Tuesday, February 16, 2010

Avatar





Las películas de James Cameron vienen fijando el estándar fílmico del pensamiento políticamente correcto de EE.UU.

Ascanio Cavallo
No hay forma de desconocer la singular eminencia que James Cameron se ha labrado en el cine norteamericano reciente. Hay por lo menos dos razones para ello. La primera es que, hoy por hoy, es el único director de Hollywood capaz de gastar cientos de millones de dólares en una película con el aire seguro de quien los va a recuperar de todos modos, una gracia que no está a la mano de cualquier cineasta, ni menos de los pejerreyes que se sienten mejor dotados que este tiburón de la industria.
La segunda es que sus películas vienen fijando el estándar fílmico del pensamiento políticamente correcto de EE.UU. Fue así con Titanic, en el apogeo de la era Clinton, con la reivindicación de la igualdad social y la crítica a la prepotencia de la ingeniería capitalista.
Y vuelve a serlo con Avatar, filmada en el ocaso de la era Bush y el inicio de Obama. Hay mucho de Titanic en Avatar; especialmente el centro de la historia romántica, con el joven que madura y descubre su propia nobleza a través del amor por una mujer, en principio, superior. Pero hay mucho de los temas que vienen agitando a la cultura norteamericana en la década que termina: el respeto a la diferencia, el antiimperialismo, el cuidado de los ecosistemas, la sustentabilidad verde.
Como relato, Avatar es atrevido. Concibe una situación límite para la Tierra -2154, los recursos naturales se agotan-, imagina un cuerpo celeste donde hay formas de vida parecidas a la humana -la luna saturniana Pandora-, y crea un pueblo nativo con sus dioses, su cultura y hasta su lenguaje, los Na'vi. Y bien, ¿no es esto lo que suele hacer la ciencia ficción? Sí, pero desde el punto de vista del cine, implica decisiones tremendas: o se estiliza la realidad hasta casi desvanecerla, como el Alphaville de Godard, o se acerca el decorado a la abstracción metafísica, como el Solaris de Tarkovski, o se crea un mundo enteramente nuevo, con sus propias briznas, sus árboles arbitrarios, sus nenúfares extraños y sus animales fantásticos, con ojos, dientes, pezuñas, alas, garras y pelajes singulares.
Esta es la opción de Cameron. Una opción que, por la sobreabundancia y la notoriedad de los detalles, cabría llamar gótica, adornada con 120 años de cine. Una opción que hace de Avatar algo parecido a esos retablos medievales con centenares de figuras primorosamente detalladas, donde es difícil distinguir si más allá de la artesanía hay realmente una visión del mundo, o si esa visión se ejecuta en el hecho mismo de la artesanía. Igual que en Titanic, por todo lo simples que son las ideas de Avatar, con su teoría de Gaia vulgarizada y sus personajes básicos (el coronel fascista, el ejecutivo salvaje, la científica sagaz), hay una constelación de detalles poéticos, delicados o simplemente asombrosos que desplazan la mirada desde el conjunto hacia la minucia.
Están ahí para confirmar que Cameron es uno de los huesos duros de la industria del cine. }
Avatar
Dirección: James Cameron. Con: Sam Worthington, Zoe Saldana, Sigourney Weaver, Stephen Lang, Giovanni Ribisi. 162 minutos.

Ascanio Cavallo.

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