Richard Ford habla del rol de los libros
Ganador del Pulitzer y el Pen/Faulkner, Richard Ford espera la traducción al español de "The lay of the land", última parte de su famosa trilogía protagonizada por Frank Bascombe. En entrevista con Qué Pasa, el escritor norteamericano -uno de los indispensables de la narrativa contemporánea- habla del rol de los libros, de cómo escribió su última novela con lápiz pasta y sobre una casa flotante en las costas del Atlántico y de la necesidad de juntar ánimo para arremeter un nuevo proyecto literario.
Por Gonzalo Maier QUÉ PASA
"Como todo buen chico comencé leyendo a Faulkner. Después pasé a Frank O'Connor, un irlandés, y lo que obtuve fue una sensación de que algo no calzaba entre la vida y lo vivido".
Era 1985 cuando recibió el llamado. Al otro lado de la línea, su agente dijo que no le quedaban muchas más oportunidades. O le presentaba un buen manuscrito o definitivamente las editoriales le terminarían de cerrar las puertas. El ultimátum, por suerte, rindió frutos. Porque con ese llamado de atención nació "El periodista deportivo", la primera de las novelas de Richard Ford (63), que sería calificada hasta el cansancio de perfecta, genial y representativa de un país gigante.
Ford -encumbrado hoy como uno de los autores indispensables de la narrativa contemporánea- fue incluso más allá y convirtió ese impulso en una trilogía de novelas protagonizadas por el escritor, periodista y agente inmobiliario Frank Bascombe. Así fue como una década después de "El periodista deportivo", apareció "El día de la independencia". Y el año pasado publicó la tercera y última entrega de la serie, bajo el título "The lay of the land". Al igual que sus dos predecesoras, será traducida al castellano por Anagrama. Con fecha tentativa de lanzamiento para mediados del próximo año.
Cuando el teléfono sonó ese 1985, Richard Ford vivía en New Jersey junto a Kristina -con quien ya lleva casado 38 años- y tenía un manuscrito para ofrecer. No estaba aún terminado y el argumento era sobre un joven novelista renunciado prematuramente que pretendía vivir como periodista deportivo, lidiando con la muerte de un hijo y un inesperado divorcio. Su nombre era Frank Bascombe y su vida, un desastre. La novela, en la que sucede poco más que el desvarío del protagonista, fue un éxito y una sorpresa. Les gustó a todos: desde los círculos académicos reacios a las novedades hasta a los fanáticos lectores de best sellers. Una extraña y heterogénea categoría en la que Ford no tardaría en entrar. Además, el libro fue escrito casi al mismo tiempo que "Rock Springs", un conjunto de relatos minimalistas que aumentaría la fama de su autor, se colaría constantemente en los rankings de los mejores conjuntos de cuentos y consolidaría la extraña etiqueta de los "realistas sucios", que unía a Ford con Tobias Wolff y Raymond Carver, sus dos grandes amigos con los que compartiría bastante más que el gusto por las frases cortas.
Ford, a fin de cuentas, sabía perfectamente de qué hablaba. Su primer libro, "Un trozo de mi corazón", lo había publicado en 1976 y el segundo, "La última oportunidad", en 1981. Las ventas estuvieron muy lejos de ser buenas y el autor optó por una oferta de trabajo como, precisamente, cronista de deportes. La aventura de Ford, en cualquier caso, fue breve. Incluso, cuando quebró la revista en donde escribía, "Sports Illustrated" lo tentó para sumarse a sus filas, pero él decidió volver a la ficción. Fue justo en ese momento cuando sonó el teléfono.
"El periodista deportivo", un libro que tal como diría George Vecsey tiene tanto que ver con el deporte como Moby Dick con las ballenas, es la búsqueda de Bascombe por encontrar historias llenas de triunfo y gloria dentro su pequeño y personal infierno newjersino. Es un libro donde, además, el protagonista deja de escribir porque sencillamente ya no le interesa. O no puede. Es, en otras palabras, la historia del antihéroe que ya no tiene por qué pelear ni sabe qué hacer. Entonces, buscando el mejor antídoto para su desmoralización crónica, decide llevar una vida completamente normal.
-Ha dicho que la actual literatura estadounidense es un ejemplo de esa misma desmoralización, pero en la política?
-Kundera escribía que en tiempos totalitarios la gente se vuelve adicta a las respuestas y las novelas son el mejor lugar donde encontrarlas. Ciertamente no puedo afirmar que hoy Estados Unidos es totalitario. Remite, en todo caso, a algunas disfunciones democráticas, pero somos nosotros, los ciudadanos, los responsables de eso. Y ciertamente es un tiempo de desmoralización en Estados Unidos. Hay mucha gente sin cobertura médica, sin casa, nuestra política exterior es desastrosa y la gente siente la sensación de tener cada vez menos poder. Cómo el arte y la novela responden a esto es difícil de decir, pero creo que el país se llenó de buenas novelas que se comenzaron a escribir después del 9/11. Y creo que los lectores van a esos libros buscando respuestas.
-Parece que tiene una preocupación especial por los lectores. Alguna vez dijo que le interesaba crear más y más lectores?
-Cuando empecé a escribir lo hice presuponiendo que alguien tenía que leer lo que escribía. Y si no tenía lectores, al menos debía tener lectores potenciales. Para mí -aunque quizá para otros sea distinto- lo ideal sería tener muchos lectores y no unos pocos. Eso me parece lo natural y lo más adecuado para la premisa de la escritura y los lectores. Tal vez sea ególatra, pero tampoco estoy tan seguro porque antes de empezar a escribir ya había sido profundamente afectado por lo que leía.
-¿Y qué leía cuando joven?
-La verdad es que no leí nada hasta los 19. Era disléxico. Pero en algún momento, a esa edad, me forcé a partir leyendo por miedo a desperdiciar mi vida. Como todo buen chico que se respeta a sí mismo comencé con Faulkner. Después pasé a Frank O'Connor, un irlandés, y lo que obtuve de eso fue una sensación de que en la vida había algo más, de que algo no calzaba entre la vida y lo vivido, algo que de algún modo el acto de leer completó y llenó.
El independiente
Hubo un segundo llamado y ése también llegó de improviso. El escenario, esta vez, fue un restorán en París. Ford estaba allí con su señora, en medio de la gira de presentación de "El día de la independencia", cuando lo interrumpieron. Era 1996 y ése su quinto libro. Pero no era uno común y corriente. Era la continuación de la vida de Bascombe, esta vez, como agente de bienes raíces, algo más viejo y ya completamente retirado de su carrera como periodista. Quien interrumpió su comida fue un mayordomo para avisarle que tenía un llamado en la recepción. Era algo extraño. Ford fue a contestar y, cuenta, volvió en silencio. Dijo que era algo sin importancia y siguió comiendo. Sólo al terminar la noche le contaría a Kristina que había sido nuevamente su agente el que llamó. Esta vez para anunciarle que acababa de ganar el Pulitzer por su novela y que, de paso, era el único en ganar ese premio además del Pen/Faulkner por un mismo libro. A Ford, en ese momento, todos lo querían ubicar y él callaba.
Se mantenía en silencio mientras pasaba el tiempo y Bascombe -quien entraba al limbo de personajes neoclásicos como Harry Angstrom, de Updike; y Nathan Zuckerman, de Roth- intentaba rehacer su matrimonio y asumir una nueva vida como corredor de bienes raíces sin sentir mayores remordimientos y sin que nada aparentemente suceda en la superficie. Lo importante en todos los buenos libros, dice Piglia, no se escribe. "El día de la independencia" son sólo un par de días donde Bascombe y su hijo Paul, horrendamente disfuncional, salen de paseo buscando lo que ni ellos saben. Es el relato, tal como en las otras dos partes de la trilogía, del hombre común y corriente, del que no conoce el poder y no tiene ambiciones más allá de encontrar un buen trabajo. Todo eso en seco. Sin barroquismo ni grandes descripciones. De hecho, poco antes de que la imprenta comenzara a rodar, Ford detuvo la impresión para eliminar metros y metros de adverbios.
Las cosas pasan y nada pareciera salir particularmente bien ni mal en la vida del periodista renunciado, "aunque -dice Ford desde su casa en East Boothbay, en la costa de Maine- no creo que Frank sea un perdedor". De hecho, la lectura maniquea entre winners versus losers, tan difundida respecto a sus novelas, le parece que está de más. "Y Estados Unidos -agrega- tampoco es un país lleno de ganadores ni existe una tradición de ellos. Que reduzcan la complejidad de mis libros a eso no me parece bien".
-Las tres novelas suceden en torno a feriados: la primera en Viernes Santo, la segunda en un 4 de Julio y la última en el Día de Acción de Gracias. ¿Por qué?
-Lo hice porque pensaba que la mayor parte de mis lectores podría usar sus propios recuerdos y experiencias de esos feriados y de ese modo ambientar mejor las novelas. Y así, además, le entregaba más verosimilitud a los libros. Activar con el libro los recuerdos de uno es capitalizar una función importante de cualquier pieza de ficción.
Además lo que me interesaba era poner a esos feriados en acción, poder escribir sobre ellos y enterarme de que tenían otras cosas además de las obvias que ya sabemos. Fue un desafío intelectual: pensar sobre esos feriados e imaginar nuevas formas de entenderlos.
-¿Y cómo fue que planeó la trilogía? ¿Sabía cómo avanzaría la vida de Bascombe a través de los libros?
-Yo nunca planeé una trilogía. Los libros siempre crean una necesidad que satisfacen ellos mismos. Pero a la vez eso no quiere decir que la necesidad haya existido desde antes, que fuera previa a los libros. Sólo apareció, por eso mismo es arte.
Escritura flotante
Cuando Ford terminó el volumen de cuentos "De mujeres con hombres", sabía que la próxima tarea literaria que tenía por delante no era sencilla: poner punto final -o al menos eso asegura él- a uno de los personajes literarios más entrañables de las décadas del 80 y 90. Ocurrió a fines de 1999 y tras vivir en 17 lugares distintos. Esa vez Ford se acababa de mudar a Maine, el estado más al norte de Estados Unidos, pero su casa, en cualquier caso, no sería el lugar elegido para escribir. Frente a ella estaba el Atlántico y, en medio de los dos, un pequeño muelle. Y en él, una casa flotante. Que fue donde escribió, durante 4 años, "The lay of the land".
Trabajaba sobre un escritorio y escribía con un lápiz Bic, para luego leerle en voz alta cada página a su mujer, en un ritual que repite libro tras libro desde que terminó un posgrado en Escritura Creativa en 1970. Para el 2000, tiempo en el que transcurre la novela, Bascombe tiene ya 55 años y es un solvente corredor de bienes raíces que ha dejado atrás la literatura y su antigua vida. Descubre también que tiene cáncer a la próstata y espera que Clarissa y Paul, sus dos hijos, lleguen a casa para el Día de Acción de Gracias. Entremedio escribe también una carta al presidente que nunca se anima a enviar y en las 485 páginas de la novela, como en las 848 de las dos anteriores, Ford -como un cirujano plástico de la sencillez- transforma una vez más las situaciones diariamente ordinarias en las más complejas y determinantes.
Sobre el fin de la serie que el próximo año aparecerá en español, Ford dice que imaginó "The lay of the land" "como una novela política, de hecho está ambientada alrededor del 2000 cuando nadie sabía quién iba a ser presidente de Estados Unidos y todo se decidió en la Corte Suprema. Y lo hice intencionalmente para que los lectores le prestaran atención a la historia que pasa frente a nuestros ojos. Escribir políticamente, en un sentido, es la necesidad moral de contestar preguntas que necesitan respuestas".
-¿Y en qué está trabajando ahora?
-No estoy escribiendo nada. Generalmente cuando termino una novela -y antes de convencerme de que un siguiente libro es una buena idea- dejo pasar el tiempo hasta que todo vuelve a cero. Pero recuperarme de "The lay of the land" ha requerido más tiempo del usual.
Tres novelas para Bascombe
El Periodista Deportivo
El Día de la Independencia
The Lay Of The Land
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