Saturday, March 31, 2007

La visión de Cristo

Gore a Dios
7 de abril de 2004

Daniel Villalobos


La Pasión de Cristo no es un drama sobre seres humanos enfrentados a situaciones límite, aunque la fuente sí lo sea. Es un panfleto, un folleto donde quienes comparten esta idea cruel y excluyente del cristianismo pueden reconocerse y aplaudir a la pantalla.

El sacrificio de Jesús en la cruz y su posterior resurrección es el evento clave de la Biblia, y quizás una de las premisas sobre las que se funda buena parte del mundo tal como lo conocemos. Cuando era niño y asistía a la iglesia bautista, a alguien le escuché decir que la Biblia era como una gran novela, cuyo principal protagonista era el Hijo del Hombre: en los primeros capítulos se nos hablaba de su venida y lo que significaba. En la segunda parte, nos contaban quién fue, qué hizo y -más importante- qué dijo y cuáles fueron las consecuencias de su prédica. Desde ese punto de vista ¿cómo enfrentar La Pasión de Cristo? Incluso teniendo presente que se trata, a la larga, de nada más que una película y que su director es el hombre que mostró el trasero en Arma Mortal y en Tiro al Blanco y que después dirigió un mamarracho como Corazón Valiente, y que, en muchos sentidos, se le puede considerar una interpretación de las Escrituras (como lo fue La Ultima Tentación de Cristo), incluso considerados todos esos antecedentes, negar su calidad de evento cultural sería como decir que todo lo que hizo Peter Jackson fue conseguir mucho dinero y coordinar miles de extras. La película es desagradable: no recuerdo un filme bíblico que se detenga con tan amoroso detalle en los aspectos más sanguinarios de la Pasión y tampoco recuerdo uno que me haya dejado tan vacío al aparecer los créditos finales. Decir que la historia es conocida es casi una reiteración, pero por si alguien no tiene claro el argumento, digamos que narra las últimas horas de vida terrenal de Jesucristo, un carpintero de Galilea a quien los fariseos consideran altamente peligroso, que es traicionado por uno de sus discípulos, condenado a muerte por la autoridad romana y ejecutado de una forma particularmente desagradable y cruel. La postura que Gibson tomó a la hora de enfrentar el material es lo que hace toda la diferencia entre su filme y producciones más inocuas como Jesús (1999) e incluso aquella venerada miniserie de Zeffirelli que toleramos cada Semana Santa. Alejándose de la habitual iconografía higiénica y luminosa con que el cine ha narrado los eventos bíblicos desde los excesos de Cecil B.De Mille, Gibson apuesta por una mirada más "realista", supuestamente más apegada a la letra de los Evangelios. Sin embargo, de la misma forma que no es lo mismo recibir noticias de cómo será el Apocalipsis de boca de un predicador callejero que de un cardenal vaticano, ver la historia de Cristo vía Gibson es como para traumatizar a generaciones de niños impresionables: la película resulta innecesariamente desagradable y perturbadora porque a la sangre y sudor que pone en escena sólo tiene para sumarle una visión particularmente desesperanzada de la Humanidad a la que su personaje desea salvar. Gibson ha dicho -y en este caso lo que se dice fuera de la pantalla tiene tanta importancia como lo que se expone dentro de ella- que su intención primera fue esparcir la Palabra, funcionar como un instrumento de fe que acercara al gran público a una visión de los Evangelios más exacta o cercana al espíritu con que fueron escritos. Pero ¿qué hay de evangelizador en este festival de golpes, terror e intimidación? La película más parece estar predicando a los conversos, y su lógica -una lógica excluyente y gruesa- indigna porque si algo deja en claro es que la duda y el debate no son actitudes precisamente apreciadas por Dios y que en el mundo blanquinegro en que transcurre, muchos de nosotros seríamos lisa y llanamente, candidatos al castigo que nos promete su última imagen. Durante el transcurso de la historia, me sorprendí haciéndome las mismas preguntas que terminaron alejándome de esa iglesia a la que asistí en los domingos de mi infancia: ¿Judas era realmente un pecador y un mal bicho? ¿A pesar de estar cumpliendo las profecías? ¿A pesar de ser pieza clave en un evento sin el cual buena parte de las Escrituras pierden sentido? ¿Qué hay del cacareado libre albedrío, entonces? ¿Había un plan B en caso de que rechazara el dinero y no consumara la traición? ¿Por qué son culpables y pecadores no sólo él, sino también los fariseos y soldados romanos, si todos están ejecutando -en un sentido- la voluntad de Dios? ¿No los hace eso tan culpables como el pez que se tragó a Jonás? Desde luego, muchas de estas preguntas -en el contexto de la asistencia a una iglesia- caen en el terreno sin palabras de la fe. En cierto punto, un buen cristiano debe reconocer que hay ciertas cosas que ignora sobre la voluntad de Dios y que es necesario hacer voto de humildad y no exigirle al Creador explicaciones de actos cuyas causas y efectos van más allá de lo que podemos imaginar. Pero una pantalla de cine no es un púlpito y los espectadores -al menos en su mayoría- no asisten a las salas dispuestos a perdonar esta clase de baches lógicos. Cualquier artista que se proponga contar la historia de Jesús termina planteándose estas y otras interrogantes (como en cine lo han hecho directores que van desde Nicholas Ray hasta el propio Scorsese) y que Gibson las ignore por un lado pretendiendo rendir la versión definitiva sobre el tema por otro es una herejía, tal vez no religiosa, pero sí de proporciones cósmicas. La actitud con que expone su visión tiene el fanatismo histérico del converso de último minuto: Jesús es el Hijo de Dios y punto. Cero discusión respecto a sus orígenes, la dualidad humano-divina en su interior y otros aspectos similares. De la misma forma, sus sermones -algunos de los cuales forman parte de lo más hermoso y complejo que haya producido la cultura occidental- son omitidos salvo un par de frases. Para ser una película protagonizada por uno de los maestros de la argumentación y el debate (y era uno que a los doce años dejaba atónitos a los maestros del Templo) , en La Pasión de Cristo poco sabemos sobre las ideas de Jesús y sí nos enteramos bastante de las de Gibson, quien parece creer que todo el sentido del sacrificio de Jesús radica en cuántos golpes soportó y lo mucho que sufrió en la cruz. Una postura que, de hecho, no es nueva en la carrera de Gibson. Pocos actores hollywoodenses han recibido el castigo físico que su Riggs tolera a lo largo de la saga de Arma Mortal y muy pocos héroes han tenido un final tan sangriento como el de William Wallace en Corazón Valiente. La Pasión de Cristo no es un accidente en la filmografía de Gibson, sino una vuelta a las fuentes. Y es una vuelta con todo. El final (espero no arruinarle la sorpresa a algún ateo), con un Jesús que deja su sudario y se alza fresco, desnudo y bronceado cual Terminator (tambores triunfales de fondo) remite claramente a los estereotipos del cine de acción, donde el héroe sale a vengar la injusticia y violencia ejercidas sobre su cuerpo. Pero, cosa curiosa ¿la conexión se explica por la obvia sensibilidad de Gibson hacia el género del vengador solitario o, al revés, porque historias bíblicas como la Pasión han sido las fuentes primitivas de esa clase de ficciones de castigo y venganza? Hacerse esta clase de preguntas no está fuera de lugar aquí, considerando que estamos frente a uno de los esfuerzos más extremos y abiertos del cine contemporáneo por convencernos de que lo narrado en pantalla es lo que históricamente sucedió. Vayamos a los datos duros: la primera hora es bastante suave en términos de violencia visual. La paliza tarda, pero cuando llega no se detiene. Tanto, que se vuelve mecánica y paradójicamente teatral. Mientras más elementos usa Gibson para convencernos de la carnalidad de lo que se está contando (polvo, sangre, sudor, efectos de maquillaje como la piel colgando de la espalda de Jesús) más coreografiado y ensayado parece. Y menos empatía tenemos con su protagonista, que rápidamente pasa de ser un hombre normal a una encarnación del sufrimiento, de esas de las cuales las campañas publicitarias de la Cruz Roja y Amnistía Internacional han abusado hasta el cansancio. Lo reconozco: no soy un cristiano modelo. No voy a la iglesia, no rezo con frecuencia y leo la Biblia irregularmente y sin mucha reverencia. Pero admiro a Jesús y mi idea del sujeto es bastante más compleja y humana que el sufrido y flacuchento ícono interpretado por Jim Caviezel. Nunca he considerado a La Ultima Tentación de Cristo uno de los grandes filmes de Scorsese, pero incluso en los momentos más débiles de esa película había un interés y piedad por el personaje de los cuales el trabajo de Gibson carece completamente. La Pasión de Cristo no es un drama sobre seres humanos enfrentados a situaciones límite, aunque la fuente sí lo sea. Es un panfleto, un folleto donde quienes comparten esta idea cruel y excluyente del cristianismo pueden reconocerse y aplaudir a la pantalla diciendo que sí, así fueron las cosas, los judíos y los romanos mataron a Jesús, los hombres son perversos y estúpidos y la sola idea de que Dios haya dejado que torturaran a su Hijo hasta la muerte es una prueba de cuánto nos quiere a pesar de lo perversos y estúpidos que somos. Sin embargo la película de Gibson merece, curiosamente, toda la atención que el director reclamó para ella: cada filme bíblico ha terminado diciendo algo no sólo sobre el trozo de las Escrituras que ha elegido adaptar, sino sobre la sociedad que lo cobija. Mucho se ha hablado del supuesto error de Gibson al terminar la historia no con el encuentro de Jesús resucitado con las mujeres en el campo o con los apóstoles antes de ascender al cielo, sino en el instante preciso en que se levanta de la tumba. No creo que sea un error: en la Biblia la resurrección de Cristo aparece como un evento de esperanza y fe, justamente porque se liga con su encuentro final con los discípulos y posterior ascensión a los cielos. En La Pasión de Cristo la escena le sirve al director para reafirmar lo que ya nos venía diciendo: si nos espantó el cómo castigamos al Hijo del Hombre, esperen a ver lo que nos tiene reservado de vuelta. Tal vez ese sea el espíritu de autores bíblicos como San Pablo o de determinadas secciones del Apocalipsis. Pero la Biblia es un libro complejo, que le ha hablado a las personas de distintas formas en distintas épocas, que ha inspirado matanzas y salvado vidas, y cuyo personaje principal dijo eso de ámense los unos a los otros pero también habló de que no venía a traer paz sino la espada. Algunos comentaristas, como el sacerdote y crítico Ignacio Valente en el Artes y Letras de El Mercurio, han insinuado que quienes cuestionamos el abuso de violencia gráfica en la cinta lo hacemos por carecer de la información o el contexto necesarios para comprender la belleza moral de tanta paliza. En buen español, si fuéramos creyentes, captaríamos el sentido. Que la película nos parezca reprobable, mediocre o burda como una bandeja plástica impresa con una reproducción de La Ultima Cena no es un problema de su autor, sino nuestro. No lo creo. El Retorno del Rey no se vuelve una mejor película al considerar el rico sustrato desde donde Tolkien robó ideas para su saga, ni una adaptación de Shakespeare adquiere estatura trágica simplemente en base a mantener intactos los diálogos de la obra. Pretender que una cinta sólo cobra sentido y calidad en base a las referencias que hace a un factor externo ( y uno tan etéreo como la fe) me ha creado en el seso una curiosa paradoja: confundir a quienes así defienden la película de Gibson -y son legión- con quienes alegan respeto para el cine de Tarantino, basados en el amor con que sus películas citan a otras. Gibson -supuestamente movido por su fe católica- se atrevió a filmar su versión de los hechos registrados en los Evangelios. No es una buena película. Ni siquiera una muy entretenida, salvo que se encuentre placer y distracción en ver golpizas y torturas varias retratadas con un tono gráfico que roza el porno. Sin embargo, reduccionista y facha como es, La Pasión de Cristo merece atención y análisis más allá de polémicas tontas porque pone en el tapete los viejos temas: ¿Exactamente de qué materiales está hecha la fe que rige a millones? ¿Cuánto hay de cierto y de falso en las versiones que conocemos de este libro y cuánto de lo que nos cuenta se ha tergiversado o perdido? Al final del día, esta religión cuyos valores rigen incluso a quienes no creemos en ella ¿está fundada sobre la piedad o sobre el castigo? ¿Nos vamos al infierno los que no cumplamos la Palabra y alabemos al Señor? ¿No es eso un poco gangsteril viniendo de un dios de amor? ¿Debo volver a la iglesia?

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