo de la II Guerra Mundial. Un conflicto global, intrigas peligrosas, imperdonable inhumanidad, liderazgos carismáticos, heroísmo de trincheras, la dureza de ser un sobreviviente…el diseño, la imaginería, el alcance…es tan simplemente asombroso”.
Las películas, ciertamente, no cambian el mundo, pero ayudan a formar la percepción que millones de personas tienen sobre él. Y la superficialidad y cretinismo de este párrafo sólo confirma que, para algunos, el cine de veras puede reemplazar al mundo real.
De hecho, este texto capaz de helar la sangre de cualquiera que haya visto alguna clase de violencia en vivo y en directo me recordó ese gran momento de Pequeños Guerreros, cuando Phil Hartman atornilla su flamante antena de TV cable diciendo: “Creo que la Segunda Guerra Mundial es mi favorita”.
-David Mamet explica lo que es un buen productor, en su libro de ensayos sobre cine Bambi vs Godzilla:
“(Otto Preminger) me contó el rodaje de la escena de la gran multitud en Exodo (1960). La escena es la proclamación, en la plaza de la Independencia de Jerusalén, del estado de Israel. Preminger necesitaba una plaza abarrotada, unos diez mil extras. No podía pagarlos.
-¿Y qué hizo?- pregunté.
-Les cobré- contestó. Cubrió la ciudad de carteles: SALGA EN UNA PELÍCULA, POR DIEZ SHEKELS.”
(Entre paréntesis, el corto animado de donde Mamet sacó el nombre de su libro es una joya y merece verse aquí)
-Reacciones al trailer oficial de Avatar recopiladas por Jeffrey Wells en Hollywood Elsewhere:
“Luce como una escena cortada de un videojuego”; “Los tipos azules me recuerdan a los Thundercats”; “Ferngully plays Halo”; “Esa bestia CGI en la jungla estaba sacada de El Ataque de los Clones”; “¿Quién iba a pensar que Neill Blomkamp iba a sacar algo visualmente más impresionante que James Cameron?”; “El Secreto del Abismo más El Regreso del Jedi más la trilogía del Señor de los Anillos”.
-Haunted Heart, de Charlie Haden Quartet West:
Llegué a este disco por la mención que hace de él James Naremore en More Than Night, su excelente ensayo sobre el film noir. En apariencia, es sólo un disco de jazz basado en revivir (o evocar) melodías del cine negro y el Hollywood de los ’40. Pero lo que en verdad hace es construir una falsa banda sonora de una película que sólo existe en nuestras cabezas.
El Hollywood clásico usó la filigrana jazzística y clásica para darle belleza a la sordidez de sus historias. Haunted Heart hace el camino inverso: Haden y sus compañeros usan estas piezas para traer de vuelta ese mundo. Ese universo donde las intrigas eran laberínticas, la fotografía era en blanco y negro y las películas eran cien por ciento mejores.
-Stephen Lang en Enemigos Públicos y en Avatar:
Lo que más me llamó la atención de los 20 minutos de Avatar que mostraron hoy en la mañana, tengo que decir, no fue la animación digital. Ni lo vívido de las expresiones faciales de las criaturas ni la fauna mutante del planeta colonizado. No, lo que más me llamó la atención fue Stephen Lang, en el papel de un sargento marine.
Lang, para quienes no le recuerden, era el periodista chambón de Cazador de Hombres (1986) y el psicópata metrosexual de Duro de Aguantar (1991). Lang desapareció de escena por largos años. Y esta temporada reapareció, memorablemente, en Enemigos Públicos, donde interpreta a un policía importado de Arizona por Melvin Purvis para darle caza a John Dillinger.
Es su rostro el que de verdad construye su personaje en la cinta de Mann (tiene cuatro o cinco líneas de diálogo en toda la película) y es esa cara –dura, esculpida por los años y no por los pixeles- la que más me impactó en la preview de Avatar. Si el rostro es el espejo del alma, ojalá Cameron no haya olvidado que los millones pueden pagar memoria RAM, pero ciertamente no reemplazan la experiencia vital.
-BONUS TRACK:
Galería de arte conceptual de Up, de Pixar, la única empresa en el mundo donde esos garabatos que uno dibuja en las reuniones de trabajo son, en verdad, el trabajo.
Elvis Costello y las cosas de las que hablan las canciones:
"Hay cinco temas sobre los cuales se pueden escribir canciones: Te abandono. Tú me abandonas. Te quiero. Tú no me quieres. Creo en algo. Cinco temas y doce notas. Considerado eso, los músicos lo hemos hecho bastante bien". (Entrevista en sección What I’ve Learned, de revista Esquire, 31 octubre 2003)
-Diálogo inicial del podcast Somos Millones Nº 9, 17 agosto:
-Alvaro Bisama: Estamos con el gran Nicolás Copano.
-Felipe Cussen: Ah, yo pensé que era Nicolás López.
-Nicolás Copano: ¡No, por favor! Yo nunca fracasé con una cinta. Sí fracasé en televisión, pero esos son momentos experimentales desde donde uno puede salir a alta velocidad.
-Galería de Jim Hance en Strangelydrawn.com:
Un casco de Storm Trooper revelando al Rey del Rock. Un AT-AT jugando con una pelota de lana. Yoda pasando la aspiradora. La red está llena de collages ingeniosillos, pero en esta galería dedicada a Star Wars, Hance riza el rizo y nos hace creer (por unos segundos) que la saga de Lucas tiene más categoría de la que en verdad tiene. ¿Hay un mejor elogio posible por parte de un fan?
-Harry Knowles escribiendo sobre Inglorious Basterds, de Tarantino:
Digan lo que quieran de los críticos de cine de la vieja guardia, hay ciertas cosas que uno de ellos jamás escribiría. Por ejemplo, un párrafo en el comentario del blogger Harry Knowles sobre esta cinta donde un grupo de soldados gringos recorre Francia matando alemanes:
“Amo el género de la II Guerra Mundial y sus infinitas variantes. Amo el universo de la II Guerra Mundial. Un conflicto global, intrigas peligrosas, imperdonable inhumanidad, liderazgos carismáticos, heroísmo de trincheras, la dureza de ser un sobreviviente…el diseño, la imaginería, el alcance…es tan simplemente asombroso”.
Las películas, ciertamente, no cambian el mundo, pero ayudan a formar la percepción que millones de personas tienen sobre él. Y la superficialidad y cretinismo de este párrafo sólo confirma que, para algunos, el cine de veras puede reemplazar al mundo real.
De hecho, este texto capaz de helar la sangre de cualquiera que haya visto alguna clase de violencia en vivo y en directo me recordó ese gran momento de Pequeños Guerreros, cuando Phil Hartman atornilla su flamante antena de TV cable diciendo: “Creo que la Segunda Guerra Mundial es mi favorita”.
-David Mamet explica lo que es un buen productor, en su libro de ensayos sobre cine Bambi vs Godzilla:
“(Otto Preminger) me contó el rodaje de la escena de la gran multitud en Exodo (1960). La escena es la proclamación, en la plaza de la Independencia de Jerusalén, del estado de Israel. Preminger necesitaba una plaza abarrotada, unos diez mil extras. No podía pagarlos.
-¿Y qué hizo?- pregunté.
-Les cobré- contestó. Cubrió la ciudad de carteles: SALGA EN UNA PELÍCULA, POR DIEZ SHEKELS.”
(Entre paréntesis, el corto animado de donde Mamet sacó el nombre de su libro es una joya y merece verse aquí)
-Reacciones al trailer oficial de Avatar recopiladas por Jeffrey Wells en Hollywood Elsewhere:
“Luce como una escena cortada de un videojuego”; “Los tipos azules me recuerdan a los Thundercats”; “Ferngully plays Halo”; “Esa bestia CGI en la jungla estaba sacada de El Ataque de los Clones”; “¿Quién iba a pensar que Neill Blomkamp iba a sacar algo visualmente más impresionante que James Cameron?”; “El Secreto del Abismo más El Regreso del Jedi más la trilogía del Señor de los Anillos”.
-Haunted Heart, de Charlie Haden Quartet West:
Llegué a este disco por la mención que hace de él James Naremore en More Than Night, su excelente ensayo sobre el film noir. En apariencia, es sólo un disco de jazz basado en revivir (o evocar) melodías del cine negro y el Hollywood de los ’40. Pero lo que en verdad hace es construir una falsa banda sonora de una película que sólo existe en nuestras cabezas.
El Hollywood clásico usó la filigrana jazzística y clásica para darle belleza a la sordidez de sus historias. Haunted Heart hace el camino inverso: Haden y sus compañeros usan estas piezas para traer de vuelta ese mundo. Ese universo donde las intrigas eran laberínticas, la fotografía era en blanco y negro y las películas eran cien por ciento mejores.
-Stephen Lang en Enemigos Públicos y en Avatar:
Lo que más me llamó la atención de los 20 minutos de Avatar que mostraron hoy en la mañana, tengo que decir, no fue la animación digital. Ni lo vívido de las expresiones faciales de las criaturas ni la fauna mutante del planeta colonizado. No, lo que más me llamó la atención fue Stephen Lang, en el papel de un sargento marine.
Lang, para quienes no le recuerden, era el periodista chambón de Cazador de Hombres (1986) y el psicópata metrosexual de Duro de Aguantar (1991). Lang desapareció de escena por largos años. Y esta temporada reapareció, memorablemente, en Enemigos Públicos, donde interpreta a un policía importado de Arizona por Melvin Purvis para darle caza a John Dillinger.
Es su rostro el que de verdad construye su personaje en la cinta de Mann (tiene cuatro o cinco líneas de diálogo en toda la película) y es esa cara –dura, esculpida por los años y no por los pixeles- la que más me impactó en la preview de Avatar. Si el rostro es el espejo del alma, ojalá Cameron no haya olvidado que los millones pueden pagar memoria RAM, pero ciertamente no reemplazan la experiencia vital.
-BONUS TRACK:
Galería de arte conceptual de Up, de Pixar, la única empresa en el mundo donde esos garabatos que uno dibuja en las reuniones de trabajo son, en verdad, el trabajo.
Thursday, August 20, 2009
Recorrer Francia con Leonel y Chamaco
Juan Pablo Meneses
Mi primera vez en Francia fue junto a dos leyendas del fútbol chileno: Chamaco Valdés y Leonel Sánchez. Se jugaba el Mundial de 1998. A la hora del almuerzo, la mesa de Chamaco y Leonel era siempre la más animada: los dos competían en relatar las mejores anécdotas de su época como futbolistas.
El viaje comenzó en Burdeos. A Chamaco y Leonel no les interesaba recorrer, sólo querían estar con los jugadores de la selección. "Los futbolistas no conocemos las ciudades", me dijo Chamaco orgulloso, y una semana más tarde, cuando los dos fueron invitados por el fin de semana a Londres, respondió con un "no, gracias, nos quedamos con el equipo. Además, a Inglaterra ya fuimos el 66".
Para los chilenos que vivían en Europa, Leonel y Chamaco seguían siendo los mismos ídolos de 1973. Después del empate contra Italia, una chilena nos invitó a los tres a comer a su casa, en el País Vasco. Al final llamó por teléfono a su padre, un colocolino que se quedó en Santiago. "Papi, adivina con quién estoy", dijo. Chamaco le habló unos minutos al papá. Todos lloramos. Al día siguiente, ella nos llevó en auto a Biarritz. En una tienda Leonel y Chamaco miraron perfumes largo rato, pero ninguno tenía dinero para comprar.
En Saint-Etienne, Chamaco se agarró la cabeza y gritó "¡no puede ser!" cuando, faltando un minuto para el triunfo chileno, Austria hizo el gol del empate. Los hinchas les decían: "Chamaco, debiste jugar tú". "Leonel, contigo no pasaba esto".
Volvimos a París en bus. Hablaba con Chamaco y Leonel cuando vimos la torre Eiffel: les dio lo mismo. Su único paseo fue a la calle del Moulin Rouge, para comprar souvenirs baratos.
Celebramos la clasificación como si fuéramos jugadores. Ellos lo seguían siendo. Chamaco corría y saltaba a lo largo del bus. Leonel le hacía burlas. Por fuera pasaba Francia, pero eso no importaba.
Dos semanas después de volver a Santiago, nos vimos en la Plaza de Armas. Miramos fotos del viaje y quedamos en juntarnos de nuevo. A Leonel lo vi dos veces más. A Chamaco me lo crucé un día en el metro, y nos abrazamos. De eso ya han pasado diez años. Esta semana supe que murió. Cada vez que vuelvo a Francia, me acuerdo de ellos.
Juan Pablo Meneses.
Mi primera vez en Francia fue junto a dos leyendas del fútbol chileno: Chamaco Valdés y Leonel Sánchez. Se jugaba el Mundial de 1998. A la hora del almuerzo, la mesa de Chamaco y Leonel era siempre la más animada: los dos competían en relatar las mejores anécdotas de su época como futbolistas.
El viaje comenzó en Burdeos. A Chamaco y Leonel no les interesaba recorrer, sólo querían estar con los jugadores de la selección. "Los futbolistas no conocemos las ciudades", me dijo Chamaco orgulloso, y una semana más tarde, cuando los dos fueron invitados por el fin de semana a Londres, respondió con un "no, gracias, nos quedamos con el equipo. Además, a Inglaterra ya fuimos el 66".
Para los chilenos que vivían en Europa, Leonel y Chamaco seguían siendo los mismos ídolos de 1973. Después del empate contra Italia, una chilena nos invitó a los tres a comer a su casa, en el País Vasco. Al final llamó por teléfono a su padre, un colocolino que se quedó en Santiago. "Papi, adivina con quién estoy", dijo. Chamaco le habló unos minutos al papá. Todos lloramos. Al día siguiente, ella nos llevó en auto a Biarritz. En una tienda Leonel y Chamaco miraron perfumes largo rato, pero ninguno tenía dinero para comprar.
En Saint-Etienne, Chamaco se agarró la cabeza y gritó "¡no puede ser!" cuando, faltando un minuto para el triunfo chileno, Austria hizo el gol del empate. Los hinchas les decían: "Chamaco, debiste jugar tú". "Leonel, contigo no pasaba esto".
Volvimos a París en bus. Hablaba con Chamaco y Leonel cuando vimos la torre Eiffel: les dio lo mismo. Su único paseo fue a la calle del Moulin Rouge, para comprar souvenirs baratos.
Celebramos la clasificación como si fuéramos jugadores. Ellos lo seguían siendo. Chamaco corría y saltaba a lo largo del bus. Leonel le hacía burlas. Por fuera pasaba Francia, pero eso no importaba.
Dos semanas después de volver a Santiago, nos vimos en la Plaza de Armas. Miramos fotos del viaje y quedamos en juntarnos de nuevo. A Leonel lo vi dos veces más. A Chamaco me lo crucé un día en el metro, y nos abrazamos. De eso ya han pasado diez años. Esta semana supe que murió. Cada vez que vuelvo a Francia, me acuerdo de ellos.
Juan Pablo Meneses.
100 datos deliciosos
Pedimos a cuatro expertos que recordaran los mejores sabores de sus viajes. Las chefs Constance Hamilton y Verónica Blackburn, el sommelier Pascual Ibáñez y nuestro cronista, Ruperto de Nola, se lanzan aquí a tentarnos.
Pascual Ibáñez EL MERCURIO
Pintxos Vascos, ostras chilotas
1. Una cerveza fría en Lanzarote, la isla más volcánica de Canarias, a comienzos de los 80, mientras observaba los cangrejos blancos ciegos, únicos en el mundo.
2. Estofado de cordero en Estambul, Turquía. De paso, comprar pistachos y sentir los olores del mercado de las especias.
3. Sopas de fideos (ramen noodles) en una de las cientos de cocinerías repartidas por las calles de Fukuoka, Japón.
4. Una caja de madera (bento) llena de sushis, comprada en la estación del tren de alta velocidad en Japón.
5. Chuletas de cordero patagónico regado con un malbec argentino, Terraza de Los Andes, si mal no recuerdo cosecha 1997, en Ushuaia.
6. Pintxos o tapas en la Bahía de la Concha en San Sebastián y en la Ría de Bilbao, en el País Vasco.
7. Tajine de Marrakech, una de las más sabrosas que conozco, o una pierna asada de cordero, bien condimentada, al estilo de los "pinchos a la moruna" andaluces.
8. "Braga", una típica bebida agridulce de cereales que es pariente de la cerveza, y se bebe en Brasov, en la región de Transilvania, Rumania, un precioso enclave medieval.
9. Baguettes con paté de campaña, queso camembert y tomates que me salvaron la vida cuando me las di de mochilero en París. Hacíamos picnic en los alrededores de Montmartre con la botella de tinto en la mochila.
10. Un guiso de verduras (cuyo nombre no recuerdo), pescados y mariscos y en especial la langosta que comí en los chiringuitos de Varadero.
11. Almejas y chochas en salsa verde en el restaurante Bakulic en La Serena. Desde mi primera visita, en 1996, su dueño me deleita con este plato.
12. Gambas con helado de marisco y vino dulce, cosecha miel de Gutiérrez de la Vega 1998, en el restorán La Broche del Hotel Miguel Ángel en Madrid.
13. Desayuno típico japonés, hasta ahora irrepetible: incluía sopa, caviar, pescados macerados... en el restaurante del Hotel New Otani en Osaka, Japón, en 2003.
14. Caracoles del restaurante Floreal en Punta del Este, y el tajine con costra de hojaldre en Donde Lucy, en José Ignacio, Uruguay.
15. Arroces, especialmente el negro con chipirones, en el restorán Ca i Faigues en el delta del Ebro, Tarragona.
16. Fugu y atún en la cocina del restaurante Kato's: ser testigo de la destreza del chef con sus afilados cuchillos.
17. Migas de pastor con pimientos en el restaurante Venta de Juan Pito, Pirineo aragonés de Navarra.
18. Queso blanco yeclano de cabra frito con tomate y pimientos verdes, hecho por mi madre en mi Yecla natal. Es el plato con que me recibe siempre, llegue a las dos de la tarde o dos de la mañana.
19. Fondue de queso en la ciudad suiza de Martigny, con un chorrito de Kirsch (aguardiente de cerezas), una hogaza de pan y un vino blanco joven de la última cosecha en Valais.
20. Erizos de Iquique al natural con un toque de limón y unas gotas de aceite de oliva sobre unas tostadas de pan blanco.
21. Zamburiñas y nécoras con vino blanco Albariño en cualquier bar-restaurante de las estrechas calles de Cambados, Rías Baixas.
22. Salchichas con pepinillos en Merseburg, Alemania, maceradas en cerveza y asadas a la parrilla.
23. Ostras compradas en el mercado de Castro, regadas con un cava segura Viudas brut en la terraza palafito de una cabaña en Chiloé.
24. Dos vinos: mi primer Vega Sicilia, único, del año 1960 y mi primer Viña Ardanza Gran Reserva 82.
25. Mi primera Guinnes, bebida en 1983 en un pub de Croydon, Londres.
Sabores de Roma a Hanoi
26. Un espresso en el Caffé Sant'Eustachio, en Piazza Sant'Eustachio, a la vuelta del Panteón. El mejor café de Roma, un bolichito repleto de connaisseurs.
27. Helado de Giolitti, en Via degli Ufficci del Vicario, a la vuelta de Palazzo Chigi, la sede de gobierno. Los mejores helados de Roma. Tal vez hasta se encuentre a Berlusconi, ¡jamás de incógnito!
28. Especias en Castroni, en la Via Cola di Rienzo (no lejos del Vaticano). Fascinante tienda (además, bar y café) de cierta antigüedad y carácter, con los mejores ingredientes de los cuatro rincones del mundo.
29. Chocolate caliente en el Greco, tradicional café desde el siglo 18, en Via Condotti, a un paso de Piazza di Spagna, también en Roma. Es frecuentado por muchos turistas: todos quieren seguir los pasos de Stendhal, Keats, Lizst, Wagner, Bizet y otros que allí se inspiraron.
30. La terraza del Hotel Hassler (Villa Medici), en Via Sistina. Una de las mejores vistas de Roma desde la altura. Puede comer divino (¡aunque no económicamente!) en el restaurante, o beber una copa en el bar.
31. Rivoire (antigua Fabbrica di Cioccolata), en la Piazza della Signoria, en Firenza (una plaza magnífica). Antiguo y tradicional, su chocolate caliente es un must invernal.
32. Comida toscana en el Caffé Cibreo (Via del Verrocchio, 5r), en Florencia. Excelente cocina tradicional aggiornata. Hay que esperar turno para obtener una mesa, pues el recinto es pequeño. ¡La espera vale la pena!
33. Camarones sobre crema de garbanzos en Il Gambero Rosso, en el pueblito de San Vincenzo, en Toscana (provincia de Livorno), junto al mar. Su dueño y chef, Fulvio Pierangelini, recibe premio tras premio por mantener una de las mejores cocinas de la península.
34. Pastelitos y un capuccino en la mañana en el Caffé Florian, en la Piazza San Marco de Venecia. Jamás podrá tener mejor telón de fondo.
35. Cocina veneciana en La Caravella. Llevo muchísimo tiempo sin ir a la Serenísima; pero este restorán (que también cuenta con algunas preciosas habitaciones) continúa allí, en Via XXIII Marzo, muy cerca de Piazza San Marco.
36. Un Bellini o un Tiziano, aperitivos de champagne, en el Hotel Villa Cipriani, en Asolo; precioso pueblo enclavado entre los cerros de Treviso. De los mismos dueños del famoso Harry's Bar de Venecia.
37. La Libera (Via Pertinace, 24-A), en la bellísima Alba, Piemonte. Uno de los restaurantes donde mejor he comido en Italia.
38. Magret de canard, insuperable, en Chez André (Rue Marbeuf esquina de Rue Francois, 1er.). Mi bistrot favorito en mi barrio favorito de París, por su atmósfera y estupenda cocina.
39. Tarte aux fraises de Chez Francis, la mejor que he comido. Su ubicación, en la Place de l'Alma, es espléndida.
40. Chocolates de La Maison du Chocolat (225, rue du Faubourg Saint Honoré). Los más deleitables que han quedado en mi memoria.
41. Bar y restaurante del Hotel Raphael (17, Av. Kléber, Paris 16). Puede encontrar a más de algún político europeo destacado, en discreto complot.
42. Comida y música portuguesa en Casa de Linhares (Beco dos Armazéns do Linho, en Alfama, antiguo barrio de marineros, junto al Tajo). Casa de fado pequeña y discreta, en una callejuela escondida.
43. Sardinas asadas a la parrilla (ante mi propia nariz), en un "bolichito" junto al Duero, justo al lado del Ponte Dom Luis, del lado de Porto.
44. Un salmón ahumado de Escocia y una copa de Chablis en Fortnum & Mason, Piccadilly, Londres. Tienda de más de 300 años, para comprar té y delicatessen y luego tomar el té, o bien almorzar light.
45. Las ostras maravillosas de Bentley's, tradicional restaurante de pescados y mariscos, en Swallow Street, 11-15, a un paso de Piccadilly.
46. Mi vodka gimlet favorito: el del Patiala Peg Bar en The Imperial Hotel (Janpath, Nueva Delhi). Para ser servido como en tiempos del British Raj, en una atmósfera inolvidable.
47. Comida india en The Spice Route, en el mismo formidable hotel. La mejor muestra de esa gastronomía.
48. Crustáceos en el Club de L'Oriental (22, Ton Dan St., Hanoi, Vietnam). Por su atmósfera tropical, sofisticada y elegante a la vez que simple, y su excelente cocina.
49. Menú vietnamita en el restorán Spices Garden, del Hotel Metropole (15, Ngo Quyen Street), en Hanoi. Con un magnífico toque francés: todo en el Metropole es de primera.
50. La Concubina, un cóctel (con tequila y jugo de kumquat; y, si mal no recuerdo, Grand Marnier) que bebí en el Mango Rooms, uno de los bares más simpáticos, relajados y atractivos donde haya puesto pie.
Marrano, spaghetti y carbonada
51. Pumpkin pie de la zona Amish de Pennsylvania. Para ser producto de un mundo retaco, potifrunci y sin pizca de humor, ese "pie" de zapallo es insólitamente voluptuoso, especiado, complejo, suave.
52. Cerveza Kronenburg frente a la Catedral de Notre Dame de París, una tarde soleada de otoño. Tomamos otra Kronenburg frente al Hôtel de Ville en Lovaina: nequaquam; ná que ver. Había sido la rive gauche, los bouquinistes...
53. Carbonada de cholgas en una pensión sin nombre de Curacautín: nos comimos cuatro platos de esa sopa preternatural hasta que el caldo nos llegó un jeme más arriba del píloro; nunca hemos estado más cerca de la muerte, ni más contentos.
54. Bakewell tart en Bakewell: una de las tartas de almendra más deliciosas de Derbyshire, al lado de Derby, donde se practica el "deporte de los reyes": galopan equinos, los reyes apotinjados beben champán. En cualquier bakery del lugar.
55. Chipirones de la Plaza Mayor en Madrid, Arco de Cuchilleros. Toda la morriña y niebla gallega en estos chipirones con salsa, en medio del desgañite y alharaca de las tunas. Preguntar por algún restorán gallego.
56. Sopa i fu min del Danubio Azul: no la del actual "palacio", sino del localcito que quedaba allá por Agustinas, hace más de 40 años... Ruperta y Ruperto cuchareaban, olvidados del mundo. Se casaron al poco tiempo.
57. La "faraona" de Bolonia: palazzo de nombre ignoto cerca de esa ciudad dotta e grassa, docta y gorda. ¡Qué gallina asada, Dios me ampare, y con ese nombre!
58. Camarones de Quito: frente a unos dorados retablos, camarones rosados en catafalco de hielo floreado de pétalos rojos; todo era rojo: rosas, manteles de brocato, velones en candelabros de plata. Qué lujo refinado.
59. Roasted goose de los Higgens de Colchester: oca navideña asada en punto de perfección, redonda, dorada y de piel crujiente, bajo la cual la carne, cocida a punto, se había conservado tan jugosa que era una bendición. Se separaron los Higgens. Vaya cosa...
60. Salsa de jumil de Cuernavaca: se hace con una especie de coleóptero parecido al pololo. Nos la dio José Iturriaga; y para fijar bien el sabor, nos comimos un jumil vivo: fue un relámpago en la lengua que nos llenó, no el paladar y los sesos, sino todo el cráneo de un sabor intenso, alienígena.
61. Empanaditas de mandioca fritas de Asunción: las hacen en el copetín El Futuro (Quinta y Yegros); la harina es de mandioca y el relleno, de carne deshilachada aromatizada con comino. La fritura es tan liviana que es difícil impedir que se vuelen del plato.
62. Cabrito asado del Astrid y Gastón de Lima: cada restorán tiene un plato, y sólo uno, que es el non plus ultra. En este restorán limeño es el cabrito asado. Hágalo preceder de unos espárragos con huevos pochados y salsa holandesa.
63. Huesos de marrano del Fulanitos, de Bogotá: es una especialidad del Cauca, espléndida zona culinaria. Jamás se verá Su Mercé frente a unos trozos de carne tan suculentos y delicuescentes.
64. Escalopa de ternera: o sea, la verdadera ternera, de carne tan blanca como de pollo, apanada y frita. En el Ristorante della Stazione de Agnese Broghini, en Locarno, Alpes arriba. Se come de rodillas.
65. Spaghetti alle vongole romanos en algún restorancillo detrás de Santa Maria Maggiore. Llevan almejas diminutas, aceite de oliva y ajo. Si no le apetece viajar tan lejos, vaya al Rívoli, en Santiago.
66. Sopaipillas recién fritas, sin pasar por chancaca, calientitas, con los pies puestos a la orilla del brasero, bajo un aguacero de padre y señor mío, en cualquier lugar de Colchagua, a mitad del invierno.
67. Carne mechada con puré de Curicó: el restorán, ay, desapareció. "Es que se fue la maestra"... Se perdió la gorda en una tomatina nocturna allá por Teno. Qué gran pérdida.
68. Tartiflette de Annecy: cerca de Ginebra, al borde de un precioso lago. Plato de invierno, ideal luego de recorrer sus canales, bordeados de viejas casas y de flores: papas, cebolla, crema, queso, tocino.
69. Gianduiotti de Turín: chocolates rellenos con crema de avellanas, envueltos en papel dorado. Comerse uno es comenzar una batalla feroz en que uno es, por fortuna, derrotado a cada embate. Los hay frente a la estación del tren, en una chocolatería grande.
70. Tartas de pollo y champiñones de Sainsbury's, que in illo tempore tenía fama de cierto refinamiento en Inglaterra. Sus tartas de pollo eran parte de nuestro menú de picnic por East Anglia. Con un yogurt de fruta para postre. Una maravilla para un caminante pobre.
71. Ensalada de pallares verdes de Ica: aun considerando que lo que decimos puede ser una enormidad habida cuenta de que todo el Perú es un banquete, la verdad es que nunca jamás hemos comido allá algo tan simple y delicioso como esa ensalada, en el fogón de doña Juana.
72. Salchichón de Lyon caliente con papas: nos encontramos un día en Lyon, capital gastronómica de Francia, casi sin una chaucha; pero igual entramos a un bistró del casco antiguo y comimos ese saucisson maravilloso.
73. Pescado frito en Sevilla: Andalucía es el lugar del mundo donde más pescado se fríe y donde mejor se lo hace. Entre a cualquier mesón (de preferencia cerca de la Giralda) y pida pescado frito. Y un vaso de gazpacho.
74. Guiso Zürcher Geschnetzeltes.En el supuesto de que no se atore procurando decir el intrincado nombre de este guiso, cuando pase por Zürich no debe dejar de probarlo: se trata de una deliciosa mezcla de carne, riñones y crema.
75. Arrollado de chancho del San Remo: aquicito, no más, en Santiago; pero le aseguramos que, de ser ofrecido en Nueva York, el garumaje de la Quinta Avenida haría cola para entrar a comerlo.
Festín parisién (y otras sorpresas)
76. Churrascos de la hostería El Bosque, en la carretera 5 Sur, justo en el cruce con Victoria en la IX Región.
77. Sopa de caracoles de la Hostellerie de Levernois en Beaune, Francia (levernoiselaischateaux.com)
78. Huevos en meurette de La Fontaine de Mars y en el Tante Louise (tantelouisbernard.loiseau.com) en París.
79. Helados de Berthillon. Los venden en distintas tiendas, pero lo mejor es ir al salón de té, en el 29-31 de la Rue Saint Louis, en l'ile de París.
80. Mozarella del Rívoli, en Santiago, elaborada por su propio chef y dueño.
81. Eclairs de matcha (polvo de té verde) y toda la pastelería de Sadaharu Aoki, en París y Tokio.
82. Huevos guriev, unos huevos poché con caviar encima, sobre una salsa de mostaza y tomate, en la Maison Kaspia, una boutique de caviar en la Place de la Madeleine, en París. También tiene restaurante (www.lamaisonkaspia.com).
83. Hot dogs en las esquinas de Nueva York.
84. Bellini en el Harry's Bar, el favorito de Ernest Hemingway en Venecia. Ahí mismo, en el Hotel Cipriani, el helado de chocolate es estupendo.
85. Fruta confitada y marron glacé de Hediard (www.hediard.fr). Su restaurante está en el 21 de la Place de la Madeleine, en París.
86. Macarrones de la pastelería Ladurée, en París. Fundada en 1862, estos dulces perfumados son su producto estrella. Los hay de bergamota, mango y jazmín, pétalos de rosa, flor de naranjo...
87. Los restaurantes orientales baratos y entretenidos en la Rue St. Anne, París.
88. Shot de erizos del Ichi-ban, en Santiago
89. Tomates fragantes, rojos, deliciosos, y tantas otras frutas y verduras que se encuentran en las ferias de los pueblos de la Provenza.
90. Salmón ahumado del Europeo, en Santiago.
91. Cebiche ecuatoriano en cualquier restorán de Quito. En general, el cebiche ecuatoriano se come en tazón, con cuchara.
92. Helados de paila ecuatorianos. Se hacen en una paila con pulpa de fruta, claras de huevo batidas a nieve y azúcar.
93. Los boquerones en la Plaza Mayor de Madrid.
94. Lafayette Gourmet en París: tiene todo para cocinar, y ensaladas maravillosas. También un counter de jamón de pata negra, con una extraordinaria trilogía de jamón.
95. L'Arpege en París, tres estrellas Michelin gracias a su chef, Alain Passard (www.alain-passard.com). Cocina moderna con pescados, mariscos y muchos vegetales.
96. Harrod's Food Hall, en Londres.
97. Zabar's, en la calle Broadway, Nueva York: ideal para comprar de todo y hacer un picnic en Central Park.
98. El almuerzo en el MOMA, en Nueva York.
99. Los tagliatelli con trufas en la Maison de la Truffe, en París.
100. Kitchen Arts & Letters en Nueva York, una tienda de libros de cocina. Para imaginarse platos deliciosos, prepararlos al regreso y así sentirse, otra vez, de viaje.
Pascual Ibáñez.
Pascual Ibáñez EL MERCURIO
Pintxos Vascos, ostras chilotas
1. Una cerveza fría en Lanzarote, la isla más volcánica de Canarias, a comienzos de los 80, mientras observaba los cangrejos blancos ciegos, únicos en el mundo.
2. Estofado de cordero en Estambul, Turquía. De paso, comprar pistachos y sentir los olores del mercado de las especias.
3. Sopas de fideos (ramen noodles) en una de las cientos de cocinerías repartidas por las calles de Fukuoka, Japón.
4. Una caja de madera (bento) llena de sushis, comprada en la estación del tren de alta velocidad en Japón.
5. Chuletas de cordero patagónico regado con un malbec argentino, Terraza de Los Andes, si mal no recuerdo cosecha 1997, en Ushuaia.
6. Pintxos o tapas en la Bahía de la Concha en San Sebastián y en la Ría de Bilbao, en el País Vasco.
7. Tajine de Marrakech, una de las más sabrosas que conozco, o una pierna asada de cordero, bien condimentada, al estilo de los "pinchos a la moruna" andaluces.
8. "Braga", una típica bebida agridulce de cereales que es pariente de la cerveza, y se bebe en Brasov, en la región de Transilvania, Rumania, un precioso enclave medieval.
9. Baguettes con paté de campaña, queso camembert y tomates que me salvaron la vida cuando me las di de mochilero en París. Hacíamos picnic en los alrededores de Montmartre con la botella de tinto en la mochila.
10. Un guiso de verduras (cuyo nombre no recuerdo), pescados y mariscos y en especial la langosta que comí en los chiringuitos de Varadero.
11. Almejas y chochas en salsa verde en el restaurante Bakulic en La Serena. Desde mi primera visita, en 1996, su dueño me deleita con este plato.
12. Gambas con helado de marisco y vino dulce, cosecha miel de Gutiérrez de la Vega 1998, en el restorán La Broche del Hotel Miguel Ángel en Madrid.
13. Desayuno típico japonés, hasta ahora irrepetible: incluía sopa, caviar, pescados macerados... en el restaurante del Hotel New Otani en Osaka, Japón, en 2003.
14. Caracoles del restaurante Floreal en Punta del Este, y el tajine con costra de hojaldre en Donde Lucy, en José Ignacio, Uruguay.
15. Arroces, especialmente el negro con chipirones, en el restorán Ca i Faigues en el delta del Ebro, Tarragona.
16. Fugu y atún en la cocina del restaurante Kato's: ser testigo de la destreza del chef con sus afilados cuchillos.
17. Migas de pastor con pimientos en el restaurante Venta de Juan Pito, Pirineo aragonés de Navarra.
18. Queso blanco yeclano de cabra frito con tomate y pimientos verdes, hecho por mi madre en mi Yecla natal. Es el plato con que me recibe siempre, llegue a las dos de la tarde o dos de la mañana.
19. Fondue de queso en la ciudad suiza de Martigny, con un chorrito de Kirsch (aguardiente de cerezas), una hogaza de pan y un vino blanco joven de la última cosecha en Valais.
20. Erizos de Iquique al natural con un toque de limón y unas gotas de aceite de oliva sobre unas tostadas de pan blanco.
21. Zamburiñas y nécoras con vino blanco Albariño en cualquier bar-restaurante de las estrechas calles de Cambados, Rías Baixas.
22. Salchichas con pepinillos en Merseburg, Alemania, maceradas en cerveza y asadas a la parrilla.
23. Ostras compradas en el mercado de Castro, regadas con un cava segura Viudas brut en la terraza palafito de una cabaña en Chiloé.
24. Dos vinos: mi primer Vega Sicilia, único, del año 1960 y mi primer Viña Ardanza Gran Reserva 82.
25. Mi primera Guinnes, bebida en 1983 en un pub de Croydon, Londres.
Sabores de Roma a Hanoi
26. Un espresso en el Caffé Sant'Eustachio, en Piazza Sant'Eustachio, a la vuelta del Panteón. El mejor café de Roma, un bolichito repleto de connaisseurs.
27. Helado de Giolitti, en Via degli Ufficci del Vicario, a la vuelta de Palazzo Chigi, la sede de gobierno. Los mejores helados de Roma. Tal vez hasta se encuentre a Berlusconi, ¡jamás de incógnito!
28. Especias en Castroni, en la Via Cola di Rienzo (no lejos del Vaticano). Fascinante tienda (además, bar y café) de cierta antigüedad y carácter, con los mejores ingredientes de los cuatro rincones del mundo.
29. Chocolate caliente en el Greco, tradicional café desde el siglo 18, en Via Condotti, a un paso de Piazza di Spagna, también en Roma. Es frecuentado por muchos turistas: todos quieren seguir los pasos de Stendhal, Keats, Lizst, Wagner, Bizet y otros que allí se inspiraron.
30. La terraza del Hotel Hassler (Villa Medici), en Via Sistina. Una de las mejores vistas de Roma desde la altura. Puede comer divino (¡aunque no económicamente!) en el restaurante, o beber una copa en el bar.
31. Rivoire (antigua Fabbrica di Cioccolata), en la Piazza della Signoria, en Firenza (una plaza magnífica). Antiguo y tradicional, su chocolate caliente es un must invernal.
32. Comida toscana en el Caffé Cibreo (Via del Verrocchio, 5r), en Florencia. Excelente cocina tradicional aggiornata. Hay que esperar turno para obtener una mesa, pues el recinto es pequeño. ¡La espera vale la pena!
33. Camarones sobre crema de garbanzos en Il Gambero Rosso, en el pueblito de San Vincenzo, en Toscana (provincia de Livorno), junto al mar. Su dueño y chef, Fulvio Pierangelini, recibe premio tras premio por mantener una de las mejores cocinas de la península.
34. Pastelitos y un capuccino en la mañana en el Caffé Florian, en la Piazza San Marco de Venecia. Jamás podrá tener mejor telón de fondo.
35. Cocina veneciana en La Caravella. Llevo muchísimo tiempo sin ir a la Serenísima; pero este restorán (que también cuenta con algunas preciosas habitaciones) continúa allí, en Via XXIII Marzo, muy cerca de Piazza San Marco.
36. Un Bellini o un Tiziano, aperitivos de champagne, en el Hotel Villa Cipriani, en Asolo; precioso pueblo enclavado entre los cerros de Treviso. De los mismos dueños del famoso Harry's Bar de Venecia.
37. La Libera (Via Pertinace, 24-A), en la bellísima Alba, Piemonte. Uno de los restaurantes donde mejor he comido en Italia.
38. Magret de canard, insuperable, en Chez André (Rue Marbeuf esquina de Rue Francois, 1er.). Mi bistrot favorito en mi barrio favorito de París, por su atmósfera y estupenda cocina.
39. Tarte aux fraises de Chez Francis, la mejor que he comido. Su ubicación, en la Place de l'Alma, es espléndida.
40. Chocolates de La Maison du Chocolat (225, rue du Faubourg Saint Honoré). Los más deleitables que han quedado en mi memoria.
41. Bar y restaurante del Hotel Raphael (17, Av. Kléber, Paris 16). Puede encontrar a más de algún político europeo destacado, en discreto complot.
42. Comida y música portuguesa en Casa de Linhares (Beco dos Armazéns do Linho, en Alfama, antiguo barrio de marineros, junto al Tajo). Casa de fado pequeña y discreta, en una callejuela escondida.
43. Sardinas asadas a la parrilla (ante mi propia nariz), en un "bolichito" junto al Duero, justo al lado del Ponte Dom Luis, del lado de Porto.
44. Un salmón ahumado de Escocia y una copa de Chablis en Fortnum & Mason, Piccadilly, Londres. Tienda de más de 300 años, para comprar té y delicatessen y luego tomar el té, o bien almorzar light.
45. Las ostras maravillosas de Bentley's, tradicional restaurante de pescados y mariscos, en Swallow Street, 11-15, a un paso de Piccadilly.
46. Mi vodka gimlet favorito: el del Patiala Peg Bar en The Imperial Hotel (Janpath, Nueva Delhi). Para ser servido como en tiempos del British Raj, en una atmósfera inolvidable.
47. Comida india en The Spice Route, en el mismo formidable hotel. La mejor muestra de esa gastronomía.
48. Crustáceos en el Club de L'Oriental (22, Ton Dan St., Hanoi, Vietnam). Por su atmósfera tropical, sofisticada y elegante a la vez que simple, y su excelente cocina.
49. Menú vietnamita en el restorán Spices Garden, del Hotel Metropole (15, Ngo Quyen Street), en Hanoi. Con un magnífico toque francés: todo en el Metropole es de primera.
50. La Concubina, un cóctel (con tequila y jugo de kumquat; y, si mal no recuerdo, Grand Marnier) que bebí en el Mango Rooms, uno de los bares más simpáticos, relajados y atractivos donde haya puesto pie.
Marrano, spaghetti y carbonada
51. Pumpkin pie de la zona Amish de Pennsylvania. Para ser producto de un mundo retaco, potifrunci y sin pizca de humor, ese "pie" de zapallo es insólitamente voluptuoso, especiado, complejo, suave.
52. Cerveza Kronenburg frente a la Catedral de Notre Dame de París, una tarde soleada de otoño. Tomamos otra Kronenburg frente al Hôtel de Ville en Lovaina: nequaquam; ná que ver. Había sido la rive gauche, los bouquinistes...
53. Carbonada de cholgas en una pensión sin nombre de Curacautín: nos comimos cuatro platos de esa sopa preternatural hasta que el caldo nos llegó un jeme más arriba del píloro; nunca hemos estado más cerca de la muerte, ni más contentos.
54. Bakewell tart en Bakewell: una de las tartas de almendra más deliciosas de Derbyshire, al lado de Derby, donde se practica el "deporte de los reyes": galopan equinos, los reyes apotinjados beben champán. En cualquier bakery del lugar.
55. Chipirones de la Plaza Mayor en Madrid, Arco de Cuchilleros. Toda la morriña y niebla gallega en estos chipirones con salsa, en medio del desgañite y alharaca de las tunas. Preguntar por algún restorán gallego.
56. Sopa i fu min del Danubio Azul: no la del actual "palacio", sino del localcito que quedaba allá por Agustinas, hace más de 40 años... Ruperta y Ruperto cuchareaban, olvidados del mundo. Se casaron al poco tiempo.
57. La "faraona" de Bolonia: palazzo de nombre ignoto cerca de esa ciudad dotta e grassa, docta y gorda. ¡Qué gallina asada, Dios me ampare, y con ese nombre!
58. Camarones de Quito: frente a unos dorados retablos, camarones rosados en catafalco de hielo floreado de pétalos rojos; todo era rojo: rosas, manteles de brocato, velones en candelabros de plata. Qué lujo refinado.
59. Roasted goose de los Higgens de Colchester: oca navideña asada en punto de perfección, redonda, dorada y de piel crujiente, bajo la cual la carne, cocida a punto, se había conservado tan jugosa que era una bendición. Se separaron los Higgens. Vaya cosa...
60. Salsa de jumil de Cuernavaca: se hace con una especie de coleóptero parecido al pololo. Nos la dio José Iturriaga; y para fijar bien el sabor, nos comimos un jumil vivo: fue un relámpago en la lengua que nos llenó, no el paladar y los sesos, sino todo el cráneo de un sabor intenso, alienígena.
61. Empanaditas de mandioca fritas de Asunción: las hacen en el copetín El Futuro (Quinta y Yegros); la harina es de mandioca y el relleno, de carne deshilachada aromatizada con comino. La fritura es tan liviana que es difícil impedir que se vuelen del plato.
62. Cabrito asado del Astrid y Gastón de Lima: cada restorán tiene un plato, y sólo uno, que es el non plus ultra. En este restorán limeño es el cabrito asado. Hágalo preceder de unos espárragos con huevos pochados y salsa holandesa.
63. Huesos de marrano del Fulanitos, de Bogotá: es una especialidad del Cauca, espléndida zona culinaria. Jamás se verá Su Mercé frente a unos trozos de carne tan suculentos y delicuescentes.
64. Escalopa de ternera: o sea, la verdadera ternera, de carne tan blanca como de pollo, apanada y frita. En el Ristorante della Stazione de Agnese Broghini, en Locarno, Alpes arriba. Se come de rodillas.
65. Spaghetti alle vongole romanos en algún restorancillo detrás de Santa Maria Maggiore. Llevan almejas diminutas, aceite de oliva y ajo. Si no le apetece viajar tan lejos, vaya al Rívoli, en Santiago.
66. Sopaipillas recién fritas, sin pasar por chancaca, calientitas, con los pies puestos a la orilla del brasero, bajo un aguacero de padre y señor mío, en cualquier lugar de Colchagua, a mitad del invierno.
67. Carne mechada con puré de Curicó: el restorán, ay, desapareció. "Es que se fue la maestra"... Se perdió la gorda en una tomatina nocturna allá por Teno. Qué gran pérdida.
68. Tartiflette de Annecy: cerca de Ginebra, al borde de un precioso lago. Plato de invierno, ideal luego de recorrer sus canales, bordeados de viejas casas y de flores: papas, cebolla, crema, queso, tocino.
69. Gianduiotti de Turín: chocolates rellenos con crema de avellanas, envueltos en papel dorado. Comerse uno es comenzar una batalla feroz en que uno es, por fortuna, derrotado a cada embate. Los hay frente a la estación del tren, en una chocolatería grande.
70. Tartas de pollo y champiñones de Sainsbury's, que in illo tempore tenía fama de cierto refinamiento en Inglaterra. Sus tartas de pollo eran parte de nuestro menú de picnic por East Anglia. Con un yogurt de fruta para postre. Una maravilla para un caminante pobre.
71. Ensalada de pallares verdes de Ica: aun considerando que lo que decimos puede ser una enormidad habida cuenta de que todo el Perú es un banquete, la verdad es que nunca jamás hemos comido allá algo tan simple y delicioso como esa ensalada, en el fogón de doña Juana.
72. Salchichón de Lyon caliente con papas: nos encontramos un día en Lyon, capital gastronómica de Francia, casi sin una chaucha; pero igual entramos a un bistró del casco antiguo y comimos ese saucisson maravilloso.
73. Pescado frito en Sevilla: Andalucía es el lugar del mundo donde más pescado se fríe y donde mejor se lo hace. Entre a cualquier mesón (de preferencia cerca de la Giralda) y pida pescado frito. Y un vaso de gazpacho.
74. Guiso Zürcher Geschnetzeltes.En el supuesto de que no se atore procurando decir el intrincado nombre de este guiso, cuando pase por Zürich no debe dejar de probarlo: se trata de una deliciosa mezcla de carne, riñones y crema.
75. Arrollado de chancho del San Remo: aquicito, no más, en Santiago; pero le aseguramos que, de ser ofrecido en Nueva York, el garumaje de la Quinta Avenida haría cola para entrar a comerlo.
Festín parisién (y otras sorpresas)
76. Churrascos de la hostería El Bosque, en la carretera 5 Sur, justo en el cruce con Victoria en la IX Región.
77. Sopa de caracoles de la Hostellerie de Levernois en Beaune, Francia (levernoiselaischateaux.com)
78. Huevos en meurette de La Fontaine de Mars y en el Tante Louise (tantelouisbernard.loiseau.com) en París.
79. Helados de Berthillon. Los venden en distintas tiendas, pero lo mejor es ir al salón de té, en el 29-31 de la Rue Saint Louis, en l'ile de París.
80. Mozarella del Rívoli, en Santiago, elaborada por su propio chef y dueño.
81. Eclairs de matcha (polvo de té verde) y toda la pastelería de Sadaharu Aoki, en París y Tokio.
82. Huevos guriev, unos huevos poché con caviar encima, sobre una salsa de mostaza y tomate, en la Maison Kaspia, una boutique de caviar en la Place de la Madeleine, en París. También tiene restaurante (www.lamaisonkaspia.com).
83. Hot dogs en las esquinas de Nueva York.
84. Bellini en el Harry's Bar, el favorito de Ernest Hemingway en Venecia. Ahí mismo, en el Hotel Cipriani, el helado de chocolate es estupendo.
85. Fruta confitada y marron glacé de Hediard (www.hediard.fr). Su restaurante está en el 21 de la Place de la Madeleine, en París.
86. Macarrones de la pastelería Ladurée, en París. Fundada en 1862, estos dulces perfumados son su producto estrella. Los hay de bergamota, mango y jazmín, pétalos de rosa, flor de naranjo...
87. Los restaurantes orientales baratos y entretenidos en la Rue St. Anne, París.
88. Shot de erizos del Ichi-ban, en Santiago
89. Tomates fragantes, rojos, deliciosos, y tantas otras frutas y verduras que se encuentran en las ferias de los pueblos de la Provenza.
90. Salmón ahumado del Europeo, en Santiago.
91. Cebiche ecuatoriano en cualquier restorán de Quito. En general, el cebiche ecuatoriano se come en tazón, con cuchara.
92. Helados de paila ecuatorianos. Se hacen en una paila con pulpa de fruta, claras de huevo batidas a nieve y azúcar.
93. Los boquerones en la Plaza Mayor de Madrid.
94. Lafayette Gourmet en París: tiene todo para cocinar, y ensaladas maravillosas. También un counter de jamón de pata negra, con una extraordinaria trilogía de jamón.
95. L'Arpege en París, tres estrellas Michelin gracias a su chef, Alain Passard (www.alain-passard.com). Cocina moderna con pescados, mariscos y muchos vegetales.
96. Harrod's Food Hall, en Londres.
97. Zabar's, en la calle Broadway, Nueva York: ideal para comprar de todo y hacer un picnic en Central Park.
98. El almuerzo en el MOMA, en Nueva York.
99. Los tagliatelli con trufas en la Maison de la Truffe, en París.
100. Kitchen Arts & Letters en Nueva York, una tienda de libros de cocina. Para imaginarse platos deliciosos, prepararlos al regreso y así sentirse, otra vez, de viaje.
Pascual Ibáñez.
Saturday, August 15, 2009
Sobre los cachos
Francisco Mouat
Un gran cronista chileno escribió la otra vez que se está poniendo viejo y mañoso, porque lo que más le preocupa ahora es no molestar a nadie y que nadie le friegue la pita.
Fregar la pita. Es buena la expresión: elocuente y cascarrabias. A mí me gustaría aprender a decir que no todas las veces que sea necesario. Estamos muy expuestos a que nos frieguen la pita: te invitan a donde no quieres ir, te hablan en el taxi cuando lo único que quieres es mirar distraído por la ventana, no falta el que te mandonea, te llaman por teléfono para enchufarte un seguro y el día menos pensado te meten en cualquier cacho. Los cachos son una pesadilla. Es tan frecuente que nos metan en cachos, que a ratos nos llegan a parecer lo más normal del mundo, y está lleno de gente que piensa que uno tendría que dedicar varias horas del día a resolverles asuntos a los demás, y gratis, por supuesto, porque ésa es una característica esencial del cacho, sobre todo ahora que hay teléfonos celulares y correo electrónico, y entonces no cuesta nada que la demanda llegue de donde menos la esperas: Valparaíso, el centro de Santiago, Lima, Montevideo o Arkansas City.
No hay que confundir cacho con trabajo aburrido. El trabajo mal que mal es remunerado, a veces no es más que una ensalada de diligencias y operaciones tediosas, pero uno aceptó las reglas del juego. Los cachos, en cambio, son gratuitos, normalmente intempestivos, casi siempre urgentes, porque el mundo de hoy es dinámico y andan todos apurados empujando la rueda de la producción. Los peores cachos pueden ser esos que te piden los que así se sacan el pillo en sus propios trabajos. O sea: a ellos les pagan, pero los que mueven la rueda en ese momento somos nosotros, por supuesto en nombre de la amistad. Se me apretó la guata: acabo de advertir que en los dos últimos años he clavado con a lo menos tres cachos a la mujer de un viejo amigo. La próxima vez que le pida algo debería ofrecerle un dinerillo.
Decir que no a cualquier cacho en que nos quieran embarcar equivale a ganarse automáticamente el odio del otro lado: rara vez se dice, pero casi siempre se piensa: pucha el gallo mala onda, antipático, desagradable, egoísta, cabrón, agrandado y malagradecido.
No me van a creer. Estaba escribiendo esto y sonó el teléfono. Era una periodista joven y simpática, que conocí en la radio, y que me preguntó si podía molestarme un minuto. Qué vas a decir en ese momento. Quería preguntarme si yo podía darle información de Leontina Espinoza, aquella mujer chilena que fue expulsada del Libro de los Récords Guinness en los años ochenta por haber falseado la cantidad de hijos carnales que tuvo. Ella llegó a decir una vez que había tenido más de sesenta hijos, porque le salían de a tres y de a cuatro por evento. La entrevistaron una vez en Sábados gigantes, y se veía un poco maltrecha de tanto parto. Uno sacaba cuentas y decía: esta señora se ha pasado toda la vida embarazada, y el Negro, que era como le decían a su marido, un moreno flaco y enclenque, debe ser un auténtico semental, porque se suponía era el padre de todos ellos. Al final se supo la firme: por enredos familiares, inscribía también como propios a hijos de sus hijos, y hasta cabros adoptados tenía. Entremedio se habían perdido libretas de familia, y resultó que la estadística del récord era más falsa que reloj de marca comprado en Paraguay. Seguro que Leontina Espinoza no era una mala madre; le gustaba lo de la crianza, pero también le gustó probar el caldo de los quince minutos de fama, que en todo caso no le sirvieron de mucho: fuera de alguna platita que le soltaron en la televisión, la pobre siguió luchando entre la carencia y la necesidad. Le contesté a la periodista que todo lo que sabía de ella estaba escrito en mi libro Chilenos de raza, que ignoraba si el Negro vivía o estaba bajo tierra, pero que por edad hacía rato que había dejado de engendrar cabros chicos.
De vuelta en la crónica, concluyo que una cosa es el trabajo, otra son los cachos y una tercera es la gratuidad; la maravilla de lo gratuito, de aquello que hacemos por el puro gusto. Ése al final es el mejor reducto, y el más libre. Ajeno al deber, la obligación, el cacho. Disfrutar la vida con la menor cantidad de apremios y presiones parece un sueño. Me gusta vivir orbitando ese sueño.
mouatfrancisco@gmail.com
Comente en http://blogs.elmercurio.com/revistasabado/
Francisco Mouat
Un gran cronista chileno escribió la otra vez que se está poniendo viejo y mañoso, porque lo que más le preocupa ahora es no molestar a nadie y que nadie le friegue la pita.
Fregar la pita. Es buena la expresión: elocuente y cascarrabias. A mí me gustaría aprender a decir que no todas las veces que sea necesario. Estamos muy expuestos a que nos frieguen la pita: te invitan a donde no quieres ir, te hablan en el taxi cuando lo único que quieres es mirar distraído por la ventana, no falta el que te mandonea, te llaman por teléfono para enchufarte un seguro y el día menos pensado te meten en cualquier cacho. Los cachos son una pesadilla. Es tan frecuente que nos metan en cachos, que a ratos nos llegan a parecer lo más normal del mundo, y está lleno de gente que piensa que uno tendría que dedicar varias horas del día a resolverles asuntos a los demás, y gratis, por supuesto, porque ésa es una característica esencial del cacho, sobre todo ahora que hay teléfonos celulares y correo electrónico, y entonces no cuesta nada que la demanda llegue de donde menos la esperas: Valparaíso, el centro de Santiago, Lima, Montevideo o Arkansas City.
No hay que confundir cacho con trabajo aburrido. El trabajo mal que mal es remunerado, a veces no es más que una ensalada de diligencias y operaciones tediosas, pero uno aceptó las reglas del juego. Los cachos, en cambio, son gratuitos, normalmente intempestivos, casi siempre urgentes, porque el mundo de hoy es dinámico y andan todos apurados empujando la rueda de la producción. Los peores cachos pueden ser esos que te piden los que así se sacan el pillo en sus propios trabajos. O sea: a ellos les pagan, pero los que mueven la rueda en ese momento somos nosotros, por supuesto en nombre de la amistad. Se me apretó la guata: acabo de advertir que en los dos últimos años he clavado con a lo menos tres cachos a la mujer de un viejo amigo. La próxima vez que le pida algo debería ofrecerle un dinerillo.
Decir que no a cualquier cacho en que nos quieran embarcar equivale a ganarse automáticamente el odio del otro lado: rara vez se dice, pero casi siempre se piensa: pucha el gallo mala onda, antipático, desagradable, egoísta, cabrón, agrandado y malagradecido.
No me van a creer. Estaba escribiendo esto y sonó el teléfono. Era una periodista joven y simpática, que conocí en la radio, y que me preguntó si podía molestarme un minuto. Qué vas a decir en ese momento. Quería preguntarme si yo podía darle información de Leontina Espinoza, aquella mujer chilena que fue expulsada del Libro de los Récords Guinness en los años ochenta por haber falseado la cantidad de hijos carnales que tuvo. Ella llegó a decir una vez que había tenido más de sesenta hijos, porque le salían de a tres y de a cuatro por evento. La entrevistaron una vez en Sábados gigantes, y se veía un poco maltrecha de tanto parto. Uno sacaba cuentas y decía: esta señora se ha pasado toda la vida embarazada, y el Negro, que era como le decían a su marido, un moreno flaco y enclenque, debe ser un auténtico semental, porque se suponía era el padre de todos ellos. Al final se supo la firme: por enredos familiares, inscribía también como propios a hijos de sus hijos, y hasta cabros adoptados tenía. Entremedio se habían perdido libretas de familia, y resultó que la estadística del récord era más falsa que reloj de marca comprado en Paraguay. Seguro que Leontina Espinoza no era una mala madre; le gustaba lo de la crianza, pero también le gustó probar el caldo de los quince minutos de fama, que en todo caso no le sirvieron de mucho: fuera de alguna platita que le soltaron en la televisión, la pobre siguió luchando entre la carencia y la necesidad. Le contesté a la periodista que todo lo que sabía de ella estaba escrito en mi libro Chilenos de raza, que ignoraba si el Negro vivía o estaba bajo tierra, pero que por edad hacía rato que había dejado de engendrar cabros chicos.
De vuelta en la crónica, concluyo que una cosa es el trabajo, otra son los cachos y una tercera es la gratuidad; la maravilla de lo gratuito, de aquello que hacemos por el puro gusto. Ése al final es el mejor reducto, y el más libre. Ajeno al deber, la obligación, el cacho. Disfrutar la vida con la menor cantidad de apremios y presiones parece un sueño. Me gusta vivir orbitando ese sueño.
mouatfrancisco@gmail.com
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Sebastián Silva
“Mi idea es hacer una película de sirenas en el mar báltico y en polaco. No van a ser sirenas fletas de tetas grandes y pelo rubio. Van a ser sirenas horrendas y monstruosas”
Zona.cl
Hace dos años entrevistamos a Sebastián Silva por La Vida Me Mata (2007), una peliculaza que duró dos semanas en cartelera. Ahí nos adelantó en exclusiva su siguiente película: La Nana. La cinta que se ganó un premio en Sundance y que se estrena acá este jueves 13 de agosto. Por eso, casi como una cábala, volvemos a pedirle a Silva que adelante sus proyectos: de Second Child, una película de un niño que descubre su homosexualidad, a un experimento sicoanalítico a lo Jodorowsky. Hablamos de eso, de su relación con las decenas de nanas que pasaron por su casa y de sus recomendaciones de películas a conseguir. Entre ellas, un documental sobre el modisto Valentino y An Angel At My Table, un film sobre una escritora neozelandesa tan esquizofrénica y habilosa, como el bueno de Seb Silva. Regalamos entradas entre quienes comenten.
Por Guillermo Scott
Wena Seb, aquí la Zona. Antes de hablar de nanas, partamos con recomendaciones para aplicar torrentazos: ¿Qué película viste en el cine últimamente que te volara la cabeza?
-Ninguna, yo no veo mucho cine
¡¿Pero cómo?! Es bien raro que un director de cine no vea películas.
-O sea no he visto cine en sala. La última que vi fue una que se llama Moon. Es inglesa y trata de un loco que va a la luna y está bien buena.
Vi también la última de Jarmush (The Limits Of Control) que está fome a cagar. Demasiado mala loco, no me gusto nada. Y Whatever Works, la última de Woody Allen,tampoco me gustó. Sentí que Allen perdió la mano compadre. Las situaciones familiares y naturales como que no estaban presentes, era muy vieja y añeja la película y Larry David, a pesar de que lo admiro y lo encuentro muy divertido, no logró sacarme risas.
Vamos por las buenas entonces…
- Hunger. Es de un director inglés que ganó la cámara de oro en Cannes como hace dos años, se llama Steve McQueen y es el videoartista conceptual más reconocido de UK en estos momentos. Se lanzó con su exquisita opera prima sobre una huelga de hambre que hizo la IRA. La película habla del líder del movimiento irlandés Bobby Sands y la película es impactante, diferente y hermosa.
El otro es un documental del modisto Valentino (Valentino: The Last Emperor) que está muy taquilla, muy bien hecho y más entretenido que la chucha. A pesar que no soy fan de la moda y no sigo modistos, era increíble ver el talento del tipo. Si hay un weón seco para hacer vestidos de mina, ese es Valentino.
El nivel de glamour de esos tipos es otro corte. Un estilo de vida muy sofisticado.
-Te cagái el weón. Tenía un yate, una lancha gigante con unos Warhol originales de su cara, y tenía tres más encima. Tiene siete perros a los que les lavan los dientes y cada uno tiene dos nanas. Ese nivel.
Pero con lo que me volví loco, el que me fascinó, es un documental gringo de los 70s que se llama Grey Gardens. Se trata de unos parientes de Jackie Kennedy, que son dos minas- madre e hija- que viven en los Hamptonts, que es como el Zapallar de NY. Ellas viven ah y son unas freaks de mierda, totalmente sucias, sin comida, llenas de gatos y mapaches. Pasado a meado y con la casa hecha bolsa.
Los creadores estaban haciendo un documental acerca de Jackie O y fueron a entrevistar a esta tía a su casa y se dieron cuenta que la mano era hacer un documental de ella y su hija. La hija era una genia loca con un discurso político muy coherente, pero muy loca y sola, víctima de su madre. Se vestía con puros trapos, pero con mucho estilo, y se transformó en un referente de la moda.
El documental es muy interesante. Después HBO hizo una película donde actúa Drew Barrymore, pero comparado con el documental esa peli es una mala broma.
Entonces al final igual ves muchas películas. Era muy sospechoso eso de el cineasta que no ve cine.
-Sí, es verdad igual veo harto. OHH, se me iba An Angel At My Table, que es sobre una escritora neozelandesa que era muy radical, muy pobre y media loca. Enferma la tipa, esquizofrénica. La encerraron en un manicomio y después salió, se recuperó y ahora es una diosa de la escritura.
¿Qué estás haciendo en NY?
-Estoy tratando de conseguir financiamiento para una película. Tenemos la mitad de las lucas y la película es media cara, así que va costar esa pega.
Cuenta de qué va tratar…
-Si po’ obvio, se llama Second Child y trata la historia de un niño de ocho años que es homosexual, pero no lo sabe y está buscando cariño y afectos en lugares equivocados. Se enamora de su padrino y después de un cuidador del campo. Todo esto el niño lo hace sin saberlo y de forma muy inocente. Esa es como la historia central de la película, este niño solitario. Quiero hacerla bien familiar y sensible. Es bien atmosférica y bonita.
¿La vas a filmar en Chile?
-No. Es una película escrita en inglés, la familia es negra y en verdad es una película gringa. Para serte franco, esta película tiene una estructura muy similar a la de La Nana en términos de personajes y su redención. Eso ya está como listo y ahora en septiembre me meto en otro proyecto extraño
¿Qué tan extraño?
-Vamos a filmar un especie de informercial con Gabriel Díaz. Lo produce Elephant Eyes, la distribuidora de La Nana en Estados Unidos y vamos a tratar de meterlo a la categoría experimental de Sundance.
El informercial es sobre un servicio que inventé: grabamos tu cuerpo desnudo en una pieza negra infinita, donde no se ven ángulos de muralla ni nada y filmamos tu cuerpo en pelota, full detalles desde tu nariz hasta tu ano en HD y después te hacemos una terapia con un psicólogo, que te hace preguntas existenciales pero simples. Onda para sacarte una foto psíquica.
Eso lo grabamos y mezclamos las imágenes de tu cuerpo con el audio de tus respuestas, y te entregamos un dvd con tu identidad actual. Ese es el servicio.
¿Pero esto es con actores o gente real común y silvestre?
-Esto es real y con gente verdadera, pero va ser súper caro y dudo que alguien lo pida.
Qué volada. Psicoanalisis 2.0. Freud, sacúdete en tu cripta.
-La cagó.
Pasemos a La Nana. En la entrevista anterior -donde nos adelantaste la película- contabas que lo de las nanas es una historia súper personal para ti. Encontrabas injusto que no comieran contigo y tenías un rollo súper fuerte con el tema…
-En la casa de mi familia habían nanas, siempre hubo. Eran puertas adentro, a veces había una o dos, pero siempre estuvieron presentes en la casa.
¿Cuántas fueron?
-No me acuerdo, pero varias. A veces entraban unas, otras salían, unas se quedaban 10 años, otras tres y algunas un mes. Es difícil contarlas. Igual yo me fui de donde mis viejos como a los 18 y me perdí ene historial de nanas.
¿Y por qué las cambiaban?
-No las cambiaban, más bien se iban.
¿Se iban chatas?
-No, para nada. En mi casa la huevá es buena onda. Mi familia es súper acogedora. Es tan así, que en el estreno que hicimos el domingo con las nanas, una de ellas dijo que encontraba poco creíble que la familia fuera tan amorosa.
Quedé para adentro, quizás qué experiencias tuvo la pobre. O sea, en mi familia la nana no comía con nosotros, pero era un trato decente, buena onda y humano. Pero al parecer, la mayoría de la gente no trata a sus nanas de esa forma. Hice la película porque viví el tema, crecí con nana puertas adentro toda mi vida y yo mejor que nadie podía contar una historia no contada en Chile.
La relación de la nana de la película con el hijo mayor es súper clásica: la nana que lava las sábanas con semen para callao. ¿Cómo lograste esos insights, fueron experiencias personales?
-En gran parte sí. Mi familia es grande y podía ver lo que pasaba. También me nutrí mucho de experiencias en casas de amigos, mitología popular y obvio hay ficción metida en la historia.
¿Fuiste mala onda con algunas nanas cuando pendejo?
-Ni cagando fui malo, pero no las pescaba ni un metro. Era como si no existieran. Era imposible que me iban a mandar, no le hacía caso a mi mamá y menos le voy hacer caso a la nana, que es una extraña que llega recién a la casa.
Ahí empiezan los conflictos que se instalaron en mi psiquis y me hicieron finalmente hacer una película sobre el tema. Si una nana lleva tiempo en tu casa, tus padres trabajan y eres cabro chico, ellas son las que mandan y uno pasa mucho tiempo del día junto a estas extrañas puertas adentro.
Mi relación con las nanas de mi casa no tiene nada de especial, comparado con otros chilenos de mi edad. Lo mío era más bien interno. No entendía esta figura. Era entre injusto y raro, difícil de resolver emocionalmente para mí. No sabía si estaba bien el que comieran solas en la cocina, no sabía si debíamos traerlas a la mesa con nosotros y alegar o hacerles ver a ella que era mejor renunciar y no estar ahí.
Hay mucha mitología en torno a las nanas como iniciadoras sexuales de la clase acomodada en la literatura chilena. De José Donoso en adelante. ¿Por qué no tocaste ese tema en la película?
-Yo nunca tuve sexo con una nana, pero sé de gente que lo ha hecho y ni cagando hubiera salido en la película porque no calza en la personalidad de mi protagonista. Lo saltamos, es como de teleserie y burdo. No es mi tema.
Cata Saavedra lleva muchos años trabajando de nana en la tele. Es muy irónico que ahora todos van hablar de lo seca que es como actriz, y van a validar su trabajo por un papel que lleva años haciendo. ¿Qué pensái de eso?
-La cagó esa weá, es muy freak. Es que aquí son demasiados sesgados weón, les encanta la rubia con nariz respingada y tetas, una webada idiota. No los culpo, pero es raro. O sea no tanto, es cosa de ver la weás que hay en la tele y demás que la Cata no calza con ese perfil, pero espero que se den cuenta y se avispen del medio talento que hay.
Yo no veo tele y nunca la he visto en Los Venegas, pero yo trabajé con ella en La Vida me Mata (2007) y nos hicimos muy amigos. Cuando la invité a trabajar para esta película le dije ‘Cata, te tengo un personaje la zorra, te va encantar”. La Cata pensó que la estaba agarrando pal webeo. No estaba ni ahí con hacer un papel de nana.
Me costó convencerla, le dije que iba ser diferente, que la estaba escribiendo con Peiranoy estaba quedando la raja. La obligamos a hacerla. Si ella decía que no al papel, la película no se hacía.
Antes de terminar… ¿algún otro proyecto en carpeta?
-Falta caleta, pero igual te cuento. Me gané un premio bacán en plata para producir una película en Polonia. Mi idea es hacer una película de sirenas en el mar báltico y en polaco. Si se concreta será en noviembre del otro año. Me tiene caliente la idea, no van a ser sirenas fletas de tetas grandes y pelo rubio. Van a ser sirenas horrendas, más mitológicas y monstruosas.
Suerte con el estreno.
-Vale man, te pasaste.
Zona.cl
Hace dos años entrevistamos a Sebastián Silva por La Vida Me Mata (2007), una peliculaza que duró dos semanas en cartelera. Ahí nos adelantó en exclusiva su siguiente película: La Nana. La cinta que se ganó un premio en Sundance y que se estrena acá este jueves 13 de agosto. Por eso, casi como una cábala, volvemos a pedirle a Silva que adelante sus proyectos: de Second Child, una película de un niño que descubre su homosexualidad, a un experimento sicoanalítico a lo Jodorowsky. Hablamos de eso, de su relación con las decenas de nanas que pasaron por su casa y de sus recomendaciones de películas a conseguir. Entre ellas, un documental sobre el modisto Valentino y An Angel At My Table, un film sobre una escritora neozelandesa tan esquizofrénica y habilosa, como el bueno de Seb Silva. Regalamos entradas entre quienes comenten.
Por Guillermo Scott
Wena Seb, aquí la Zona. Antes de hablar de nanas, partamos con recomendaciones para aplicar torrentazos: ¿Qué película viste en el cine últimamente que te volara la cabeza?
-Ninguna, yo no veo mucho cine
¡¿Pero cómo?! Es bien raro que un director de cine no vea películas.
-O sea no he visto cine en sala. La última que vi fue una que se llama Moon. Es inglesa y trata de un loco que va a la luna y está bien buena.
Vi también la última de Jarmush (The Limits Of Control) que está fome a cagar. Demasiado mala loco, no me gusto nada. Y Whatever Works, la última de Woody Allen,tampoco me gustó. Sentí que Allen perdió la mano compadre. Las situaciones familiares y naturales como que no estaban presentes, era muy vieja y añeja la película y Larry David, a pesar de que lo admiro y lo encuentro muy divertido, no logró sacarme risas.
Vamos por las buenas entonces…
- Hunger. Es de un director inglés que ganó la cámara de oro en Cannes como hace dos años, se llama Steve McQueen y es el videoartista conceptual más reconocido de UK en estos momentos. Se lanzó con su exquisita opera prima sobre una huelga de hambre que hizo la IRA. La película habla del líder del movimiento irlandés Bobby Sands y la película es impactante, diferente y hermosa.
El otro es un documental del modisto Valentino (Valentino: The Last Emperor) que está muy taquilla, muy bien hecho y más entretenido que la chucha. A pesar que no soy fan de la moda y no sigo modistos, era increíble ver el talento del tipo. Si hay un weón seco para hacer vestidos de mina, ese es Valentino.
El nivel de glamour de esos tipos es otro corte. Un estilo de vida muy sofisticado.
-Te cagái el weón. Tenía un yate, una lancha gigante con unos Warhol originales de su cara, y tenía tres más encima. Tiene siete perros a los que les lavan los dientes y cada uno tiene dos nanas. Ese nivel.
Pero con lo que me volví loco, el que me fascinó, es un documental gringo de los 70s que se llama Grey Gardens. Se trata de unos parientes de Jackie Kennedy, que son dos minas- madre e hija- que viven en los Hamptonts, que es como el Zapallar de NY. Ellas viven ah y son unas freaks de mierda, totalmente sucias, sin comida, llenas de gatos y mapaches. Pasado a meado y con la casa hecha bolsa.
Los creadores estaban haciendo un documental acerca de Jackie O y fueron a entrevistar a esta tía a su casa y se dieron cuenta que la mano era hacer un documental de ella y su hija. La hija era una genia loca con un discurso político muy coherente, pero muy loca y sola, víctima de su madre. Se vestía con puros trapos, pero con mucho estilo, y se transformó en un referente de la moda.
El documental es muy interesante. Después HBO hizo una película donde actúa Drew Barrymore, pero comparado con el documental esa peli es una mala broma.
Entonces al final igual ves muchas películas. Era muy sospechoso eso de el cineasta que no ve cine.
-Sí, es verdad igual veo harto. OHH, se me iba An Angel At My Table, que es sobre una escritora neozelandesa que era muy radical, muy pobre y media loca. Enferma la tipa, esquizofrénica. La encerraron en un manicomio y después salió, se recuperó y ahora es una diosa de la escritura.
¿Qué estás haciendo en NY?
-Estoy tratando de conseguir financiamiento para una película. Tenemos la mitad de las lucas y la película es media cara, así que va costar esa pega.
Cuenta de qué va tratar…
-Si po’ obvio, se llama Second Child y trata la historia de un niño de ocho años que es homosexual, pero no lo sabe y está buscando cariño y afectos en lugares equivocados. Se enamora de su padrino y después de un cuidador del campo. Todo esto el niño lo hace sin saberlo y de forma muy inocente. Esa es como la historia central de la película, este niño solitario. Quiero hacerla bien familiar y sensible. Es bien atmosférica y bonita.
¿La vas a filmar en Chile?
-No. Es una película escrita en inglés, la familia es negra y en verdad es una película gringa. Para serte franco, esta película tiene una estructura muy similar a la de La Nana en términos de personajes y su redención. Eso ya está como listo y ahora en septiembre me meto en otro proyecto extraño
¿Qué tan extraño?
-Vamos a filmar un especie de informercial con Gabriel Díaz. Lo produce Elephant Eyes, la distribuidora de La Nana en Estados Unidos y vamos a tratar de meterlo a la categoría experimental de Sundance.
El informercial es sobre un servicio que inventé: grabamos tu cuerpo desnudo en una pieza negra infinita, donde no se ven ángulos de muralla ni nada y filmamos tu cuerpo en pelota, full detalles desde tu nariz hasta tu ano en HD y después te hacemos una terapia con un psicólogo, que te hace preguntas existenciales pero simples. Onda para sacarte una foto psíquica.
Eso lo grabamos y mezclamos las imágenes de tu cuerpo con el audio de tus respuestas, y te entregamos un dvd con tu identidad actual. Ese es el servicio.
¿Pero esto es con actores o gente real común y silvestre?
-Esto es real y con gente verdadera, pero va ser súper caro y dudo que alguien lo pida.
Qué volada. Psicoanalisis 2.0. Freud, sacúdete en tu cripta.
-La cagó.
Pasemos a La Nana. En la entrevista anterior -donde nos adelantaste la película- contabas que lo de las nanas es una historia súper personal para ti. Encontrabas injusto que no comieran contigo y tenías un rollo súper fuerte con el tema…
-En la casa de mi familia habían nanas, siempre hubo. Eran puertas adentro, a veces había una o dos, pero siempre estuvieron presentes en la casa.
¿Cuántas fueron?
-No me acuerdo, pero varias. A veces entraban unas, otras salían, unas se quedaban 10 años, otras tres y algunas un mes. Es difícil contarlas. Igual yo me fui de donde mis viejos como a los 18 y me perdí ene historial de nanas.
¿Y por qué las cambiaban?
-No las cambiaban, más bien se iban.
¿Se iban chatas?
-No, para nada. En mi casa la huevá es buena onda. Mi familia es súper acogedora. Es tan así, que en el estreno que hicimos el domingo con las nanas, una de ellas dijo que encontraba poco creíble que la familia fuera tan amorosa.
Quedé para adentro, quizás qué experiencias tuvo la pobre. O sea, en mi familia la nana no comía con nosotros, pero era un trato decente, buena onda y humano. Pero al parecer, la mayoría de la gente no trata a sus nanas de esa forma. Hice la película porque viví el tema, crecí con nana puertas adentro toda mi vida y yo mejor que nadie podía contar una historia no contada en Chile.
La relación de la nana de la película con el hijo mayor es súper clásica: la nana que lava las sábanas con semen para callao. ¿Cómo lograste esos insights, fueron experiencias personales?
-En gran parte sí. Mi familia es grande y podía ver lo que pasaba. También me nutrí mucho de experiencias en casas de amigos, mitología popular y obvio hay ficción metida en la historia.
¿Fuiste mala onda con algunas nanas cuando pendejo?
-Ni cagando fui malo, pero no las pescaba ni un metro. Era como si no existieran. Era imposible que me iban a mandar, no le hacía caso a mi mamá y menos le voy hacer caso a la nana, que es una extraña que llega recién a la casa.
Ahí empiezan los conflictos que se instalaron en mi psiquis y me hicieron finalmente hacer una película sobre el tema. Si una nana lleva tiempo en tu casa, tus padres trabajan y eres cabro chico, ellas son las que mandan y uno pasa mucho tiempo del día junto a estas extrañas puertas adentro.
Mi relación con las nanas de mi casa no tiene nada de especial, comparado con otros chilenos de mi edad. Lo mío era más bien interno. No entendía esta figura. Era entre injusto y raro, difícil de resolver emocionalmente para mí. No sabía si estaba bien el que comieran solas en la cocina, no sabía si debíamos traerlas a la mesa con nosotros y alegar o hacerles ver a ella que era mejor renunciar y no estar ahí.
Hay mucha mitología en torno a las nanas como iniciadoras sexuales de la clase acomodada en la literatura chilena. De José Donoso en adelante. ¿Por qué no tocaste ese tema en la película?
-Yo nunca tuve sexo con una nana, pero sé de gente que lo ha hecho y ni cagando hubiera salido en la película porque no calza en la personalidad de mi protagonista. Lo saltamos, es como de teleserie y burdo. No es mi tema.
Cata Saavedra lleva muchos años trabajando de nana en la tele. Es muy irónico que ahora todos van hablar de lo seca que es como actriz, y van a validar su trabajo por un papel que lleva años haciendo. ¿Qué pensái de eso?
-La cagó esa weá, es muy freak. Es que aquí son demasiados sesgados weón, les encanta la rubia con nariz respingada y tetas, una webada idiota. No los culpo, pero es raro. O sea no tanto, es cosa de ver la weás que hay en la tele y demás que la Cata no calza con ese perfil, pero espero que se den cuenta y se avispen del medio talento que hay.
Yo no veo tele y nunca la he visto en Los Venegas, pero yo trabajé con ella en La Vida me Mata (2007) y nos hicimos muy amigos. Cuando la invité a trabajar para esta película le dije ‘Cata, te tengo un personaje la zorra, te va encantar”. La Cata pensó que la estaba agarrando pal webeo. No estaba ni ahí con hacer un papel de nana.
Me costó convencerla, le dije que iba ser diferente, que la estaba escribiendo con Peiranoy estaba quedando la raja. La obligamos a hacerla. Si ella decía que no al papel, la película no se hacía.
Antes de terminar… ¿algún otro proyecto en carpeta?
-Falta caleta, pero igual te cuento. Me gané un premio bacán en plata para producir una película en Polonia. Mi idea es hacer una película de sirenas en el mar báltico y en polaco. Si se concreta será en noviembre del otro año. Me tiene caliente la idea, no van a ser sirenas fletas de tetas grandes y pelo rubio. Van a ser sirenas horrendas, más mitológicas y monstruosas.
Suerte con el estreno.
-Vale man, te pasaste.
Séptimo vicioso
Gonzalo Frías
El agudo espectador
El cinéfilo presentador de “7° vicio” no deja títere con cabeza cuando una película no le gusta, por eso desenvaina su espada contra algunas cintas “malditas” nacionales. Pero no todo es crítica; aplaude los films que merecen su aprobación y además relata el origen de este vicio cinematográfico.
Miércoles 12 de Agosto de 2009
Ángela Tapia F.
“Púdranse las buenas intenciones”, dijo Gonzalo Frías en uno de los capítulos de su programa de cine. Un conteo de las 10 peores películas chilenas, “las películas malditas”, como dijo, le hacen cuestionarse si la raza es la mala o no, mientras dispara contra el Estado que las financia y hacia las buenas intenciones que dicen tener los directores que las realizan.
En su programa del Vía X, “7° Vicio”, este cinéfilo da rienda suelta a su lengua, sin intimidarse por formatos televisivos o el temor a que los televidentes continúen con su zapping, aburridos de escucharlo.
Él habla y habla hasta sentir que transmitió toda su furia, en este caso, a películas como “Rojo”, “El nominado” y casi todas las de Boris Quercia. Pero también disfruta comentando su admiración y reflexiones acerca de las maravillas del séptimo arte, ya sean cintas comerciales, hasta el más rebuscado corto sueco.
“A veces hablo 20 minutos y me corto a 10 (en la edición). Hablo harto, pensando que la persona, tal vez, puede ir al baño y volver; lo hago por la comodidad del que está mirando”, dice de broma.
Gonzalo, hijo de Gustavo Frías -el guionista de “Julio comienza en Julio”, “Caluga o menta” y “Amnesia”, entre otras- hace diez años que mantiene el mismo formato en su programa del cable, “yéndose en la volada”, sin sucumbir a presiones del tipo rating o auspiciadores.
Dice que es gracias a la libertad que le permite el canal y que, de lo contrario, difícilmente habría aceptado hacer el programa desde un principio, ya que “odiaba cabalmente el mundo de la tele”.
“Partí el ‘99. Tenía como 22 ó 23 años. No sabía hablar mucho y estaba recién aprendiendo el alfabeto de la tele. No tenía idea ni de cómo vestirme. El primer programa lo tengo guardado en VHS y aparezco con suspensores, camisa y pantalones que me prestó mi papá o mi abuelo. Así que la primera semana, básicamente, fui un Larry King súper tosco, con cero movimiento”, pero, aún así, alguien sin pelos en la lengua.
-¿No te dicen nada por los comentarios más ácidos?
“No, es lo más raro del mundo. De hecho, soy yo el que me cuestiono más lo que sale al aire, de lo que aparentemente provoca. Pero uno sabe que siempre hay alguien escuchando o viendo y a veces he dicho cosas que me han dado vergüenza, como que las mamás de estos realizadores ojalá tuvieran planes médicos de aborto. Llegan comentarios, pero, generalmente, son buenos, como por fin alguien lo dice en la forma en que necesita ser dicho. Es muy distinto decir puta, la película mala, que tiene la esencia de cuando uno sale de ver una película muy mala, y no bueno, la película falla en su dramaturgia, la fotografía no está bien conseguida.... Eso no capta la ira bíblica contra la película mala”.
-¿Qué te pasa en el caso del cine chileno?
“Es que esta es una semana súper especial, porque vi ‘La nana’, la nueva de Sebastián Silva, y me encantó, a propósito de ‘La vida me mata’, que para mí es una obra extraordinaria. También vi ‘Huacho’, así que he visto buenas películas chilenas. Pero creo que algunos realizadores jóvenes chilenos pecan de ser auto referentes con la retórica del ombliguismo, se miran a ellos. Se trata de una película de, con letras gigantes, y el nombre de la película en chico. Es un protagonismo que una ves que uno ve la película, se da cuenta que afecta mucho o notoriamente lo que se percibe en el resultado. Así que yo soy anti Boris Quercia, anti ‘Chacotero Sentimental’, o todo ese cine mal entendido hecho como para la gallada”.
-¿Y está mal eso?
“Para nada. Adriano Celentano (director italiano) hacía películas fenomenales con la Ornella Muti, tanto o más dedicadas a la gente, pero en términos más artísticos. Me carga que en este país ocupen la palabra ‘artista’para decir: “Yo soy artista, tú como público común y corriente no me puedes cuestionar a mí, porque sólo yo sé las ideas, las semillas que tiene mi película dentro. Esta es una obra de arte que va a ser recordada de aquí a 20 años; lo que pasa es que ustedes son unos simios...’ (se ríe). Ese tipo de cosas me cargan”.
-¿Qué te molesta de Quercia?
“Creo que sus películas ven a los hombres como moledores de carne femenina. Son como chistes para el oficinista: ‘cáchate, se le echó a correr el lápiz Bic’. Pero eso es una rutina de Che Copete, y él hace mejor eso todas las noches. A mí me gusta él porque no tiene otra pretensión que no sea tener a la galucha atrás riéndose. Pero el cine de Boris Quercia no está en el área que debiera estar, es un conjunto de sketch, y con cueva”.
-Pero igual encuentran presupuesto y parece irles bien en la taquilla.
“A mí me parece una vergüenza que el Gobierno apoye películas como las que menciono u otras que se me están olvidando, y que son varias. Da para pensar si no es una confabulación gubernamental para que veamos mal cine, el cine de la industria chilena, que para mí no existe. Pero ahí hay 500 mil espectadores que me demuestran lo contrario”.
-¿El problema es la raza, como dices?
“No creo, no sé. Si hay películas como ‘La nana’, ‘La vida me mata’, documentales fenomenales, como el de Los Blue Splendor -el de la banda de Valparaíso-, es que se va ganando la batalla día a día. De cosas así sí vamos a estar hablando en 20 años más. Del resto, algunas no merecen ni siquiera una sala para ser exhibidas. Para eso tienen que ganarse el derecho. Dala por la tele si quieres, pero no me hagas ir a verla al cine y pagar la entrada”.
-¿Recuerdas alguna desilusión especial en el cine?
“La última vez que salí con rabia de un cine, fue después de ver ‘Sexo con amor’. Y más encima, uno se empieza a cuestionar la mentalidad de los actores y dices, ¿la Sigrid Alegría leyó bien el guión?, ¿supo que las mujeres quedan ahí como carne molida y objetos para los hombres? Uno se enoja con el sistema. Está la otra actriz que sale en los sketch del Kike Morandé y que aparece también en la película. Me acuerdo que leí una entrevista al otro día del estreno y ella decía: ‘aquí estudié cinco años y éste era el momento que estaba esperando’. Y cuando veo la película... ¡muestra las pechugas!”.
-¿Sigues yendo al cine?
“Sí. No tanto como antes eso sí. Me encantaba el cine que tenía olor a cine, con el señor que hacía un corchete en la entrada y que guiaba con una linterna... Todo era mágico desde el inicio; las cortinas se abrían y apagaban la luz (hace la escena de estar ahí y hasta se asusta con el imaginario corte de luz)... Antes que empezara la película ya estabas aprendiendo la experiencia de estar en el cine”.
-Debes tener mil películas en tu casa.
“Sí, pero me entraron a robar una vez y se llevaron seiscientos dvd, muchos originales. Me robaron sólo eso, fue algo dateado, hace como 4 ó 5 años. Me dolió en el alma, porque para mí era estudio. Uno revisita películas para volver a aprender, son talleres de cine. Fue terrible, pero obviamente nadie vio nada. Hubiera preferido que me secuestraran a lo Elisa, antes que me robaran las películas. Para alguien que le haya tenido cariño a una sabe lo que es perder 600. Al final, me quedé con el único consuelo de que nadie le iba a sacar el provecho que podía sacarles yo. Me da terror ir a dar una vuelta por el Bio-Bío o el Persa y ver una película sin saber si es la mía... Pero si hay una cosa que te enseña esta idea de que todo se puede acabar de un día para otro, es que al día después tienes que saber partir de cero... Y bienvenida la piratería”.
-¿Todo este gusto por el cine comenzó por tu papá?
“Sí, un poco por él. A mí me tocaba mucho subir al altillo que tenía como taller. Y como vivimos en la playa, en Las Cruces, solían frecuentarlo mucho los amigos los fines de semana, los que trabajaban en Santiago, pero que tenían estas ideas y querían ir a trabajar con este loco que se había ido a vivir a la costa. Entonces, de repente entraba Silvio Caiozzi y dejaba unos fotoramas de prueba de lo que él quería que fuera ‘Julio comienza en Julio’. Yo entraba a esta guarida que tenían los grandes y me encontraba con una pieza de niño, con los fotoramas colgados en los ventanales. Al atardecer, pegaba el sol y se proyectaban del otro lado. Fue como un ‘Cinema Paradiso’ sin tener cine. Lo otro que también se debe a mi papá, aunque ya no por su presencia, si no que por su ausencia, es que cuando mis papás se divorciaron, a mi hermano chico y a mí nos tocó venir a Santiago con mi mamá. Ella era profesora de filosofía en La Maisonnette. De hecho, primero y segundo básico lo hice en un colegio de niñas”.
-¿Cómo?
“Sí, era el único hombre en toda básica con mi hermano. Como mi mamá era profesora, le permitieron un cupo y ahí estuve yo, rodeado de niñas por un año. Tenía que ir al baño de profesores, no al de mis compañeras. Fue raro; estaba súper sólo.
“Como los fines de semana el panorama ya no era salir con los papás, yo me resumí a ver videos y películas en la tele. Descubrí un súper lindo refugio ahí. Creo que mi noción de familia viene de la tele, de películas, no de la realidad. Ahí partió un poco mi enamoramiento con las películas, de la necesidad de creer en algo que me lo daba el cine. Es como si fueras huérfano y las películas te apadrinaran. Claro, siempre que veas las adecuadas, porque si ves ‘La naranja mecánica’ vas a terminar como el Cizarro, probablemente”.
-¿Y ves tele?
“No mucho. Me gusta ‘Dr. House’. Es curioso estar viendo las noticias, donde dicen que siete mujeres mueren desangradas en el hospital porque les dieron anticoagulantes, y una hora y media después te muestran la perfección, esa utopía que tiene uno de que los doctores realmente sanan a la gente y están dispuestos a ir a extremos inimaginables para hacerlo. Son mundos absolutamente distintos; los matasanos y Dr. House. Es tal el nivel de excelencia que hace que uno piense que la tele está en estado de gracia. Es perfecto, como ‘Los Soprano’. Por otro lado hay programas como los de Lucho Jara, que si los comparas con el que hacía hace dos años, ves que no ha evolucionado en nada o todo está yendo a un punto muerto y en caída libre. Ver esas cosas alimenta mis ganas de sacar al otro día un programa de cine”.
-¿De hacer algo totalmente diferente?
“Claro, siempre uno tiene la ilusión que Lucho Jara no tiene por qué ver el ‘7° vicio’. Si él llega a decir que lo ve, yo me muero, me retiro. No podemos convivir. Pero viene la otra vuelta de mano de decir: yo hago este programa porque precisamente este tipo de personas no lo van a ver jamás. Él me inspira a mí en el sentido en que yo no lo inspiro a él, porque él no me conoce”.
-Pero te han ofrecido trabajar en tele abierta.
“Sí, trabajé en el ‘Buenos días a todos’ durante 3 ó 4 meses. Fue súper raro para mí. No lamento haberle puesto el pecho a la pistola; una situación así puede ser como un suicidio con la gente que a uno lo sigue, que pueden pensar que uno es un vendido o algo así. Y llegaron comentarios; al principio decían: ‘¡qué hace este huevón!’, ‘diez años lanzados por la borda’, ‘¡nunca más te veo!. Yo sabía que iba a pasar eso, independiente de si hiciera un buen comentario o no. Pero después ya decían: ‘pero si se fijan, está diciendo lo mismo que dice en el programa y en un lugar donde nadie podría aceptarlo. Es como eso de que la manzana se pudre por dentro. Es como cuando matan la Estrella de la Muerte en ‘La Guerra de las Galaxias’. Eso hice y, bueno, por algo duró sólo 3 meses”.
-¿Cuál es tu vicio privado?
“No sé si es publicable”.
-¿Es legal?
“Sí, es legal, pero siempre que lo cuento no me lo creen. Es que existe una miniserie, en cuatro capítulos, que no he podido dejar de ver desde que salió hace un año y medio, y se ha convertido en un tesoro. Cada vez que llego a la casa, pongo play y no lo puedo creer que exista un documental así. Pero espera, antes que te rías... Es la historia de la caca y su valor sociológico, histórico, biológico, analizada en todos los animales y, por su puesto, en el ser humano, como componente de inspiración artística, etcétera.
“Tu reacción fue igual a la mía... No puedo creer que exista esta cuestión. Le pongo play sólo por curiosidad y me encuentro con una cosa que hace ver a la caca como si fuera la Mona Lisa; la analizan capa por capa y tienen a siete periodistas para revisar la historia de la caca en dos siglos. Quedé impactado (se ríe)”.
-¿Cómo se llama?
“Se llama ‘La historia de la caca’. Si es súper directo con su contenido. Es una miniserie hecha en España. Eso es forzadamente privado, porque no es algo que pueda compartir con mi polola, por ejemplo. Otra cosa que me gusta mucho, y esto es más normal, es que todavía queda en Las Cruces la típica fuente de soda que encuentras en el centro, llena de viejitos y con esos cucuruchos de servilleta y el mantel de plástico que todavía tiene el hedor de la comida que comió alguien antes que te sentaras. Allá llegan los viejos de puerto con su pata de palo a ver los partidos del Colo, de la U y a jugar dominó. No hay nada mejor que sentarte en ese universo y ver los personajes que van entrando. ‘Piratas del Caribe’ queda como una película charcha al lado de estas figuras. Son estos viejos con suéter que ya no existen y con parche en el ojo y todo. Me gusta escuchar sus conversaciones, cuando están curaditos ya a las 4 de la mañana, se ponen a cantar… Realmente notable. El lugar se llama ‘La Chichi’”.
El agudo espectador
El cinéfilo presentador de “7° vicio” no deja títere con cabeza cuando una película no le gusta, por eso desenvaina su espada contra algunas cintas “malditas” nacionales. Pero no todo es crítica; aplaude los films que merecen su aprobación y además relata el origen de este vicio cinematográfico.
Miércoles 12 de Agosto de 2009
Ángela Tapia F.
“Púdranse las buenas intenciones”, dijo Gonzalo Frías en uno de los capítulos de su programa de cine. Un conteo de las 10 peores películas chilenas, “las películas malditas”, como dijo, le hacen cuestionarse si la raza es la mala o no, mientras dispara contra el Estado que las financia y hacia las buenas intenciones que dicen tener los directores que las realizan.
En su programa del Vía X, “7° Vicio”, este cinéfilo da rienda suelta a su lengua, sin intimidarse por formatos televisivos o el temor a que los televidentes continúen con su zapping, aburridos de escucharlo.
Él habla y habla hasta sentir que transmitió toda su furia, en este caso, a películas como “Rojo”, “El nominado” y casi todas las de Boris Quercia. Pero también disfruta comentando su admiración y reflexiones acerca de las maravillas del séptimo arte, ya sean cintas comerciales, hasta el más rebuscado corto sueco.
“A veces hablo 20 minutos y me corto a 10 (en la edición). Hablo harto, pensando que la persona, tal vez, puede ir al baño y volver; lo hago por la comodidad del que está mirando”, dice de broma.
Gonzalo, hijo de Gustavo Frías -el guionista de “Julio comienza en Julio”, “Caluga o menta” y “Amnesia”, entre otras- hace diez años que mantiene el mismo formato en su programa del cable, “yéndose en la volada”, sin sucumbir a presiones del tipo rating o auspiciadores.
Dice que es gracias a la libertad que le permite el canal y que, de lo contrario, difícilmente habría aceptado hacer el programa desde un principio, ya que “odiaba cabalmente el mundo de la tele”.
“Partí el ‘99. Tenía como 22 ó 23 años. No sabía hablar mucho y estaba recién aprendiendo el alfabeto de la tele. No tenía idea ni de cómo vestirme. El primer programa lo tengo guardado en VHS y aparezco con suspensores, camisa y pantalones que me prestó mi papá o mi abuelo. Así que la primera semana, básicamente, fui un Larry King súper tosco, con cero movimiento”, pero, aún así, alguien sin pelos en la lengua.
-¿No te dicen nada por los comentarios más ácidos?
“No, es lo más raro del mundo. De hecho, soy yo el que me cuestiono más lo que sale al aire, de lo que aparentemente provoca. Pero uno sabe que siempre hay alguien escuchando o viendo y a veces he dicho cosas que me han dado vergüenza, como que las mamás de estos realizadores ojalá tuvieran planes médicos de aborto. Llegan comentarios, pero, generalmente, son buenos, como por fin alguien lo dice en la forma en que necesita ser dicho. Es muy distinto decir puta, la película mala, que tiene la esencia de cuando uno sale de ver una película muy mala, y no bueno, la película falla en su dramaturgia, la fotografía no está bien conseguida.... Eso no capta la ira bíblica contra la película mala”.
-¿Qué te pasa en el caso del cine chileno?
“Es que esta es una semana súper especial, porque vi ‘La nana’, la nueva de Sebastián Silva, y me encantó, a propósito de ‘La vida me mata’, que para mí es una obra extraordinaria. También vi ‘Huacho’, así que he visto buenas películas chilenas. Pero creo que algunos realizadores jóvenes chilenos pecan de ser auto referentes con la retórica del ombliguismo, se miran a ellos. Se trata de una película de, con letras gigantes, y el nombre de la película en chico. Es un protagonismo que una ves que uno ve la película, se da cuenta que afecta mucho o notoriamente lo que se percibe en el resultado. Así que yo soy anti Boris Quercia, anti ‘Chacotero Sentimental’, o todo ese cine mal entendido hecho como para la gallada”.
-¿Y está mal eso?
“Para nada. Adriano Celentano (director italiano) hacía películas fenomenales con la Ornella Muti, tanto o más dedicadas a la gente, pero en términos más artísticos. Me carga que en este país ocupen la palabra ‘artista’para decir: “Yo soy artista, tú como público común y corriente no me puedes cuestionar a mí, porque sólo yo sé las ideas, las semillas que tiene mi película dentro. Esta es una obra de arte que va a ser recordada de aquí a 20 años; lo que pasa es que ustedes son unos simios...’ (se ríe). Ese tipo de cosas me cargan”.
-¿Qué te molesta de Quercia?
“Creo que sus películas ven a los hombres como moledores de carne femenina. Son como chistes para el oficinista: ‘cáchate, se le echó a correr el lápiz Bic’. Pero eso es una rutina de Che Copete, y él hace mejor eso todas las noches. A mí me gusta él porque no tiene otra pretensión que no sea tener a la galucha atrás riéndose. Pero el cine de Boris Quercia no está en el área que debiera estar, es un conjunto de sketch, y con cueva”.
-Pero igual encuentran presupuesto y parece irles bien en la taquilla.
“A mí me parece una vergüenza que el Gobierno apoye películas como las que menciono u otras que se me están olvidando, y que son varias. Da para pensar si no es una confabulación gubernamental para que veamos mal cine, el cine de la industria chilena, que para mí no existe. Pero ahí hay 500 mil espectadores que me demuestran lo contrario”.
-¿El problema es la raza, como dices?
“No creo, no sé. Si hay películas como ‘La nana’, ‘La vida me mata’, documentales fenomenales, como el de Los Blue Splendor -el de la banda de Valparaíso-, es que se va ganando la batalla día a día. De cosas así sí vamos a estar hablando en 20 años más. Del resto, algunas no merecen ni siquiera una sala para ser exhibidas. Para eso tienen que ganarse el derecho. Dala por la tele si quieres, pero no me hagas ir a verla al cine y pagar la entrada”.
-¿Recuerdas alguna desilusión especial en el cine?
“La última vez que salí con rabia de un cine, fue después de ver ‘Sexo con amor’. Y más encima, uno se empieza a cuestionar la mentalidad de los actores y dices, ¿la Sigrid Alegría leyó bien el guión?, ¿supo que las mujeres quedan ahí como carne molida y objetos para los hombres? Uno se enoja con el sistema. Está la otra actriz que sale en los sketch del Kike Morandé y que aparece también en la película. Me acuerdo que leí una entrevista al otro día del estreno y ella decía: ‘aquí estudié cinco años y éste era el momento que estaba esperando’. Y cuando veo la película... ¡muestra las pechugas!”.
-¿Sigues yendo al cine?
“Sí. No tanto como antes eso sí. Me encantaba el cine que tenía olor a cine, con el señor que hacía un corchete en la entrada y que guiaba con una linterna... Todo era mágico desde el inicio; las cortinas se abrían y apagaban la luz (hace la escena de estar ahí y hasta se asusta con el imaginario corte de luz)... Antes que empezara la película ya estabas aprendiendo la experiencia de estar en el cine”.
-Debes tener mil películas en tu casa.
“Sí, pero me entraron a robar una vez y se llevaron seiscientos dvd, muchos originales. Me robaron sólo eso, fue algo dateado, hace como 4 ó 5 años. Me dolió en el alma, porque para mí era estudio. Uno revisita películas para volver a aprender, son talleres de cine. Fue terrible, pero obviamente nadie vio nada. Hubiera preferido que me secuestraran a lo Elisa, antes que me robaran las películas. Para alguien que le haya tenido cariño a una sabe lo que es perder 600. Al final, me quedé con el único consuelo de que nadie le iba a sacar el provecho que podía sacarles yo. Me da terror ir a dar una vuelta por el Bio-Bío o el Persa y ver una película sin saber si es la mía... Pero si hay una cosa que te enseña esta idea de que todo se puede acabar de un día para otro, es que al día después tienes que saber partir de cero... Y bienvenida la piratería”.
-¿Todo este gusto por el cine comenzó por tu papá?
“Sí, un poco por él. A mí me tocaba mucho subir al altillo que tenía como taller. Y como vivimos en la playa, en Las Cruces, solían frecuentarlo mucho los amigos los fines de semana, los que trabajaban en Santiago, pero que tenían estas ideas y querían ir a trabajar con este loco que se había ido a vivir a la costa. Entonces, de repente entraba Silvio Caiozzi y dejaba unos fotoramas de prueba de lo que él quería que fuera ‘Julio comienza en Julio’. Yo entraba a esta guarida que tenían los grandes y me encontraba con una pieza de niño, con los fotoramas colgados en los ventanales. Al atardecer, pegaba el sol y se proyectaban del otro lado. Fue como un ‘Cinema Paradiso’ sin tener cine. Lo otro que también se debe a mi papá, aunque ya no por su presencia, si no que por su ausencia, es que cuando mis papás se divorciaron, a mi hermano chico y a mí nos tocó venir a Santiago con mi mamá. Ella era profesora de filosofía en La Maisonnette. De hecho, primero y segundo básico lo hice en un colegio de niñas”.
-¿Cómo?
“Sí, era el único hombre en toda básica con mi hermano. Como mi mamá era profesora, le permitieron un cupo y ahí estuve yo, rodeado de niñas por un año. Tenía que ir al baño de profesores, no al de mis compañeras. Fue raro; estaba súper sólo.
“Como los fines de semana el panorama ya no era salir con los papás, yo me resumí a ver videos y películas en la tele. Descubrí un súper lindo refugio ahí. Creo que mi noción de familia viene de la tele, de películas, no de la realidad. Ahí partió un poco mi enamoramiento con las películas, de la necesidad de creer en algo que me lo daba el cine. Es como si fueras huérfano y las películas te apadrinaran. Claro, siempre que veas las adecuadas, porque si ves ‘La naranja mecánica’ vas a terminar como el Cizarro, probablemente”.
-¿Y ves tele?
“No mucho. Me gusta ‘Dr. House’. Es curioso estar viendo las noticias, donde dicen que siete mujeres mueren desangradas en el hospital porque les dieron anticoagulantes, y una hora y media después te muestran la perfección, esa utopía que tiene uno de que los doctores realmente sanan a la gente y están dispuestos a ir a extremos inimaginables para hacerlo. Son mundos absolutamente distintos; los matasanos y Dr. House. Es tal el nivel de excelencia que hace que uno piense que la tele está en estado de gracia. Es perfecto, como ‘Los Soprano’. Por otro lado hay programas como los de Lucho Jara, que si los comparas con el que hacía hace dos años, ves que no ha evolucionado en nada o todo está yendo a un punto muerto y en caída libre. Ver esas cosas alimenta mis ganas de sacar al otro día un programa de cine”.
-¿De hacer algo totalmente diferente?
“Claro, siempre uno tiene la ilusión que Lucho Jara no tiene por qué ver el ‘7° vicio’. Si él llega a decir que lo ve, yo me muero, me retiro. No podemos convivir. Pero viene la otra vuelta de mano de decir: yo hago este programa porque precisamente este tipo de personas no lo van a ver jamás. Él me inspira a mí en el sentido en que yo no lo inspiro a él, porque él no me conoce”.
-Pero te han ofrecido trabajar en tele abierta.
“Sí, trabajé en el ‘Buenos días a todos’ durante 3 ó 4 meses. Fue súper raro para mí. No lamento haberle puesto el pecho a la pistola; una situación así puede ser como un suicidio con la gente que a uno lo sigue, que pueden pensar que uno es un vendido o algo así. Y llegaron comentarios; al principio decían: ‘¡qué hace este huevón!’, ‘diez años lanzados por la borda’, ‘¡nunca más te veo!. Yo sabía que iba a pasar eso, independiente de si hiciera un buen comentario o no. Pero después ya decían: ‘pero si se fijan, está diciendo lo mismo que dice en el programa y en un lugar donde nadie podría aceptarlo. Es como eso de que la manzana se pudre por dentro. Es como cuando matan la Estrella de la Muerte en ‘La Guerra de las Galaxias’. Eso hice y, bueno, por algo duró sólo 3 meses”.
-¿Cuál es tu vicio privado?
“No sé si es publicable”.
-¿Es legal?
“Sí, es legal, pero siempre que lo cuento no me lo creen. Es que existe una miniserie, en cuatro capítulos, que no he podido dejar de ver desde que salió hace un año y medio, y se ha convertido en un tesoro. Cada vez que llego a la casa, pongo play y no lo puedo creer que exista un documental así. Pero espera, antes que te rías... Es la historia de la caca y su valor sociológico, histórico, biológico, analizada en todos los animales y, por su puesto, en el ser humano, como componente de inspiración artística, etcétera.
“Tu reacción fue igual a la mía... No puedo creer que exista esta cuestión. Le pongo play sólo por curiosidad y me encuentro con una cosa que hace ver a la caca como si fuera la Mona Lisa; la analizan capa por capa y tienen a siete periodistas para revisar la historia de la caca en dos siglos. Quedé impactado (se ríe)”.
-¿Cómo se llama?
“Se llama ‘La historia de la caca’. Si es súper directo con su contenido. Es una miniserie hecha en España. Eso es forzadamente privado, porque no es algo que pueda compartir con mi polola, por ejemplo. Otra cosa que me gusta mucho, y esto es más normal, es que todavía queda en Las Cruces la típica fuente de soda que encuentras en el centro, llena de viejitos y con esos cucuruchos de servilleta y el mantel de plástico que todavía tiene el hedor de la comida que comió alguien antes que te sentaras. Allá llegan los viejos de puerto con su pata de palo a ver los partidos del Colo, de la U y a jugar dominó. No hay nada mejor que sentarte en ese universo y ver los personajes que van entrando. ‘Piratas del Caribe’ queda como una película charcha al lado de estas figuras. Son estos viejos con suéter que ya no existen y con parche en el ojo y todo. Me gusta escuchar sus conversaciones, cuando están curaditos ya a las 4 de la mañana, se ponen a cantar… Realmente notable. El lugar se llama ‘La Chichi’”.
ASCANIO CARVALLO
A Michael Mann le gustan las historias policiales. Le gustan los relatos violentos, urbanos, arquitectónicos y abundantemente nocturnos. Le gustan los protagonistas postmodernos, a-psicológicos, con un intenso sentido del vacío y de la fatalidad. Le gustan los héroes profesionales, disciplinados, con sentido de la superioridad y la autosuficiencia.
Y le gusta envolver todo esto en un cierto aire de tragedia cósmica, filmando en soporte digital pero pensando siempre en la gran pantalla, con grandes repartos y gran visualidad. Uno puede imaginar cómo odiará Mann a los que ven sus películas en televisores o computadores, y que degradan en ese paso su talante operático.
Pero lo que más le gusta es la confrontación entre dos hombres. Este patrón se encuentra en sus obras tempranas, desde el choque entre el detective Will Graham y el doctor Hannibal Lecter en Cazador de hombres (1986) hasta el más raro debate de un oficial de las SS nazis con otro del Ejército alemán en Fuerte infernal (1983); y también en sus películas más exitosas, como Fuego contra fuego (1995), con el teniente Vincent Hanna contra el mafioso Neil McCauley; El informante (1999), con la dupla del productor Lowell Bergman y el científico Jeffrey Wigand; Ali (2001), donde el boxeador legendario encara al periodista Howard Cosell; Colateral (2004), con un taxista y un sicario; y Miami Vice (2006) y sus oscurecidos detectives Ricardo Tubbs y Sony Crockett.
Enemigos públicos vuelve sobre lo mismo. No es una película que explore la historia del más atrevido asaltante de comienzos de los 30, como lo hizo hace años la recordable Dillinger (John Milius, 1973). Su centro está en la relación de John Dillinger (Johnny Depp) con su némesis, el agente del recién creado FBI Melvin Purvis (Christian Bale), encargado de darle caza allí donde se encuentre.
Dillinger y Purvis sólo se cruzan una vez, en el primer tercio del metraje, y apenas intercambian unas frases. Pero la curiosidad que sienten el uno por el otro recorre toda la película y si no fuera por eso, carecería de sentido la rara secuencia en que Dillinger entra sin que lo noten en el despacho del escuadrón creado para capturarlo.
No hay trazas de homoerotismo entre ambos, aunque también es llamativo el escaso erotismo con que Mann aborda la relación del asaltante con su amada Billie Frechette (Marion Cotillard). Dentro de su oscuro nihilismo, de su total ausencia de futuro, Dillinger está seguro de que la policía es incapaz de capturarlo, y cuando el desafío que le plantea Purvis debilita esas certezas, empieza a comportarse como un torpe animal herido.
Como Colateral, como Fuego contra fuego, Enemigos públicos trata del enfrentamiento entre dos profesionales, pero profesionales fallidos, hombres sin proyecto ni destino, que se terminarán en el mismo momento en que uno consiga derrotar al otro, después de fallar muchas veces. Es un extraño cine de la fatalidad masculina.
Trata del enfrentamiento entre dos profesionales, pero fallidos, hombres sin proyecto ni destino.
Public enemies
Dirección: Michael Mann.
Con: Johnny Depp, Christian Bale, Marion Cotillard, Billy Crudup, Branka Katic.
duración: 140 minutos.
A Michael Mann le gustan las historias policiales. Le gustan los relatos violentos, urbanos, arquitectónicos y abundantemente nocturnos. Le gustan los protagonistas postmodernos, a-psicológicos, con un intenso sentido del vacío y de la fatalidad. Le gustan los héroes profesionales, disciplinados, con sentido de la superioridad y la autosuficiencia.
Y le gusta envolver todo esto en un cierto aire de tragedia cósmica, filmando en soporte digital pero pensando siempre en la gran pantalla, con grandes repartos y gran visualidad. Uno puede imaginar cómo odiará Mann a los que ven sus películas en televisores o computadores, y que degradan en ese paso su talante operático.
Pero lo que más le gusta es la confrontación entre dos hombres. Este patrón se encuentra en sus obras tempranas, desde el choque entre el detective Will Graham y el doctor Hannibal Lecter en Cazador de hombres (1986) hasta el más raro debate de un oficial de las SS nazis con otro del Ejército alemán en Fuerte infernal (1983); y también en sus películas más exitosas, como Fuego contra fuego (1995), con el teniente Vincent Hanna contra el mafioso Neil McCauley; El informante (1999), con la dupla del productor Lowell Bergman y el científico Jeffrey Wigand; Ali (2001), donde el boxeador legendario encara al periodista Howard Cosell; Colateral (2004), con un taxista y un sicario; y Miami Vice (2006) y sus oscurecidos detectives Ricardo Tubbs y Sony Crockett.
Enemigos públicos vuelve sobre lo mismo. No es una película que explore la historia del más atrevido asaltante de comienzos de los 30, como lo hizo hace años la recordable Dillinger (John Milius, 1973). Su centro está en la relación de John Dillinger (Johnny Depp) con su némesis, el agente del recién creado FBI Melvin Purvis (Christian Bale), encargado de darle caza allí donde se encuentre.
Dillinger y Purvis sólo se cruzan una vez, en el primer tercio del metraje, y apenas intercambian unas frases. Pero la curiosidad que sienten el uno por el otro recorre toda la película y si no fuera por eso, carecería de sentido la rara secuencia en que Dillinger entra sin que lo noten en el despacho del escuadrón creado para capturarlo.
No hay trazas de homoerotismo entre ambos, aunque también es llamativo el escaso erotismo con que Mann aborda la relación del asaltante con su amada Billie Frechette (Marion Cotillard). Dentro de su oscuro nihilismo, de su total ausencia de futuro, Dillinger está seguro de que la policía es incapaz de capturarlo, y cuando el desafío que le plantea Purvis debilita esas certezas, empieza a comportarse como un torpe animal herido.
Como Colateral, como Fuego contra fuego, Enemigos públicos trata del enfrentamiento entre dos profesionales, pero profesionales fallidos, hombres sin proyecto ni destino, que se terminarán en el mismo momento en que uno consiga derrotar al otro, después de fallar muchas veces. Es un extraño cine de la fatalidad masculina.
Trata del enfrentamiento entre dos profesionales, pero fallidos, hombres sin proyecto ni destino.
Public enemies
Dirección: Michael Mann.
Con: Johnny Depp, Christian Bale, Marion Cotillard, Billy Crudup, Branka Katic.
duración: 140 minutos.
Historias mínimas
Francisco Mouat
Acabo de ver tres veces en cuatro días la película Historias mínimas, de Carlos Sorín. Alguna vez la dieron acá en Chile, pero no duró mucho en cartelera. De repente aparece en el cable, en ciclos de cine argentino, y seguro que está disponible en los videoclub. Yo la compré dos o tres años atrás en Buenos Aires, y ya la había visto una vez.
Se trata de tres historias independientes que se van enlazando en un par de pueblos perdidos de la Patagonia argentina. Cada protagonista debe viajar trescientos kilómetros, de Fitz Roy a San Julián, para cumplir un propósito que a primera vista suena mínimo, pero en el que a ellos se les va la vida. El viejo Justo Benedetti perdió a su perro hace tres años y decide ir a buscarlo después que un vecino le dijera que lo había visto en San Julián; quiltro, café, con su cola larga, "igualito al Malacara". Una muchacha joven y pobre, María Flores, que vive junto a su marido sin trabajo y su bebé en una estación de trenes abandonada, manda cartas a un canal de televisión y gana el derecho a presentarse y participar en un dudoso concurso donde los mejores premios son algo parecido a una juguera ("la multiprocesadora") y un viaje en bus a Camboriú. Y un vendedor viajero, Roberto, quiere seducir a una viuda joven y bonita cuyo marido fue atropellado, llevándole una torta sorpresa el día del cumpleaños de su hijo, René, de quien no sabe nada, ni cuántos años cumple ni si es hombre o mujer.
La ilusión de los tres protagonistas se va desenrollando a lo largo de la película, y como bien apunta Juan Forn en su libro de ensayos breves La tierra elegida, lo que los mueve a ellos no tiene nada que ver con el dinero, aun cuando a casi todos los que aparecen en Historias mínimas la plata es algo que les falta, y mucho.
Por alguna razón sospecho que al periodista Guillermo Hidalgo, el Cabezón Hidalgo, le encantó Historias mínimas si la vio. Al Cabezón le hacían gracia estas historias, y él mismo a veces las buscó en su trabajo como editor en Fibra, o cuando fue editor y consultor sentimental al chancho en The Clinic, o ahora último en que era también profesor de periodismo. El Cabezón Hidalgo se murió de un infarto múltiple al corazón uno de los días en que yo veía Historias mínimas. Nunca fuimos amigos con el Cabezón, pero me caía muy bien. Era demasiado gracioso y chucheta, íntimo de algunos amigos míos que ahora lo lloran. Leí que estuvo tres días muerto en su departamento donde vivía solo, acostado boca abajo en su cama, antes de que lo encontraran su mamá, su hermana y un cuñado. Leí también que en la almohada de su cama había un programa hípico, tal vez marcado con un lápiz.
Una amiga suya de The Clinic, Lorena Penjean, escribió en internet, a propósito del Cabezón, un relato magnífico: cuenta entre otras cosas que en la época en que Hidalgo viajaba por el mundo entrevistando a ricos y famosos, tuvo que ir a entrevistar a Camilo Sesto en España, y ella le encargó que le trajera un disco autografiado. Pero el Cabezón fue más lejos, y empezó a llamarla desde que llegó a la casa de Camilo Sesto. Primero le contó que estaba en la puerta. Cinco minutos después la llamó de nuevo y le dijo: "Que estoy en su living. Es de lo más simpático, parece una vieja. Lo estoy entrevistando". Y luego hubo una tercera llamada: "Negra, alguien quiere saludarte". Y le puso a Camilo Sesto al teléfono. Lorena lo cuenta con gracia:
Yo: "Puta, Guille, ¡no me agarrís pal hueveo!".
Camilo Sesto al Guille: "Dice que no la agarre para...".
Guille: "...el hueveo... Mejor cántale, Camilo".
Camilo Sesto: "A ver si me recuerdas ahora: (cantando) El amor de mi vida has sido tú...".
Yo: "¡No! ¡¡¡Camilo!!!".
Guille: "No, no, no, no, ¡cántale Piel de ángel!".
Camilo Sesto: "A ver Lorena, que ésta sí: (cantando) A escondidas, tengo que amarte...".
El Cabezón hacía reír mucho, y se maltrataba bastante también, hasta donde uno podía ver. Algún día escribiré una crónica o un cuento en donde él sea protagonista, para dedicárselo. Una historia mínima, como las de Sorín, con drama y comedia al mismo tiempo, como le gustaba vivir a Hidalgo, que en paz descanse.
mouatfrancisco@gmail.com
Francisco Mouat
Acabo de ver tres veces en cuatro días la película Historias mínimas, de Carlos Sorín. Alguna vez la dieron acá en Chile, pero no duró mucho en cartelera. De repente aparece en el cable, en ciclos de cine argentino, y seguro que está disponible en los videoclub. Yo la compré dos o tres años atrás en Buenos Aires, y ya la había visto una vez.
Se trata de tres historias independientes que se van enlazando en un par de pueblos perdidos de la Patagonia argentina. Cada protagonista debe viajar trescientos kilómetros, de Fitz Roy a San Julián, para cumplir un propósito que a primera vista suena mínimo, pero en el que a ellos se les va la vida. El viejo Justo Benedetti perdió a su perro hace tres años y decide ir a buscarlo después que un vecino le dijera que lo había visto en San Julián; quiltro, café, con su cola larga, "igualito al Malacara". Una muchacha joven y pobre, María Flores, que vive junto a su marido sin trabajo y su bebé en una estación de trenes abandonada, manda cartas a un canal de televisión y gana el derecho a presentarse y participar en un dudoso concurso donde los mejores premios son algo parecido a una juguera ("la multiprocesadora") y un viaje en bus a Camboriú. Y un vendedor viajero, Roberto, quiere seducir a una viuda joven y bonita cuyo marido fue atropellado, llevándole una torta sorpresa el día del cumpleaños de su hijo, René, de quien no sabe nada, ni cuántos años cumple ni si es hombre o mujer.
La ilusión de los tres protagonistas se va desenrollando a lo largo de la película, y como bien apunta Juan Forn en su libro de ensayos breves La tierra elegida, lo que los mueve a ellos no tiene nada que ver con el dinero, aun cuando a casi todos los que aparecen en Historias mínimas la plata es algo que les falta, y mucho.
Por alguna razón sospecho que al periodista Guillermo Hidalgo, el Cabezón Hidalgo, le encantó Historias mínimas si la vio. Al Cabezón le hacían gracia estas historias, y él mismo a veces las buscó en su trabajo como editor en Fibra, o cuando fue editor y consultor sentimental al chancho en The Clinic, o ahora último en que era también profesor de periodismo. El Cabezón Hidalgo se murió de un infarto múltiple al corazón uno de los días en que yo veía Historias mínimas. Nunca fuimos amigos con el Cabezón, pero me caía muy bien. Era demasiado gracioso y chucheta, íntimo de algunos amigos míos que ahora lo lloran. Leí que estuvo tres días muerto en su departamento donde vivía solo, acostado boca abajo en su cama, antes de que lo encontraran su mamá, su hermana y un cuñado. Leí también que en la almohada de su cama había un programa hípico, tal vez marcado con un lápiz.
Una amiga suya de The Clinic, Lorena Penjean, escribió en internet, a propósito del Cabezón, un relato magnífico: cuenta entre otras cosas que en la época en que Hidalgo viajaba por el mundo entrevistando a ricos y famosos, tuvo que ir a entrevistar a Camilo Sesto en España, y ella le encargó que le trajera un disco autografiado. Pero el Cabezón fue más lejos, y empezó a llamarla desde que llegó a la casa de Camilo Sesto. Primero le contó que estaba en la puerta. Cinco minutos después la llamó de nuevo y le dijo: "Que estoy en su living. Es de lo más simpático, parece una vieja. Lo estoy entrevistando". Y luego hubo una tercera llamada: "Negra, alguien quiere saludarte". Y le puso a Camilo Sesto al teléfono. Lorena lo cuenta con gracia:
Yo: "Puta, Guille, ¡no me agarrís pal hueveo!".
Camilo Sesto al Guille: "Dice que no la agarre para...".
Guille: "...el hueveo... Mejor cántale, Camilo".
Camilo Sesto: "A ver si me recuerdas ahora: (cantando) El amor de mi vida has sido tú...".
Yo: "¡No! ¡¡¡Camilo!!!".
Guille: "No, no, no, no, ¡cántale Piel de ángel!".
Camilo Sesto: "A ver Lorena, que ésta sí: (cantando) A escondidas, tengo que amarte...".
El Cabezón hacía reír mucho, y se maltrataba bastante también, hasta donde uno podía ver. Algún día escribiré una crónica o un cuento en donde él sea protagonista, para dedicárselo. Una historia mínima, como las de Sorín, con drama y comedia al mismo tiempo, como le gustaba vivir a Hidalgo, que en paz descanse.
mouatfrancisco@gmail.com
Rafael Gumucio
Domingo 02 de Agosto de 2009
Marcelo Lillo, el otro, el mismo
“A los periodistas nos pagan por desconfiar”, dice siempre una amiga mía, que es una de las mejores en esa profesión. Por suerte o por desgracia, esto está lejos de ser cierto. El rol de un periodista, es decir, de un intelectual que piensa en público, no es desconfiar, sino confiar de otra forma. Un huaso ladino, o mafioso cualquiera, podrá revelarte en cinco segundos todas las miserias del más santo de los santos. Denunciar eso no es trabajo de periodista, sino de simples conserjes indiscretos, de esos que, por desgracia, empiezan a abundar en nuestra prensa. El verdadero intelectual público va un paso más allá. Después de deshecho el lugar común, busca una nueva consistencia, un rostro detrás de la máscara, otra versión más compleja de lo que creíamos conocido y simple. Es eso lo que hizo a Chesterton o a Marx los mejores en el arte de escribir verdades en papel de diario: pensar en paradojas y no en lemas para construir a partir de estas contradicciones nuevos lemas.
Decir que Marcelo Lillo, escritor al que me liga un lector y editor además de una cena esencial para mí en el restaurante El Camarón, es un discípulo de Raymond Carver es no decir nada. Que escribe con claridad, con fluidez, es exigir lo mínimo que se le puede exigir a un escritor. Juzgar a Lillo según esos parámetros, ese mínimo común denominador, puede ser una forma de generosidad infinitamente mezquina. Lo que hace único a Marcelo Lillo no es nada de eso. El minimalismo americano a la chilena es algo que abunda en los talleres literarios. La sencillez, la claridad, la compasión con los personajes que no son héroes ni antihéroes es lo primero que se aprende cuando se aprende a escribir y lo primero que se debe olvidar cuando se quiere hacerlo por cuenta y riesgo propios. No hay nada más imperfecto, por lo demás, que un cuento perfecto. La gracia de lo que escribe Lillo no está en lo que muestra, o lo que quiere mostrar, sino en otra sensación secreta e invencible que está ahí muchas veces a pesar suyo.
La literatura chilena actual está llena de escritores que quieren ser excéntricos. Escritores de un imaginario plano pero lleno de chorezas, ironía y citas. Entre tanto aspirante a freaky siempre da gusto encontrarse con uno de verdad. Lillo quiere ser normal y no lo es. Lillo quiere ser mínimo y no puede serlo. Quiere escribir buenos diálogos y le salen muchas veces demasiado rígidos y correctos, aunque el hambre desmesurada de sus personajes sí le sale exacta, innegable y certera. Cuentos como “Felicidad”, o “Hielo”, esconden monstruos. Pequeños cuadros esperpénticos, secretas paranoias, inesperada sicopatías que resaltan aún más en esas casas sin muebles en que se obstinan en vivir, si eso se puede llamar vivir.
Es la sombra de una mente que ve lo que no ve nadie, aunque quiere ver lo mismo que todos, lo que me apasiona en Lillo. Un tipo que lucha con su singularidad, que nos entrega en medio de cuentos esperables y planos esos momentos de extrañeza, de vértigo, de los que sólo él es capaz. Esos instantes raros en los que recuerdo en el aparente discípulo de Carver el más secreto, el más pertinaz, el más completo amante de Rabelais.
Que esta pelea de fondo entre dos Lillo, entre dos tradiciones, entre dos mundos mentales no esté en todos los cuentos igualmente bien resuelta me lo hace más valioso aún. Los editores americanos saben cómo pulir un diamante en bruto. Lo han hecho con Daniel Alarcón, por ejemplo, y con decenas de promesas hindúes que surgen todos los años. Lo primero que hacen, como todo joyero que se respete, es empequeñecer la piedra que trabajan. Así, Latinoamérica termina pareciéndose siempre a Latinoamérica y la India a la India y los jóvenes a los jóvenes y la literatura a literatura, es decir, a libros que hablan de escritores, la gente más aburrida del mundo.
Yo aún amo a los libros que contradicen su contraportada. Los libros en los que hay que escarbar para encontrar su secreto. Los terribles libros que hay que leer para saber qué opinar de ellos. Si se equivocan o no en el intento, no me importa demasiado. Ya soy suficientemente viejo para saber que la perfección nunca es perfecta. O, para ser más claro, que la perfección de mañana es nuestra imperfección de hoy.
La nada es un infinito que nos envuelve venimos de allá y allá nos volveremos. La nada es un absurdo y una certeza; no se puede concebir y sin embargo es. (Anatole France)
Domingo 02 de Agosto de 2009
Marcelo Lillo, el otro, el mismo
“A los periodistas nos pagan por desconfiar”, dice siempre una amiga mía, que es una de las mejores en esa profesión. Por suerte o por desgracia, esto está lejos de ser cierto. El rol de un periodista, es decir, de un intelectual que piensa en público, no es desconfiar, sino confiar de otra forma. Un huaso ladino, o mafioso cualquiera, podrá revelarte en cinco segundos todas las miserias del más santo de los santos. Denunciar eso no es trabajo de periodista, sino de simples conserjes indiscretos, de esos que, por desgracia, empiezan a abundar en nuestra prensa. El verdadero intelectual público va un paso más allá. Después de deshecho el lugar común, busca una nueva consistencia, un rostro detrás de la máscara, otra versión más compleja de lo que creíamos conocido y simple. Es eso lo que hizo a Chesterton o a Marx los mejores en el arte de escribir verdades en papel de diario: pensar en paradojas y no en lemas para construir a partir de estas contradicciones nuevos lemas.
Decir que Marcelo Lillo, escritor al que me liga un lector y editor además de una cena esencial para mí en el restaurante El Camarón, es un discípulo de Raymond Carver es no decir nada. Que escribe con claridad, con fluidez, es exigir lo mínimo que se le puede exigir a un escritor. Juzgar a Lillo según esos parámetros, ese mínimo común denominador, puede ser una forma de generosidad infinitamente mezquina. Lo que hace único a Marcelo Lillo no es nada de eso. El minimalismo americano a la chilena es algo que abunda en los talleres literarios. La sencillez, la claridad, la compasión con los personajes que no son héroes ni antihéroes es lo primero que se aprende cuando se aprende a escribir y lo primero que se debe olvidar cuando se quiere hacerlo por cuenta y riesgo propios. No hay nada más imperfecto, por lo demás, que un cuento perfecto. La gracia de lo que escribe Lillo no está en lo que muestra, o lo que quiere mostrar, sino en otra sensación secreta e invencible que está ahí muchas veces a pesar suyo.
La literatura chilena actual está llena de escritores que quieren ser excéntricos. Escritores de un imaginario plano pero lleno de chorezas, ironía y citas. Entre tanto aspirante a freaky siempre da gusto encontrarse con uno de verdad. Lillo quiere ser normal y no lo es. Lillo quiere ser mínimo y no puede serlo. Quiere escribir buenos diálogos y le salen muchas veces demasiado rígidos y correctos, aunque el hambre desmesurada de sus personajes sí le sale exacta, innegable y certera. Cuentos como “Felicidad”, o “Hielo”, esconden monstruos. Pequeños cuadros esperpénticos, secretas paranoias, inesperada sicopatías que resaltan aún más en esas casas sin muebles en que se obstinan en vivir, si eso se puede llamar vivir.
Es la sombra de una mente que ve lo que no ve nadie, aunque quiere ver lo mismo que todos, lo que me apasiona en Lillo. Un tipo que lucha con su singularidad, que nos entrega en medio de cuentos esperables y planos esos momentos de extrañeza, de vértigo, de los que sólo él es capaz. Esos instantes raros en los que recuerdo en el aparente discípulo de Carver el más secreto, el más pertinaz, el más completo amante de Rabelais.
Que esta pelea de fondo entre dos Lillo, entre dos tradiciones, entre dos mundos mentales no esté en todos los cuentos igualmente bien resuelta me lo hace más valioso aún. Los editores americanos saben cómo pulir un diamante en bruto. Lo han hecho con Daniel Alarcón, por ejemplo, y con decenas de promesas hindúes que surgen todos los años. Lo primero que hacen, como todo joyero que se respete, es empequeñecer la piedra que trabajan. Así, Latinoamérica termina pareciéndose siempre a Latinoamérica y la India a la India y los jóvenes a los jóvenes y la literatura a literatura, es decir, a libros que hablan de escritores, la gente más aburrida del mundo.
Yo aún amo a los libros que contradicen su contraportada. Los libros en los que hay que escarbar para encontrar su secreto. Los terribles libros que hay que leer para saber qué opinar de ellos. Si se equivocan o no en el intento, no me importa demasiado. Ya soy suficientemente viejo para saber que la perfección nunca es perfecta. O, para ser más claro, que la perfección de mañana es nuestra imperfección de hoy.
La nada es un infinito que nos envuelve venimos de allá y allá nos volveremos. La nada es un absurdo y una certeza; no se puede concebir y sin embargo es. (Anatole France)
Cineasta español
ALMODÓVAR SE SIENTE UNA ESPECIE DE DIOS Y ARREMETE CONTRA EL VATICANO
"Un director es una especie de Dios. Y lo digo yo, que no soy creyente", sostiene Almodóvar, en una entrevista que publica hoy el semanario alemán "Die Zeit", coincidiendo con el estreno en ese país de "Los abrazos rotos".
BERLIN, agosto 06.- El cineasta español Pedro Almodóvar se siente una especie de Dios cuando dirige sus filmes y considera que el retrato de la sociedad actual que en ellos transmite es mucho más cercano a la realidad que el modelo de familia defendido por el Vaticano.
"Un director es una especie de Dios. Y lo digo yo, que no soy creyente", sostiene Almodóvar, en una entrevista que publica hoy el semanario alemán "Die Zeit", coincidiendo con el estreno en ese país de "Los abrazos rotos".
"En mi mundo cinematográfico no juega absolutamente ningún papel el hecho de que el Papa sólo reconozca la variante católica de la familia", afirma.
Hace más de veinte años que rueda películas, añade, en donde "una familia es un grupo de personas, centrado en un pequeño ser, que se quieren y cumplen sus necesidades, sin importar si se trata de padres separados, travestis, transexuales o monjas con sida".
A Almodóvar le parece que, de vez en cuando, el Papa "debería salir a pasear fuera del Vaticano y mirar lo que es una familia de hoy".
"Es una absoluta locura no reconocer cómo viven hoy en día millones de personas", dice, para concluir que "mis familias son más reales que las del Papa, porque no viven de acuerdo a algún tipo de dogma, sino de acuerdo a sus compromisos con la vida".
Almodóvar acudió el lunes a Berlín al estreno de su último film acompañado de la actriz Penélope Cruz, una presencia que levantó un gran revuelo mediático.
El director manchego ha cosechado desde siempre muy buenas críticas en Alemania y, con ocasión de "Los abrazos rotos", se han sucedido asimismo los comentarios elogiosos en los principales medios del país.
A este respecto se ha llegado a decir que el cineasta ha alcanzado tal perfección formal con "Los abrazos rotos" que ya no puede evolucionar más.
En relación con ello, Almodóvar respondió, en la conferencia de prensa que ofreció junto a Cruz, que aún le quedan "temas y terrenos" en los que adentrarse que no ha "transitado nunca antes". Fuente: EFE
ALMODÓVAR SE SIENTE UNA ESPECIE DE DIOS Y ARREMETE CONTRA EL VATICANO
"Un director es una especie de Dios. Y lo digo yo, que no soy creyente", sostiene Almodóvar, en una entrevista que publica hoy el semanario alemán "Die Zeit", coincidiendo con el estreno en ese país de "Los abrazos rotos".
BERLIN, agosto 06.- El cineasta español Pedro Almodóvar se siente una especie de Dios cuando dirige sus filmes y considera que el retrato de la sociedad actual que en ellos transmite es mucho más cercano a la realidad que el modelo de familia defendido por el Vaticano.
"Un director es una especie de Dios. Y lo digo yo, que no soy creyente", sostiene Almodóvar, en una entrevista que publica hoy el semanario alemán "Die Zeit", coincidiendo con el estreno en ese país de "Los abrazos rotos".
"En mi mundo cinematográfico no juega absolutamente ningún papel el hecho de que el Papa sólo reconozca la variante católica de la familia", afirma.
Hace más de veinte años que rueda películas, añade, en donde "una familia es un grupo de personas, centrado en un pequeño ser, que se quieren y cumplen sus necesidades, sin importar si se trata de padres separados, travestis, transexuales o monjas con sida".
A Almodóvar le parece que, de vez en cuando, el Papa "debería salir a pasear fuera del Vaticano y mirar lo que es una familia de hoy".
"Es una absoluta locura no reconocer cómo viven hoy en día millones de personas", dice, para concluir que "mis familias son más reales que las del Papa, porque no viven de acuerdo a algún tipo de dogma, sino de acuerdo a sus compromisos con la vida".
Almodóvar acudió el lunes a Berlín al estreno de su último film acompañado de la actriz Penélope Cruz, una presencia que levantó un gran revuelo mediático.
El director manchego ha cosechado desde siempre muy buenas críticas en Alemania y, con ocasión de "Los abrazos rotos", se han sucedido asimismo los comentarios elogiosos en los principales medios del país.
A este respecto se ha llegado a decir que el cineasta ha alcanzado tal perfección formal con "Los abrazos rotos" que ya no puede evolucionar más.
En relación con ello, Almodóvar respondió, en la conferencia de prensa que ofreció junto a Cruz, que aún le quedan "temas y terrenos" en los que adentrarse que no ha "transitado nunca antes". Fuente: EFE
Olivier Assayas
Para mí el cine fue siempre una forma de exploración del mundo,
y entonces la forma en que se desarrolló mi trabajo es un trayecto que fue guiado
por mi forma de ir a descubrir el mundo que me rodea,
y también imagino que ir a descubrirme a mí mismo.
Entonces, creo que esto vale para las películas que hice y para las que voy a hacer
Olivier Assayas
Reconocido por la solidez de su carrera cinematográfica, Olivier Assayas es sin duda, uno de los principales exponentes del cine francés de la actualidad. Nació en 1955; cursó a temprana edad estudios de pintura y literatura; y en 1979 realizó su primer cortometraje titulado, Copyright. Años después incursionó en la crítica cinematográfica en la afamada revista Cahiers du cinéma, convirtiéndose en uno de los principales críticos de la época. Escribió los guiones para las cintas Rendezvous (1985) y Le lieu du crime (1986) del importante director André Téchiné. Su primer largometraje fue Désordre en 1986, cinta con la que ganó el premio de la crítica en el Festival de Venecia. A partir de ese momento su producción se ha caracterizado por el magnífico uso de la fotografía como recurso narrativo, así como por un estilo donde es evidente el balance entre su experiencia como realizador y como crítico, al tiempo que es posible advertir una constante tendencia hacia la experimentación.
Demonlover, 2002 (director y guionista)
Les Destinées sentimentales, 2000, (director y guionista)
Alice et Martín, 1998, (guionista)
Fin août, début septembre, 1998, (director y guionista)
Cinéma de notre temps: Hou Hsiao Hsien, 1997, (director y guionista)
Irma Vep, 1996, (director y guionista)
L' Eau froide, 1994, (director y guionista)
Une nouvelle vie, 1993, (director y guionista)
Paris s'éveille, 1991, (director y guionista)
L' Enfant de l'hiver, 1989, (director y guionista)
Avril brisé, 1987, (guionista)
Désordre, 1986, (director y guionista)
Le Lieu du crime, 1986, (guionista)
L' Unique, 1986 (guionista)
Passage secret, 1985, (guionista)
Rendez-vous, 1985, (guionista)
Winston Tong en studio, 1984
Laissé inachevé à Tokio, 1982, (director y guionista)
Deux chansons de Jacno, 1980
Copyright, 1979, (director)
Rectangle, 1979, (director)
y entonces la forma en que se desarrolló mi trabajo es un trayecto que fue guiado
por mi forma de ir a descubrir el mundo que me rodea,
y también imagino que ir a descubrirme a mí mismo.
Entonces, creo que esto vale para las películas que hice y para las que voy a hacer
Olivier Assayas
Reconocido por la solidez de su carrera cinematográfica, Olivier Assayas es sin duda, uno de los principales exponentes del cine francés de la actualidad. Nació en 1955; cursó a temprana edad estudios de pintura y literatura; y en 1979 realizó su primer cortometraje titulado, Copyright. Años después incursionó en la crítica cinematográfica en la afamada revista Cahiers du cinéma, convirtiéndose en uno de los principales críticos de la época. Escribió los guiones para las cintas Rendezvous (1985) y Le lieu du crime (1986) del importante director André Téchiné. Su primer largometraje fue Désordre en 1986, cinta con la que ganó el premio de la crítica en el Festival de Venecia. A partir de ese momento su producción se ha caracterizado por el magnífico uso de la fotografía como recurso narrativo, así como por un estilo donde es evidente el balance entre su experiencia como realizador y como crítico, al tiempo que es posible advertir una constante tendencia hacia la experimentación.
Demonlover, 2002 (director y guionista)
Les Destinées sentimentales, 2000, (director y guionista)
Alice et Martín, 1998, (guionista)
Fin août, début septembre, 1998, (director y guionista)
Cinéma de notre temps: Hou Hsiao Hsien, 1997, (director y guionista)
Irma Vep, 1996, (director y guionista)
L' Eau froide, 1994, (director y guionista)
Une nouvelle vie, 1993, (director y guionista)
Paris s'éveille, 1991, (director y guionista)
L' Enfant de l'hiver, 1989, (director y guionista)
Avril brisé, 1987, (guionista)
Désordre, 1986, (director y guionista)
Le Lieu du crime, 1986, (guionista)
L' Unique, 1986 (guionista)
Passage secret, 1985, (guionista)
Rendez-vous, 1985, (guionista)
Winston Tong en studio, 1984
Laissé inachevé à Tokio, 1982, (director y guionista)
Deux chansons de Jacno, 1980
Copyright, 1979, (director)
Rectangle, 1979, (director)
Sunday, August 02, 2009
¿Protocolo?
Las antipatías violentas son siempre sospechosas y revelan una secreta afinidad. Un amor secreto por lo que se ataca.
(William Hazlitt)
El que te habla de los defectos de los demás, con los demás hablará de los tuyos.
Denis Diderot.
Las críticas a los demás son una falta de educación y una característica poco apreciada socialmente.
----
Asi como hay un arte de bien hablar, existe un arte de bien escuchar.
Epicteto.
Tan importante es saber hablar como saber callar y escuchar.
----
La cosa más difícil es conocernos a nosotros mismos; la más fácil es hablar mal de los demás.
Tales de Mileto.
Las personas que más critican a los demás suelen ser las que más se desconocen así mismas. Tal y como nos dice un conocido refrán: "Es más fácil ver la paja en el ojo ajeno pero no en el propio".
----
Si hablas mal, se hablará de ti peor.
Hesiodo.
Los comentarios negativos son como un boomerang, se suelen volver contra uno.
----
La mayoría de las personas gastan más tiempo y energías en hablar de los problemas que en afrontarlos.
Henry Ford.
Las palabras están bien, pero los hechos suelen ser más importantes y efectivos.
----
Es una enorme desgracia no tener talento para hablar bien, ni la sabiduría necesaria para cerrar la boca.
Jean de la Bruyere.
Muchas personas saben hablar bien pero no saben callar a tiempo. Es tan importante una cosa como la otra.
----
Si los hombres se limitaran a hablar solamente de lo que entienden, apenas hablarían.
Arturo Graff.
Sutilmente el señor Graff dice que hay que saber callar a tiempo. Como decían nuestras madres "callado estás mucho más guapo". Cuantas tonterías se oyen en muchas conversaciones en las que todo el mundo sabe de todo.
----
Hay personas que empiezan a hablar un momento antes de haber pensado.
Jean de la Bruyere.
Hay que tener mucho cuidado con lo que se dice. Es mejor pensar un poco en lo que se va a decir.
----
Si los que hablan mal de mi supieran exactamente lo que yo pienso de ellos, aún hablarían peor.
Sacha Guitry.
Las simpatías entre las personas suelen ser mutuas. La antipatía suele ser un sentimiento bastante recíproco.
(William Hazlitt)
El que te habla de los defectos de los demás, con los demás hablará de los tuyos.
Denis Diderot.
Las críticas a los demás son una falta de educación y una característica poco apreciada socialmente.
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Asi como hay un arte de bien hablar, existe un arte de bien escuchar.
Epicteto.
Tan importante es saber hablar como saber callar y escuchar.
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La cosa más difícil es conocernos a nosotros mismos; la más fácil es hablar mal de los demás.
Tales de Mileto.
Las personas que más critican a los demás suelen ser las que más se desconocen así mismas. Tal y como nos dice un conocido refrán: "Es más fácil ver la paja en el ojo ajeno pero no en el propio".
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Si hablas mal, se hablará de ti peor.
Hesiodo.
Los comentarios negativos son como un boomerang, se suelen volver contra uno.
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La mayoría de las personas gastan más tiempo y energías en hablar de los problemas que en afrontarlos.
Henry Ford.
Las palabras están bien, pero los hechos suelen ser más importantes y efectivos.
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Es una enorme desgracia no tener talento para hablar bien, ni la sabiduría necesaria para cerrar la boca.
Jean de la Bruyere.
Muchas personas saben hablar bien pero no saben callar a tiempo. Es tan importante una cosa como la otra.
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Si los hombres se limitaran a hablar solamente de lo que entienden, apenas hablarían.
Arturo Graff.
Sutilmente el señor Graff dice que hay que saber callar a tiempo. Como decían nuestras madres "callado estás mucho más guapo". Cuantas tonterías se oyen en muchas conversaciones en las que todo el mundo sabe de todo.
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Hay personas que empiezan a hablar un momento antes de haber pensado.
Jean de la Bruyere.
Hay que tener mucho cuidado con lo que se dice. Es mejor pensar un poco en lo que se va a decir.
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Si los que hablan mal de mi supieran exactamente lo que yo pienso de ellos, aún hablarían peor.
Sacha Guitry.
Las simpatías entre las personas suelen ser mutuas. La antipatía suele ser un sentimiento bastante recíproco.
Voltaire
La idiotez es una enfermedad extraordinaria, no es el enfermo el que sufre por ella, sino los demás.
Una mujer amablemente estúpida es una bendición del cielo.
La esperanza es una virtud cristiana que consiste en despreciar todas las miserables cosas de este mundo en espera de disfrutar, en un país desconocido, deleites ignorados que los curas nos prometen a cambio de nuestro dinero.
La idiotez es una enfermedad extraordinaria, no es el enfermo el que sufre por ella, sino los demás.
Una mujer amablemente estúpida es una bendición del cielo.
La esperanza es una virtud cristiana que consiste en despreciar todas las miserables cosas de este mundo en espera de disfrutar, en un país desconocido, deleites ignorados que los curas nos prometen a cambio de nuestro dinero.
Grandes causas
Francisco Mouat
"Yo sólo arrugo por grandes causas", me contestó una vez una amiga, después que le dije que se estaba acostumbrando a arrugar y no venir al taller. Mentira: no faltaba nunca, por eso se notaba tanto cuando por alguna razón no llegaba a la cita. Lo mejor de su respuesta vino después, cuando precisó cuáles eran sus grandes causas: "Viajes al otro lado del Atlántico, despedidas a amigos muy queridos, presentaciones de teatro".
Mi amiga es bióloga y actriz, y esa vez no había venido al taller porque un amigo suyo muy querido se iba de viaje por tiempo indeterminado al día siguiente, y sus cercanos le habían organizado una despedida. Es decir: estaba atrapada por una de sus grandes causas.
Me gustó lo que dijo, porque me llevó a pensar en las mías. ¿Cuáles son? ¿Son demasiado diferentes a las de la mayoría? No creo. Querer a mis hijos, por ejemplo, es una de mis grandes causas. ¿Quién podría objetármelo? Algo totalmente natural, común y corriente, políticamente muy correcto, aunque a ratos no demasiado frecuente. Nunca supe cuántos hijos iba a tener, y cómo serían ellos. ¿Quién lo sabe? Pero algo hay en la sangre, en las vísceras, en el instinto, en ese extraño lazo que me ata a este otro ser humano, más pequeño que yo, y, aquí viene lo mejor, distinto, único, irrepetible. Lo que más me llama la atención de un padre ausente o de una madre abandonadora (y todos nosotros lo somos, en mayor o menor dosis) es que nos perdemos de saber de cerca algo más del alma humana, nos privamos de una magnífica y privilegiada oportunidad para mirar con los ojos bien abiertos a sujetos que idealmente crecerán cerca nuestro. Tal como nosotros alguna vez, ellos llegan a habitar este planeta sin que nadie sepa explicarles de un modo convincente por qué extraño y aleatorio motivo están aquí.
Con toda mi imperfección a cuestas, los quiero entrañablemente, al punto de disfrutar sus pequeñas y grandes alegrías y de inquietarme con sus zonas erróneas, que todos las tenemos por el hecho de pertenecer al género humano, de dudosa reputación a lo largo de la Historia. Me inquieta no hacer a mis hijos a un lado, y que el poco tiempo de estar juntos sea más o menos creativo y fecundo. Otra cosa es que lo consiga. Me interesa acompañarlos en su crecimiento, saber lo que más les gusta y lo que no, aceptar que son dueños de una vida que no es la mía, pero que me importa mucho, muchísimo, al punto de confundir a veces sus propios derroteros con mis grandes causas. Roma, la mujer protagonista de esa maravillosa película de Adolfo Aristaráin que se llama como ella, Roma, vende el piano con que ha hecho clases toda la vida para que su único hijo se vaya de Argentina a España a estudiar y a vivir. Es un gesto emocionante, de madre jugada, como hay tantas, heroínas anónimas que no figuran en las noticias ni son invitadas a estelares de televisión, ni menos protagonizan ridículos realities que tienen hoy a medio país embobado con los cincuenta millones de pesos de premio, las portadas en los diarios, las horas de pantalla, la confesión pelotuda de supuestas intimidades, como si esas vidas filmadas y debidamente editadas por conocedores del negocio televisivo fueran la vida misma.
Las grandes causas que acompañan mis entusiasmos no parecieran, a simple vista, estar muy de moda. Pero creo que en esto a veces nos engañamos. Queremos, al final, sin dejar de valorar la identidad y la particularidad de los demás, cuestiones más o menos parecidas: una vida medianamente armónica, ojalá amorosa y sustentable, algo de juego y algo de humor, antes de la caída final. En esto creo formar parte de una mayoría. Que otros quieran pasar la aplanadora por encima de todo aquel que se cruce en su camino, que otros estén dispuestos a matar para imponer sus puntos de vista o su cuota de poder, que haya gente a la que el vecino le importe un bledo, que la trampa y la codicia estén tan instaladas en las relaciones humanas, y sobre todo en el mundo del trabajo, no acaba de amilanarme. Entre mis grandes causas, también figura no hacerme problemas si dado el caso formara parte de una minoría. Aunque no lo creo, todavía no.
Francisco Mouat
"Yo sólo arrugo por grandes causas", me contestó una vez una amiga, después que le dije que se estaba acostumbrando a arrugar y no venir al taller. Mentira: no faltaba nunca, por eso se notaba tanto cuando por alguna razón no llegaba a la cita. Lo mejor de su respuesta vino después, cuando precisó cuáles eran sus grandes causas: "Viajes al otro lado del Atlántico, despedidas a amigos muy queridos, presentaciones de teatro".
Mi amiga es bióloga y actriz, y esa vez no había venido al taller porque un amigo suyo muy querido se iba de viaje por tiempo indeterminado al día siguiente, y sus cercanos le habían organizado una despedida. Es decir: estaba atrapada por una de sus grandes causas.
Me gustó lo que dijo, porque me llevó a pensar en las mías. ¿Cuáles son? ¿Son demasiado diferentes a las de la mayoría? No creo. Querer a mis hijos, por ejemplo, es una de mis grandes causas. ¿Quién podría objetármelo? Algo totalmente natural, común y corriente, políticamente muy correcto, aunque a ratos no demasiado frecuente. Nunca supe cuántos hijos iba a tener, y cómo serían ellos. ¿Quién lo sabe? Pero algo hay en la sangre, en las vísceras, en el instinto, en ese extraño lazo que me ata a este otro ser humano, más pequeño que yo, y, aquí viene lo mejor, distinto, único, irrepetible. Lo que más me llama la atención de un padre ausente o de una madre abandonadora (y todos nosotros lo somos, en mayor o menor dosis) es que nos perdemos de saber de cerca algo más del alma humana, nos privamos de una magnífica y privilegiada oportunidad para mirar con los ojos bien abiertos a sujetos que idealmente crecerán cerca nuestro. Tal como nosotros alguna vez, ellos llegan a habitar este planeta sin que nadie sepa explicarles de un modo convincente por qué extraño y aleatorio motivo están aquí.
Con toda mi imperfección a cuestas, los quiero entrañablemente, al punto de disfrutar sus pequeñas y grandes alegrías y de inquietarme con sus zonas erróneas, que todos las tenemos por el hecho de pertenecer al género humano, de dudosa reputación a lo largo de la Historia. Me inquieta no hacer a mis hijos a un lado, y que el poco tiempo de estar juntos sea más o menos creativo y fecundo. Otra cosa es que lo consiga. Me interesa acompañarlos en su crecimiento, saber lo que más les gusta y lo que no, aceptar que son dueños de una vida que no es la mía, pero que me importa mucho, muchísimo, al punto de confundir a veces sus propios derroteros con mis grandes causas. Roma, la mujer protagonista de esa maravillosa película de Adolfo Aristaráin que se llama como ella, Roma, vende el piano con que ha hecho clases toda la vida para que su único hijo se vaya de Argentina a España a estudiar y a vivir. Es un gesto emocionante, de madre jugada, como hay tantas, heroínas anónimas que no figuran en las noticias ni son invitadas a estelares de televisión, ni menos protagonizan ridículos realities que tienen hoy a medio país embobado con los cincuenta millones de pesos de premio, las portadas en los diarios, las horas de pantalla, la confesión pelotuda de supuestas intimidades, como si esas vidas filmadas y debidamente editadas por conocedores del negocio televisivo fueran la vida misma.
Las grandes causas que acompañan mis entusiasmos no parecieran, a simple vista, estar muy de moda. Pero creo que en esto a veces nos engañamos. Queremos, al final, sin dejar de valorar la identidad y la particularidad de los demás, cuestiones más o menos parecidas: una vida medianamente armónica, ojalá amorosa y sustentable, algo de juego y algo de humor, antes de la caída final. En esto creo formar parte de una mayoría. Que otros quieran pasar la aplanadora por encima de todo aquel que se cruce en su camino, que otros estén dispuestos a matar para imponer sus puntos de vista o su cuota de poder, que haya gente a la que el vecino le importe un bledo, que la trampa y la codicia estén tan instaladas en las relaciones humanas, y sobre todo en el mundo del trabajo, no acaba de amilanarme. Entre mis grandes causas, también figura no hacerme problemas si dado el caso formara parte de una minoría. Aunque no lo creo, todavía no.
Harry Potter y el misterio del príncipe
Ascanio Cavallo
No es necesario ser un entusiasta de la serie de Harry Potter, más impersonal y adocenada que lo que merece ser el cine, ni tampoco un detractor enojado ante unas películas que, después de todo, han sacado a millares de jóvenes de sus pequeñas pantallas personales. Aún más, resulta seductora la idea de que las cabezas de los adolescentes de hoy estén realmente amobladas con torres góticas, noches tormentosas, atardeceres luminosos, trenes trepidantes, océanos furiosos y, sobre todo, con la magia, ese instrumento con que la imaginación intenta resistir a lo que Heidegger llamaría "la mundanidad del mundo". Harry Potter contra la obstinación de las cosas reales.
Dicho esto, y ante la obligación de distinguir una entrega de otra, no se puede sino reconocer que entre las cinco primeras hay dos que sobresalen: Harry Potter y el prisionero de Azkabán (Alfonso Cuarón, 2004) y Harry Potter y el cáliz de fuego (Mike Newell, 2005). En ambas el protagonista (Daniel Radcliffe) empieza a enfrentarse a fuerzas que desbordan su comprensión y sus púberes poderes. Los memorables Dementors, en el primer caso, y Voldemort, en el segundo, son la materialización del vértigo adolescente justo antes de hacerse cargo de sí mismo.
La sexta parte es muy inferior a aquellas precisamente porque se mueve con poco avance y mucho retroceso.
De un lado, Harry y sus amigos Hermione Granger (Emma Watson) y Ron Weasley (Rupert Grint) empiezan a acceder, tardía y caprichosamente, como si en vez de 17 tuviesen 12, a las veleidades de la emoción erótica, y del otro, se hace inminente su salida final de los palacios de
Hogwarts y de la tutela de Ambus Dumbledore (Michael Gambon). Un nuevo personaje, Horace Slughorn (el notable Jim Broadbent), anticipa la clave de lo que será la misión vital de los jóvenes fuera de la escuela.
Esta larga parábola de la adolescencia (con sus largos capítulos de dos horas y media como promedio) viene siendo promotora y víctima de su propia ambición. Mientras los niños crecen año por año, la producción parece empeñada en contener ese proceso, hasta el punto de que se ha anunciado que el último episodio será dividido en dos, para llegar al fin el 2011, con el mismo director David Yates, el más desangelado de la serie, que ya se hizo cargo de la anterior, Harry Porter y la orden del Fénix. Su sola mantención ya es un indicio de la dinámica conservadora con que va culminando la serie. Rara vez se había llevado tan lejos el peterpanismo en el cine.
Pero de nuevo: como quiera que se juzguen las obvias intenciones mercantiles del paquete, cabe admitir que el mundo cavernoso de Harry Potter, con sus gárgolas y tempestades y pesadillas y sujetos desajustados, es más interesante que casi todo lo que hoy produce el cine industrial para el mismo público.
Harry Potter and the half-blood prince.
Ascanio Cavallo
No es necesario ser un entusiasta de la serie de Harry Potter, más impersonal y adocenada que lo que merece ser el cine, ni tampoco un detractor enojado ante unas películas que, después de todo, han sacado a millares de jóvenes de sus pequeñas pantallas personales. Aún más, resulta seductora la idea de que las cabezas de los adolescentes de hoy estén realmente amobladas con torres góticas, noches tormentosas, atardeceres luminosos, trenes trepidantes, océanos furiosos y, sobre todo, con la magia, ese instrumento con que la imaginación intenta resistir a lo que Heidegger llamaría "la mundanidad del mundo". Harry Potter contra la obstinación de las cosas reales.
Dicho esto, y ante la obligación de distinguir una entrega de otra, no se puede sino reconocer que entre las cinco primeras hay dos que sobresalen: Harry Potter y el prisionero de Azkabán (Alfonso Cuarón, 2004) y Harry Potter y el cáliz de fuego (Mike Newell, 2005). En ambas el protagonista (Daniel Radcliffe) empieza a enfrentarse a fuerzas que desbordan su comprensión y sus púberes poderes. Los memorables Dementors, en el primer caso, y Voldemort, en el segundo, son la materialización del vértigo adolescente justo antes de hacerse cargo de sí mismo.
La sexta parte es muy inferior a aquellas precisamente porque se mueve con poco avance y mucho retroceso.
De un lado, Harry y sus amigos Hermione Granger (Emma Watson) y Ron Weasley (Rupert Grint) empiezan a acceder, tardía y caprichosamente, como si en vez de 17 tuviesen 12, a las veleidades de la emoción erótica, y del otro, se hace inminente su salida final de los palacios de
Hogwarts y de la tutela de Ambus Dumbledore (Michael Gambon). Un nuevo personaje, Horace Slughorn (el notable Jim Broadbent), anticipa la clave de lo que será la misión vital de los jóvenes fuera de la escuela.
Esta larga parábola de la adolescencia (con sus largos capítulos de dos horas y media como promedio) viene siendo promotora y víctima de su propia ambición. Mientras los niños crecen año por año, la producción parece empeñada en contener ese proceso, hasta el punto de que se ha anunciado que el último episodio será dividido en dos, para llegar al fin el 2011, con el mismo director David Yates, el más desangelado de la serie, que ya se hizo cargo de la anterior, Harry Porter y la orden del Fénix. Su sola mantención ya es un indicio de la dinámica conservadora con que va culminando la serie. Rara vez se había llevado tan lejos el peterpanismo en el cine.
Pero de nuevo: como quiera que se juzguen las obvias intenciones mercantiles del paquete, cabe admitir que el mundo cavernoso de Harry Potter, con sus gárgolas y tempestades y pesadillas y sujetos desajustados, es más interesante que casi todo lo que hoy produce el cine industrial para el mismo público.
Harry Potter and the half-blood prince.
Rafael Gumucio
Domingo 10 de Mayo de 2009
Las ruinas circulares
Desde Boston, mi amigo y vecino Raúl Zurita nos recuerda a los chilenos que estamos en ruina. La literatura chilena es la peor del continente. Sólo Zambra se salva. Todo se acabó para siempre. Este tipo de declaraciones pertenece a una amplia tradición completamente chilena, la de culpar a Chile de todas nuestras miserias, postergaciones y olvidos. Se quejaron, se quejan, nos quejamos, porque es fácil. Efectivamente, el clima intelectual chileno es provinciano. Lo es porque Chile es una provincia. Una provincia de una provincia. Somos lo que siempre hemos sido, caníbales irracionales, acallando cualquier debate a golpe de chismes, siguiendo en manada a algún vejete de turno, destruyendo al que asoma mucho la cabeza, ejerciendo el matonaje sobre el débil y la absoluta complacencia con el jefe. No hay razón para que surja entre los náufragos de una isla desierta otra cosa que unas chalupas para abandonar la playa. Cuando la chalupa es destrozada por las olas, todos volvemos a revivir el argumento de El Señor de las Moscas.
Ver en la literatura chilena, como en la sociedad o la política, sólo ruinas es justamente hacer gala de lo que una y otra vez nos ha arruinado como cultura. Ser un profeta de la nada es una muestra viviente de esa flojera intelectual que es la marca de fábrica de la inteligentzia nacional. Es ése el vicio chileno por antonomasia, la flojera escondida tanto en el desánimo como en la hiperactividad, tanto en el entusiasmo acrítico, como en el acrítico nihilismo. No hay nada, no hay nadie; entonces, no tengo que hacer esfuerzo para entender lo que efectivamente hay. ¿Y espléndidas novelas, como El bosque quemado, de Brodsky, o Tubab, de Beltrán Mena, y los cuentos de Marcelo Lillo, para sólo hablar de los libros más nuevos? ¿Quién puede decir que Patricio Fernández o Álvaro Bisama o Matías Celedón no tienen ambición, que es lo que echa en falta Zurita en nuestra literatura? Y conste que hablo sólo de narrativa, la más debil de nuestras artes.
No sé si pudiera hacerse una lista tan honrosa de libros en el Chile de 1983, ni siquiera en el Chile de 1973. Pero da lo mismo. Buenos o malos, los libros caen todos en ese vacío. Encerrados cada cual en su círculo, hablando sólo para su secta. Pueden tener miles de lectores o ninguno, pero carecen de una lectura. La lectura de un Alone, de Hernán Loyola, de Valente, de Lihn o de un Cedomil Goic, que, equivocados o no, ejercían una jerarquía, un diálogo entre los libros y su tradición, y esa tradición y el mundo. La política, la sociedad, no quedaban del todo excluidas del ruedo. Los libros hablaban de algo a alguien.
Se nos enseñó desde demasiado pequeños que nada grande, nada verdadero podía suceder aquí. Bolaño, correctamente empaquetado en Barcelona, sorprendió a todos desnudos, improvisando teorías, venganzas, aullidos y chillidos ilegibles. El genio pareció, entonces, dolernos como una ofensa. Es una ofensa. Un gran escritor obliga a sus lectores a trabajar, porque no es nunca el autor de un libro, o de diez, sino el padre de una biblioteca de relaciones que nos obliga a recorrer cuando creemos leerlo sólo a él.
Leer los libros a solas, como programa de televisión en una revista de TV cable al que hay que indicar luego si vale la pena ver o no, es perderlos de vista. La cultura, como la agricultura, necesita abonos, limos, desechos, hojas muertas que fermentan a los pies de los árboles gigantes como de los arbustos que les ayudan a trepar. Es eso de lo que carece dramáticamente el culto chileno, de mínima densidad cultural, ésa que permite ver a Stendahl en un todo con Mozart y con Edwards Bello, y no como accidentes separados e incomprensibles.
Amigo Raúl, tú hablas de ruina, pero una ruina supone que algo se ha construido alguna vez. Lo que tenemos aquí no es un edificio destruido sino sólo muros y subterráneos asustados que han expulsado de su seno la posibilidad de un arquitecto que los comprenda.
determinada".
Las palabras
Francisco Mouat
Hay palabras que nos habitan, por momentos de manera obsesiva. Llevo días, tal vez semanas, pensando en la palabra habitar, viajando con ella. ¿Cuándo las palabras se nos hacen imprescindibles y fascinantes? ¿Cuándo es que decidimos que vamos a vivir, entre otras pocas cosas, para quererlas, para cuidarlas, para conocerlas y conversar con ellas cara a cara? Suena raro decirlo de esta manera, pero no encuentro otra forma. Estoy ocupado últimamente por el fantasma de la palabra habitar (que podría ser también un ángel), y no puedo desligarme de ella hasta reconocer su forma y desentrañar lo que tenga para decir.
Hay libros que surgen por una palabra, un verbo, una escena. Reconocer ese destello no es algo que pueda imponerse por decreto. Hay una frase que Marguerite Yourcenar leyó y subrayó en un volumen de la correspondencia de Flaubert, y que fue el punto de partida de sus Memorias de Adriano: "Cuando los dioses ya no existían y Cristo no había aparecido aún, hubo un momento único, desde Cicerón hasta Marco Aurelio, en que sólo estuvo el hombre".
Todos sabemos de fantasmas que habitan en nosotros. Cuando se nos muere alguien a quien quisimos mucho, buscamos cualquier manera de ser habitados por esa persona, para que no se nos desvanezca totalmente. Nos aferramos a algún fragmento suyo que nos permita conservarlo vivo un tiempo más, antes del olvido, y hay un momento en que lo dejamos ir. Con las palabras y los lugares sucede más o menos lo mismo. Habitamos espacios abiertos y cerrados, en casas y calles, en pueblos y ciudades, y tomamos conciencia y podemos entenderlo porque simultáneamente habitamos el lenguaje.
Existen sincronías magníficas. Una amiga me habla entusiasmada de lo que ha estado leyendo para la universidad, unos textos del filósofo Hans-Georg Gadamer, y casi no puedo creer que nos habiten preocupaciones similares. Le pido que me mande un párrafo de Gadamer, y ella lo hace esa misma noche: "Estamos tan íntimamente insertos en el lenguaje como en el mundo. El lenguaje posee una fuerza protectora y ocultadora. El lenguaje es el verdadero centro del mundo.
Habitamos en la palabra".
Por supuesto que sí, le contesto: habitamos en la palabra. Y las palabras nos habitan, para fortuna nuestra. Escribir también es dejarse habitar por el lenguaje. Lo mismo que la lectura. El arte explora el lenguaje buscando respuestas, y lo mejor que puede hacer es dejar instaladas preguntas que se formulen por mucho tiempo. Cuando miramos una fotografía que nos cautiva, cuando leemos un libro que nos estimula, cuando contemplamos una pintura que nos mueve, cuando disfrutamos las secuencias de una película filmada con talento y sensibilidad, experimentamos goce estético, y después buscamos palabras que lo descifren y le permitan quedarse en nosotros.
Hay mucho de azar en los sitios y lugares a donde la vida te va llevando. Pero también existe a veces la posibilidad de escoger un punto de vista, una geografía a la cual mirar con mayor intención. Habitamos para ser y estar. Hoy me habita una ciudad, Santiago, a la que no termino de sacarle brillo. Y sin embargo igual encuentro en ella, sin esfuerzos demasiado especiales, el destello de lugares y vidas humanas que me acompañan, y con los cuales me siento a gusto. Son el escenario en el que me animo a practicar una de mis pasiones: la palabra. La palabra y el silencio, que se buscan, en aparente contradicción. La palabra dicha, la palabra leída, la palabra escrita, el silencio para dejar que esa palabra nos habite. Lo último que dijo Raymond Carver, antes de morir, frente a un puñado de estudiantes que se graduaban en la universidad, fue que repararan en una frase de Santa Teresa que tiene casi cuatrocientos años de edad: "Las palabras que llevan al obrar, preparan el alma, la ponen presta y la mueven a la ternura". Cuando leo esta frase me quedo sin palabras, y soy inmensamente feliz de vivir cerca de ellas. No pienso abandonarlas, no quiero que ellas me abandonen todavía.
La creencia en algún tipo de maldad sobrenatural no es necesaria. Los hombres por sí solos ya son capaces de cualquier maldad.
Joseph Conrad
Domingo 10 de Mayo de 2009
Las ruinas circulares
Desde Boston, mi amigo y vecino Raúl Zurita nos recuerda a los chilenos que estamos en ruina. La literatura chilena es la peor del continente. Sólo Zambra se salva. Todo se acabó para siempre. Este tipo de declaraciones pertenece a una amplia tradición completamente chilena, la de culpar a Chile de todas nuestras miserias, postergaciones y olvidos. Se quejaron, se quejan, nos quejamos, porque es fácil. Efectivamente, el clima intelectual chileno es provinciano. Lo es porque Chile es una provincia. Una provincia de una provincia. Somos lo que siempre hemos sido, caníbales irracionales, acallando cualquier debate a golpe de chismes, siguiendo en manada a algún vejete de turno, destruyendo al que asoma mucho la cabeza, ejerciendo el matonaje sobre el débil y la absoluta complacencia con el jefe. No hay razón para que surja entre los náufragos de una isla desierta otra cosa que unas chalupas para abandonar la playa. Cuando la chalupa es destrozada por las olas, todos volvemos a revivir el argumento de El Señor de las Moscas.
Ver en la literatura chilena, como en la sociedad o la política, sólo ruinas es justamente hacer gala de lo que una y otra vez nos ha arruinado como cultura. Ser un profeta de la nada es una muestra viviente de esa flojera intelectual que es la marca de fábrica de la inteligentzia nacional. Es ése el vicio chileno por antonomasia, la flojera escondida tanto en el desánimo como en la hiperactividad, tanto en el entusiasmo acrítico, como en el acrítico nihilismo. No hay nada, no hay nadie; entonces, no tengo que hacer esfuerzo para entender lo que efectivamente hay. ¿Y espléndidas novelas, como El bosque quemado, de Brodsky, o Tubab, de Beltrán Mena, y los cuentos de Marcelo Lillo, para sólo hablar de los libros más nuevos? ¿Quién puede decir que Patricio Fernández o Álvaro Bisama o Matías Celedón no tienen ambición, que es lo que echa en falta Zurita en nuestra literatura? Y conste que hablo sólo de narrativa, la más debil de nuestras artes.
No sé si pudiera hacerse una lista tan honrosa de libros en el Chile de 1983, ni siquiera en el Chile de 1973. Pero da lo mismo. Buenos o malos, los libros caen todos en ese vacío. Encerrados cada cual en su círculo, hablando sólo para su secta. Pueden tener miles de lectores o ninguno, pero carecen de una lectura. La lectura de un Alone, de Hernán Loyola, de Valente, de Lihn o de un Cedomil Goic, que, equivocados o no, ejercían una jerarquía, un diálogo entre los libros y su tradición, y esa tradición y el mundo. La política, la sociedad, no quedaban del todo excluidas del ruedo. Los libros hablaban de algo a alguien.
Se nos enseñó desde demasiado pequeños que nada grande, nada verdadero podía suceder aquí. Bolaño, correctamente empaquetado en Barcelona, sorprendió a todos desnudos, improvisando teorías, venganzas, aullidos y chillidos ilegibles. El genio pareció, entonces, dolernos como una ofensa. Es una ofensa. Un gran escritor obliga a sus lectores a trabajar, porque no es nunca el autor de un libro, o de diez, sino el padre de una biblioteca de relaciones que nos obliga a recorrer cuando creemos leerlo sólo a él.
Leer los libros a solas, como programa de televisión en una revista de TV cable al que hay que indicar luego si vale la pena ver o no, es perderlos de vista. La cultura, como la agricultura, necesita abonos, limos, desechos, hojas muertas que fermentan a los pies de los árboles gigantes como de los arbustos que les ayudan a trepar. Es eso de lo que carece dramáticamente el culto chileno, de mínima densidad cultural, ésa que permite ver a Stendahl en un todo con Mozart y con Edwards Bello, y no como accidentes separados e incomprensibles.
Amigo Raúl, tú hablas de ruina, pero una ruina supone que algo se ha construido alguna vez. Lo que tenemos aquí no es un edificio destruido sino sólo muros y subterráneos asustados que han expulsado de su seno la posibilidad de un arquitecto que los comprenda.
determinada".
Las palabras
Francisco Mouat
Hay palabras que nos habitan, por momentos de manera obsesiva. Llevo días, tal vez semanas, pensando en la palabra habitar, viajando con ella. ¿Cuándo las palabras se nos hacen imprescindibles y fascinantes? ¿Cuándo es que decidimos que vamos a vivir, entre otras pocas cosas, para quererlas, para cuidarlas, para conocerlas y conversar con ellas cara a cara? Suena raro decirlo de esta manera, pero no encuentro otra forma. Estoy ocupado últimamente por el fantasma de la palabra habitar (que podría ser también un ángel), y no puedo desligarme de ella hasta reconocer su forma y desentrañar lo que tenga para decir.
Hay libros que surgen por una palabra, un verbo, una escena. Reconocer ese destello no es algo que pueda imponerse por decreto. Hay una frase que Marguerite Yourcenar leyó y subrayó en un volumen de la correspondencia de Flaubert, y que fue el punto de partida de sus Memorias de Adriano: "Cuando los dioses ya no existían y Cristo no había aparecido aún, hubo un momento único, desde Cicerón hasta Marco Aurelio, en que sólo estuvo el hombre".
Todos sabemos de fantasmas que habitan en nosotros. Cuando se nos muere alguien a quien quisimos mucho, buscamos cualquier manera de ser habitados por esa persona, para que no se nos desvanezca totalmente. Nos aferramos a algún fragmento suyo que nos permita conservarlo vivo un tiempo más, antes del olvido, y hay un momento en que lo dejamos ir. Con las palabras y los lugares sucede más o menos lo mismo. Habitamos espacios abiertos y cerrados, en casas y calles, en pueblos y ciudades, y tomamos conciencia y podemos entenderlo porque simultáneamente habitamos el lenguaje.
Existen sincronías magníficas. Una amiga me habla entusiasmada de lo que ha estado leyendo para la universidad, unos textos del filósofo Hans-Georg Gadamer, y casi no puedo creer que nos habiten preocupaciones similares. Le pido que me mande un párrafo de Gadamer, y ella lo hace esa misma noche: "Estamos tan íntimamente insertos en el lenguaje como en el mundo. El lenguaje posee una fuerza protectora y ocultadora. El lenguaje es el verdadero centro del mundo.
Habitamos en la palabra".
Por supuesto que sí, le contesto: habitamos en la palabra. Y las palabras nos habitan, para fortuna nuestra. Escribir también es dejarse habitar por el lenguaje. Lo mismo que la lectura. El arte explora el lenguaje buscando respuestas, y lo mejor que puede hacer es dejar instaladas preguntas que se formulen por mucho tiempo. Cuando miramos una fotografía que nos cautiva, cuando leemos un libro que nos estimula, cuando contemplamos una pintura que nos mueve, cuando disfrutamos las secuencias de una película filmada con talento y sensibilidad, experimentamos goce estético, y después buscamos palabras que lo descifren y le permitan quedarse en nosotros.
Hay mucho de azar en los sitios y lugares a donde la vida te va llevando. Pero también existe a veces la posibilidad de escoger un punto de vista, una geografía a la cual mirar con mayor intención. Habitamos para ser y estar. Hoy me habita una ciudad, Santiago, a la que no termino de sacarle brillo. Y sin embargo igual encuentro en ella, sin esfuerzos demasiado especiales, el destello de lugares y vidas humanas que me acompañan, y con los cuales me siento a gusto. Son el escenario en el que me animo a practicar una de mis pasiones: la palabra. La palabra y el silencio, que se buscan, en aparente contradicción. La palabra dicha, la palabra leída, la palabra escrita, el silencio para dejar que esa palabra nos habite. Lo último que dijo Raymond Carver, antes de morir, frente a un puñado de estudiantes que se graduaban en la universidad, fue que repararan en una frase de Santa Teresa que tiene casi cuatrocientos años de edad: "Las palabras que llevan al obrar, preparan el alma, la ponen presta y la mueven a la ternura". Cuando leo esta frase me quedo sin palabras, y soy inmensamente feliz de vivir cerca de ellas. No pienso abandonarlas, no quiero que ellas me abandonen todavía.
La creencia en algún tipo de maldad sobrenatural no es necesaria. Los hombres por sí solos ya son capaces de cualquier maldad.
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