Saturday, March 31, 2007

Iñaki

Por Francisco Mouat

En pleno verano, mi amigo Tito Matamala me hizo llegar por correo electrónico el último cuento que escribió: No me daba para Truman Capote. La historia de Tito está basada en un caso real: el de aquel estudiante fantasma que se hacía pasar por extranjero y engatusaba compañeras de curso con su buena pinta y una conversación envolvente, para después terminar estafándolas. Matamala tuvo la suerte de verlo actuar en vivo y en directo en una escuela de periodismo de Concepción, y fue incluso su profesor en un curso de Redacción Periodística.
Leí el cuento de Matamala de un tirón y recordé incluso cuando una vez, hace cuatro o cinco años, este grandote alcanzó a aparecer en televisión haciendo la señal de la paz o de la victoria y mandándole un beso a la cámara mientras se lo llevaban preso.
Las veces que fue a parar a la cárcel no demoró mucho en salir por buena conducta, y ya lleva más de dos años en libertad sin que nadie esté enterado de su paradero. ¿Con qué identidad falsa se presentará en estos días "Bello Marcelo", como lo bautizaron los diarios en esos días? ¿Estará aún en Chile, o atravesó la frontera y hoy sus personajes actúan en escuelas universitarias de Argentina, Perú y Bolivia?
Su nombre real, o mejor dicho el que figura en su carnet de identidad, es Marcelo Smith Bofill, chileno de tomo y lomo que en distintos campus de Viña, Santiago, Concepción, Valparaíso y Valdivia se las arregló en los últimos diez años para introducirse como alumno francés o español con una montonera de nombres falsos.
En casi todas las escuelas se presentó como egresado de la carrera de periodismo que venía a un intercambio estudiantil. En Valdivia, su actuación como el español Felipe Velasco fue tan convincente que sus compañeros en vez de llamarlo por el nombre que se había inventado le decían "Iñaki". Su acento y sus seseos eran perfectos, y además seductores. Conseguía novia con facilidad a donde iba, y varias de ellas acabaron denunciándolo a la policía por robo de especies o por estafa. También era un experto en escapar de las manos de dueñas de pensión que nunca podían cobrarle una mensualidad.
En una de sus andanzas en Concepción, Marcelo Smith se hizo pasar por un estudiante francés de periodismo. Llegó en marzo a clases, relata Tito Matamala en su cuento, con una mochila enorme de andinista y rápidamente se integró al equipo de fútbol como centrodelantero. Se hacía llamar Gerald Rees Wills, y hablaba un español fruncido, todo afrancesado, "cargado de erres y ges arrastradas", de caricatura, que sin embargo cautivó desde el comienzo junto a su "porte atlético y musculoso". Se puso a pololear al poco tiempo con una alumna alemana, y la pobre sólo se enteró que su media naranja era un ladronzuelo cuando comprobó que el muñeco había girado más de dos millones de pesos de su tarjeta de crédito.
Marcelo Smith desaparecía de la escena del crimen cuando ya no había espacio para seguir engañando, y de tanto repetir la historia le llegó la hora: cayó detenido varias veces en poco tiempo y su treta se hizo demasiado conocida para seguir ensayándola. Como el hombre era pacífico y de buenos modales, recuperó la libertad y ahora no sabemos dónde está. En su cuento, Tito Matamala lo imaginaba en la soledad de sus noches, después de actuar todo el día de español o francés, mirándose al espejo y echando un par de garabatos en buen chileno para desahogarse, cansado de "la impostura permanente de un idioma ajeno".
A lo mejor Smith en estos días es un ciudadano de trigos limpios que no anda metiéndole cuentos a nadie, pero es sabido que la fuerza de la costumbre normalmente puede más, y que el que nace chicharra muere cantando. Aún esperamos la vuelta a clases de uno de los pillos más divertidos de los últimos tiempos. Francisco Mouat.

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