Rafael Gumucio
Domingo 03 de Enero de 2010
Sinceridad
Leí con interés y pasión muchos libros el año 2009. Pero sólo devoré dos: Missing de Alberto Fuguet y Correr el tupido velo de Pilar Donoso. Me atrajo de ellos, primero, lo confieso hidalgamente, el malvado chisme y el inevitable morbo. Fui a buscar a Alberto Fuguet y me encontré con su Carlos Fuguet, uno de los personajes más entrañables de la literatura chilena. Fui a buscar a José Donoso y me encontré con las tinieblas y luces de María Pilar Serrano, su esposa, un personaje demasiado literario para caber en las novelas de su marido, pero que en la voz de su hija encuentra todos sus matices e intensidad.
A la postre es esa otra cosa, el otro, ese al que nadie le pregunta nada, ese que hay que ir a buscar al fondo de Estados Unidos para que nos cuente su historia, lo que me interesa en ambos libros. Hay en esos dos libros muchas novelas que no se atreven a serlo. Es quizás el tupido velo que les falta por rasgar, saberse y defenderse como eso, parábolas hechas de palabras. Missing habría pasado de ser un gran libro a una obra maestra de las inmensas si el poema de la octava parte se hubiese liberado de tantas páginas de indagación a ratos autobiográfica y a ratos autoindulgente con que su sobrino intenta enmarcar la historia. Demasiado preocupado Fuguet de ser Fuguet no se deja ser el otro escritor que nos revela, el heredero de Manuel Rojas, el escritor chileno actual que sabe contar mejor que nadie la historia de esos hombres que habitan en sus propios cuerpos como otros viven en sus ideas, sus casas, sus miedos. Un hombre, ese personaje tan bien delineado con tan pocos elementos, que se rebela contra su autor y nos prueba que no es un perdido, sino alguien que vive como puede sus propias reglas.
Algo parecido nos pasa con las miles de posibilidades narrativas, los miles de delirios posibles que nos abre el testimonio de María del Pilar Donoso. Mundos que la hija tiene la valentía de enfrentar, pero que al mismo tiempo se apura en volver a cerrar en el pudor comprensible del afecto, ese mismo que nos priva de leer entero Conjeturas sobre la memoria de mi tribu y los diarios, que parecen cada vez más ser el centro oculto de la obra de Donoso.
Llamar a estos relatos sinceros, alabar su falta de concesiones, es la manera más tramposa de alabarlos. Los anaqueles están llenos de latas sinceras que se transforman en sinceras latas. ¿Eran sinceros Balzac, James, Proust, o Chéjov? Sí y no. Tolstoi novela en Ana Karenina los pormenores de su propio matrimonio, pero no lo hace para contarnos su vida en detalle, sino para insuflarle vida a su relato. Su biografía, sus diarios, sus cartas son una linterna que le permite avanzar en el túnel de lo incierto, las otras vidas, la de los personajes que él no fue ni conoció.
En literatura, la sinceridad es un método no un fin. El escritor no está para decir su verdad, sino para revelar de qué están hechas las mentiras suyas y del resto. Que deba, para hacerlo, mentirse lo menos posible es sólo un gaje del oficio. Un buen escritor trabaja siempre con los hierros calientes de su experiencia más próxima, pero lo que le da su fuerza es la sutileza despiadada con que lo martilla para darle forma, como si no se tratara de su alma, de sus afectos, de su vida. La valentía de un escritor no está muchas veces en lo que cuenta, sino en lo que deja de contar, en lo que borra no para quedar bien con su tía abuela, sino para que sea el texto el que quede perfecto. Es esa frialdad, es esa artesanía lo que les da poder a estos dos libros.
La alabanza a la sinceridad en literatura esconde quizás también una forma secreta de castración. Pilar Donoso nos cuenta en detalle en su libro los interminables meses en los que su padre se encerraba tratando de sacar del fondo mismo del subconsciente los patios llenos de monstruos de sus novelas. En un mundo de novelas híbridas, de jugueteos vanguardistas o simples relatos mínimos, la aventura que emprendió Donoso nos parece una audacia que ya no nos permitimos. En la sinceridad que les pedimos a los libros hay quizás también la confesión de una incapacidad, la de sentir nada demasiado profundo por seres que puedan tener más de una máscara, un nombre, un sexo.. Nos da miedo, más miedo que nunca en la historia de la literatura, contar una historia entrevista en sueños, librarnos a los demonios del subconsciente. En un mundo lleno de cafeína, queremos seguir despiertos a toda costa.
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