Saturday, August 16, 2008

Altamirano y Pinochet Por Jorge Baradit

Adentro del camión parece estar todo lo que resta del país. Un hombre medio quemado, mutilado, suspendido por cuerdas y poleas en el centro del cubículo, conectado a máquinas ruidosas de madera y acero. Animales sedados colgando de ganchos de carnicero más atrás, filtrando su sangre y sus nutrientes que avanzan por gruesas mangueras transparentes entrando y saliendo del despojo que sonríe.
-Hola Augusto.
Sólo se escucha el sonido del corazón de Altamirano, que flota en un frasco de electrolito verdoso, colgando sobre su cabeza. Cronómetro sordo que parcela el tiempo, el silencio dentro de la habitación.
-Todo se ha cumplido.
Largos segundos de silencio se interpusieron entre ambos protagonistas. Altamirano quería que Pinochet sintiera el vacío creciendo desde el camión, hacia todo Santiago, creciendo sobre el país completo, visible casi desde el espacio. El silencio que todo lo inunda cuando se terminan las transmisiones, el radar no registra presencias y un ruido monótono indica que ninguna emisora mantiene sus pensamientos cruzando el cielo del territorio.
-Mis niños, limpios de karma y deseo, penetraron la mente de tu leviatán que ofende al pueblo, lo doblegaron con el fulgor de su inocencia.
-¿Tienes el control de todo el país?
-¿Qué país? ¿El tuyo o el mío? ¿El que había antes o el que vendrá?
-Chile, Carlos. El único país que conozco.
Altamirano levanta una mano, un dedo. Lo mantiene en el aire, como una antena que no recibe ninguna señal. Sonríe.
-¿Escuchas algo acaso?


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