Saturday, February 02, 2008

Buena crítica a una buena película

Entre copas
En la mente del mejor amigo
febrero de 2005
Francisco Ortega
Revista Wikén, El Mercurio

Entre copas
Sideways
2004
Dirección: Alexander Payne
Guión: Alexander Payne, Jim Taylor

Elenco: Paul Giamatti, Thomas Haden Church, Virginia Madsen, Sandra Oh

Jerry Lewis lo decía, que habían dos tipos de hombres. Los “Jerry Lewis” y los “Dean Martin”. Y el muchacho sabía de qué estaba hablando. Los primeros son aquellos que conquistan y se convierten en centro de atención, gracias a sus historias, sus cuentos, su personalidad y sentido del humor. Los Jerrys son capaces de conquistar a la más bella de las mujeres, pero sudando la gota gorda, esforzándose mental y oralmente. Los Deans, por su parte, no necesitan de nada externo. Basta que entren a una habitación para llevarse todas las miradas (femeninas y masculinas) del lugar. Puede que un Jerry haya terminado convirtiéndose en el corazón de una fiesta, que las chicas le coqueteen y que más de alguno de los presentes lo envidie, pero si aparece un Dean todo está perdido. El Dean es puro físico, rudeza y pelotudez. El Dean, al contrario que el Jerry puede comportarse y hacer lo que se le antoje, total el mundo ya le pertenece. Es odioso, imbécil, superficial y leso, más que nada porque le funciona serlo. Simplemente es parte de su naturaleza. Lo más curioso de la ecuación es que en las resultados finales el Jerry Lewis siempre quiere ser como el Dean Martin, aunque diga lo contrario. O, para acercar más esto a la película que nos corresponde, el Miles (Paul Giamatti) siempre quiere ser como el Jack (Thomas Haden Church). Son adversarios, fuerzas contrarias, quizás archienemigos, pero no pueden vivir el uno sin el otro. Y así ha sido desde que la geometría masculina inventó eso que llamamos mejor amigo.

Hace exactamente un año, cuando me tocó escribir de Capitán de Mar y Guerra: La Costa más lejana del Mundo, apunté acerca de la existencia del género masculino en el cine. Películas que tienen sexo, que digan lo que digan siempre funcionan mejor en el lado “testosterónico” del público. Entre Copas es de esa clase de filmes. La cinta, dirigida por Alexander Payne (About Schmidt), más que una pieza de ficción es la proyección de la mente de un mejor amigo, una entidad con personalidad propia que nos dice –como espectadores machos- a que ritmo funcionan las cosas en el interior de nuestras cabezas. En cuatro palabras, Entre Copas es la historia de dos amigos. Un escritor sensible, fanático del vino e insoportablemente profundo (Giamatti) y un actor con poco seso y demasiada palabrería (Haden Church). Con la excusa de la boda de este último, Payne los induce en un tour de force a través de los viñedos del sur de California. En el trayecto, tanto físico como interno, los dos protagonistas se pondrán al día (gran secuencia con la madre de Giamatti) y explorarán sus semejanzas y diferencias. Y he aquí un inteligente truco de la narración. Si bien, en la superficie es el personaje de Giamatti quien lleva el eje de la narración, la moral del filme descansa finalmente en los hombros de Haden Church. Jack (Haden Church) es un “Dean Martin” que camina por la superficie de las cosas, que no tiene más peso intelectual que una pluma, que es torpe y un pelmazo a la primera impresión, pero que por dentro arrastra un corazón con más tonelaje que el Titanic. En las antípodas, Miles (Giamatti) se ha convertido en un lastre social, un “Jerry Lewis” que se ciega ante la realidad de las cosas, que ha encontrado en la depresión un lugar común y cómodo. Y aunque en lo externo nos parecería un tipo más interesante para conversar, e incluso para entablar una amistad, lo cierto es que su cuento de hombre sensible (y novelista frustrado), acaba siendo tan insufrible como sus esnobistas –pero divertidos- comentarios acerca del vino. Miles se sabe superior a Jack, su ego reconoce que su mejor amigo es en el fondo un pelotudo, pero por lo mismo lo envidia y quiere ser como él. Porque a pesar de que Jack es el típico matón molestoso del curso, también es una gran persona, cosa que Miles –a pesar de su llanto y sensibilidad- no puede decir de si mismo. Payne se ríe del estereotipo del nuevo hombre, el homo emocional que hizo nata en las revistas de tendencias de hace diez años. Decían entonces que el modelo masculino del futuro era aquel que aprendía a expresar su lado femenino. El personaje de Giamatti lo hizo y se convirtió en un cacho. Un traje mal planchado que termina siendo rescatado por ese idiota encantador que uno siempre tiene cerca, ese amigo medio tonto, pero tremendamente grande en su simpleza. El cowboy está de vuelta y le seca las lágrimas al llorón. Lo rescata del lugar común en que se ha convertido su existencia, mal que mal siempre era Dean Martin quien incitaba a Jerry Lewis a sacar lo mejor de si.

Payne es un director de riesgos y personajes, que conoce la naturaleza masculina por experiencia y no por receta. Y esto se nota. La obsesión de Miles por el vino, estira ese fanatismo que sólo se da en los hombres y que tiene que ver con esas entrañables pasiones que nos levantan los deportes, la música e incluso los autos y los aviones. Sabe el director de Election que los hombres somos fanáticos compulsivos y que ahí radica nuestro lado más infantil y auténtico. Cada línea que Miles le dedica al vino no es más que una versión más sofisticada –sólo un poco- de un niño hablando de su juguete favorito o del mejor gol del fin de semana. Entre Copas es un filme de dos amigos hablando de fútbol pero sin fútbol. Pero también es un filme acerca de dos amigos con dos mujeres. Personajes que hay que decirlo, más que reales parecen extensiones de los propios egos de los personajes principales. Con su elegancia, excesiva verborrea y fanatismo por el vino, Maya (una extraordinaria Virginia Madsen) parece más el sueño de Miles que un mujer concreta, del mismo modo que la vertiginosa Stephanie (Sandra Oh) funciona como una respuesta a los deseos de Jack. Reales o fantasías, lo cierto es que los momentos que van construyendo la película desde la aparición de estas dos mujeres, están entre lo mejor que se ha visto en la pantalla grande en harto tiempo. Se agradece que Payne no le tenga miedo a los largos diálogos y aún más extensos silencios, a las miradas y a las palabras tontas dichas al azar. Sabe que entre un hombre y una mujer se dice muchas tonterías. Y que entre un hombre y su mejor amigo estas mismas tonterías pueden tener un sentido mayor que la vida.

Giamatti está perfecto, pero Haden Church (a quien conocimos en la sitcom Ned & Stacy) está soberbio, igual que Virginia Madsen, gran actriz perdida en el tiempo y las malas películas. Phedon Paramichael pone el ojo de la cámara con la misma simpleza preciosa que le vimos en La Vida Continúa. Virtudes formales podríamos enumerar por montones, al filme le sobran. Al final, lo realmente importante es que Entre Copas es de esas películas escogidas que funcionan más allá del formato fílmico y nos dicen grandes verdades acerca de nosotros mismos. Como la relación entre el par de amigos que nos narra, el filme de Payne es capaz de darnos un buen abrazo y también un perecido puñetazo. Entre Copas hace bien y eso es infinitamente superior a decir que es una gran película, que en este caso también lo es. De las mejores.

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