Tuesday, February 16, 2010

Amor sin escalas





Los personajes de Jason Reitman son ahora más normales (¿más maduros?).

Ascanio Cavallo
Ryan Bingham (George Clooney) tiene un trabajo que, para muchos, es la mitad sueño y la mitad pesadilla. La mitad sueño es que viaja un día sí y otro también, hasta el punto de que pasa menos de cinco días por cada mes en su departamento. La otra mitad es que viaja para cumplir con una tarea que nadie desea: despedir gente. Ryan trabaja para una empresa especializada en "desvinculaciones", que hace lo que sus clientes no quieren hacer por sí mismos, y ha desarrollado métodos y discursos para poner miel en la guillotina.
Los viajes mantienen a Ryan en un estado de soltería e incompromiso que le parece perfecto, y que le permite aventuras de ocasión como la que inicia con la seductora Alex Goran (Vera Farmiga), tan viajera como él y con la que sólo puede reencontrarse cuando sus itinerarios se crucen.
La cantidad de encargos que tiene Ryan por todo el país dice, por sí misma, algo elocuente sobre la estabilidad del empleo en el capitalismo moderno. Más expresiva todavía es la iniciativa que desarrolla una ejecutiva de su compañía, la psicóloga Nathalie Keener (Anna Kendrick), y que consiste en realizar los despidos a través de videoconferencias, ahorrando gastos, personal y, sobre todo, viajes. Es decir, que amenaza de obsolescencia y desempleo al mismísimo experto.
El relato cruza, sin forzarlos, los esfuerzos de la joven psicóloga para lidiar con una función en la que se desploman todas sus nociones abstractas acerca del impacto de perder el empleo con la creciente sensación de Ryan de que su libertad autoinferida empieza a combinar mal con su edad y con el deseo de tener un lugar al que llegar.
Los 30 minutos centrales de la película condensan los fracasos personales de Nathalie y de Ryan, pero el momento más importante ocurre cuando el protagonista viaja a su casa familiar de Milwaukee, para la boda de su hermana Julie (Melanie Lynskey), y se enfrenta a su propia soledad en un contexto de felicidad que, siendo un poco frágil y un poco patética, aún así parece mejor que el suyo.
Nada de esto está subrayado; todo ocurre con la levedad del capitalismo, y sin embargo se percibe que algo pesado se está moviendo por debajo de la adhesión a los principios de la astucia y el éxito, de la lógica de los listos y los quedados, los ganadores y los perdedores, los que aprovechan y los que no.
Al director Jason Reitman le han interesado en forma prioritaria las tensiones entre la vida laboral y la familia, como lo mostraron Gracias por fumar (2005) y la aplaudida Juno (2007). Pero hay que ver cómo ha mejorado. Sus personajes son ahora más normales (¿más maduros?), su cinismo está más estrechamente relacionado con los valores de su medio social y sus contradicciones tienen una profundidad más conmovedora, porque no las controlan del todo. Amor sin escalas ya es, por fin, una película sobre gente adulta.
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