Cada cierto tiempo Francisco Coloane, Premio Nacional de Literatura, volvía a Quemchi, en Chiloé, lugar donde nació en 1910. Siempre se instalaba frente a la misma ventana para mirar el mar y escribir. Lo atendía una señora que le preparaba las comidas y mantenía viva la chimenea. Ella lo obervaba y después leía sus libros. A lo largo de los años llegó a conocerlo bien.En un programa de Frutos del País que está próximo a aparecer le preguntaron acerca del oficio literario de Coloane. Ella, con sencillez, dijo “lo que pasa es que don Francisco adivinaba mentiras”.
¿Adivinaba mentiras? Llevo semanas dándole vueltas a la respuesta de la señora y salí a buscar a Coloane. Me encontré con él en una entrevista que el escritor Carlos Droguett le hizo en la Revista Mensaje en diciembre de 1974.Allí el viejo lobo de mar se preguntaba acerca de las dificultades de escribir un cuento fantástico de un hecho real. Recientemente le habían contado una historia: “un marino navegaba entre las islas Wollanston y Hermite cuando escuchó sones musicales. Desembarcó en su chalana y remó en dirección de donde venia la música . Detrás de una punta con robles aparragados encontró un barco destrozado entre las rocas . El mar había sacado de sus bodegas un cargamento de pianos arrojando los instrumentos sobre una arrestinga arenosa. Las olas del Cabo de Hornos iban y venían por sobre sus teclados ejecutando una extraña sinfonía que le hubiera gustado escuchar a Beethoven.”"No he podido pasar del hecho y de su anécdota", dice Coloane en la entrevista, quizá pensando que ese hecho no tenía ninguna necesidad de fantasía.
La realidad ya era suficientemente creativa. Seguí buscando.Por esas maniobras del azar (gracias Paul Auster) me encontré con un texto de Peter Brook, director de teatro (y de películas y de óperas y etcétera), nacido en Londres en 1925, que se llama “El teatro Sagrado”.Allí sostiene que el arte siempre intenta “captar las corrientes invisibles que gobiernan nuestra vida. En la música -dice- reconocemos lo abstracto a través de lo concreto, comprendemos que hombres normales y sus chapuceros instrumentos quedan transformados por un arte de posesión. El director de orquesta no hace música, la música lo hace a él; si el director está relajado, receptivo y afinado, lo invisible se apodera de él y, a través suyo, llega a nosotros.”Adivinar mentiras. Ser poseído por lo invisible.
Parece que la realidad elabora su propia ficción. Sólo hay que estar observando en silencio para adivinar mentiras, para ser poseído por lo invisible.
Saturday, May 12, 2007
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