Saturday, August 02, 2008

Marcelo Lillo

por FRANCISCO MOUAT

Aveces uno canta la canción "Resistiré" con la ligereza y la liviandad de no llevar adentro un dolor. Y esta canción del Dúo Dinámico se convierte en una música festiva, cuando en verdad está lejos de serla. ¿Se acuerdan de la letra? "Cuando pierda todas las partidas, cuando duerma con la soledad, cuando se me cierren las salidas, y la noche no me deje en paz. Cuando sienta miedo del silencio, cuando cueste mantenerse en pie, cuando se rebelen los recuerdos, y me pongan contra la pared. Resistiré, erguido frente a todo, me volveré de hierro para endurecer la piel, y aunque los vientos de la vida soplen fuerte, soy como el junco que se dobla pero siempre sigue en pie".

Buena la letra, ¿verdad? Pero cuando el dolor lo llevas dentro por alguna razón de peso, y sientes que ese peso te hace caer y que cuesta mucho mantenerse en pie, cantar es más difícil, apenas te sale la voz.

Leo una entrevista al escritor chileno Marcelo Lillo en la revista Paula. "Un escritor en la niebla", se titula el artículo, a propósito de que vive en Niebla, en la costa valdiviana, y que no se deja ver prácticamente por nadie, salvo a través de su literatura, que es lo que en verdad importa en este caso. Su libro El fumador y otros relatos es uno de los más potentes que se han publicado en Chile en el último tiempo. Cuentos secos, precisos, al hueso. Sin fuegos artificiales ni idas por las ramas. Cuentos radicales, como la vida de Lillo, que no sabemos si es metáfora o no cuando dice tener una pistola bajo la almohada por si las cosas se complican y tiene que pegarse un balazo.

Después de leer esta entrevista te queda clara la radicalidad del escritor Lillo, su gesto de no hacerle concesiones a nadie. Lillo resiste, como la canción del Dúo Dinámico. Su literatura no está hecha para agradar, ni para ser querido, ni para que hablen bien de él, ni nada. Lo que se diga de él lo tiene sin cuidado. Seguramente es más una impostura que la verdad del fondo de su alma, pero esa impostura a Lillo no le molesta y vaya uno a saber si es una pose o si al tipo de verdad no le entran balas. Dice que no tiene amigos, que nunca los tuvo, que le basta con su mujer y su perra. Eso se llama desapego y sangre fría. Vive hoy austeramente de los premios literarios que se ha ganado por montones, y ésa es parte de su apuesta radical: vivir de lo que escriba y punto.

A una señora del barrio que fue a reclamarle porque no sacaba una rama que había caído en la entrada de su casa después de un temporal argumentando que eso "afeaba la cuadra", Lillo le contestó una pachotada: "Yo no hablo con gente fea". La mujer se quedó de una pieza, y hasta hoy debe comentarles a los que la quieran escuchar el desaire del vecino de más allá, el mismo que sale de casa lo justo y necesario, el escritor al que no le gusta la gente.

Su cuento Hielo, que abre el volumen, te recorre como un escalofrío de punta a punta, y tiene que ver con la muerte de su madre adoptiva en una cama de la casa. Su otra mamá, la carnal, la que lo dio en adopción, es protagonista de otro cuento implacable llamado Cita, que narra cuando ella lo llamó para conocerlo y se vieron. Lillo tenía entonces 45 años de edad. Ahora tiene cincuenta, lo publicaron en España, lo publicaron en Chile, lo van a seguir publicando, seguro va a ser leído en muchos idiomas, y de él quedarán cuentos magistrales escritos con la intensidad y el talento de Chéjov, de Raymond Carver, de Hemingway. Fue Hemingway, justamente, quien se refirió una vez a lo que había detrás de la buena literatura: "El trabajo de un escritor es contar la verdad. Su estándar de fidelidad con la verdad debería ser tan alto que su invención, a partir de su experiencia, debería producir un registro aún más verdadero que cualquier cosa factual". Eso le pasa a uno leyendo a Lillo, un notable escritor.

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