Álvaro Bisama
1) Una imagen de la feria de la Estación Mapocho: alguien que me trae una copia de Caja negra y me dice que la ha robado y me pide que la firme y yo me quedo sorprendido y, por supuesto, se la firmo de inmediato. 2) Un texto en la página de Ucroniachile, donde Last Citizen lograba combinar el Tractatus Logicus de Wittgenstein con la "Dimensión desconocida" de Rod Serling. 3) La frase que le escuché a Marcelo Mellado en Valparaíso: "Hay que ser honestos, la poesía es como medio picante, ¿no?". 4) La tira de Rodrigo Salinas de "Carlitos Marx" en La calma después de la tormenta: la parodia dibujada sobre la parodia que deviene en momentos de perfecta tristeza. 5) Versos del fallecido Gonzalo Millán: "el resto del cuerpo que rodea mi corazón/ está cubierto de plumas de paloma, pegadas". 6) Aquel ensayo ficcional que Julio Ortega llevó al Foro de Escritores sobre un tal Eduardo Garatea, "el desaparecido poeta chileno cuya obra inédita, aunque en rigor nunca escribió nada, fascinó a Cortázar". 7) Nathan Zuckerman perdido en la Praga antes de la caída del muro de Berlín, intentando recuperar un manuscrito, a la deriva en medio de una fiesta llena de intelectuales o espías, empañado por la bruma alcohólica, intentando conectar con una Mitteleuropa imposible al cierre de Zuckerman encadenado de Philip Roth. 8) Todos los personajes de Oesterheld retratados como viudas de la Plaza de Mayo, preguntando por su autor detenido y desaparecido. No sé si es de este año pero no importa: me gustaría que alguien hiciera un gesto de ese tipo acá, la colección de héroes muertos o huérfanos en nuestro imaginario. 9) Las polaroids de aquel Ted Hughes espectral que captura Janet Malcolm en La mujer en silencio: la pieza rota de un puzzle, el deudo doliente que no puede olvidar, el villano en las sombras condenado en vida a ser visitado una y otra vez por el fantasma de sus mujeres muertas. 10) El momento pesadillesco en que quiero apagar la tele y leer cualquier mala novela de Stephen King: cuando Julio César Rodríguez se lanza a los brazos de Raúl Zurita para que éste lo sane, lo salve y lo bendiga. 11) Aquellas extrañas carreteras de neblina y llenas de muertos, repletas de señales ominosas que pueblan La séptima M de Francisca Solar. 12) Los libros de los amigos, verdaderas señales de ruta de un país imposible: Diecinueve de Francisca Lange, La cosa de Leo Marcazzolo, Bonsái de Zambra, Muchos huevos de Willoughby, El número Kaifman de Ortega y El exceso de Pato Jara. 13) Haruki Murakami y su pozo oscuro y el héroe armado con un bate y su disfuncional colección de videntes y la sensación de que una novela fantástica sin destino claro - donde se avanza de la oscuridad a la luz- puede ser, debe ser, una novela política. 14) Parra, que no sólo llegó una hora y media más tarde a la FILSA - casi dejando plantado al ex Presidente Lagos- , sino que también casi provocó una ola de histeria cuando se puso a firmar el volumen ante una horda interminable de lectores o fans o groupies o lo que sea, que son sus seguidores más acérrimos. 15) La bronca de los viejos estandartes de la Nueva Narrativa contra cualquiera que pusiera en duda su esforzado prestigio canónico: divertidos arañazos de gato en el cómodo sillón de nuestra literatura. 16) Una inquietante postulación de Miguel Serrano al Nacional. 17) Los versos iniciales de Banda sonora de Andrés Anwandter, verdadera estática como estética: "las/ líneas/ del tendido/ telefónico/ recortan/ el cielo/ poblado/ de imágenes/ diáfanas/ pieles/ de luz/ que los cuerpos/ rezuman".
çLa columna de Alejandro Zambra
LA MEMORIA DE BORGES
Dos amigos incansables pasan la última noche de 1970 traduciendo a Shakespeare. Los amigos se llaman Borges y Bioy Casares: han escrito, por separado, libros perdurables, y también han escrito, juntos, libros menos perdurables. No son maestro y discípulo, al menos no exactamente: son autor y personaje, aunque Borges, el autor, es también un personaje de Borges (y de Bioy). El viejo Borges ha inventado a Bioy, y Bioy, con suma cortesía, se ha dejado inventar, con la sola condición de conservar algunas favorables señas distintivas: al lado de Borges siempre será joven; al lado de Borges será siempre largo, porque escribe novelas, las novelas que Borges ha aceptado no escribir para que las escriba Bioy.
Esa noche, la del 31 de diciembre de 1970, después de cenar pavo con puré, los amigos incansables se encierran a traducir a Shakespeare. "Con Borges dormimos un rato, versificando en español las brujas de Macbeth", escribe Bioy, en su diario, y la imagen reaparece de forma invariable: el 10 de enero dice que trabajaron "cabeceando entre endecasílabo y endecasílabo", y el 13 que tradujeron "entre cabeceos", y el 18 es Borges quien acepta que trabajan "a fuerza de resignación". Un poco para darse ánimo comentan, con inflexible desdén, otras traducciones (sobre la versión de Guillermo Whitelow: "Si los actores representaran Macbeth con el texto de Whitelow, morirían ahogados, sofocados. La ha de haber hecho para ganarse unos pesos"). Pero se aburren, cabecean al compás de las sílabas, se distraen: mucho más que Macbeth les interesa Shakespeare. Es como si tradujeran Macbeth para escapar de Macbeth, para olvidar un argumento de traición en el continuo recuerdo de ese rostro que "aun a través de las malas pinturas de la época no se parece a ningún otro": la cara de Shakespeare, la cara de un hombre que después de ser muchos quiso ser alguien y no lo consiguió.
El trabajo se interrumpe por un viaje de Borges; a su regreso la traducción se vuelve ardua e innecesaria: "¿Shakespeare es la cumbre del espíritu humano? Mejor no traducirlo; mejor no mirarlo de tan cerca; acabaremos por despreciarlo. ¡Qué dificultad tiene para contar las cosas más simples! ¿O estaba tan acostumbrado al estilo grandilocuente que no podía decir nada con sencillez?". Mirar de cerca es peligroso, piensa Borges, y Bioy lo mira de cerca y luego transcribe, en su diario, cada frase de Borges, con cariño y con una cierta prudencia o lealtad que le impide denostarlo o mitificarlo: "En general, no le parecen buenas las ideas que no son suyas; digo esto sin amargura, como una simple constatación". Bioy necesita a Borges, Borges necesita a Bioy. El inventor necesita a su invención, el inventado necesita que su inventor lo siga soñando. Por eso transcribe cada palabra que el inventor dice. Por eso inventa a su inventor, se da ese lujo. Y es que a Bioy le gustan los lujos.
Traducir Macbeth no es un lujo ni una necesidad. Es una broma: "Mañana, tal vez, trabajemos... en algo que no sea Macbeth", dice Borges. El proyecto queda inconcluso durante años, para siempre. Una noche de 1985, en uno de sus últimos encuentros, Bioy le propone a Borges terminar la traducción y Borges responde que sí, que por muy mala que quede de seguro será mejor que el Hamlet de Gide. Tal vez por entonces Borges ya había decido dejar a medias esa versión de Macbeth. En 1980 había publicado "La memoria de Shakespeare", su último cuento - "el que imaginamos (sorprendidos por la perfección de ese fin) como el último cuento de Borges", dice Ricardo Piglia, en Formas breves- , cuyo protagonista, Hermann Soergel, también es autor de una versión inconclusa de Macbeth.
Cuando a Soergel le ofrecen la memoria de Shakespeare ("desde los días más pueriles y antiguos hasta los del principio de abril de 1616"), de inmediato piensa en escribir la biografía definitiva sobre Shakespeare, pero luego comprende, con desazón, que la memoria "no es una suma; es un desorden de posibilidades indefinidas". Soergel posee sólo las circunstancias, el "material deleznable" que Shakespeare convirtió en poesía: "El azar o el destino dieron a Shakespeare las triviales cosas terribles que todo hombre conoce; él supo transmutarlas en fábulas, en personajes mucho más vívidos que el hombre gris que los soñó, en versos que no dejarán caer las generaciones, en música verbal. ¿A qué destejer esa red, a qué minar la torre, a qué reducir a las módicas proporciones de una biografía documental o de una novela realista el sonido y la furia de Macbeth?".
¿Y Bioy? ¿Qué hizo Bioy con la memoria de Borges? No intentó una biografía o una novela. Tampoco escribió, en rigor, un diario de su amistad con Borges, quiero decir: escribió un diario de veinte mil páginas y tuvo la delicadeza de separarnos las mil seiscientas que se referían a Borges; escribió mil seiscientas páginas sobre Borges y destinó las restantes dieciocho mil cuatrocientas a no escribir sobre Borges.
Un diario debe ser indiscreto, pensaba Borges, y el de Bioy cumple maravillosamente bien esa regla. Pero Bioy no quiere, no puede escribir la verdad sobre Borges. Nadie puede. Bioy oficia de memorioso, de anecdotista; desea capturar el material deleznable, la vida gris, las triviales cosas terribles que todo hombre conoce. Crea, entonces, a un Borges que crea a un Bioy que crea a un Borges real. Prefiere darle vida a Borges, convertirlo en un imprescindible personaje secundario. Prefiere que Borges sea, al fin, alguien.
Entrevista a Rodrigo Fresán
"No pierdo la esperanza de que le den el Nobel a Bob Dylan"
Álvaro Matus
Con el correr del tiempo - y los artículos, prólogos y traducciones- , el autor de "Mantra" y "Jardines de Kensington" se ha convertido en una de las voces más autorizadas para hablar de literatura estadounidense. Aquí se detiene en los favoritos de siempre (Roth, Cheever, Philip K. Dick) y entrega luces para no perderse en el mar de publicaciones.
La literatura norteamericana es una suerte de Moby Dick, una ballena blanca, inmensa y en permanente movimiento, donde caben los libros de Hawthorne, Twain, Poe, Fitzgerald, Faulkner, Capote, Carver, Roth... y así, suma y sigue... hasta llegar a nuestros días, a la tan promocionada Next Generation y a muchos otros nombres de los que ni siquiera sospechamos su existencia, hasta que llega, claro, alguien como Rodrigo Fresán, nuestro Capitán Ahab o nuestro Lector Ahab, siempre obsesionado con la belleza monumental de Moby Dick. Porque el autor de La velocidad de las cosas es, además, sobre todo, el lector más atento, entusiasta y mejor informado en todo lo que se refiere a los autores estadounidenses. Así lo demuestran las entrevistas, perfiles, columnas y críticas que publica en El País de España, Página 12 de Argentina o Letras Libres de México.
"Lo bueno de la literatura estadounidense es que nunca deja de crecer; lo malo de la literatura estadounidense es, también, que nunca deja de crecer", diagnostica el escritor argentino en un artículo sobre las 25 mejores novelas del presente siglo, una efervescente invitación a ingresar al mundo de Charles Baxter, Dave Eggers, Adam Haslett, Rick Moody y Richard Powers, entre otros. Y si se trata de sus aficiones históricas, una buena muestra es la vivisección de Saul Bellow, donde concluye que su gloria se debe al "modo en que combina inteligencia e ingenuidad, las inserta dentro de un hombre de papel, el hombre de ciudad que siente que el cielo se le viene encima, como definió alguien, y lo deja suelto y se mueve mucho y no deja de moverse y no se queda quieto y corre y cae y vuelve a levantarse y sigue corriendo".
Este año, Fresán escribió un epílogo para los Cuentos Completos de John Cheever, y ahora se encuentra trabajando en el prólogo y las notas para dos libros de Carson McCullers: una recopilación de relatos y otro, más pequeño, que contiene las reflexiones literarias de la autora de El corazón es un cazador solitario. También le da los toques finales a su próxima novela y se repone de lo que denomina "el posparto" de Jardines de Kensington, la novela inspirada en la vida del creador de Peter Pan: "Salió en Alemania, Estados Unidos, Francia, Italia y Reino Unido, lo que me obligó a atender traductores, viajar a promocionar el libro y, de algún modo, seguir escribiéndolo. Así, la edición de bolsillo española del año pasado tiene 80 páginas más que la primera, que apareció en el 2003".
Cuando Fresán escribe en la prensa siempre inclina la balanza a los aspectos positivos del escritor comentado. Por lo mismo, dice él, siente que lo suyo no es crítica: "Es decir, no me siento un crítico literario. Me siento más bien como un predicador de la Buena Nueva. Un evangelizador. Y hay muy poco espacio en los suplementos. Por lo que he robado para mi escudo de armas una frase de François Truffaut que es la que me mueve y me conmueve: Hablemos solamente de las cosas que nos gustan" . Otro de sus motores surge como respuesta a la teoría del iceberg de Hemingway. La suya es la "teoría glaciar", que puede sintetizarse así: hay mucho escondido bajo el gran trozo de hielo, pero también hay mucho arriba, sobre la superficie de las aguas, publicándose día a día a una velocidad casi imposible de seguir. Es en ese casi donde interviene Fresán para contarnos lo mucho que le gustan los libros nuevos y los no tan nuevos, como lo explicita en esta conversación que guarda más de una relación con la incansable búsqueda de la ballena blanca.
- A pesar del marketing que promueve la novedad del año, en Estados Unidos los autores mayores siguen plenamente vigentes. Así, la Next Generation convive con Updike, Roth, Pynchon. ¿Dirías que no está tan arraigada la idea de "matar" al padre?
- Me temo que la respuesta es de una sencillez que bordea lo idiota: son muchos y, por lo general, son buenos. Afortunadamente, por ahora, hay espacio para todos. En cuanto a la supuesta obligación o necesidad de tener que matar a los padres, me parece que es un problema que trasciende a lo estrictamente literario y que suele ser la mejor forma de identificar a sociedades con profundos problemas emocionales. En lo personal, nunca he sentido la necesidad de matar a nadie. Jonathan Lethem acaba de contarme en la Feria de Guadalajara que se hará cargo de las notas que acompañarán a un volumen de la consagratoria The Library of America conteniendo cuatro novelas de los 60 de Philip K. Dick. Así es: Dick en The Library of America. Y creo que está todo dicho.
- Ésa es una señal de apertura, pues se trata del típico autor de género, de algún modo menor.
- Yo lo veo como una gran noticia. Y, también, como prueba irrefutable de lo que es una literatura viva y que no se queda quieta y en la que un outsider puede, de golpe y con justicia, codearse con los clásicos porque también se puede ser clásico y outsider.
- Un aspecto positivo son las visitas de los fantasmas: reediciones permanentes de Capote, Cheever, Bellow y otros menos conocidos, como Richard Yates.
- Yates es el gran escritor de la tristeza norteamericana. No hay nadie más triste que él. Ni siquiera Fitzgerald es tan triste como Yates. Hay en sus libros una inconfundible calidad - una de las muchas y tan ambiguas formas de la felicidad- a la hora de retratar la tristeza. Vía revolucionaria no es mi favorito entre sus libros. Prefiero Desfile de Pascua - que editó Emecé hace tantos años y que alguien debería reeditar YA- o Disturbing the Peace, tal vez la novela definitiva - junto a El día de la langosta de Nathanael West- sobre el fino arte de enloquecer en Hollywood. Hay una muy buena biografía de Yates - A Tragic Honesty, de Blake Bailey- cuya lectura resulta tan apasionante como intolerable: la vida más triste del mundo. Tal vez por eso - a diferencia de lo que ocurre con Cheever, un triste epifánico- a Yates no le han salido muchos discípulos. El único, el mejor de ellos, sin duda, es Charles D'Ambrosio en sus libros The Point y The Dead Fish Museum.
- ¿De quién anhelas una reedición o te gustaría una colección?
- Tal vez, hoy, Bernard Malamud sea el más necesitado de una operación rescate. Pero puestos a elegir, optaría por señalar un puñado de impostergables escritores que se encuentran en actividad y que aún no han sido traducidos al castellano. Gente como Ben Marcus, Ann Beattie (autora de Chilly Scenes of Winter, para mí, una de las novelas fundamentales de la narrativa contemporánea norteamericana), Bruce Wagner, Stephen Dixon (Interstate es otra de las grandes Great American Novels secretas de los últimos tiempos) o el gran cuentista Lee K. Abbott, quien probablemente sea el verdadero y más legítimo heredero de Cheever y quien acaba de editar en Estados Unidos una antología indispensable: All Things, All at Once. Y, ahora que lo pienso, no estará mal una revisión de Bruce Jay Friedman, cuentista genial, paradigma del humor negro judeo-neoyorquino y autor de un pequeño gran libro: About Harry Towns.
- La novela total, a la manera del siglo XIX, sigue cautivando a los autores jóvenes, como Franzen, Foster Wallace, Moody. ¿Qué relación tendría esta "idea fija" con la tradición misma de la novela en ese país?
- Los tres autores fundacionales, los padres de los tres Grandes Temas de la literatura norteamericana son, para mí, Herman Melville con Moby Dick (la meta-ficción alegórica), Nathaniel Hawthorne con La letra escarlata (los peligros del puritanismo y los fuegos de las pasiones prohibidas) y Mark Twain con Huckleberry Finn (la road-novel iniciática). A este trío se podría agregar Henry James, quien pone en juego la literatura del norteamericano como extranjero profesional enfrentándose al sólido fantasma de Europa. Hemingway y Faulkner y Fitzgerald constituyen un segundo Big-Bang. Y hoy todos están más vivos que nunca. Yo creo que no tiene sentido resistirse a las influencias benéficas siempre y cuando se las pueda procesar con gracia. Por otra parte, la novela decimonónica siempre será LA NOVELA. El espécimen rey, el momento en que el género reinaba triunfal por encima de todas las demás expresiones artísticas. Tal vez, lo que se intenta emular no sea el formato (las particularidades técnicas, las estrategias narrativas), sino esa época en que un libro tenía la obligación implícita de ser todo un mundo porque, para un ciudadano/lector medio, resultaba imposible conocer el mundo entero. La solución, entonces, pasaba por tener al mundo en las manos y en las manos a un libro.
- ¿Quiénes revitalizan esta tradición de La Gran Novela Norteamericana?
- Denis Johnson, Bruce Wagner, Rick Moody, William T. Vollmann, De Lillo, Thomas Pynchon, Richard Powers... Hay muchos, demasiados, por suerte.
- Dijiste que "Las correcciones" de Franzen es como estar leyendo "una suerte de resumen de lo publicado". ¿Es el libro más sobrevalorado del último tiempo?
- No puedo hablar por los demás. Hablo nada más que por mí. Así que diré que pocas veces sentí tantas veces ese curioso síntoma del déjà vu que leyendo Las correcciones. Una novela que, a mi juicio, es mucho más astuta que inteligente.
- ¿A qué te refieres?
- A que me parece más un libro calculado que sentido. Pero es una apreciación muy personal, se entiende.
- ¿Qué te llevó a traducir a Denis Johnson, un autor poco conocido todavía?
- Johnson me parece uno de los más grandes. Alguien a la altura de los titanes. El descendiente directo de Melville. Mondadori compró los derechos de traducción de un par de sus libros y no dudé en ofrecerme. Hay ciertos escritores que, al traducirlos, enseñan. Y yo creo haber aprendido mucho como escritor con Johnson. Como lector, cuento los segundos para la aparición de Tree of Smoke, su largamente anunciada novela sobre Vietnam. Y para internarse en su obra recomendaría, creo, Hijo de Jesús.
- Dijiste que Paul Auster es "como la Coca Cola". ¿Cuánto hay de elogio y cuánto de ironía en eso?
- Mitad y mitad. Auster me parece un gran narrador, pero no es un gran escritor. Es decir: maneja los resortes de tramas imposibles - a menudo inverosímiles fuera de sus libros- con mano experta. Difícil dejar de leer cualquiera de sus novelas. Pero, al mismo tiempo, mientras las lees, por lo menos en mi caso, siento que me están vendiendo, no diría gato por liebre, pero sí conejo por liebre. He sentido esto más que nunca en su reciente y autohomenajeante Travels in the Scriptorium. Para mí, lo mejor de Auster no está en sus libros (aunque siento admiración por La invención de la soledad y Leviatán), sino en su guión para el film "Smoke".
- ¿Es la Next Generation comparable al Dream Team británico de comienzos de los 80 o se trata de una movida publicitaria?
- No lo sé. Y voy a explicar por qué: los escritores - y aquí pluralizo porque he hablado sobre la cuestión con muchos y de muchas nacionalidades- somos los menos conscientes de este tipo de etiquetas que, sí, resultan extremadamente útiles a periodistas, académicos, críticos, editores y, tal vez, lectores. Meses atrás, de paso por España, McEwan se declaraba completamente fastidiado por eso del Dream Team. Lo mismo me confesaron algunos norteamericanos que, supuestamente, integran la Next Generation. A la hora de la verdad, los escritores escribimos porque primero leímos. Y leímos en esa perfecta y multitudinaria soledad que se experimenta cada vez que uno se encierra en un libro. Yo creo - estoy seguro, al menos en mi caso- que todo escritor escribe porque sólo quiere recuperar aquella soledad perfecta que alguna vez sintió como lector puro.
- ¿Crees que a Philip Roth no le dan el Premio Nobel porque ya premiaron a Bellow, un autor muy similar?
- Yo estoy seguro de que Roth ha superado a Bellow. Además, son pocos los escritores de su edad que, en el otoño/invierno de su carrera, experimentan y ofrecen tanto y tan bueno. Tal vez el año que viene le toque coincidiendo con la publicación de Exit Ghost, su ya anunciada última novela del Ciclo Zuckerman. En ella, parece, su alter-ego retorna a Nueva York luego de un largo autoexilio en el campo y descubre a toda una nueva generación de escritores. Va a ser interesante. Pero volviendo a lo del Nobel, las motivaciones detrás del jurado son tan misteriosas que no tiene demasiado sentido perder el tiempo intentando un análisis seguramente impreciso y, desde ya, imposible de verificar. Eso sí: no pierdo la esperanza de que alguna vez le den el Nobel a Bob Dylan.
- Rara vez haces críticas negativas y tus comentarios derrochan un entusiasmo contagioso. Sin embargo, es inevitable preguntarse ¿cuáles son los autores que Fresán tiene en el velador? ¿Son Bellow y Cheever los predilectos?
- Si tengo que elegir entre Bellow y Cheever, sin lugar a dudas Cheever. Y ahora mismo, junto a mi velador, están los siguientes libros: Against the Day, de Thomas Pynchon; Lisey's Story, de Stephen King; una biografía de Ray Bradbury, un trash-thriller muy divertido de Robert Ferrigno que transcurre en unos Estados Unidos futuros y convertidos al Islam; los relatos de Dino Buzzati; The Echo Maker, de Richard Powers; el segundo volumen de las memorias de Gore Vidal; una recopilación de las novelas "escocesas" de Robert Louis Stevenson, el Borges de Bioy Casares (que voy degustando en dosis homeopáticas antes de dormirme) y una guía para padres recientes y primerizos.
La música en 2006De las caderas de Shakira a los nuevos tiempos de Dylan
30/12/2006 El borde del fin de año es el momento adecuado para un resumen de temporada. Aquí, a grandes trazos, lo mejor y lo más grande de 2006, desde The Strokes en enero a Perrosky en diciembre, desde Shakira a Bob Dylan y desde dos grupos llamados Inti-Illimani a uno llamado The Beatles.
Grabó en inglés este año, pero su negocio sigue siendo exportar sabor latino: con su reciente Oral fixation vol. 2 como segunda parte del disco en español que lanzó en 2005, la colombiana Shakira se impuso en los premios Grammy, consiguió un nuevo éxito con "Hips don’t lie" y dio dos conciertos de masas en Chile.
También llegó alto la mexicana Julieta Venegas, que con Limón y sal reanudó la saga de éxitos pop gracias a canciones como "Me voy" y "Limón y sal". El rockero argentino Gustavo Cerati protagonizó también un premiado regreso con su álbum Ahí vamos, que vino a presentar en vivo a Santiago. Compatriotas suyos como Fito Páez y Vicentico también estuvieron de estreno, y los españoles de La Oreja de Van Gogh, además de pisar fuerte con su disco Guapa, señalaron la ruta para una serie de grupos afines como La Quinta Estación o El sueño de Morfeo.
Los mexicanos Maná, con Amar es combatir, y el español Alejandro Sanz, con El tren de los momentos, fueron otros estrenos de este año, en el que también volvió Gloria Trevi y sonaron los baladistas Christian Castro y Axel. Y en las raíces más tradicionales, tres novedades destacadas fueron el retorno de la cantante mexicano-estadounidense Lila Downs con La cantina y los dos entrañables discos simultáneos de la brasileña Marisa Monte entre el samba tradicional de Universo a meu redor y las composiciones nuevas de Infinito particular. Siempre majestuoso, su compatriota Caetano Veloso también vino a enriquecer este año con Cê, su nuevo disco.
Dylan y las futuras generaciones
Esta fue también una temporada de estreno para nuevas figuras como la cantante soul inglesa Corinne Bailey Rae, la pianista y compositora rusa Regina Spektor y la cantante pop inglesa Lily Allen, en un campo en que la canadiense Nelly Furtado hizo valer con el disco Loose su mayor experiencia.
En cuanto a estrenos, uno de los más valorados del año fue el del dueto Gnarls Barkley, entre el cantante Cee-Lo Green y el genio de la producción Danger Mouse, quienes con el disco St. Elsewhere marcaron el rhythm & blues de la temporada. En ese mismo campo, Beyoncé, Justin Timberlake y hasta Paris Hilton reaparecieron en 2006, y un aspiracional Robbie Williams, con Rudebox, hizo el disco más hip-hopero de su vida y de paso vino a dar otro de los megaconciertos del año.
Solistas con más carrera también hubo en este ciclo. Alguna vez cantantes de The Verve, The Smiths, Radiohead y Pulp, en 2006 Richard Ashcroft, Morrissey, Thom Yorke y Jarvis Cocker lanzaron respectivamente sus discos Keys to the world, Ringleader of the tormentors, The eraser y Jarvis, mientras el estadounidense Beck volvió con The information y también Graham Coxon, ex guitarrista de Blur, regresó en plan solista. Una tríada de grupos pop ingleses también se hizo presente entre Placebo, Muse y Keane, mientras los islandeses Sigur Rós, por lo general misteriosos, volvieron con un disco más accesible, fechado en 2005 pero difundido también este año.
Ese supergrupo que es Audioslave fue uno de los destacados rockeros de la temporada, tal como ese supercerebro que es Mike Patton lo fue al escapar de sus habituales parajes más fuertes para acercarse al pop como Peeping Tom. Evanescence también volvió para cosechar la fidelidad de sus fans, en un año marcado además por la nueva vida de Red Hot Chili Peppers y Pearl Jam, héroes noventeros del rock estadounidense. Primal Scream, más rockeros que de costumbre, y Pet Shop Boys, elegantes como siempre, fueron otras voces de la experiencia, y los decanos del género fueron Bob Dylan con Modern times, uno de los discos del año, Tom Waits con su trilogía Orphans: brawlers, bawlers & bastards y The Beatles, incombustibles: primero editaron la recopilación The Capitol albums vol. 2 y cerraron 2006 con su exitoso Love.
Parte de lo más interesante del año se concentró en los regresos de grupos que hace cuatro años cambiaron el curso del rock hacia la energía de las guitarras. 2006 comenzó con el nuevo disco de The Strokes y de ahí en más aparecieron los nuevos álbumes de Yeah Yeah Yeahs, The Rapture, Liars, The Raconteurs, que este año tomaron el espacio de los White Stripes, o The Vines, junto a nombres más melódicos, brillantes o disparados como Death Cab for Cutie y The Killers o TV on the Radio. En Inglaterra el estreno del año fueron los Arctic Monkeys, flanqueados también por Hard-fi, The Magic Numbers y el nuevo disco de Kasabian, Empire. Una estatura especial tiene el regreso de The Flaming Lips y Yo La Tengo, y una combinación de dos mujeres indispensables, Cat Power con The greatest y Peaches, con Impeach my bush: canciones acústicas versus agresividad sexual explícita.
Chilenos, la autogestión y la exportación
Un DVD nuevo, una relación cada vez más entusiasta con el público mexicano, ediciones de sus discos en México y EE.UU. y una consolidación en Chile son los rasgos que hicieron de 2006 el mejor año para Los Bunkers, el nuevo grupo exportable chileno sobre la base de seis años de carrera y de su más reciente disco, Vida de perros (2005). Y no fue el único caso local de ambición internacional de la temporada, en la que varios rockeros apuntaron a otras fronteras.
El nuevo disco de Lucybell (Comiendo fuego), también radicado en México, fue uno de los primeros hitos del año, tal como meses más tarde lo fue la reunión de Los Tres, quienes lanzaron el álbum Hágalo usted mismo, volvieron a girar en vivo y también actuaron en México y EE.UU. En el año histórico en que también se separaron Los Prisioneros, Claudio Narea se emancipó como definitivo solista con El largo camino al éxito, y la banda de reggae Gondwana reanudó con el disco Resiliente una carrera de alcance internacional en aumento.
Tres nombres de distinta naturaleza marcaron la temporada musical pop en Chile. Nicole volvió desde Miami para estrenar su disco Apt. y resituarse en nuestro país. Javiera Mena apareció en la superficie luego de años en el circuito independiente para editar con el sello argentino Índice Virgen su debut Esquemas juveniles, y Daniela Castillo provino desde la trinchera opuesta –el programa de TV "Rojo"– para lanzar Obsesión, un disco producido en Miami. Kudai atravesó su propio trance entre el lanzamiento de su disco Sobrevive y la llegada de la cantante Gabriela Villalba en reemplazo de Nicole Natalino. Y el pop rock hecho en casa también fue prolífico entre los nuevos discos de Daniela Aleuy, Rodrigo Jarque, Casanova, Difuntos Correa, Prieto, Bellyco, Alamedas y De Saloon.
Uno de los hitos locales fue el hecho de que la pugna de Inti-Illimani derivara al plano musical y, pese al conflicto, con grandes resultados. Ambas formaciones del conjunto editaron en 2006 sus respectivos discos: Pequeño mundo por cuenta de la que lideran los hermanos Coulon, y Esencial, de parte de Inti-Illimani Histórico. Uno de los discos esenciales del año fue el que Francesca Ancarola dedicó a la obra de Víctor Jara, Lonquén, y en la misma línea de música acústica o de raíz en el folclor aparecieron nuevos trabajos de Daniela Conejero, Quelentaro, Illapu, Eduardo Gatti, Julio Zegers, Cecilia Echenique, Chamal, Cuncumén, los cuequeros Pepe Fuentes y María Esther Zamora, Las Torcazas, Las Capitalinas, Los Tricolores y Los Santiaguinos, y dos discos de tributo: Homenaje a Los Jaivas y Mil voces Gladys.
Variantes electrónicas desde el pop de Compiuters hasta el sonido instrumental de los Mismos, pasando por Rock Hudson, fueron parte del año. El circuito de músicos de rock y otras experiencias también fue productivo en 2006 en Chile, con nuevos atrevimientos de parte de la Productora Mutante, Mostro, Griz, Las Jonathan o Familea Miranda y abundantes discos rockeros de Perrosky, Camión, Weichafe, Ramires!, Tío Lucho, Jiminelson o Tsunamis Un hito particular fue el logro de Fahrenheit, cuyo disco Nuevos tiempos fue producido por el músico estadounidense David Prater, ex productor de la banda Dream Theater.
Muestras sonoras de hedonismo nacional imperdibles quedaron en la cumbia a la chilena de Chico Trujillo, la sonora paralela del cantante de LaFLoripondio (Aldo Macha Asenjo) y en el sudoroso cahuín nortino que arma Cutus-Clan, grupo integrado por los hermanos Rodrigo, Cristián y Marcelo Cuturrufo. Uno de ellos, el trompetista Cristián Cuturrufo, estrenó además su combo de funk y jazz en otro disco nuevo, Cristián Cuturrufo y la Latin Funk.
Como solistas, el cantante, guitarrista y productor C-Funk, el rapero de estilo dance-hall Boomer, el siempre inquieto músico y productor Cenzi, hoy radicado en Canadá, y el fogueado DJ y productor DJ Raff coincidieron este año en una saludable parada de experiencia funk y hip-hop chilena.
Entre los debutantes de la temporada se contaron el trío rockero que Colombina Parra, Juanita Parra y Ximena Cubillos estrenaron en enero como Besos con Lengua, el promisorio grupo de rock Teleradio Donoso que se dispone a editar su primer disco oficial el año entrante, el debut en vivo del cuarteto Espía, que había lanzado su álbum en 2005; los estenos de las cantantes y autoras María Perlita, Francisca Valenzuela, la aparición del trío noise The Cindy Sisters y el definitivo debut como solista de Anita Tijoux, la cantante de Makiza y Pulentos, que a fin de año debutó con su propia banda, integrada por músicos de Inti-Illimani Histórico. Así quedan planteadas algunas de las noticias listas para sonar en 2007.
Los que partieron
El Padrino del Soul: James Brown, con máximo estilo hasta la tumba.En el día de Navidad vino James Brown a poner el último nombre a la lista de muertes de figuras de la música registradas durante el año.
Lou Rawls, a los 72 años, el 6 de enero. Cantante estadounidense de jazz y blues.
Wilson Pickett a los 64 años, el 19 de enero. Cantante estadounidense, una de las máximas figuras de la música soul.
Ali Ibrahim Farka Touré, a los 66 años, el 6 de marzo. Músico, cantante y compositor maliano, una de las figuras internacionales de la música tradicional africana.
Rocío Durcal, a los 61 años, el 25 de marzo. Actriz y cantante popular española.
Soraya, a los 37 años, el 10 de mayo. Cantante pop y compositora colombiana.
Rocío Jurado, a los 61 años, el 1 de junio. Actriz y cantante popular española.
Billy Preston, a los 59 años, el 6 de junio. Pianista estadounidense, colaborador de músicos como los Beatles y los Rolling Stones.
Syd Barrett, a los 60 años, el 7 de julio. Legendario rockero inglés, primer cantante de Pink Floyd y símbolo de la psicodelia.
Maynard Ferguson, a los 78 años, el 23 de agosto. Trompetista y jazzista canadiense.
Fernando González Marabolí, a los 79 años, el 23 de septiembre. Cultor e investigador chileno de la cueca brava.
Humberto Lozán, a los 81 años, el 31 de octubre. Cantante chileno, voz de la célebre Orquesta Huambaly.
Miguel Aceves Mejía, a los 90 años, el 6 de noviembre. Actor, cantante y compositor mexicano.
Jay McShann, a los 90 años, el 7 de diciembre. Pianista, cantante y jazzista estadounidense.
Juan Azúa, a los 67 años, el 14 de diciembre. Director de orquesta chileno.
Myriam Von Schrebler, a los 76 años, el 23 de diciembre. Cantante y productora chilena, integrante del dúo Sonia y Miriam.
James Brown, a los 73 años, el 25 de diciembre (en la foto). El Padrino del Soul, El Hermano Número Uno del Soul, El Más Duro Trabajador del Negocio Musical, El Ministro del Super Heavy Funk, James Brown merece esos títulos como la eminencia mundial del funk y el soul que es, y que le permitió componer éxitos como "I feel good" y "Sex machine".
Yi yi
Por Francisco Mouat
fmouat@mercurio.cl
Me sucede con relativa frecuencia: veo fragmentos de una película que me gusta, leo páginas de un libro que me mueve, y más ganas me dan de vivir todo el tiempo que se pueda dentro de ese mundo virtual, con leyes que parecen desafiar a esta otra realidad preestablecida que aparece cada mañana en los diarios. Es un escape. Lo sé. Para vivir, prefiero una película que narre la tristeza y la felicidad al titular de prensa del ministro de Hacienda de turno. Cada uno es dueño de elegir los materiales con los cuales acompañar sus días.
Anoche vi en el cable, entre la una y las dos de la mañana, la última parte de una larga película llamada Yi yi. El director, un taiwanés llamado Edward Yang, ha dicho en una entrevista que el tema de su película exige paz. Tiene razón: a la una de la mañana de un miércoles cualquiera, después de hacer dormir a los niños de la casa pasada la medianoche, finalmente en paz, consigo conectarme gracias a un control remoto con Yi yi mientras buena parte del resto de la ciudad duerme. Las imágenes narradas por Yang, el discurso final del niño de ocho años que escribe en su cuaderno una carta a su abuela muerta, diciéndole que quiere llegar a contarle a la gente las cosas que los demás no ven, se quedan conmigo, no se evaporan con el sueño, y reviven esta mañana junto a la ducha. "Mirar la vida en su conjunto", dice Yang, "así como la exploración del día a día, exige paz".
Me dejo atrapar por las obsesiones de Yang: la vida no es lo que nosotros pensamos que es, porque cada uno la cuenta de manera distinta. Lo que dice Yang no tiene nada de especial, pero rara vez nos detenemos a pensar en la dosis de verdad que esconde su sentencia. Hay tantas vidas posibles como narradores dando vueltas.
Leo en el diario que un niño de un año y medio de edad llamado Igor fue encontrado muerto en su casa de Iquique, debajo de una cama, sosteniendo un pedazo de pan en una de sus manos. Llevaba muerto una semana, absolutamente solo, descomponiéndose, sin que nadie se enterara de su suerte. Vivía con su madre, pero ella había muerto en la calle hacía dos semanas y entró a la morgue como NN, sin identificarse, y en todo ese tiempo nadie se enteró de cómo se llamaba ni supo que un niño la había estado esperando en casa para sobrevivir.
Un amigo cronista escribe el domingo pasado en el diario un texto revelador: dice que vivimos haciendo equilibrio en líneas imaginarias. Que la vida consiste en pasar a otra cosa permanentemente. Que todo lo que se dijo sobre Pinochet después de su muerte ya se fue por el desagüe.
Qué cierto. Avanzamos anestesiados por un camino que cada día se nos presenta con mayor o menor dificultad, sin entender demasiado si hay un libreto que dirige nuestros movimientos. La historia del niño muerto en Iquique constituye una imagen horrorosa de soledad y abandono, pero esa imagen es apenas el fragmento de una película mayor donde también existen Yi yi y tantas otras historias que conviven en nuestro imaginario representando las dos caras de una misma moneda, el anverso y el reverso del cine de Edward Yang y de nuestras propias vidas: la tristeza y la felicidad, el amor y el desamor, la risa y el llanto, la esperanza y la desesperación, la música y el silencio, la distancia entre la vida y la muerte, la frase a tientas o la última palabra. Francisco Mouat.
LECTURAS DE VERANO
Dr. Van der Weintraube
Por Dr. Van der Weintraube
Fin de año: elegir las lecturas del verano. Aposté por Orhan Pamuk y el Nobel ganó este genial turco y tenemos un escritor absolutamente legible y original. Confiesa su deuda con escritores contemporáneos desde Javier Marías, el notable autor español, hasta el complejo Thomas Pynchon. La obra de Pamuk va desde el tierno y evocador Estambul, la línea policial negra de El libro negro y el juego de espejos y voces de Me llamo Rojo, su obra maestra, así como la línea política con Nieve. Atentos a otro que va directo al Nobel: Haruki Murakami. Crónica del pájaro que da cuerda al mundo es sencillamente documental. Kafka en la orilla es lo último publicado en español, pero no se le conoce libro malo.
Oriente está marcando tendencias. El cine y la novela. Hay quienes dicen que si Dios fuera novelista escribiría como Yasunari Kawabata. Limpio, tenue, dulce, intenso, delicado. No hay que olvidar a la magnífica Irene Nemirovsky. Los nazis se encargaron de que no fuera el genio total del siglo XX. Suite francesa ganó todos los premios mundiales. David Golder es perfecta y El baile, una joyita, pero Suite francesa, encontrada, rescatada, inacabada, es extraordinaria. Un título equivocado: La historia del amor, de Nicole Krauss. No es cursi novelita del corazón. Es un texto experimental de literatura sobre la literatura, pero de esas que se entienden. El título pertenece a una novela rara, escrita en yidish, publicada en español y comprada por el padre de la narradora en Buenos Aires. Jóvenes que dejaron de creer para siempre en lo literario: cualquier cosa de Philip K. Dick (ícono de la relectura de la ciencia ficción, con una novela suya hicieron "Blade Runner") o Chuck Palahniuk (El club de la pelea fue su primera novela). Latinoamericanos notables. Mario Bellatin, Alan Pauls, Rodrigo Fresán, Alonso Cueto, Arturo Arango, Leonardo Padura. Un libro totalmente indispensable: los Cuentos completos de la gran Flannery O'Connor, al fin traducidos en versión completa. Especial para lenguas bífidas, cuentos políticamente incorrectos, irónicos, insolentes.
Y la emoción de verdad del candidato permanente al Nobel, Amos Oz. Si encuentran Desde el mismo mar o Una historia de amor y oscuridad, preparen los kleenex. Para terminar, una de las mejores novelas del año: El mar, de John Banville. Fino, delicado, sutil, perfecto. Si les gustan más policiales, del mismo autor El intocable, El libro de las pruebas o Imposturas. Y completar el equipaje con Henning Mankell o James Ellroy, buenos y duros, como para el verano. Esas lecturas sin prisa pero sin pausa.
Los jueves
Por Francisco Mouat fmouat@mercurio.cl
De un tiempo a esta parte, siete, ocho semanas, me junto a almorzar religiosamente los jueves con el poeta Erich Pohlhammer en algún comedero de Santiago. Como pasaron muchos años sin vernos, la primera cita fue un vano intento por hacerle saber al otro qué se habían hecho nuestras vidas. Pero resumir el tiempo transcurrido es una tarea imposible, así que rápidamente abandonamos cualquier propósito en ese sentido y nos abocamos desde ese día a trabajar (es un decir) en un libro que le propuse que escribiéramos durante los próximos cinco años. Dije cinco años como pude haber dicho tres o diez: el tiempo necesario para que pase agua bajo el puente y las conversaciones cristalicen en recuerdos, historias, ideas, relatos inteligibles. Al almuerzo voy con algo más que lo puesto: una lapicera, una libreta de apuntes, algunos libros para citar.
La primera vez que nos vimos después de tanto tiempo le pregunté por la muerte de su padre, el escultor Roberto Pohlhammer, ocurrida un par de años atrás. Recordaba haber leído que él no estaba en Chile cuando sucedió. Así fue. Pohlhammer vivía de paso en Ecuador, no tengo muy claro haciendo qué, pero ese día en la tarde había mucho sol y Erich caminaba por una calle de un pueblo ecuatoriano cuando un señor lo abordó y le dijo que habían llamado de Chile para informar que su padre había muerto. Pohlhammer quedó algo aturdido, no preguntó detalles, siguió caminando y asegura no necesariamente haber sentido pena en ese momento.
Nuestros primeros almuerzos fueron en un local llamado La Panera, en General Holley con Nueva Los Leones, un sitio donde Pohlhammer se sentía a sus anchas por ser "asesor creativo y cultural" del restaurante. Fui testigo en esos días de cómo Pohlhammer se reunía con frecuencia con el dueño del local para, al calor de unas cervezas invitadas por la casa, insistirle en la necesidad de montar unos espectáculos los viernes y sábado en la noche titulados "¿Cuántos schops vale tu show?", siguiendo la lógica del mítico programa de televisión que hace que hasta hoy gente en la calle reconozca al poeta y le eche una talla.
El problema es que el local no prendía; a la hora de almuerzo se dejaban caer muy pocos parroquianos, y faltaba ambiente. La niña que atendía las mesas decía que en la noche penaban las ánimas. Cuento corto: la última vez que nos juntamos en este sitio, me encontré a la hora convenida con Pohlhammer sentado junto a la puerta y el boliche cerrado a machote. Un grueso candado en la reja, las mesas arrumbadas adentro, y nadie cerca para dar una explicación. El negocio había quebrado. Ver al poeta muerto de la risa, sentado en la misma terraza donde antes había un restaurante dibujado y ahora reinaba la desolación, era una imagen graciosa.
Ahora los jueves con Pohlhammer se desarrollan en un boliche oscuro de calle Irarrázaval, y cada vez concurren más y nuevos parroquianos. Yo por mi parte sigo tomando notas y pensando en el libro que podría estar fraguándose de aquí a cinco años más. El último jueves apareció supuestamente Platón en la mesa: "El tiempo es la imagen móvil de la eternidad". ¿Sería Platón el que dijo eso, o Pohlhammer se arrancó con los tarros? También leímos en voz alta un poema del mexicano José Emilio Pacheco que sacó aplausos: "No importa que la flecha no alcance el blanco/Mejor así/No capturar ninguna presa/No hacerle daño a nadie/pues lo importante/ es el vuelo la trayectoria el impulso/el tramo de aire recorrido en su ascenso/la oscuridad que desaloja al clavarse vibrante/en la extensión de la nada".
Para el almuerzo de esta semana tengo reservado a otro mexicano, Sergio Pitol. Uno es, decía Pitol, los libros que ha leído, la pintura que ha visto, la música escuchada y olvidada, las calles recorridas. Uno es su niñez, su familia, unos cuantos amigos, algunos amores, bastantes fastidios. Uno es una suma mermada por infinitas restas.
Saturday, March 31, 2007
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