Tuesday, February 16, 2010

10 Viajes que hicimos en 2009 (y quisiéramos repetir)





Le pedimos a cada uno de nuestros cronistas que eligiera el viaje que más le gustó entre los que hizo para la revista este año, que explicara por qué fue su favorito y que revelara un buen dato de ese lugar, uno de esos consejos que sólo se dan a los amigos. Aquí están, a la hora del balance y los recuerdos, nuestros diez elegidos.

1 Raivavae, Tahiti LEJOS DE LA CIVILIZACIÓN
No es la mejor playa del mundo. Ni un lugar de moda. Ni siquiera se trata de un sitio cómodo. Todo lo contrario: en el extremo sur de la Polinesia, Raivavae es una diminuta isla de mil habitantes, con tres pensiones familiares como oferta hotelera, sin centros de buceo, tiendas de souvenir, museos, cafeterías ni nada diseñado para el turismo. Tampoco hay restoranes y, para horror de los amigos de los perros, la dieta local incluye a estos animales, siempre y cuando sean de pelaje negro: "No es por el sabor, es por salud", me explicaron, cuestión sobre la cual -desde luego- no puedo dar fe.
Pese a todo lo anterior -y sobre todo debido a que en la isla no hay internet, roaming y el único canal de TV transmite el pronóstico del tiempo durante las 24 horas, en francés-, desde que volví de Raivavae sueño con volver, para vivir una semana exactamente igual a como lo hice: despertar en mi sencilla pieza de la posada Tama, escuchando el canto religioso en lengua nativa que provenía desde la iglesia vecina; desayunar pomelos con los dueños de casa, pedalear con la toalla al cuello para bañarme en una playa solitaria, pasar la tarde tendido sobre la arena, escuchando el sonido de las olas y el de las hojas agitadas por el viento. Porque no hay nada más que hacer en Raivavae. Porque aún está lejos de la civilización. Por ahora.
Un dato. De noviembre a marzo es el mejor período para ir en plan playero a la isla, ubicada a 2 horas en avioneta desde Papeete. El resto del año puede llover una semana sin parar.
2 San Cristóbal de las Casas, Chiapas Mi isla del año
Seguramente fue el contraste. Muchos lugares nos gustan por el contraste. El oficinista de rascacielos sueña con una playa de palmeras, y el provinciano se ilusiona con la selva de cemento. Llegué a San Cristóbal de las Casas, en Chiapas, después de una larga gira de presentaciones por seis estados de México. Habían sido semanas de aviones, de aeropuertos, de hoteles de cadena, de mesas con micrófonos y de fotos junto a la portada de Hotel España, mi más reciente libro. Todo pasaba tan rápido, tan ajetreado, que podía llegar a confundir el nombre de las ciudades y de las personas. Estaba atrapado en el huracán de una gira, hasta que llegué a San Cris. Una ciudad colonial, de vegetación espesa y comida casera. Un sitio de moda entre guías de viajes y donde el tiempo, saludablemente, impone su ritmo lento.
Las primeras horas en la ciudad más famosa de Chiapas fueron incómodas. Me costaba adaptarme a una vida off line, donde la gente podía tardar veinte minutos en saludarse y un desayuno con chilaquiles podía demorar más de media hora. Después del segundo día, comencé a disfrutar un lugar que vive a escala humana y donde no hay urgencia capaz de estropear el tranquilo descanso. Al final, ya no me quería ir.
Mi mejor viaje de 2009 fue a San Cristóbal de las Casas porque fue una isla, aunque aquí no hay mar ni lago alrededor. Me gustó porque fue una verdadera pausa. Y eso, finalmente, es lo que salimos a buscar cuando pensamos en un buen viaje.
Un Dato: Dormir y comer en el hotel-restaurante Casavieja, www.casavieja.com.mx
3 Lapa, Río de Janeiro samba de verdad
Hace meses que me obsesiona Cartola. Su historia. Su música. Es más: mi sueño es, algún día, tener un grupo de samba y poder tocar "O mundo é um moinho", uno de sus grandes clásicos, tal como lo escuché una tibia noche de agosto mientras caminaba por Lapa y oí, desde la ventana de un bar, un arreglo de esa triste y bella melodía que poetiza sobre la tragedia de comenzar a vivir la vida antes de tiempo.
Cartola (o Angenor de Oliveira, 1908-1980) es el mayor sambista de Río de Janeiro. Y Lapa, la razón por la que, creo, uno debiera volver siempre a esta ciudad. Sobre todo, si amas la música y sabes que ir a Lapa, el barrio bohemio y musical de la cidade maravilhosa, es casi una peregrinación.
Lapa es samba, pagode y chorinho. Es, también, pasión, sudor y locura.
No me gustó Río la primera vez que estuve allí, hace cuatro años. Fui enviado por esta revista para cubrir los preparativos del carnaval, y anduve corriendo de un lado para otro. Además, me tocaron días horribles, nublados. Hasta vi redadas policiales en Copacabana. Pero ahora que volví -cuando ya sabía bastante bien quién era Cartola-, me di cuenta de lo valiosas que son las segundas oportunidades. Río, creo, es de esas grandes ciudades en las que siempre conviene ir muy bien dateado, o tener un amigo local que te lleve a los lugares precisos. De lo contrario, es fácil perderse. Y llevarse malas impresiones.
Esta vez tuve suerte: anduve acompañado de dos entrañables cariocas que me mostraron su ciudad como no lo hubiese imaginado. Y ahí, creo, empecé a ver -y a entender- la fascinación que produce Río de Janeiro cuando la vives (o crees vivirla) de un modo más profundo. Además, claro, estuve por primera vez en Lapa. Y escuché, en el mismo lugar donde alguna vez fueron creados, los versos de "O mundo é um moinho", interpretados por auténticos músicos cariocas en honor al mítico Cartola: Óyeme bien, amor / Presta atención, el mundo es un molino / Va a triturar tus sueños, tan mezquino / Va a reducir las ilusiones a polvo...
Un dato: La casa de samba más turística de Lapa (aunque no por eso menos recomendable) es Río Scenarium (Rua do Lavradio 20; www.rioscenarium.com.br). Más íntimo es Carioca da Gema (Av. Mem de Sá 79; www.barcariocadagema.com.br) o el nuevo Mas Sera o Benedito (Av. Gomes Freire 599, www.seraobenedito.com). Imperdible también es programar un viaje según la cartelera del Circo Voador (Arcos de Lapa s/n; www.circovoador.com.br), donde tocan todos los grandes de Brasil.
4 Indonesia EL AÑO NUEVO SEGÚN BALI
Cuesta creerlo, pero así me lo contaron y volvería a Bali sólo para verlo: durante el Año Nuevo balinés, la gente de esta bella isla desaparece. Toda la gente.
El Año Nuevo o Nyepi, que significa "Día del silencio", se celebra puertas adentro y nadie -realmente NADIE- se asoma a las calles. Si algún turista despistado (o porfiado, o borracho, o chistosito) insiste en salir, cuentan que unos no-sé-qué-tan amables guardias de negro tienen la gentileza de ponerlo de patitas en su hotel, con corteses advertencias de que no lo intente otra vez.
Debe ser una imagen insólita. Bali es posiblemente el destino más popular de toda Indonesia y miles de turistas llegan a cada rato, para abarrotar playas, calles, templos. Pero en Nyepi, la extensa playa de Kuta se queda vacía. Las calles del pueblito de Ubud, una especie de capital cultural de la isla, se quedan vacías. Los extensos arrozales salpicados de tallos verdes e inundados de agua que recrea una versión del cielo en la tierra, se quedan vacíos.
Nyepi va desde las 6 de la mañana hasta la misma hora del día siguiente, y tiene estrictas normas: no usar fuego o electricidad, no trabajar ni experimentar placeres, no hablar, no viajar, no comer, no beber.
Tantos "no" tienen un sólo propósito: librarse de preocupaciones mundanas, meditar, conectarse con uno mismo. Y de paso, permitir que la propia isla de Bali se limpie y comience como se debiera comenzar cada año: como si fuese la gran oportunidad de renovarse.
Volvería a Bali sólo para verlo. E intentarlo.
Un Dato. El próximo Nyepi debiera ser el 16 de marzo de 2010 (termina a las 6 de la mañana del 17 de marzo; si quiere volar, hágalo antes o después: cierra hasta el aeropuerto).
5 República Checa y de pronto, praga
El taxi te deja en un hotel soviético con un letrero que dice, en mayúsculas, PRAHA. Miras por la ventana de tu habitación gigante y sólo ves árboles y edificios iguales. Temes que Praga no exista, como tantas ciudades que se diluyen cuando pones un pie en ellas. Para vencer el temor sales a caminar. El día está gris, llueve y el abrigo que ahora mojas es el mismo que vas a usar todo el viaje, pero sigues caminando a paso decidido. Los tranvías pasan junto a ti con sus letreros en un alfabeto que se parece al tuyo pero no es igual, como si estuvieras en un mundo paralelo, ligeramente distinto del que conoces. Sientes que caminas sobre colinas y te imaginas este valle cuando había reyes y reinos, y estás pensando en eso cuando ves, al otro lado del río, sobre lo alto de una colina, el Castillo de Praga. Temes que se diluya cuando pongas un pie en él. Pero no. Puedes tocar sus muros, caminar por sus jardines, visitar su iglesia y mirar la ciudad desde lo alto -los techos rojos, las colinas arboladas- sin perder la sensación de realidad. Porque Praga existe. No fue levantada para los turistas, no es una maqueta ni una suma de tiendas de souvenirs. Praga es de verdad, y el Puente Carlos es firme y sus estatuas te observan con mirada adusta tal como lo han hecho durante siglos, y en Mala Strana hay un museo maravilloso dedicado a Kafka y también hay parques ocultos entre los edificios, plazas donde la gente se sienta a leer o a dibujar, y te dan ganas de ser checo y leer a Jan Neruda y a Vaclav Havel en su idioma, te dan ganas de haber estado en la plaza de San Wenceslao, el rey bueno, entre la multitud que defendía Praga esa mañana terrible de agosto del 68, cuando los tanques rusos sepultaron la primavera. Te dan ganas de ver Praga en invierno, con sus torreones y sus cúpulas oscuras entre la nieve. Y, sentado junto al río, otro día, cuando ya no necesitas tu abrigo húmedo porque el cielo es azul y el sol brilla, das gracias porque Praga existe y no se diluye.
Un dato. El Museo Kafka está en Mala Strana, cerca del Puente Carlos. Abre de 10 a 18 horas, 10 euros la entrada.
6 Perú limadicción
Hay ciudades que encantan a primera vista y uno cae rendido ante ellas de modo violento y definitivo. París, por ejemplo o, mucho mejor, Roma, infinitamente más rica en historia. Otras son huidizas y pudorosas y hace falta asediarlas: así son los bienes arduos, que exigen paciencia. Entre ellas están Londres y Asunción. Recordamos que esta última nos dio, la primera vez que la visitamos, la impresión de ser toda ella un gran barrio Franklin: no muy pulcra, revuelta, llena de ínfimos comercios. Pero al cabo de varias visitas y de caminarla largas horas, nos fue revelando un rostro, más que bello, lleno de carácter (cuánta belleza sosa encuentra uno por ahí...).
Lima está en la segunda categoría, aunque tiene algunas manzanas del centro y algunos parques y perspectivas que atraen de inmediato. Quizá es demasiado extensa, igual que Santiago, y para ir de un lugar de interés a otro hay que cruzar vastos yermos urbanos en que no hay nada digno de ser notado.
Pero lo que ofrece Lima en amabilidad, en historia, en romanticismo y en cocina, no lo ofrece ninguna otra capital americana. Sobre todo ahora que la prosperidad económica ha limpiado casi como con una aspiradora muchas cuadras del centro que estaban, hace unos pocos años, hechas una lástima: ¡esos viejos balcones corridos, muchos de ellos con preciosas celosías, que caían en la ruina! Luego de una campaña enérgica, en que algunas grandes empresas (con el consiguiente bombo y propaganda) tomaron a su cargo la reparación de estos balcones, casi todos han vuelto ahora a su antiguo esplendor.
Y qué decir del borde costero: darse un paseo lento y admirativo por ahí es un gran placer que se puede disfrutar si usted va, claro, bien dispuesto y no de un día para otro.
De los muchos circuitos de interés, le recomendamos tres.
El primero es el del centro histórico, hoy remozado, iluminado, limpio, lleno de iglesias de gran interés, donde se encontrará con impresionantes reliquias de Santa Rosa de Lima y de San Martín de Porres, y artesonados y azulejos del siglo 16. El museo de la Catedral es espléndido: las piezas en exhibición están desplegadas con gran inteligencia: no es un confuso amontonamiento de obras de arte, sino un verdadero museo que permite apreciar cada cosa en su valor.
No debe dejar usted de dar una vuelta por la otra orilla del Rímac, cruzando el viejo puente de piedra del siglo 16 y dirigiéndose por Chiclayo a la Alameda de los Descalzos, algo desprovista de álamos, es verdad, pero con una notable arquitectura colonial. De ese "puente y alameda" cantaba la Chabuca Granda. Dé también una vuelta por la popular plaza de toros de Acho y por el Jardín de Aguas, que está cerca, construido para la Perricholi, la que, nos decían, nunca lo llegó a disfrutar. Viejos barrios en que se funden la piedad de los conventos centenarios con los palacios, ya ruinosos, de las amantes virreinales.
El segundo circuito es el Barrio Chino, el mayor de Sudamérica. Es fantástico entrar por sus viejas calles, algunas convertidas en paseos peatonales, llenas de chifas, de huariques o picás, de comederos y de expendio de comidas para llevar. ¡Qué actividad, que viejos usos, qué cantidad de gente que come sin parar a toda hora, qué verdadera "corte de los milagros" de mendigos, pícaros, ciegos, cojos! ¡Qué mareador movimiento comercial de lo más heteróclito que pueda imaginarse, donde encontrará artesanía de plata y mil chucherías, en medio de un mastique generalizado y continuo! Métase por los callejoncitos donde venden verduras y hortalizas chinas, con canastos llenos de jengibre y de ajo, los dos grandes aromas culinarios de Oriente: verá cosas que no se sabe qué son ni para qué sirven, pero que son dignas de verse.
El tercer circuito es el culinario. En Miraflores hay una aglomeración de buenos restoranes, aunque en materia de huariques de calidad el circuito habría que ampliarlo a Lima entera. También en San Isidro hay buenos restoranes, cafés y dulcerías. Cerca del "óvalo" (o sea, la rotonda) Gutiérrez está el corazón de una zona en que se topan ambos distritos, con buenas librerías (recomendamos Casa Verde y El Virrey). Y no deje de lado la zona de Barranco, donde están restaurando preciosas casas antiguas: es una de las zonas bohemias (de buena bohemia) y más románticas de Lima.
En amabilidad, historia, romanticismo y cocina, Lima supera a cualquier capital americana.
Un dato. Aquí van dos: el restorán Raimondi, en la misma casa desde el siglo 19, con un techo artesonado espectacular (está junto a la iglesia de La Merced, a pasos del Jirón de la Unión, entre la Plaza de Armas y la San Martín) y en el barrio chino el local de Jirón Andahuaylas 693. Ahí están los mejores pasteles chinos; compre un "tai pao" por 7 soles: relleno de carne de chancho, riquísimo.
7 Vietnam Los masajistas ciegos
Caminaba de noche por Pham Ngu Lao cuando recibí el volante. La dirección no estaba lejos. Era mi penúltimo día en Vietnam y al día siguiente no tendría tiempo. Necesitaba un masaje. No lo parece, pero viajar es un trabajo arduo. El barullo de la calle no siempre es inofensivo. Mostré la dirección a unas mujeres que vendían sobre la vereda y apuntaron un cartel pintado a mano a sus espaldas: Instituto Vietnamita de Masaje Tradicional. Miré el volante y me convencí: si son ciegas, tal como dice, deben tocar como los dioses. Atravesé el pórtico semi derruido y aparecí en un patio de tierra donde no había nada. Sólo un altar y una flecha, que apuntaba a una escalera. Crucé nervioso, comencé a subir, y antes de llegar arriba escuché voces. No era el murmullo exótico que esperaba: de pronto me vi en un pasillo de hospital donde corrían en delantales blancos de un lado a otro los masajistas ciegos. En una sala común, con seis camillas separadas por cortinas, los masajistas ciegos conversaban y cantaban desatando nudos al tacto. No era una atmosfera de relajo. Palmoteaban las espaldas como bifes en una carnicería. Pensé en desistir, pero recordé las 30 horas de vuelo que me esperaban al día siguiente. Por 2 dólares la hora, el precio era inmejorable. Un masajista ciego me tomó del brazo y me dejé guiar hasta la camilla. Tendido, cerré los ojos y empecé a sentir sus dedos como agujas. Sus manos caían como piedras y a cada tanto se disculpaba. Terminada la sesión, sentí mi cuerpo más liviano. Quise agradecerle pero cuando abrí los ojos ya no estaba. Tomé mis cosas, salí al pasillo y bajé a la calle hecho de nuevo. Caminaba sin urgencia ni dolores. Sin temores; era otro.
Un dato. El Vietnamese Traditional Massage Institute (185 Cong Quynh, Ho Chi Minh City) abre de 9 a 21 horas, y los fondos recaudados van en beneficio de la escuela que hay en el lugar.
8 Estados Unidos los puentes de san francisco
No sé si fue el whisky a cuatro mil metros de altura, la muerte del adorable Marley -el perro protagonista de la película Marley y yo- en el pequeño televisor de un avión que iba a Texas, la mirada de ojos azules que me despidió en el aeropuerto o el recuerdo aún palpitante de la ciudad que dejaba atrás. El resultado fue el mismo. Terminar hecho un ovillo sobre la fila de asientos desocupados, fantaseando con robar un paracaídas, pensando en saltar sobre la bruma matutina que suele cubrir el cinematográfico Golden Bridge, para volver a observar una de las postales más bellas que regala la bahía al despertar. Si Valparaíso es un puerto que "amarra como el hambre", San Francisco es uno que seduce con el discreto encanto de la abundancia. Una ciudad pequeña. Elegante y no fastuosa, donde la vida transcurre al ritmo vegetal de sus parques, con ardillas que se cruzan frente a uno. Un mapamundi que permite recorrer el planeta completo, a través de su interminable oferta gastronómica y popular. Por ello no es necesario haber vivido el "antes del amanecer" de San Francisco, después de una fiesta repleta de cumbias en el bohemio barrio latino de The Mission, para querer saltar de un avión, para querer abandonar tu antigua vida y quedarte en esta ciudad para siempre. Basta con haber visto a San Francisco a los ojos, hasta descubrir que ese cielo calipso que regala en primavera, resume todos los colores de las fachadas de sus casas victorianas, todos los colores de sus satisfechos habitantes. Eso ya es más que suficiente.
Un dato: En 547 Haight Street está Toronado, un bar con 56 tipos de cerveza de barril de todo el mundo, donde sin importar la hora, siempre es de noche, Un bar de barrio, en el lugar culturalmente más relevante de SF (Haight Ashbury, la cuna de los hippies), con tanta onda como las chicas tatuadas que trabajan en el mesón. Lo mejor es pasarse una tarde ahí, yendo y viniendo entre el bar y el contiguo Rosamunde, una parrilla con 14 tipos de salchichas. Uno se para, tapa la cerveza con su posavasos, va por comida y vuelve. Y nadie osa tocar su cerveza.
9 Locarno, Suiza Estado de excepción
Conocer Suiza es un inesperado placer. Quizás es porque uno se entrega en manos de los suizos, porque confía en que sus quesos son siempre ricos, en que sus relojes son siempre precisos, porque sus trenes funcionan y pasan a la hora y porque ellos mismos han sido siempre tan neutrales.
El placer es aún mayor cuando llegas a Locarno, una ciudad suiza tremendamente italiana. No tengo idea de si a los italianos les molestará la comparación, pero me cuesta pensar que a los suizos algo como eso -o algo, a secas- los vaya a alterar demasiado.
En Locarno te cuentan historias de castillos que no se ganaron en guerras sino que se compraron, y te lo cuentan con orgullo porque los enorgullece haber cerrado un trato con un apretón de manos en lugar de batallas. En Locarno ves el lago, las palmeras en la ribera, los muelles y la plaza reconstituida y te explicas por qué aquí hacen un festival de cine. En Locarno nació y vive María Guzmán, guía turística, quien habla inglés con un espléndido acento italiano y se sube -y te sube- a un segway, te dice que te pongas el casco y te cuenta la historia de la ciudad a medida que avanzas en esa maravilla eléctrica sobre dos ruedas. En Locarno te despides de María Guzmán, te sacas el casco, caminas dos metros y ya te estás zampando un helado. Italiano, pero en Suiza. La gente pasea con sus perros y los perros parecen tan felices, y la gente tan contenta, y las mujeres tan casualmente atractivas que te pillas preguntándote cuánto costará un arriendo por ahí y en qué podrías trabajar. Y cuando vuelves ya no eres el mismo.
Un dato. Subir al santuario de la Madonna del Sasso, por su espectacular vista de la ciudad y del lago Maggiore. Si no tiene espíritu de deportista o de peregrino, hay un funicular. Bajar a pie es recomendable para cualquiera.

10. Mi fiesta de BabetteChampagne, Francia
Pan de especias con foie gras, galletas de rosa y, por cierto, champagne brut nature en copa con forma de tulipán: este menú champenoise por excelencia me dio la bienvenida al viaje por una tierra mítica y sugerente: Champagne, la región, el terruño, el terroir en el norte de Francia, compuesto por distintas ciudades y pueblos antiguos, donde se produce la bebida más elegante del mundo y donde cada hectárea vale un millón de euros.
Fue mi viaje favorito 2009 (después de aquel inolvidable a la Casa Blanca de Obama, pero ésa es otra historia...), porque fue una especie de Fiesta de Babette ampliada. Una semana recorriendo parajes campestres perfectos, catando las mejores champagne del mundo, deslumbrándome con el sol tibio del amanecer, comiendo en restoranes con estrellas Michelin y conversando bajo la luz de las velas, fueron una clase magistral del arte de saber vivir y gozar la vida, con sus esplendores y miserias.
Y todo bajo la influencia del champagne. Dicen que es la única bebida que hace que las mujeres se vean más bonitas después de tomarla, y puede que madame Pompadour -la autora de la cita- tenga razón. Algo cambia tras una buena copa de champagne. El tiempo se hace más lento, las cosas se ven mejor, el futuro produce menos ansiedad, y el presente, un cierto desapego.
La inventó un monje benedictino, Dom Pérignon, en la abadía de Hautvilliers (donde basta un par de horas para conocer sus calles encantadoras y deshabitadas). El pobre monje quería conseguir dinero con este vino especial para sus obras de caridad y hoy su abadía está comprada por Moet Chandon y sólo se abre para visitas VIP.
El paseo por Champagne me llevó a ciudades medievales preciosas y perfectas, que dejaban sin aliento por su belleza, pero a la vez con la sensación de que eran sitios donde quedaba muy poco por hacer. Caminando por Reims, por ejemplo, la ciudad real, muchas veces bombardeada y reconstruida, sentí en sus calles tal ausencia de apuro y ambición, que sólo daban ganas de sentarse con los contertulios a comer galletas de rosa y tomar champagne, mientras el resto del mundo quedaba eternamente entre paréntesis.
Mi recorrido terminó en Urville, cuna y sede de champagne Drappier, el champagne de los franceses (y que hoy se encuentra en Chile en la Vinoteca). Si tiene suerte, puede que la cata la dirija una leyenda: monsieur André Drappier, el patriarca actual de una familia que lleva 200 años en el negocio de las burbujas, con máxima artesanía y máxima calidad. Si tiene suerte, lo verá bromear: "Soy longevo porque como poco y ya no hago el amor". Preguntar: "¿Es verdad que el vino chileno es tan bueno?". Coquetear: "¿Estás casada? Yo busco esposa, estoy viudo y solo en esta casa!". Y filosofar: "El champagne es mágico. Sin la segunda fermentación, sería un simple vino de bistró. Pero si es guardado con paciencia, surgirán las burbujas y la magia. Es como las personas...".
UN DATO: Vale la pena tomar el tren en París y en dos horas se llega a Reims. Desde ahí, conviene arrendar un auto y hacer el recorrido dejando uno o dos días por ciudad o pueblo. El mejor hotel de la zona es la Maison des Rhodes, en Troyes. Vale la pena una visita sólo para conocerlo. El edificio fue construido en el siglo 12 y aseguran que perteneció a los templarios. Todas las habitaciones son distintas, elegantes y rústicas, con tinas enormes. Y el jardín es idéntico al de la película El jardín secreto, sólo que además tiene velas y champagne.

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