Monday, August 25, 2008

Hubiera querido hablarte

FRANCISCO MOUAT

"Hubiera querido hablarte del cielo de Castilla". Así empieza el relato de Antonio Tabucchi La batalla de San Romano. Leo su primera frase y verifico que cada día que pasa me gusta más releer al italiano Tabucchi, lo que dice y lo que apenas insinúa, lo que sugiere, lo que aparece detrás de una cortina, en zonas de sombra, para reforzar el misterio y nuestra profunda ignorancia acerca de la vida y de la muerte.

El dramaturgo y cronista Nelson Rodrigues escribió una vez: "Podemos vivir para un único libro de Dostoievski. O para una sola obra de Shakespeare. O para un único poema de no sé quién. El mismo libro es uno en la víspera y otro al día siguiente. Puede haber tedio en la primera lectura. Por eso mismo, nada es más denso, más fascinante, más nuevo, más abismal que la relectura".

"Hubiera querido hablarte del cielo de Castilla", arranca diciendo el narrador de Tabucchi, y pronto confiesa: "Mira, yo era así, hace tantos años, me gustaba España". Pero pocas líneas después, reconoce que ya es demasiado tarde para contar lo que tenía que contar, y entonces sugiere lo que quiso y no pudo ser. La expresión hubiera querido hablarte dice de deseos inconclusos, de caminos no recorridos, de vidas incompletas, de palabras no dichas. Es decir, habla de todos nosotros, de todos y cada uno de nosotros, vistos por separado, caso a caso, espejo a espejo.

Hubiera querido hablarte, por ejemplo, en estas líneas, de la primera y única vez que leí la novela Hacia el faro, de Virginia Woolf, cuando estaba en la universidad y una profesora de letras nos recitaba, con brillo en los ojos, párrafos escogidos de un libro que a ella sencillamente le fascinaba. A mí me costó leerlo esa vez, a pesar de lo cual igual adiviné en esas líneas un mundo que me interesaba visitar con los ojos bien abiertos: un mundo de balbuceo y melancolía. Pero tuvieron que pasar más de veinte años para volver a encontrarme con otro lector atento de esa obra, el español Antonio Muñoz Molina, que en una crónica inspirada me invita a releerla y me dice que estas novelas, como Hacia el faro, pertenecen a "esa literatura que aspira con igual vehemencia a retratar el alma humana y el mundo".

Hacia el faro, dice Muñoz Molina, habla de los espacios deshabitados, "del agua de la lluvia que se filtra por una ventana cuyo marco ha empezado a pudrirse, de los insectos que chocan contra los cristales o la lluvia que los golpea en una noche de invierno sin que nadie oiga ese sonido", y yo me quedo pensando en la profunda soledad con que tenemos que apañarnos cada día que pasa cuando tomamos conciencia de que algún día deshabitaremos este mundo, y que el planeta seguirá rodando hasta su eventual congelamiento, vaya uno a saber en cuantos miles de años más. En su último libro, Dietario voluble, otro español, Enrique Vila-Matas, cita en su diario de junio de 2006 al poeta turco Nazim Himket: "Hay que saber que la cosa más real y bella es vivir. Y no olvidar que vivir es nuestra tarea. Estemos donde estemos, hemos de vivir como si nunca hubiésemos de morir".

Busco y encuentro un poema de Himket. Se llama El viaje. Leo y releo: "Vamos viajando a bordo de un buque carbonero./ ¿Queda un puerto al que aún no hayamos atracado?/ ¿Queda alguna tristeza que no hayamos cantado todavía?/ El horizonte que cada amanecer vemos delante,/ ¿no es el mismo que vemos cada tarde detrás?/ Cuántas estrellas vieron desfilar nuestros ojos/ al ras del agua oscura…/ ¿No ha sido cada aurora en su esplendor/ el reflejo de nuestra gran nostalgia?/ Se marcha pese a todo, se marcha ¿no es verdad?".

Para que ocurra la lectura –y por supuesto también la relectura– es preciso el silencio, y es en medio del silencio cuando encontramos versos y palabras que ya no nos abandonan, que viajan con nosotros a donde vamos, en buena hora, para no estar completamente solos.

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