Thomas Bernhard (1931 - 1989) es considerado como uno de los escritores más importantes del siglo XX. Bernhard pasó mucho tiempo en Austria con sus abuelos maternos, donde luego se radicó. Su prosa iconoclasta y reiterativa le ganó tanto admiradores incondicionales, así como acérrimos críticos. Esta entrevista, realizada en el año 1986, es publicada en español por primera vez.
Vienna, Café Bräunerhof. 15 de julio de 1986. La cita con Thomas Bernhard es algo vaga para una entrevista. En ese entonces, su departamento estaba siendo redecorado, “en blanco, naturalmente”, señala. Él no soporta la presencia de obreros en su casa, lo que lo hace huir al café temprano cada mañana. Cuando llego, él ya está instalado, cerca de la puerta, “donde está mejor el aire”. Cerros de diarios lo amurallan, cuyas páginas casi parece romper por lo rápido que las revisa. Una entrevista? Sí, dice, hoy está de humor, “pero que sea corto y al grano”.
Entonces, voy a seguir leyendo el diario, no te molesta, ¿no?
No, para nada
Me vas a tener que preguntar algo para que te responda.
¿Le interesa el destino de sus libros?
No realmente.
¿Y las traducciones, por ejemplo?
Apenas estoy interesado en mi propio destino, por lo que ciertamente no me interesa el destino de mis libros. ¿Traducciones? ¿A qué te refieres?
A lo que pasa con sus obras en el extranjero…
No me interesa en lo absoluto, porque las traducciones son libros completamente distintos. No tienen nada que ver con el original. Es un libro hecho por quien lo tradujo. Yo escribo en lengua alemana. Si obtienes una copia de estos libros, pueden gustarte o no. Si tienen una cubierta horrible, solamente son molestos, pero solamente basta con dar vuelta la página. Pero las traducciones no tienen nada en común con el original, además del título extrañamente distinto, no es verdad? La traducción es imposible. Una pieza musical suena igual en todo el mundo, usando las notas en la pauta, pero un libro mío siempre tiene que ser “interpretado” en alemán, ¡con mi orquesta!
Pero cuando usted prohíbe futuras representaciones de su obra “El hombre que quiere mejorar el mundo” (Der Weltverbesserer) entonces eso es estar preocupado por el destino de sus textos…
No, porque esa obra fue escrita para un actor específico porque yo sabía que él era el único que podría desarrollar ese papel en ese momento, porque no había otro actor similar, por lo que fue algo que se dio naturalmente. No tiene sentido que el papel sea interpretado por algún imbécil de Hanover, no se sacaría ningún provecho de él. Si no va a haber más que problemas, mejor no hacer nada.
¿Cómo explica el hecho de que usted es tomado mucho más en serio en el extranjero que en su propio país, Austria, que usted sea “leído”, mientras que en su tierra natal es considerado como alguien que solamente hace escándalos?
Eso pasa porque fuera de Austria, en los llamados mundos eslavos y romances hay un gran interés en la literatura en general. La literatura tiene un estatus completamente distinto, que en Austria no existe, no se valora la literatura en lo absoluto. Acá se valora la música, el teatro, todo lo que en realidad no tiene ningún valor. Así ha sido siempre.Apenas tu eres amistoso con alguien en la calle, la gente deja de tomarte en serio, eso basta para que te consideren un payaso. Lo que le gusta a uno no tiene valor, es como la vida en familia, si tú creces en una familia perfectamente normal, con toda la diversión infantil, entonces la gente te dirá que eres un charlatán por el resto de tu vida, eso no es bueno, que el niño que le gusta hacer bromas se queje por la asquerosa comida de su abuela, de eso no puede resultar nada bueno, y eso te persigue por el resto de tu vida hasta la tumba. Pasa lo mismo con el país y el estado como un todo. Si vas de amigable por la vida, es tu fin, la gente te trata como un artista de cabaret, y en Austria todo lo que es serio se transforma en cabaret, lo que le quita la agudeza. Cualquier rasgo de honestidad es transformado en broma, los austriacos solamente toleran la seriedad cuando es un chiste. En otros países aún hay cierto sentido de seriedad. Yo soy una persona seria también, pero no todo el tiempo, eso volvería loco a cualquiera, y sería una estupidez. Así es la cosa.
Sus personajes y usted mismo dicen que nada les importa, lo que suena como una entropía, una indiferencia total hacia todo…
Para nada, la idea es hacer algo bien, sentir placer con lo que se hace, como un pianista, que tiene que empezar en algún lado, intenta tocar tres notas, luego domina veinte, y luego las domina todas, y luego pasa el resto de su vida perfeccionando lo que aprendió, y ese es su gran placer, es a lo que consagra su vida, y lo que algunos hacen con notas, yo lo hago con palabras, así de simple, nada más me interesa. Porque el conocimiento del mundo sucede igualmente, pero vivir en él… apenas cruzas la puerta de tu casa te enfrentas al mundo cara a cara, con el mundo entero, con los altos y bajos, lo bello y lo feo. No necesitamos querer esto, sucede de todas maneras. Y si nunca sales de tu casa, el proceso es el mismo.
No hay que esforzarse por alcanzar la perfección, usted siempre quiere ser mejor…
No hace falta luchar por nada, porque igualmente te empujan a la lucha. Esas luchas no tienen sentido. El mundo te arrastra a la lucha, lo quieras o no, no hay necesidad de lanzarse a la lucha.
Esta lucha por obtener la perfección juega un rol importante en su obra…
Eso es lo atractivo del arte, ese es el placer que reside en el arte, el mejorar a medida que practicas el uso del instrumento que has escogido, y nadie puede quitarte ese placer. Si alguien es un gran pianista, puedes vaciar la habitación en que está tocando, llenarlo de tierra y polvo, y tirarle baldazos de agua, pero él se quedará quieto y seguirá tocando. Aunque las paredes se derrumben a su alrededor, el continuará tocando. Pasa lo mismo con la escritura.
Entonces también tiene que ver con el fracaso…
¿Qué tiene que ver con el fracaso?
La búsqueda de la perfección…
Todo fracasa finalmente, todo termina en el cementerio. No se puede hacer nada contra eso. Cuando la muerte te reclama, es el fin. Mucha gente se rinde a la muerte a los 17 o 18 años, los jóvenes de hoy se lanzan a los brazos de la muerte a los 12 años, y mueren a los 14. Después de eso quedan solamente solitarios que luchan hasta los 80 o 90 años, luego mueren también, pero por lo menos tuvieron una vida más larga, y porque la vida es placentera y divertida, la diversión dura más. Los que mueren temprano se divierten menos, y te puedes compadecer de ellos, porque no llegaron a conocer la vida, porque vivir significa también vivir por mucho tiempo, con todo lo atroz de la vida.
Desde su punto de vista, ¿lo atroz incluye el erotismo y el amor?
Todo el mundo sabe lo que es el erotismo, no hay necesidad de ahondar en ello. Todos tienen su propia noción de lo que es erótico.
Leyendo sus libros da la impresión de que usted no ve esperanza alguna en este mundo…
Esa es una pregunta estúpida porque nada puede vivir sin erotismo, ni siquiera los insectos, ellos también lo necesitan. Solamente si tú tienes una visión primitiva del erotismo, eso es malo, porque yo siempre lucho para ir más allá de lo primitivo.
¿Es posible decir que usted intenta ir más allá de lo primitivo en lo que se refiere al amor fraternal?
Yo no intento nada, es una tontería. No necesito ni una hermana ni una amante. Todo eso lo tienes incorporado dentro de tu, a veces lo usas si te da la gana. La gente siempre cree que si algo no se menciona directamente no está allí, pero eso es una tontería. Un hombre de 80 años y que no ha experimentado esta clase de amor que mencionas por más de 50 años, igualmente tiene una vida sexual. De hecho tiene un tipo de existencia sexual mucho más asombrosa que la primitiva. Pero ver a un perro fornicando, pues puedo verlo y mantenerme fuerte.
¿Qué tipo de metas intelectuales tiene…
Esas son preguntas que no se pueden responder porque nadie se pregunta a sí mismo ese tipo de cosas. La gente no tiene metas. Los jóvenes de hasta 23 años aún se creen ese cuento. Una persona que ha vivido cinco décadas no tiene metas, porque no hay un objetivo.
Usted es visto usualmente como un ermitaño en las montañas, como un hombre del campo…
Qué se le va hacer, tienes un nombre, te llamas “Thomas Bernhard”, y eso permanece así por el resto de tu vida. Alguien te saca una foto, y durante los siguientes ochenta años vas a estar siempre caminando por el bosque. No se puede hacer nada al respecto.
…y repentinamente se encuentra en un contexto urbano como este café vienés.
La urbanidad no es algo que se posea por dentro. No tiene nada que ver con el exterior, no es nada más que nociones estúpidas, pero la humanidad siempre ha existido en nociones estúpidas, no tiene caso. No hay cura para la estupidez, es un hecho.
Muchos de sus lectores, incluidos los más cultos, han sometido sus obras a lecturas negativas…
Realmente me importa un carajo como la gente lea mi obra…
¿La gente lo llama por teléfono para decirle que se quiere suicidar con usted?
Gracias a Dios, la gente ya casi no me llama por teléfono.
¿Pero se iría usted por la tangente y se consideraría un escritor humorístico?
¿Qué se supone que significa eso? La gente es todo, cada individuo es una totalidad en gran medida, a veces ríe y otras no. La gente dice que todo es trágico, lo que también es estúpido, porque yo…
Paralelamente a sus escritos, ¿su obra reflexiona sobre la escritura misma, como pasa por ejemplo con Thomas Mann?
No, eso no es necesario. Si tú eres un maestro en tu disciplina no necesitas reflexionar sobre ella. Cuando sales a la calle y todo te sale bien, no necesitas hacer nada, sólo tienes que mantener los ojos abiertos y caminar. No necesitas pensar, no si eres independiente, o te haces independiente. Si eres gruñón y estúpido o si luchas por algo, no vas a obtener nada. Si vives la vida, entonces no tienes que hacer ningún esfuerzo especial, todo viene en su debido momento, y dejará su marca en todo lo que hagas, no es algo que puedas aprender. Puedes aprender a cantar si tienes buena voz, es tu condición; alguien que es ronco difícilmente se convertirá en cantante de ópera. Pasa lo mismo en otros ámbitos, no puedes tocar el piano si no tienes piano, o si quieres tocar el piano, pero todo lo que tienes es un violín, tampoco resultará. Y si no quieres tocar el violín, entonces no tocarás nada.
¿La respiración juega un rol en sus textos, en el sentido del ritmo de la respiración?
Yo soy una persona musical, y escribir en prosa siempre tiene que ver con la musicalidad.
Usted empezó escribiendo poesía…
Oh, ¡por favor!
¿Qué significa la poesía para usted hoy?
Nada, no pienso en ella en lo absoluto. Tú no reflexionas sobre cada paso que das, ¿no? Tendrías que poner billones de pensamientos en movimiento, no puedes estar constantemente retrotrayendo tus pasos a donde ha estado tu mente, o si no, no llegarás a ningún lugar interesante.
Usted se distancia deliberadamente de otros escritores de su tiempo…
No, para nada deliberadamente, es algo natural, cuando no hay interés, no hay inclinación.
A veces los trata mal, como a Canetti o Handke, por ejemplo…
Yo no trato mal a nadie, eso es una sandez. Casi todos los escritores son oportunistas, o se afilian con la derecha o la izquierda, se unen a este bando o al otro, y así se ganan la vida. Y eso es lamentable, por qué no decirlo. Uno trabaja con su enfermedad y su muerte y gana premios, y otros estúpidos hablan en nombre de la paz, entonces ¿cuál es el alboroto?
También usted a veces da la impresión de que muerde la mano que le da de comer, como por ejemplo cuando describe a Heidegger como un “un pensador alpino débil de mente”…
Él no me dio de comer, ¿por qué habría de darme de comer? Pero es un personaje imposible, no tiene ritmo ni nada. Canibalizó a algunos escritores, ¿qué habría sido de él son ellos?
Entre otras cosas, su nuevo libro “Extinción” (Auslöschung) se trata de…
Una extinción.
…el problema de los viejos Nazis en Austria. ¿Para usted el Nacionalsocialismo es un término histórico o un concepto personal?
Eso está claro en la historia. Todo el mundo sabe lo que es lo Nazi, como todo el mundo sabe quién es Jesús, cristiano. Ya sea que digas nazi o cristiano, suenan casi igual, y ambos son abominables.
Algunos críticos lo han descrito como un escritor oscurantista que desprecia la humanidad…
Basta ver quién escribió eso, gente vulgar, tontos sin gusto, que no saben nada de lo que leen y describen. Cuando hace calor se sientan sudando, con sus gordas panzas al aire, empinando botella tras botella, fraternizando entre ellos. Son una vil mafia.
¿Ha sido la enfermedad una fuerza propulsora de su escritura?
Sí, posiblemente. Dado que lidiado con ello durante toda mi existencia, y como puedes ver, cierta gente está críticamente enferma, pero viven por muchos años. Para este tipo de gente, la enfermedad es como un capital, cada enfermedad que sobrevives es una gran historia, que nadie te puede robar, pero no te puedes confiar en eso, pues a veces te puede salir mal, pero no hay que preocuparse, porque si te mueres no te das ni cuenta. Es plata en el banco.
Usted ha dicho que le gusta conversar con la gente común y corriente…
Es siempre un placer.
¿Y encuentra ese tipo de personas en Viena?
De hecho hay gente de ese tipo en mi casa ahora (los obreros), eso es muy agradable, porque es gente cuyas mentes no han sido arruinadas por la educación.
Esta entrevista realizada orginalmente en 1986, se publicó en el otoño alemán del 2006, en la revista Kultur & Gespenster, y una versión resumida fue publicada en octubre de 2006 en el diario Frankfurter Allgemeine Sonntagszeitung. La versión en inglés traducida al español fue publicada en el sitio web Sign and Sight
La farsa de la desolación
Hay escritores horribles, malos, pasables, buenos y excelentes. Los hay incluso, geniales. Pero también hay otros en los que su calidad es un asunto secundario, aunque sin duda se les reconozca. Son los escritores que crean adicción, o dicho de otra forma, con los que el lector establece una relación más parecida a la del hincha de fútbol con su equipo o a la de la quinceañera con su ídolo musical. De esos autores se lee todo y se quiere siempre más; se atiende y hasta se recorta cuanto se publica sobre ellos, se guardan las entrevistas y las reseñas de sus obras; se compran grabaciones o vídeos si los hay: fácilmente se convierte uno en coleccionista. Estos escritores son rarísimos, más infrecuentes incluso que los geniales, y ya es decir. Y la falta de textos suyos se vive como una privación. Así, cuando mueren -si estaban vivos-, el lector adicto puede sentir algo muy próximo a la desgracia personal, aunque jamás haya visto en persona al difunto. Para mi, como para mucha otra gente de toda Europa, Thomas Bernhard ha sido el penúltimo escritor de esta índole, muy peligrosa, por cierto, para el lector que a su vez es escritor, pues puede verse irremisiblemente contagiado en su escritura por un influjo tan poderoso como buscado. Más aún en el caso de Bernhard, cuyo estilo es enormemente pegadizo, como una inoculación. Buena prueba de ello es la extraña y lamentable escuela que ha creado en nuestro país, donde desde hace algún tiempo abundan las novelas contaminadas por Bernhard y los novelistas que creen que basta con despotricar de todo y mostrarse coléricos, resentidos y negativistas para hacer buena literatura. Como sucede con Kafka, Joyce o Beckett, lo peor de ellos son los kafkianos, los joyceanos y los beckettianos, su verdadero azote. Sólo señalaré un rasgo de Bernhard que cada vez he visto más en sus escritos y que precisamente parece pasar inadvertido para la mayoría de los bernhardianos, quienes se lo toman con una solemnidad de espanto y una literalidad propia de párvulos: su sentido del humor. Es más, hoy lo veo como un escritor esencialmente cómico, y que por eso, con ser desolador, no resulta casi nunca deprimente ni sórdido, cosas bien distintas. Basta con saber que gran parte de su autobiografía era falsa -y por tanto dickensiana-, o con leer Trastorno o Maestros antiguos o El malogrado, para sospechar que el ceño de Bernhard no se diferenciaba mucho del que solía fruncir aquel "malo" alto y grandón de las películas de Charlot, aprovechándose de sus disparatadas cejas. Lo que hay en él es sobre todo la desolación de la farsa, o si se prefiere, la farsa de la desolación. Y como buen adicto, y para no saberme definitivamente privado de Bernhard, aún tengo sin leer su última novela, Extinción, para cuando se me haga en verdad insoportable la necesidad de una generosa dosis.© Javier MaríasEl País/Babelia, 1996
ENTREVISTA
De una catástrofe a otra-Uno nunca sabe quién es. Son los demás los que le dicen a uno quién y qué es ¿no? Y como esto uno lo oye millones de veces en su vida, por poco que ésta sea larga, acaba por no saber en absoluto quién es. Todos dicen algo distinto. Incluso uno mismo está siempre cambiando de parecer.-¿Hay seres de los que usted dependa, que tengan una influencia decisiva en su vida?-Uno siempre es dependiente de las personas. No hay nadie que no dependa de algún ser. El hombre que estuviera siempre a solas consigo mismo acabaría hundiéndose al cabo de muy poco tiempo, se moriría. Yo soy de la creencia que para cada uno de nosotros existen seres decisivos. Yo he conocido a dos en mi vida; mi abuelo paterno y una persona a la que conocí un año antes de la muerte de mi madre. Fue una relación que duró más de treinta y cinco años. Todo lo que a mí se refería provenía de esta persona, de ella lo he aprendido todo. Y con su muerte también desapareció todo. Entonces uno se encuentra solo. Al principio a uno le gustaría morirse también; después se pone a buscar. A todas las personas que todavía se tienen, a las que se ha dejado olvidadas en el transcurso de la vida. Entonces se encuentra uno muy solo. Hay que aprender a vivir con ello.Cuando me encontraba solo, fuese donde fuese, siempre he sabido que esta persona me protegía, me mantenía, y también que me dominaba. Después, todo desapareció. Uno está en el cementerio. Están cerrando la tumba. Todo lo que tuvo algún significado se ha ido. Entonces se despierta cada día por la mañana con una pesadilla. No se trata forzosamente de que se quiera seguir viviendo. Pero uno tampoco quiere pegarse un tiro, o colgarse. A uno eso le parece feo, y desagradable. Entonces sólo quedan los libros. Se precipitan sobre uno con todos los horrores que en ellos se pueden escribir. Pero de puertas afuera se sigue viviendo como si nada, para evitar que el entorno, que siempre está al acecho de nuestras debilidades, nos devore. Por poco que uno las deje aflorar, abusará de nosotros y nos sumergirá en un mar de hipocresía. Entonces la hipocresía se llama compasión. Es la definición más bella de la hipocresía.Tal como he dicho antes, es difícil, tras treinta y cinco años de convivencia con una persona, encontrarse de repente solo. Esto sólo lo entienden las personas que han vivido una experiencia parecida. Uno se vuelve de repente cien veces más desconfiado que antes. Uno se vuelve más frío de lo que antes ya se le catalogaba. Aún más reservado. Lo único que le salva a uno es que no hay que morirse de hambre.En realidad, lo que se dice agradable, esta vida no lo es. Sin contar con la propia decrepitud. Un derrumbe total. Uno sólo se mete en casas con ascensor. Ingiere un cuarto de litro de vino para comer, otro cuarto para cenar. Más o menos se hace soportable. Pero cuando para comer se bebe ya medio litro, entonces, se pasa muy mala noche. La vida se reduce a este tipo de problemas. Tomar pastillas, no tomarlas, cuándo tomarlas, para qué tomarlas. Uno va enloqueciendo de mes en mes, porque las cosas se van embrollando.-¿Cuándo tuvo usted alguna alegría por última vez?-Uno se alegra cada día de seguir viviendo y de no estar todavía muerto. Esto constituye un capital inapreciable.Aprendí, del ser que se me ha ido, que uno se agarra a la vida hasta el final. En el fondo, todos estamos contentos de vivir. La vida no puede ser tan mala hasta el puntode no aferrarse a ella. La curiosidad es el estímulo. Uno desea saber: ¿qué más falta aún? Es más interesante saber lo que ocurrirá mañana, que lo que está pasando hoy. Cuanto mayor se hace uno, más interesante se vuelve la vida. Tras la destrucción del cuerpo, la mente se desarrolla sorprendentemente bien.Lo que más me gustaría es saberlo todo. Siempre trato de robar a la gente, de sacarle todo lo que lleva dentro. En la medida en que esto se puede practicar a escondidas. Cuando la gente se da cuenta de que la estás robando, entonces se cierra. Como cuando se ve a un sospechoso acercarse a la casa, se atranca la puerta. Aunque también se puede forzar la puerta, cuando no queda más remedio. Todo el mundo puede dejarse una ventana abierta en el desván. Esto puede ser muy estimulante.-¿Ha deseado usted alguna vez fundar una familia?-Sencillamente me he limitado a sentirme feliz de sobrevivir. Fundar una familia, ni se me podía pasar por la cabeza. No tenía salud, y por lo tanto, tampoco ganas de pensar en estas cosas. No me quedó más alternativa que refugiarme en mi capacidad de raciocinio, y tratar de sacarle algún provecho ya que mi cuerpo estaba agotado. Estaba vacío. Y así ha seguido, durante años y años. ¿Es eso bueno, o malo? ¿Quién lo sabe? Pero es una forma de vivir, La vida puede asumir infinitas formas.Mi madre murió a los cuarenta y seis años. Fue en 1950. Conocí a mi compañera un año antes. Al principio sólo fue una amistad y una relación muy fuerte con una persona mucho mayor que yo. En cualquier lugar del mundo donde me encontrase, ella era el punto central del cual yo lo extraía todo. Yo siempre sabía que esta persona era totalmente mía en los momentos difíciles. No tenía más que pensar en ella, sin siquiera buscarla, y todo se arreglaba. Incluso ahora, sigo viviendo con esta persona. Cuando estoy preocupado pregunto: ¿Qué harías tú? Así he conseguido apartarme de algunas atrocidades integrales, que no se pueden excluir con la edad, ya que todo está dentro de uno. Para mí, ella fue el elemento de moderación y de disciplina. Y por otra parte también el elemento de apertura al mundo.-En algún momento de su vida ¿se ha sentido usted satisfecho?-Nunca me he sentido satisfecho de mi vida. Siempre me he sentido muy necesitado de protección. Con mi amiga encontré protección, y siempre me impulsó a trabajar. Ella se sentía feliz de verme hacer algo. Por eso fue maravilloso. Viajábamos. Yo le llevaba sus pesadas maletas, pero aprendí muchas cosas, por poco que se pueda decir esto refiriéndose a uno mismo, pues de todas maneras siempre es poco, o casi nada. Pero para mí lo fue todo.Cuando yo tenía diecinueve años, en Sicilia, me enseñó donde vivía Pirandello, pero sin la pedantería empalagoso de la persona muy culta. Como de pasada. Fuimos a Roma, a Split, pero lo importante entonces eran sobre todo los viajes interiores que hicimos. Vivíamos en un sitio perdido en el campo, con mucha sencillez. Por las noches la nieve caía encima de nuestra cama. Sentíamos esta predilección por la sencillez. Las vacas pastaban junto al dormitorio, tocando a donde vivíamos, donde tomábamos la sopa rodeados de libros.-¿Usted está conforme con su vida de escritor?-Bueno, uno siempre anhela mejorar escribiendo, sino sería para volverse loco. Es un fenómeno que aparece con la edad. Las composiciones deberían irse volviendo más rigurosas. Yo siempre he tratado de mejorar progresando. Partir del último paso para dar el siguiente. Evidentemente, los temas son siempre los mismos, claro está. Cada uno sólo tiene su propio tema, y se mueve dentro de él. Y entonces se hacen las cosas bien. Siempre se tienen muchas ideas: hacerse monje, ferroviario, o leñador, quizá. Pertenecer a la gente muy sencilla. Lo que evidentemente es un error, porque uno no pertenece a ella. Cuando uno es como yo, no puede convertirse en monje o en ferroviario, claro está. Siempre he sido un solitario. A pesar de este fuertísimo lazo siempre he estado solo. Al principio, claro, aún creía que tenía que ir a los sitios y participar. Pero por lo menos desde hace un cuarto de siglo apenas me relaciono con otros escritores.-Uno de sus temas principales es la música. ¿-Qué significa para usted?-Estudié música cuando era joven. Me ha perseguido desde la infancia. Aunque siempre me ha gustado, la música ha sido como una caza y un acoso para mí. Sólo estudiaba para poder estar con gente de mi edad. Probablemente esta necesidad era la consecuencia de mi relación con esta persona mucho mayor que yo. He jugado, cantado, hecho teatro con mis colegas del Mozarteum. Después la música se volvió imposible debido a motivos puramente físicos. Sólo se puede hacer música cuando se está permanentemente con más gente. Como precisamente era esto lo que yo no quería, el problema se resolvió por sí solo.-Sus ataques, principalmente contra el Estado y contra la Iglesia, son a menudo muy fuertes. En Extinción (Auslóschung) describe usted el catolicismo como «lo que destruye el alma del niño, lo que le asusta, lo que anega su carácter». Para usted, su país, Austria se ha convertido en «un negocio sin escrúpulos donde sólo se comercia con todo y donde todos estafan a todos por todo». ¿ Escribe usted desde una posición de odio universal?-Yo amo a Austria. Esto no se puede negar. Pero la estructura del Estado y de la Iglesia es tan horrible que sólo se puede odiarla.Soy de la opinión que todos los países y todas las religiones, a la que se los conoce de cerca, son igual de horribles. Con el tiempo se descubre que la estructura es en todas partes la misma, tanto en las dictaduras como en las democracias; en el fondo, para el individuo son igual de horribles. Por lo menos vistas de cerca. Pero más vale no dejarse llevar y no proclamar este tipo de cosas, para que no me echen los perros.-¿Para usted no es importante el reconocimiento, como escritor y como ser humano en su propia patria?-El hombre, desde el principio, está sediento de amor por naturaleza. Sediento del cariño, del don que el mundo tiene por ofrecer. Cuando a uno le privan de esto, por mucho que repita mil veces que es un ser frío, que nada ve ni nada oye, le golpea con toda dureza. Pero esto es así, es inevitable. Cuando se dan voces en el bosque, el eco las devuelve. Cuando se conoce el bosque, también se conoce el eco. En el fondo, tambie@n se está enamorado del odio y del desdén.-¿Es quizá por esta razón que de entrada, en sus libros, empieza usted por hacer tabla rasa? Da la impresión de un ajuste de cuentas algo brutal con determinadas personas. ¿Recibe usted las reacciones consecuentes ?-Sí. A veces se vuelve casi insoportable. Ayer, cuando estaba en la ciudad, una mujer se me echó literalmente encima. Se puso a gritar: «Si sigue usted por este camino reventará». Se está indefenso ante este tipo de cosas. O, por ejemplo, está uno tranquilamente sentado en un banco en el parque, y recibe de repente un golpe por la espalda. Aún no has tenido tiempo de reaccionar y apenas alcanzas a oír cómo alguien grita: «Muy bien, siga por este camino.» Uno mismo provoca estos incidentes. Lo que pasa, es que no se contaba con ello. Apenas puedo seguir viviendo en Ohlsdorf, mi lugar de residencia. Los atropellos por todas partes se me hacen insoportables. Por lo demás, las alabanzas son tan siniestras, falsas, hipócritas y egoistas como los insultos. Se da el caso, que la gente, si no abro en seguida la puerta, se enfada y me rompe los cristales. Primero llaman, después pican, después gritan, y acaban rompiéndome las ventanas. Después se oye el rugido de un motor que se aleja. Porque fui lo suficientemente estúpido, hace veintidós años, de dar mi dirección, ahora ya no puedo seguir viviendo en Ohlsdorf. La gente se sube al muro que rodea mi casa. Cuando por la mañana bajo hasta el portal, ya hay gente encaramada. Dicen que quiere hablar conmigo. O, los fines de semana, la gente va a ver al escritor, como antes iban al parque a ver los monos. Esto es más divertido. Se acercan hasta Ohlsdorf y asedian mi casa. Yo los observo escondido detrás de las cortinas como un preso o como un loco. Insoportable. Desde hace doce años ya no doy más,conferencias. Ya no me siento capaz de sentarme y ponerme a leer mis cosas. Tampoco soporto a la gente que aplaude. El aplauso es la recompensa del actor. Vive de ello. Yo, por mi parte, prefiero las transferencias de mi editorial. Pero las marchas, los desfiles y la gente que aplaude en los teatros o en los conciertos me son insoportables. Las calamidades siempre las provoca la masa enfervorizado que aplaude. Todos los horrores provienen de los aplausos.-Usted ha dicho, en Extinción que uno debería dejarse erigir en viejo bufón a los cuarenta. ¿Por qué?-Este método es el único que permite soportarlo todo. Usted me ha preguntado por la imagen que tengo de mí. Sólo puedo decir lo siguiente: la del bufón. Entonces funciona. La imagen del bufón, del viejo bufón. Un bufón joven carece de interés, ni siquiera se le reconoce como bufón.-¿Fue para usted la escritura, sobre todo en sus libros primerizos como El Aliento o El Frío , también un medio de superar su enfermedad?-Mi abuelo era escritor. Hasta después de su muerte no me atreví a ponerme a escribir. Cuando yo tenía dieciocho años, se descubrió en el ,pueblo donde había nacido mi abuelo una placa en recuerdo suyo. Después de la ceremonia todos fueron al albergue de mi tía. Yo también estaba allí, y mi tía, dirigiéndose a unos periodistas que cubrían la información, dijo: «Allí está el nieto, que nunca será nada, aunque a lo mejor también sabe escribir». Entonces uno dijo: «Mándemelo el lunes». Así recibí el encargo de escribir sobre un campo de refugiados. Al día siguiente mi reportaje ya figuraba en el diario. No he vuelto a sentirme tan entusiasmado en mi vida. Es una sensación maravillosa: escribir algo que se imprime durante la noche, aunque sea mutilado y recortado. Pero en fin, ahí estaba. De Thomas Bernhard. ¡Sangre había sudado para escribirlo! Durante dos años escribí la crónica judicial, que me volvió a la memoria cuando me puse a escribir prosa. Un tesoro inestimable. Creo que de ahí surgen mis raíces.-¿Qué siente ahora, cuando críticos como Reich-Ranicki o Benjamín Henrichs escriben sobre usted con admiración? ¿También se siente entusiasmado?-Con las críticas no me he vuelto a entusiasmar más. Al principio, sí, porque me las creía; pero cuando se llevan treinta años viendo estos cambios de valoración, estas devoluciones de favores con intereses, uno acaba descubriendo los mecanismos. Uno manda a su criado y le dice: «Ahora quiero que me hagas una crítica negativa». Así funciona.-¿Le molestan las críticas feroces?-Sí, hoy en día todavía sigo cayendo en todas las trampas. Los periódicos siempre me han fascinado, desde mi juventud hasta hoy. Apenas puedo soportar un día sin periódicos. Al cabo del tiempo se acaba conociendo a la gente en las redacciones. A lo mejor no los he visto en mi vida, pero sé cuáles son los entresijos de un teatro, el trasfondo de una redacción, conozco a los editores, a los lectores, los negocios. El espíritu siempre se pierde por el camino, el sabor también se queda en el camino, y la poesía. Por encima pasan los ejércitos de redactores y críticos. Pasan por encima de los cadáveres de todos los que hacen algo creativo. Volvemos a topar con algo fascinante: me hiere, pero ya no me molesta en mi trabajo.-En una conferencia usted dijo: «Nada tenemos que decir, excepto que somos miserables». ¿Escribe usted para dejar constancia de sus derrotas?-No. Todo lo que hago, lo hago sólo para mí. Todo el mundo lo hace todo sólo para sí, tanto el funámbulo, como el panadero, o el revisor de tren, o el acróbata del aire. Con la salvedad de que en las acrobacias aéreas, durante el espectáculo, el público mira al cielo, y, mientras el aeroplano está volando la gente ya espera que se estrelle. Con los escritores pasa lo mismo, con una diferencia importante: mientras el aviador sólo se estrella una vez, en cuyo caso suele matarse o quedar muy mal parado, el escritor también suele salir muerto o mal parado-, pero siempre resucita. Siempr e vuelve a dar el espectáculo. Y cuando más viejo se hace, más alto vuelta, hasta que un día se le pierde de vista. Entonces la gente se pregunta: ¡Qué raro! ¿Cómo es que no se ha vuelto a estrellar?Yo gozo escribiendo, lo que no es nada nuevo. Escribir es el único lazo que todavía me ata. Claro que la cuerda está algo deshilachado. Pero en fin, así es. Nadie es eterno. Pero mientras dure mi vida, viviré escribiendo. La escritura es mi existencia. Hay meses, o años, en los que no puedo escribir. Es horrible. Pero en algún momento siempre vuelve, y entonces algo se fragua. Este ritmo es terrorífico y extraordinario a la vez: es algo que los demás probablemente no conocen.-En sus libros, salvo contadas excepciones, no da usted una imagen muy favorable de la mujer. ¿Es un fiel reflejo de su experiencia personal?-Sólo puede decir que, desde hace un cuarto de siglo, me relaciono exclusivamente con mujeres. No soporto a los hombres, ni las conversaciones de hombres. Me vuelven loco. Los hombres siempre hablan de lo mismo: de su profesión o de mujeres. Es imposible escuchar algo original en boca de los hombres. Las reuniones de hombres me son insoportables. Prefiero la cháchara de las mujeres. Para mí, las únicas relaciones provechosas han sido con mujeres. Después de mi abuelo, lo he aprendido todo con las mujeres. No creo haber aprendido nada de los hombres. Los hombres siempre me han puesto de mal humor. Curioso. Después de mi abuelo, se acabó, ni un hombre más. Siempre he buscado protección y salvación entre las mujeres, que también se han mostrado superiores a mí en muchas cosas. Y además saben dejarme en paz. Yo puedo trabajar rodeado de mujeres. En cambio, sería totalmente incapaz de producir nada en un entorno de hombres.-Tras la muerte de la compañera de su vida, ¿existe alguien de quien usted no puede prescindir?-No, podría rodearme de cientos de personas, bailar en mil bodas, pero no imagino nada peor. Hace poco soñé que el ser que perdí, volvía. Yo le dije: «el tiempo que no has estado aquí ha sido el más horríble». Como si sólo hubiese sido un intermedio y los muertos ahora siguieran viviendo conmigo. Fue algo tan fuerte, irrepetible. Ya no es posible. Ahora me sitúo en el punto de vista del espectador, en un ángulo muy cerrado desde donde observo el mundo. Punto.-¿Cree usted en la posibilidad de otra forma de existencia tras la muerte?
-No. Gracias a Dios no. La vida es maravillosa, pero lo más maravilloso es pensar que tiene fin. Este es el mejor consuelo que me guardo en la manga. Pero tengo muchas ganas de vivir. Siempre las he tenido, salvo en los momentos en que he acariciado la idea del suicidio. Me ocurrió a los diecinueve años, otra vez a los veintiséis con muchas fuerza, y otra más a los cuarenta. Ahora, sin-,embargo, tengo ganas de vivir. Cuando se ha visto a alguien que se está muriendo, agarrarse con todas sus fuerzas a la vida, se comprende esto.Lo más extraordinario que me ha ocurrido en mi vida es sostener la mano de este ser en mi mano, notar su pulso, notar que late más despacio, notar otro latido más lento aún, y se acabó. Es tan increíble. Cuando todavía retienes su mano entre las tuyas, entra el enfermero con la etiqueta numerada para el cadáver. La enfermera le vuelve a echar, diciendo: «Vuelva un poco más tarde». En seguida te vuelves a enfrentar a la vida. Uno se levanta sin hacer ruido, recoge las cosas; entre tanto vuelve ya el enfermero y pone la etiqueta numerada en el dedo gordo del pie del cadáver. Acabas de vaciar el cajoncito de la mesita de noche, y la enfermera dice: «También tiene que llevarse el yogurt». Fuera croan los cuervos. Como en una obra de teatro.Entonces aparece la mala conciencia. Los muertos le dejan a uno con un inmenso sentimiento de culpa.Me siento incapaz de volver a los sitios donde estuve con ella, donde escribí mis libros. Yo he escrito todos mis libros en lugares diferentes: en Viena, en Bruselas, en cualquier lugar de Yugoslavia, en Polonia. En sentido estricto, tampoco he tenido nunca mesa de escribir. Si se me daba escribir, me daba lo mismo donde lo hacía. Incluso he escrito sumido en el máximo ruido ' Nada me molestaba. Ni el ruido de una grúa, ni los gritos de la multitud, ni los chirridos de un tranvía, ni una lavandería o un matadero debajo de mi piso. Siempre me ha gustado trabajar en países donde no entiendo el idioma. Es un estímulo increíble.Sentirme perfectamente en mi casa en medio de la extrañeza más absoluta. Para mí lo ideal era alojarnos en un hotel; y mientras mi amiga paseaba durante horas, yo podía trabajar. A menudo, sólo nos veíamos durante las comidas. Verme dispuesto a trabajar la llenaba de felicidad. Nos quedábamos con frecuencia cinco meses, o más, en un país. Eran los momentos culminantes. Muchas veces, cuando se escribe, se tiene una sensación maravillosamente bella. Si además se puede compartir con alguien que sabe apreciarla y que sabe dejarle a uno en paz, es perfecto. Nunca he tenido mejor crítico que ella. Nada que ver con las tonterías de la crítica oficial que no profundiza. Esta mujer sacaba siempre una crítica fuerte, positiva, que me era útil. Ella me conocía a fondo. Con todos mis errores. Lo echo de menos.Me sigue gustando estar en nuestra vivienda de Viena. Allí me encuentro protegido, probablemente porque vivimos allí muchos años juntos. Es el único nido que queda de toda nuestra vida en común. El cementerio tampoco está lejos.Es una gran ventaja haber vivido esto una vez en la vida. Las cosas después ya no te afectan. Dejas de interesarse por el éxito o por el fracaso, por el teatro o por los directores, por los redactores o por los críticos. En realidad a uno ya no le importa nada. Lo único, es tener todavía dinero en el banco para poder seguir viviendo. Por lo demás mi ambición ya no era lo que había sido, pero con su muerte también se acabó. Nada te conmueve. Sigues disfrutando con los filósofos antiguos, con algunos aforismos. Es parecido a refugiarse en la música: durante unas pocas horas se puede llegar a tener un excelente humor. Todavía tengo algunos planes: antes tenía cuatro o cinco, ahora sólo me quedan dos o tres. Pero no son imprescindibles. Ni yo, ni el mundo los estamos reclamando. Si tengo ganas todavía haré algo, si no las tengo, o me faltan las fuerzas, pues se acabó. Qué más da lo que yo escriba; en resumidas cuentas siempre son catástrofes. Esto es lo deprimente del destino del escritor: nunca consigues trasladar al folio lo que has pensado o imaginado; la mayoría se pierde durante el traslado. Lo que llegas a plasmar no es más que un pálido y ridículo reflejo de lo que habías imaginado. Esto es lo que más deprime a un autor como yo. En el fondo no puedes comunicarte. Todavía no lo ha conseguido nadie. En alemán mucho menos; es una lengua envarada y torpe, en el fondo horrible. Es una lengua espantosa que mata todo lo que es ligero y maravilloso. Lo único que se puede hacer, es sublimarla con el ritmo, confiriéndole musicalidad. Lo que escribo nunca corresponde a lo que he imaginado. Los libros deprimen menos, porque uno se imagina que el lector pone más fantasía y a lo mejor consigue que el texto cobre vida. En cambio en el escenario, en el teatro, lo único que se levanta es el telón. Sólo quedan los actores que, durante meses y meses, han sufrido hasta la noche del estreno. Ellos deberían representar a los personajes que uno ha imaginado. Pero no lo consiguen. Estos personajes que en mi mente todo lo podían, de repente se componen de carne, huesos y agua. Son torpes. Yo había concebido la obra como algo grandioso, poético; pero los actores no son más que unos intérpretes profesionales, unos traductores. Una traducción poco tiene que ver con el original. Por la misma regla de tres, la representación de una obra en el escenario, poco tiene que ver con lo que pasó por la cabeza del autor. Las tablas, que, dicen, son una representación del mundo, para mí, sólo han sido eso, tablas; unas tablas que me lo han detrozado todo. El teatro todo lo pisotea. Siempre es una catástrofe.-Sin embargo usted sigue escribiendo, tanto libros como obras dramáticas. ¿De catástrofe en catástrofe?-Sí.
(.../...)Sin embargo, el humor de Bernhard -hay que repetirlo - era peculiar. Hacer subir a un escenario a catorce inválidos Una fiesta para Boris puede no ser la idea que todo el mundo tenga de una comedia divertida. Y el propio Bernhard, en sus declaraciones, parecía complacerse en hechos y sucesos que el común de los mortales no suele considerar tan cómicos. «Se ríe con frecuencia, sobre todo cuando cuenta anécdotas macabras», escribe la periodista Rita Cirio, y, hablando con ella, Bernhard, después de narrar el grotesco suicidio de su amigo el escritor Gerhard Fritsch, «recuerda con mucho gusto las catástrofes y desgracias de sus actrices durante la representación de su primera obra; una tuvo un infarto antes del estreno y su sustituta se rompió una pierna y tuvo que interpretar el papel con muletas». Otra de las cosas que, al parecer, divertían mucho a Bernhard era que todos sus traductores se le morían...« Para él, lo más cómico parecía ser la certidumbre de la muerte, lo que -según Dowden- «no es cómico porque sea divertido... sino porque la vida se convierte en una broma siniestra. La broma consiste en que no es posible que tenga otro significado más importante, trágico o de cualquier otra clase. La comedia surge cuando la gente trata de darle un significado o llega a convencerse de que el mundo le reserva algo».El de Bernhard es un humor negro, cruel, a veces buñuelesco; si se quiere, bastante español. (Ello podría explicar en parte el éxito de Bernhard en España, si no fuera porque sus obras teatrales, que es en donde mejor se aprecia, no lo han tenido.) Un humor que participa de la muy alemana schadenfreude (alegría por el mal ajeno) y del no menos alemán galgenhumor (humor amargo en una situación desesperada). Bernhard cree que el hombre no se ríe más que del prójimo, de su desgracia. En su Monólogo en Mallorca dice: «El material jocoso está siempre ahí cuando hace falta, donde hay un defecto, alguna deformidad física o mental... Cuando mi abuela se quemaba con la placa de la cocina, yo me reía como un loco». Y de niño, al parecer, dar sustos de muerte a su abuela era una de sus diversiones favoritas. A Krista Fleischmann le dice también: «Cuando me aburro o cuando, por alguna razón, atravieso un período trágico, abro un libro mío y eso es lo que más me hace reír... se trata de un programa cómico filosófico que de algún modo inauguré hace veinte años, cuando empecé a escribir». Para él, Schopenhauer y Kant son los grandes payasos de la historia. «Es decir, en el fondo los más serios. También Pascal... demencialmente cómicos.»De sus novelas, la más divertida es probablemente Maestros antiguos, que lleva el subtítulo de «Comedia» y es también - característicamente- la última que escribió. La decena de páginas que en ella dedica a Adalbert Stifter y la media docena en que arremete contra Heidegger figuran entre las más abiertamente satíricas de Bernhard. Y si la invectiva contra Stifter -«Lo más incomprensible en Stifter es su fama... porque su literatura es cualquier cosa menos incomprensible» - puede no funcionar muy bien fuera del ámbito germánico, al ser Adalbert Stifter prácticamente desconocido, la ridiculez de Heidegger resulta universalmente comprensible y es, posiblemente, lo más destructivo que se haya escrito nunca contra él: «Heidegger era un charlatán del mercado filosófico, que sólo llevaba al mercado género robado, era y es el prototipo del repensador, al que le faltaba todo, pero realmente todo, para pensar por sí mismo. El método heideggeriano consistía en hacer de grandes pensamientos ajenos, con la mayor falta de escrúpulos, pequeños pensamientos propios Heidegger es el filósofo en zapatillas y gorro de dormir de los alemanes, nada más».Maestros antiguos es también interesante porque en ella se ve claramente que Bernhard no se contentaba sólo con «dejar caer» en sus obras nombres famosos (aunque fuera para destrozarlos), sino que utilizaba con frecuencia lo que en novela policíaca se llama un «arenque rojo» o, en las películas de Hitchcock, un MacGuffin: algo que se hace creer al lector/espectador que es importante para la historia.... aunque realmente no lo es. En Maestros antiguos ese MacGuffin es El hombre de la barba blanca, de Tintoretto.El Retrato de un hombre de barba blanca (que es como en realidad se llama) del Kunsthistorisches Museum de Viena, pintado hacia 1570, representa a un veneciano importante de aspecto rústico y nariz de payaso. Desproporcionado y con la barba resuelta a base de frotados y voladuras convencionales, nada parece justificar la fijación de Reger/Bernhard, porque en la misma sala hay otros tintorettos infinitamente superiores: el de un hombre de barba blanca en una silla de brazos (que no es el mismo), el del hombre de la armadura dorada, el de Sebastiano Venier (que mandó la flota veneciana en Lepanto) o -sobre todo- el de Lorenzo Soranzo. (Lo más curioso es que ese MacGuffin ha funcionado de formas que Bernhard no podía sospechar siquiera: en 1985, Jean-Louis de Rambures, en las página s de Le Monde, parecía creer que el retrato era una invención de Thomas Bernhard, y en España, la ilustración que publicó El Mundo de la crítica del libro no correspondía al verdadero cuadro.)Los MacGuffin de Bernhard, mezcla de esnobismo cultural e ironía, son frecuentes en sus libros: aloploides, anticuerpos, datura stramonium... A veces se justifican por la «historia», como el método de Urbantschtisch (uno de los fundadores de la otología moderna), en La Calera, o son visibles sólo para los iniciados (la figura ausente de Ludwig Wittgenstein en Corrección); pero otras veces forman una auténtica bandada de arenques rojos: en la primera página de Extinción Bernhard sitúa su relato «Amras» (que prefería a cualquier otro) a la altura de El proceso de Kafka, el Siebenkäs de Jean Paul, La portuguesa de Musil y Esch o la anarquía de Broch...© Miguel SáenzThomas Bernhard, Una biografía, 1996 (Ediciones Siruela
Maestros antiguos (.../...)Durante esas seis semanas de encierro sólo sostuve algunas conversaciones telefónicas con el administrador de mis bienes y leí a Schopenhauer, eso me salvó probablemente, así Reger, aunque no estoy seguro de si es acertado haberme salvado, probablemente, así Reger, hubiera sido mejor no haberme salvado, haberme matado. Pero la verdad es que sólo el hecho de que, en relación con el entierro, hubiera tenido que hacer tantas gestiones, no me dejó tiempo para matarme. Si no nos matamos enseguida, la verdad es que no nos matamos ya, eso es lo espantoso. Tenemos el deseo de estar muertos exactamente como nuestro ser querido, pero sin embargo no nos matamos, pensamos en ello, pero no lo hacemos, dijo Reger. Curiosamente, en esas seis semanas no soportaba ninguna clase de música, ni una sola vez me senté al piano, una vez, con el pensamiento, hice un intento con un pasaje de El clave bien temperado, pero renuncié inmediatamente a ese intento, no fue la música lo que me salvó en esas seis semanas, fue Schopenhauer, una y otra vez unas líneas de Schopenhauer, así Reger. Tampoco fue Nietzsche, sólo Schopenhauer. Me sentaba en la cama y leía unas líneas de Schopenhauer y reflexionaba sobre ellas y volvía a leer unas frases de Schopenhauer y reflexionaba sobre ellas, así Reger. Después de cuatro días de sólo beber agua y leer a Schopenhauer, comí por primera vez un pedazo de pan, que estaba tan duro que tuve que cortarlo de la hogaza con un hacha de cortar carne. Me senté en el taburete de la ventana del lado de la Singerstrasse, ese espantoso asiento de Loos, y miré abajo a la Singerstrasse. Figúrese, finales de mayo y había una ventisca de nieve, dijo. Me espantaban los hombres. Los contemplaba desde el piso, allí abajo en la Singerstrasse, yendo de un lado a otro, bien forrados de prendas de vestir y de comestibles, y me daban asco. Pensé, no quiero volver con esos hombres, no con esos hombres y al fin y al cabo no hay otros, así Reger. Mientras miraba abajo a la Singerstrasse tuve conciencia de que no había otros hombres que los que iban de un lado a otro allí abajo en la Singerstrasse. Miraba abajo a la Singerstrasse y aborrecía a aquellos hombres y pensaba, no quiero volver con esos hombres, así Reger. A esa bajeza y esa mezquindad no quiero volver, me dije, así Reger. Saqué varios cajones de varias cómodas y miré en ellos y cogí una y otra vez fotografías y escritos y correspondencia de mi mujer y los fui poniendo sobre la mesa y lo fui mirando poco a poco todo, mi querido Atzbacher, como soy sincero, tengo que decir que mientras tanto lloraba. De pronto dejé libre curso a mis lágrimas, hacía decenios que no lloraba y de repente dejé libre curso a mis lágrimas, así Reger. Estaba allí sentado y daba curso libre a mis lágrimas y lloraba y lloraba y lloraba, así Reger. Durante años no había llorado, no desde mi infancia, y de repente dejé libre curso a mis lágrimas, me dijo Reger en el Ambassador. Al fin y al cabo no tengo nada que esconder ni nada que callar, dijo, a mis ochenta y dos años no tengo lo más mínimo que esconder ni que callar, dijo Reger, y por lo tanto tampoco tengo que callar que, de repente, lloré a lágrima viva y una y otra vez lloré a lágrima viva, durante días enteros lloré a lágrima viva, así Reger. Estaba allí sentado y miraba las cartas que había escrito mi mujer en el transcurso del tiempo y leía las notas que había tomado en el transcurso del tiempo y lloraba a lágrima viva. Nos acostumbramos naturalmente durante decenios a un ser humano y lo amamos durante decenios y lo amamos en definitiva más que a cualquier otro y nos encadenamos a él y, cuando lo perdemos, es realmente como si lo hubiéramos perdido todo. Siempre había creído que era la música la que lo significaba todo para mí, a veces al fin y al cabo también que era la filosofía, la literatura elevada y más elevada y elevadísimo, lo mismo que, en general, que era sencillamente el arte, pero todo eso, todo el arte, el que sea, no es nada en comparación con ese único ser querido. Cuántas cosas hemos hecho a ese único ser querido, dijo Reger, en cuántos miles y cientos de miles de sufrimientos hemos precipitado a ese ser al que, más que a cualquier otro, hemos querido, cómo hemos atormentado a ese ser y, sin embargo, lo hemos querido más que a cualquier otro, dijo Reger. Cuando el ser querido por nosotros más que cualquier otro del mundo ha muerto, nos deja con horribles remordimientos, dijo Reger, con espantosos remordimientos, con los que tenemos que existir después de su muerte y en los que un día nos asfixiaremos, dijo Reger. Todos esos libros y escritos que he reunido durante mi vida y que he llevado a mi piso de la Singerstrasse, para abarrotar todas esas estanterías, no me habían servido al final de nada, mi mujer me había dejado solo y todos esos libros y escritos eran ridículos. Creemos que podemos aferrarnos entonces a Shakespeare o a Kant, pero es un error. Shakespeare y Kant y todos los demás que hemos levantado en el curso de nuestra vida como lo que llamamos Grandes nos dejan en la estacada precisamente en el momento en que los hubiéramos necesitado tanto, así Reger, no son ninguna solución para nosotros ni son para nosotros ningún consuelo, de repente sólo nos resultan repugnantes y extraños, todo lo que esos, así llamados, Grandes e Importantes, pensaron y por añadidura escribieron nos deja fríos, así Reger. Creemos siempre que podemos confiar en esos, así llamados, Importantes y Grandes, lo que sean, en el momento decisivo, es decir, en el momento decisivo para nuestras vidas, pero es un error, precisamente en el momento decisivo para nuestras vidas todos esos Importantes y Grandes y, como suele decirse, Inmortales, nos dejan solos, no nos dan más que el hecho de que también entre ellos estamos solos, abandonados a nosotros mismos en un sentido totalmente horrible, así Reger. única y exclusivamente Schopenhauer me ayudó, porque sencillamente abusé de él para mi objetivo de sobrevivir, así Reger a mí en el Ambassador. Si todos los otros, incluidos por ejemplo Goethe, Shakespeare, Kant, me repugnaban, me precipité sencillamente sobre Schopenhauer en mi desesperación y me senté con Schopenhauer en el taburete del lado de la Singerstrasse para poder sobrevivir, porque la verdad es que de repente quería sobrevivir y no morir, no seguir a mi mujer en la muerte sino quedarme ahí, permanecer en el mundo, me oye, Atzbacher, así Reger en el Ambassador. Pero naturalmente sólo tuve con Schopenhauer una oportunidad de sobrevivir porque abusé de él para mi objetivos y lo falsifiqué realmente de la forma más innoble, así Reger, al convertirlo sencillamente en un medicamento de supervivencia, lo que en realidad no es en absoluto, lo mismo que tampoco los otros que ya he nombrado. Nos confiamos durante toda la vida a los Grandes Ingenios y a los, así llamados, Maestros Antiguos, así Reger, y nos vemos luego mortalmente decepcionados por ellos, porque no cumplen su finalidad en el momento decisivo. Atesoramos los Grandes Ingenios y los Maestros Antiguos y creemos que podremos luego, en el momento decisivo de supervivencia, usarlos para nuestros fines, lo que no quiere decir otra cosa que abusar de ellos para nuestros fines, lo que resulta ser un error mortal. Llenamos nuestra caja fuerte espiritual de esos Grandes Ingenios y Maestros Antiguos y recurrimos a ellos en el momento decisivo para nuestras vidas; pero cuando abrimos esa caja fuerte espiritual, está vacía, ésa es la verdad, nos quedamos ante esa caja fuerte espiritual vacía y vemos que estamos solos y realmente por completo sin recursos, así Reger. El hombre atesora en todos los campos durante toda la vida y al final se encuentra vacío, así Reger, también en lo que se refiere a su patrimonio espiritual. Qué monstruoso patrimonio espiritual he atesorado, así Reger en el Ambassador, y al final me encuentro totalmente vacío.(.../...)Thomas BernhardMaestros antiguos, 1985 (Alianza Tres 253)
" Estaba allí sentado y miraba las cartas que había escrito mi mujer en el transcurso del tiempo y leía las notas que había tomado en el transcurso del tiempo y lloraba a lágrima viva. Nos acostumbramos naturalmente durante decenios a un ser humano y lo amamos durante decenios y lo amamos en definitiva más que a cualquier otro y nos encadenamos a él y, cuando lo perdemos, es realmente como si lo hubiéramos perdido todo. Siempre había creído que era la música la que lo significaba todo para mí, a veces al fin y al cabo también que era la filosofía, la literatura elevada, la más enaltecida y exaltada, lo mismo que, en general, que era sencillamente el arte, pero todo eso, todo el arte, el que sea, no es nada en comparación con ese único ser querido. Cuando el ser querido por nosotros más que cualquier otro del mundo ha muerto, nos deja con horribles remordimientos, dijo Reger, con espantosos remordimientos, con los que tenemos que existir después de su muerte y en los que un día nos asfixiaremos. (…)
Saturday, March 31, 2007
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