Benditas palabras
Francisco Mouat
Me lo regaló una amiga cuando aún estábamos en la universidad, y ha sobrevivido a mudanzas y olvidos. Lo hizo ella misma: sobre un trozo de arpillera de diez centímetros de ancho por unos setenta de largo, bordó con letras moradas unos versos de Rimbaud que me acompañarán, espero, hasta el final. Puedo recitarlos de memoria, sin mirarlos, desde hace casi treinta años: "Entretanto es la víspera, recibimos todos los influjos de vigor y de auténtica ternura; y al amanecer, armados de una ardiente paciencia, entraremos a las espléndidas ciudades".
He visto a mi amiga Marisol muy pocas veces en todos estos años, y cuando la he visto, casi siempre al pasar, no sé si le he dicho lo mucho que me importó y me importa su regalo, estos versos que ahora veo cada día colgando desde el costado superior izquierdo de mi escritorio. No son sólo palabras, como dice Teillier, un poco de aire movido por los labios para ocultar lo único verdadero: que respiramos y dejamos de respirar. Son palabras benditas que viajan con nosotros, equipaje de mano para enfrentar la vida con los pies bien puestos no necesariamente sobre la tierra, sino sobre lo mejor del espíritu.
Las palabras bien dichas no sólo cuentan la belleza. La mayoría de las veces nos cuentan antes el horror, el dolor, la ignominia, la perversión, el vacío y la soledad, pero no por ello dejan de ser benditas, justamente porque nos revelan un mundo esencial que subyace debajo o detrás de las apariencias. En una conversación con Vicente Undurraga publicada en The Clinic, Raúl Zurita dice haber entendido a Bolaño cuando se dio cuenta de que era un tipo desesperado que se jugó el todo por el todo en sus libros, que se atrevió a ir hasta el límite, que no cerró los ojos cuando enfrentó una y otra vez las zonas más oscuras de sí mismo y los demás. Alega Zurita que en todo arte hay una reserva básica de criminalidad, de transgresión, de disconformidad, de rebeldía. Y que sin embargo él también necesita al amor para sobrevivir. El libro que acaba de terminar, Mein Kampf, del cual imprimió y empastó sólo cinco ejemplares, se lo dedica a su mujer: "Para mí el amor es la única barrera que puedes oponerle al hecho inminente de la muerte. Es la única resistencia. Cuando estoy en mi casa solo con la Paulina, no hay enfermedad. Desaparecen todos los movimientos, es súper impresionante. Es tan grande el amor que siento por ella que de repente casi me pongo a llorar del privilegio. De esta especie como de regalo en estos años finales".
Las dos cosas que más me han gustado del Clinic en el último tiempo fueron esta entrevista a Zurita y una conversación de Catalina May con el poeta Ennio Moltedo, que vive en Viña y que nunca prácticamente ha salido de ahí. Seguramente es la voz de los poetas la que más me interesa escuchar hoy. A ninguno de los dos les gusta el país que ven y que viven. Sus voces se cruzan, Zurita le echa flores a Moltedo: "Es uno de los poetas más finos, grandes, curiosos y buenos de Chile. Si no es más conocido es porque la poesía excede con creces los tiempos de nuestras vidas humanas".
Me detengo en un breve texto de Ennio Moltedo: "Protégeme, Dios mío, del sentido pedagógico y deja que cada día me sorprenda viendo pasar -sin estilo- el viento por la esquina".
Palabras, benditas palabras: cómo vivir sin ellas, cómo agradecerles el regalo de encontrarnos unos con otros antes de quedarnos completamente solos. Ayer leí La nieta del señor Linh, de Philippe Claudel, donde el protagonista, un abuelo desterrado junto a su nieta, aprende a decir buenos días en una ciudad hostil para poder comunicarse con su nuevo y único amigo el señor Bark, que lo espera diariamente en el banco de una plaza. Al señor Linh le bastan su nieta, su amigo y unas pocas palabras para no morir. Anteayer leí El libro de mi madre, de Albert Cohen, donde el narrador homenajea a su mamá y al amor que ella le obsequió sin pedirle nunca nada a cambio. Cada hijo tiene una historia particular con su madre, a veces dolorosa y distante. Afortunadamente unos pocos escritores (entre ellos Richard Ford, Gabriela Mistral, James Ellroy, Albert Cohen) escriben esas historias con pasión y sin mezquinar detalles, ayudándonos a fijar la vista en esa mujer estelar sin la cual no hay verbo, no hay nada, nada. Nada.
“¿Crees que el origen de las especies de Darwin se equivoca?, ¿Dónde crees que estás, en la Norteamérica del siglo XXI?”, Doctor House en la cuarta temporada
Hijos con hijos
Francisco Mouat
Vino mi amigo Daniel a Chile, desde Uruguay. Sabe que soy fanático y me trajo de regalo un devedé del cantante Jaime Roos, Hermano te estoy hablando, en donde toca sus canciones más íntimas, las "canciones interiores" de los discos, las menos populares, que son además, dice el propio Roos, las favoritas de sus mejores amigos, las que él se moría de ganas de cantar en un espectáculo especial, como el que grabaron en el Teatro Solís de Montevideo en julio de 2008.
Disfruté la amistad de Daniel mientras estuvo en Santiago, y por supuesto el disco de Roos, donde el cantante aprovecha de hablar de los amigos que lo salvaron, de los amigos que lo cuidan y a los que él también cuida.
Cuidarse, cuidar a otra persona, ser cuidado por alguien: es un tema en la vida. Le comenté ese momento de la conversación a Daniel, y comprobé que a los dos nos hacía mucho sentido. Coincidimos en que la palabra cuidar que empleaba Roos se había empezado a convertir en nuestras vidas en una palabra muy importante. ¿Por qué? No lo sabemos con claridad. Sospechamos que puede ser la edad: los dos somos cercanos a la cincuentena, hemos vivido completamente la experiencia de haber sido cuidados y de cuidar a otros. Hijos con hijos, sabemos reconocer al menos la fragilidad sobre la que se levanta buena parte de lo que somos.
Mis dos hijos hombres vienen llegando de un largo campamento scout en el sur. Durante semanas no tuvimos prácticamente ninguna comunicación con ellos, salvo un escueto llamado telefónico de un minuto el día de mi cumpleaños. Ahora nos enteramos de que durante el campamento de veinte días hubo un principio de incendio en el fundo donde estaban, y que hacia el final una plaga de enfermos obligó a adelantar en un día el regreso, porque llegaron a ser cerca de cien los niños con diarrea y vómitos y fiebre en algunos casos. Los míos no fueron la excepción, pero afortunadamente volvieron bastante recuperados. Alguien cuidó de ellos: los jefes de patrulla, los profesionales del consultorio de Yungay, aquellos compañeros que estaban en mejores condiciones. Y seguro, en algún minuto a ellos también les correspondió cuidar a los más enfermos. Qué gran aprendizaje.
La vida doméstica de cada día nos ofrece a cada momento una oportunidad para cuidar o ser cuidados. La primera vez que nos íbamos a encontrar con Pierre Jacomet en un café de Reñaca, estaba lloviendo a chuzo en la costa, había un temporal desatado, y Pierre me llamó cuando ya viajaba por la carretera para proponerme que me devolviera, y que nos reuniéramos a la semana siguiente. "Soy viejo ya, conozco estos temporales, sé que son traicioneros, no quisiera que te pasara algo y después lo lamentemos", me dijo: "Esperemos a que se arregle el tiempo". Le hice caso, y regresé a Santiago. Estaba en sus genes cuidar a los que lo rodeaban, descuidando incluso a veces su propia salud. A sus mejores amigos, y a los que pudimos llegar a serlo pero no alcanzamos a ocupar ese privilegio porque una pulmonía lo mató un par de meses más tarde, Jacomet los envolvía con su prosa, su lucidez y una mirada directa a los ojos.
A muchos de nosotros, lo sé, nos gustaría experimentar el privilegio de cuidar con nuestras propias manos a tantas almas cercanas que nos importan en la vida. Aunque no lo sepamos, tomamos a diario decisiones éticas. Lo que hacemos con uno, lo dejamos de hacer con otros. Anoche vi una película magnífica, de una directora danesa, Susanne Bier. Se llama Después de la boda: el protagonista es un danés llamado Jacob que está radicado en Bombay a cargo de un orfanato de niños. Debe viajar a Dinamarca a conseguir dinero urgente para su proyecto de asistencia a niños de la calle, y un encuentro inesperado durante su estancia en Copenhague lo obliga a inventarse un nuevo tablero. Lo que Jacob haga en Dinamarca, y con quién lo haga, determinará en parte lo que suceda en Bombay con los que están a su cargo.
Somos individuos, somos solos, pero también formamos parte de una red tejida sutil e inconscientemente donde se enlazan hombres y mujeres, ancianos, adultos, niños y jóvenes que por alguna razón permanecen atados a nuestro centro, y nosotros al suyo. Es una red de afectos y complicidades con zurcidos y roturas. Me gusta esta conexión impredecible, espiritual, mágica y física, que sin que yo entienda cómo me empuja a cuidar de mí mismo, a cuidar a otros, a dejarme cuidar por ellos, mis esenciales.
Juan Cristóbal Guarello
Jueves 04 de Febrero de 2010
Feo
Una de las imágenes más sorprendentes de 2004 fue ver, en primera fila, con su acreditación y su puesto asignado por los organizadores, al documentalista Michael Moore en la convención del Partido Republicano, donde se iba a proclamar a G.W. Bush como candidato a las elecciones presidenciales de Estados Unidos. Moore, quien había atacado a Bush de la manera más ruda y desde todos los flancos (TV, cine y literatura), fue abucheado sin piedad, incluso insultado, pero a nadie del Partido Republicano se le ocurrió, ni en la más delirante de sus ideas, prohibirle el ingreso al evento. Ellos entienden que la prensa, aunque le creas amarilla, comunista, mentirosa y contraria, tiene el derecho a informar.
Lo anterior lo escribo por un incidente que acaba de ocurrir con las acreditaciones para el Mundial de Sudáfrica. La ANFP, ex profeso, dejó fuera al fotógrafo de la agencia Photosport Andrés Piña. Las razones no son profesionales: Piña, en 20 años de carrera, ha cubierto mundiales, copa Libertadores y América, y Juegos Olímpicos, y su trabajo ha sido premiado en varias ocasiones. El problema es que está enfrentado con la ANFP por una foto que le sacó a Marcelo Bielsa en Japón, donde al técnico le faltaba un diente. La imagen fue comprada y reproducida por un diario (que sí fue acreditado sin problemas), pero al destacado profesional se le negó la acreditación. Lo más grave es que su cupo fue llenado por un fotógrafo comercial que trabaja para empresas y no para medios de comunicación.
En este país no existe respeto por la libertad de prensa; peor, no existe respeto por la “otredad” como decía Kapuscinski. El derecho del otro a existir. A mí, la foto de Bielsa me pareció de mal gusto y no la hubiera publicado en El Gráfico, medio que dirijo. Pero, de la misma manera, hay miles de fotos de Andrés Piña que son fantásticas y están en la antología del fotoperiodismo deportivo chileno, como el segundo gol de Marcelo Salas a Italia en Francia 98 ¿No lo sabía? La sacó Andrés Piña.
En cualquier sociedad desarrollada, el veto a uno de los mejores fotógrafos sería impensable. En Estados Unidos provocaría una querella millonaria por discriminación. En Chile es una gracia, e incluso se celebra. Lo siento, pero en esta pasada la ANFP se equivocó feo.
Festejos
Francisco Mouat
Festejé, como pocas veces, mi último cumpleaños. Pidiéndole primero a un amigo, que tiene un club de jazz en Santiago, que cerráramos el local para los demás amigos y escucháramos música en vivo interpretada por amigos artistas aventajados. Y un par de días después invitando a un lote a comer en el boliche de la esquina de mi casa. No quería celebrar un año más de vida; simplemente quería festejar que estoy vivo.
Cada año que transcurre, con su carga a cuestas de sucesos para el olvido y un canasto lleno de momentos estelares, es mi única oportunidad sobre la Tierra. No puedo ni quiero desatenderla.
Hubo amigos que llegaron a la cita con un regalo: un poema de Wislawa Szymborska que se llama "Posibilidades", o el libro de un brasileño hasta ese momento desconocido para mí, Paulo Mendes Campos, titulado El gol es necesario.
El poema de Szymborska es preciso en traducir las preferencias de una voz poética entrañable: "Prefiero que me guste la gente/ a amar a la humanidad. (...) Prefiero a los moralistas/ que no me prometen nada. (...) Prefiero la tierra vestida de civil./ Prefiero los países conquistados a los conquistadores./ Prefiero tener reservas. (...) Prefiero no preguntar cuánto me queda y cuándo./ Prefiero tomar en cuenta incluso la posibilidad/ de que todo tiene una razón de ser".
El libro de Paulo Mendes Campos es una joyita que lo emparenta con aquellos escritores brasileños que tanto me gustan: Rubem Braga, Fernando Sabino, Clarice Lispector. Leyendo el prólogo me doy cuenta de que una crónica suya llamada "La playa" debiera ser lectura obligatoria de todos nosotros, especialmente en días de sol, como el de esta mañana en la ciudad: "Merezco este día de playa y de sol, dedicado enteramente a esta felicidad deslumbrada hecha de egoísmo orgánico. Hoy yo no sufriría ni por mí mismo. Nuestro destino es morir. Pero es también nacer. El resto es aflicción del espíritu".
Festejé en el Thelonious de Erwin Díaz con mis amigos, con mis afectos. Nos regalamos entre todos una noche libre, comida y bebida, y música a la vena. Magdalena Matthey cantó por primera vez "Vuelta y vuelta", de Congreso: su voz profunda y hermosa moviéndose entre los acordes, y el alma puesta en cada una de las palabras cantadas: "Y sigo caminando calendarios, sigo dando vueltas en un reloj. Todo se termina en un suspiro, y huye alado el eco de la voz. Y vuelta y vuelta, planetas y estrellas".
Me emocioné mucho cuando la escuché cantar esta canción: lloré de alegría. Es como en la crónica de Mendes Campos: en una noche así, no podría sufrir ni por mí mismo. Cuando me conmuevo de esta manera, cuando experimento la fuerte sensación de que estoy viviendo una escena irrepetible y mágica, busco detenerme a dejar constancia de que eso está ocurriendo realmente. Es como fijar la emoción, sentirla físicamente, nombrarla y después alojarla en algún rincón desconocido de mi espíritu, para que me complete y me ayude a resistir en aquellos momentos difíciles que necesariamente vendrán.
Rodeado de afectos y presencias vivas, no olvido que también estamos hechos de ausencias, de silencios, de rostros desvanecidos. A veces, en días de sol como estos del verano, en mañanas luminosas, me siento a convocar a estos ausentes, escucho su silencio, trato de volver a ver esos rostros que han ido lentamente desapareciendo, pero no extinguiéndose. No es lo mismo no estar que no ser. Di vueltas una bodega completa esta mañana temprano buscando unas carpetas y unas fotografías que necesito para un trabajo, y en medio de miles de papeles apareció, perdida durante años, una foto en blanco y negro de mi hermana chica cuando tenía meses de vida y era cargada en brazos. A un costado de la foto, casi saliéndose de ella, desenfocada, sosteniendo a mi hermana, estaba María Rosa Martínez Flores, de Paine, poco tiempo antes de dejar la casa de mis padres, donde trabajaba. Fue una aparición necesaria: tu recuerdo, María, créelo, es aliento en mi vida. Estarás siempre entre las personas que más me importan en este mundo. Nunca ejerciste un gramo de poder. Te respeto tanto, y te quiero; festejo que seas parte de mí.
Planos secuencia.
¿Qué es un “plano secuencia”? Partiendo de que las secuencias se componen de diferentes planos que, posteriormente, serán unidos en el montaje, algo que se denomine plano secuencia deja poco margen de duda respecto a su significado. Un plano secuencia es, precisamente, una secuencia creada sin cortes, con la cámara rodando de forma continua, realizando los diferentes tipos de encuadres que se requieran a través del movimiento o del zoom si es que esto es necesario. La dificultad en la utilización de este recurso estriba, por supuesto, en la cantidad de elementos implicados en la secuencia ya que, a más elementos, más perfecta ha de ser la coordinación de todos ellos y más posibilidades existen de que algo falle. No es lo mismo rodar a un plano fijo de quince minutos en el que los personajes simplemente pasan por delante de la cámara que, por ejemplo, una secuencia de tres en un mercado repleto de gente y diferentes acciones que captar.
Pero, como una imagen –o cuatro- vale más que mil palabras, voy a exponer el plano secuencia de forma gráfica.
Buenos Muchachos Scorsese
Juan José Campanella: El secreto de sus ojos
Empezaré por el espectacular momento de “Kill Bill” en el que la acción se desarrolla mientras las 5, 6, 7, 8’s interpretan el “I’m blue” “Woo hoo”. La cámara se mueve por todas partes, se eleva sorteando paredes, sube escaleras y sigue las dos tramas mientras la gente del bar baila. Este es un gran ejemplo de coordinación ya que, además de todos los elementos físicos, la secuencia empieza y acaba con la canción. (Dur. 2’ aprox.)
La siguiente escena pertenece al inicio de la película de Robert Altman “El juego de Hollywood”. La cámara sale de un interior, se eleva mostrándonos dónde nos encontramos y, a partir de ahí sigue las acciones y diálogos de diferentes personajes, algunas incluso a través de un cristal. (Dur. 8’ aprox.)
Este plano secuencia pertenece a la película Thai Dragón del Tailandés Prachya Pinkaew. Está rodado con lo que parece un gran angular y, yo diría a una velocidad un poquito superior. Lo especial que nos encotramos aquí es que la acción transcurre a toda prisa, hay muchas escaleras y muchos golpes. Las cosas se rompen, la gente se cae desde grandes alturas y no da la sensación de que nos perdamos nada. (Dur. 3,5’ aprox.)
Por último no podía faltar la impresionante secuencia que abre la película de Orson Welles “Sed de mal”. Orson Welles era aficionado a pasar de lo más pequeño a lo más grande y eso es lo que hace aquí. La escena empieza con la colocación de una bomba y el genial pulso de Wells hará que no apartemos la vista de la pantalla esperando lo peor. Y lo hace sin cortes. Puro cine. (Dur. 4’ aprox.)
Actualización: Al parecer, este último video hay que verlo en la web de Youtube. Pincha sobre la pantalla para acceder.
Por supuesto, hay muchísimos más planos secuencia dignos de ser mencionados y se me ocurren unos cuantos.
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