Thursday, September 06, 2007

Si lo que buscas no está aquí, no está en ninguna parte... eso de la vida está en otra parte al parecer es una simple cagada que nos jode la vida. Ojo con esta simple columna

Enrique Toledo
Por Cristián Warnken


"Habla de tu aldea y serás universal". Hablaré de la plaza en la que vivo, quizás la más pequeña de la comuna de Vitacura, al final de la calle Almirante Acevedo. Es como si ahí se hubiera detenido el tiempo: los niños juegan, se conocen por sus nombres, los vecinos hacen asados para recibir a los recién llegados, las bicicletas no se pierden, muchos cumpleaños se celebran en común.
Si hablo de esta plaza es para hablar de quien la cuidó durante estos años, como un personaje de "El Principito", celoso habitante de un planeta pequeño al que convirtió en el centro del mundo. Enrique, un guardia excepcional que nos mostró que todo se juega en el metro cuadrado que nos toca habitar. En Chile solemos despreciar los "oficios" y trabajos menores: los hacemos con desgano, sin dignidad, con mala cara. Todos los días nos toca ver un garzón que nos atiende mal, un burócrata que se solaza torturándonos con su pequeño poder, miles de funcionarios "sacando la vuelta", traspasando su amargura a los que los rodean. Enrique partía el día silbando, y cada una de sus tareas (hasta las más tediosas) la hacía con una alegría que no conocía tregua ni siquiera en el invierno, en el que se refugiaba en una indigna caseta municipal. La palabra "guardia" no da cuenta de su trabajo: prefiero la de "cuidador", que recoge la idea de "cuidado", una preocupación religiosa por los detalles, por todos esos detalles de los que está hecha la vida. Reparar un balancín roto, recoger las pelotas perdidas, limpiar exhaustivamente los rincones de la plaza. Y en cada una de esas tareas, estar ahí haciéndolas, como si fueran las más importantes, las más trascendentes. La expresión "Dios y el diablo están en el detalle" dice muy bien que la trascendencia no se juega en un más allá, sino en el hacer rugoso de cada día. En Chile nos hemos olvidado de eso, tal vez por el desprecio que heredamos de los conquistadores españoles por el trabajo manual.
Enrique era casi una rareza en tiempos en que campea el descuido, el desgano, el "echarle la culpa al empedrado" y no asumir que es mucho lo que cada uno puede hacer en el rincón donde está. Siempre pensamos que "la vida está en otra parte", en el jardín de al lado.
Enrique, el guardia, parecía decirnos -con sus actos- que "lo esencial será volver después de un largo viaje al propio jardín y ver las cosas por primera vez". Eso nos decía a nosotros, que tan pocas veces estamos aquí, que muchas veces no tenemos tiempo, ni lugar.
Hoy, la plaza amaneció sin Enrique, que tuvo que partir a buscar un trabajo donde ganar algo mejor que un exiguo salario mínimo. Nadie nunca pensó en premiarlo, en darle un bono, en estimular su excepcional vocación de guardia. ¿No es injusto que ganara lo mismo que otros guardias sin vocación, con la cara larga de los millones en esta ciudad -y a todos los niveles- que te refriegan su frustración y resentimiento personal? ¿No es injusta, a veces, una "igualdad" que no estimula a que los Enrique se multipliquen, y que más bien premia la complacencia general? Pertenecemos a una cultura que parece no amar el trabajo, que sólo despierta para celebrar los feriados, que vive estresada haciendo mal las cosas.
Enrique hizo de nuestra pequeña plaza un reino, y él parecía descender de una vieja estirpe extinguida de los guardabosques y los palafreneros del rey. Pero hoy ya no hay reyes ni reinos ni oficios reales, y nuestra ciudad ha olvidado el viejo y hermoso cuento de "hacer las cosas bien". ¿Dónde estarás ahora, Enrique Toledo, guardián de nuestra plaza planeta, tal vez esperando un bus que no llega, tal vez limpiando las últimas hojas del otoño en una cuneta cualquiera, tal vez silbando por el inicio de una pequeña y nueva gran tarea?

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