Monday, September 10, 2007

Un vallenarino en Bagdad

Rafael Cavada, periodista vallenarino. Review de la página web del instituto de comunicación de la Universidad de Chile. Mayo 2007

“La adrenalina es la única adicción que no puedo dejar”
El egresado de nuestra escuela conversó con los estudiantes de segundo año.
Alguna vez quiso pilotear aviones de combate, sin embargo, no terminó en el aire, sino en tierra y arrancando de aquellas naves que alguna vez soñó volar.
Cuando era más joven lo quedaban mirando en la calle por su pelo largo y aspecto metalero. Hoy, lo miran por ser un rostro conocido, el “Indiana Jones del periodismo nacional”.
De madre uruguaya y padre chileno, Rafael nació en Vallenar hace 39 años. Un año antes del Golpe Militar en Chile, los Cavada decidieron emigrar hacia Uruguay “no por razones políticas sino porque simplemente aquí no había nada que comer”. Las idas y venidas entre sus dos patrias fueron muchas, hasta que un adolescente Rafael llegó a cursar la educación media en nuestro país y se radicó definitivamente.
Supimos que tu vida en Uruguay era un tanto rural, ¿Cómo la recuerdas?
Viví hasta los cinco años en el campo, mi casa estaba a siete kilómetros del lugar donde estudiaba; había un arroyo muy cerca y teníamos un jardín lleno de flores que mi abuela cuidaba diligentemente todas las tardes. Me moría de frío, pues allá llueve mucho. Recuerdo que iba a una quinta a comer ciruelas y manzanas rojas y también que pescaba, era todo un Tom Sawyer. Después nos fuimos a otras partes de Uruguay como Oro de Canelones, Salinas, Atlantia, Neptunia y Marceda. Si tuviera que definir esta etapa, probablemente diría que fue la mejor de mi vida.
¿Es verdad que el Pub Liguria es el único lugar de Santiago que te recuerda Uruguay?
Sí, es verdad. Conozco el Liguria desde que nadie iba, antes que esos malditos trabajadores de la televisión lo convirtieran en un lugar famoso. Además ubico a todos los mozos y a sus familias. Con ellos he compartido experiencias que van más allá de una relación cliente-oferente. Este lugar tiene esa cosa más de pueblo chico, por eso me gusta el Liguria.
¿Por qué decidiste entrar a la FACH y qué hiciste luego de dejarla?
Quería pilotear aviones de combate, estaba realmente motivado. De hecho, aprobé contacto aéreo básico. Pero pronto la Escuela y yo rompimos ese romance, me echaron con honores por reprobar matemáticas. Después me fui a Uruguay todo el 89, porque me enamoré de una uruguaya preciosa. Volví el noventa, me fui a trabajar a una constructora sureña y a Angol ese mismo año.
Cuando eras estudiante de Periodismo ¿Te proyectabas en algún área?
Desde antes que entrara a estudiar periodismo supe que quería ir a una guerra, porque para hablar de cine, literatura, salud, etcétera, hay mucha gente. En cambio, hay pocos corresponsales de guerra. Además yo era un admirador de los reportajes de Pavlovich.
Entraste a estudiar periodismo cuando recién terminaba la dictadura, ¿Cómo viviste ese periodo?
En ese entonces, había una masa de profesores viejos, obsoletos, apitutados y malos docentes, que estaban apernados por las leyes de amarre de la dictadura. Al mes de clases ya estábamos en paro. Además, la escuela estaba alejada de las otras ciencias sociales. Éramos vecinos de Arquitectura, que tenía una biblioteca increíble, pero nos miraba en menos. Por ejemplo, llegabas a pedir un libro y cuando veían tu tarjeta decían: “ah! Periodismo… perfecto, no lo tengo, no lo puedo prestar”.
¿Qué es lo que más rescatarías de ese periodo universitario?
Tuve un curso maravilloso. Soy de una generación privilegiada, en la que el 95 por ciento de la gente había pasado por una o dos carreras antes, lo que daba la oportunidad de discutirle a los profes. Además, rompimos el mito de que si entrabas a la Chile tenías que ser comunista y cualquier cosa del mercado te tenía que sonar mal.
¿Cómo entraste a trabajar a TVN sin estar titulado?
Por accidente, TVN se descuidó. Aunque cumplía con un sólo requisito, el inglés. Un amigó me insistió que fuera, me dijo: “pero postula igual, yo sé que te puede ir bien. Yo soy el que está dejando el lugar”. Y quedé seleccionado. Originalmente iba a trabajar quince días ganando setenta lucas, lo que para mí era harto. Veía como entraba gente a postular a mi trabajo, pero a los egresados de periodismo les molesta levantarse a las cuatro de la mañana y que les paguen 140 mil pesos.
Al principio no te iban a mandar a la Guerra de Irak, sin embargo, tú insististe. ¿Por qué tanto interés?
Creo ser una persona que se mueve con cierta facilidad en situaciones de crisis y con cierta torpeza en las situaciones normales. A mí no me iban a mandar porque iban Pavlovich y Amaro Gómez-Pablos. Yo venía anunciando esa guerra desde la caída de las Torres Gemelas, por eso, me sentía con todo el derecho de cubrirla. Se lo hice saber al canal y tras unas arduas negociaciones, accedieron a enviarme como corresponsal.
Al regresar de la guerra, declaraste que te sentías ‘como un adolescente con los típicos dolores de alguien que está viviendo esa etapa’. ¿Cómo viviste el regreso a Chile?
Borracho. Básicamente lo que tiene una guerra es que te enseña mucho y en muy poco tiempo. Te marca significativamente y no hay posibilidad alguna de que yo pueda transmitir todo lo que es mediante palabras. La guerra desnuda al ser humano y uno se demora en digerirlo. Es como cuando te toca ver algo muy violento como un atropello o una pelea grande. Diez minutos después revisas “la cinta” y te das cuenta de todo lo que viste. En la guerra es mucho más que diez minutos. Imagínense estar en un balcón viendo el sol de Medio Oriente, que es súper grande y naranja, pero con toda la ciudad llena de humo. Eso tiene algo de apocalíptico, pero también algo maravilloso… no por nada me decían ‘El Loco’.
¿De dónde sacaste esa inclinación por lo riesgoso?
No sé de dónde sale. Supongo que mientras más te arriesgas, más vivo te sientes. La adrenalina es la única adicción que uno no puede dejar, pero también tiene que ver con la importancia de tu trabajo. Cuando vas a reportear una zona de conflicto o desastre estás mostrando algo que debe conocerse. No puede ser que el 80 por ciento de los programas de nuestro país sean de farándula. Hay muchas otras cosas que ver allá afuera y suelen presentarse ahí, donde hay riesgo.
¿Cómo crees que la gente te percibe?
Lo que la gente opine de mí, me importa un carajo. Eso dejó de importarme como a los 20 años cuando empecé a usar el pelo largo, a escuchar heavy metal y a usar pantalones rotos. En ésa época, más o menos el ‘87, eso era razón suficiente para que los pacos te pararan en la calle. Básicamente creo que a uno – a ustedes también les debe pasar lo mismo- no le importa lo que la “gente” piense. Te importa lo que piense tu mamá, tu papá, tu hermana, tu amigo y tu polola. Esa es la gente, el resto son seres que pasan por el lado tuyo, sin siquiera tocarte.
¿Te gustaría casarte y tener hijos?
Me gustaría tener un par de hijas, en lo posible… ¡No, como pecas, pagas! Hijos, mejor (ríe). Quisiera que ellos dijeran “este viejo se las ha hueveado todas, ha hecho lo que ha querido”. No le tengo miedo a convertirme en alguien con el pelo blanco, una panza y andando en un buen auto, sino que temo volverme complaciente. En el periodismo siempre hay algo que hacer y cuando te empieza a crecer el poto sentado en el computador, mandando a la gente para todos lados, da miedo. Te empiezas a morir, te empieza a preocupar cuánto dinero reportan los comerciales, qué nota sube o baja más el rating, o sea, cosas que no son importantes para mí.
Alguna vez señalaste que trabajabas en un canal público para estar lejos de los vaivenes del mercado ¿Por qué trabajas ahora en Mega?
No trabajo en Mega, pertenezco a la productora Cuatro Cabezas, la cual vende sus programas al canal. Pero mañana quizás puede ofrecérselos a Red Televisión, eso es relativo. Me siento orgulloso de haber estado siete años encerrado en una oficina haciendo lo más rutinario, despreciado y frustrante de la prensa chilena: prensa internacional. Allí no estaba sometido al mercado. Cuando cumplí doce años y medio me dieron ganas de hacer algo nuevo. La Liga tiene un concepto audiovisual novedoso en Chile y eso fue lo que me sedujo.
Con respecto a Epopeya, ¿Crees que fue útil que por razones de Cancillería se pospusiera?
¡Debería haberle mandado de regalo una botella de whisky de 21 años al Canciller! Le dio un nivel tremendo. Si ese programa hubiese salido como estaba pauteado, tendría el rating normal que tiene un programa documental. Sin embargo, ya está archivado en la mente de cada posible auditor o televidente como algo conflictivo; esto da audiencia, pero es precisamente lo que yo no quería. Lo hicimos mirando desde la globalización y no desde el nacionalismo. Queríamos mostrar que, si bien nuestra interpretación tiene un sentido, la de ellos también. Hicimos la pega por dos años y un canciller la echó a perder en un día.
¿Qué sientes que te falta por hacer?
Trabajar un poco más (ríe). No sé qué me falta por hacer. Me gustaría recorrer varios países como Jordania, Colombia, Tailandia. Todos esos lugares los conozco, pero quisiera viajar sin tener que preocuparme del despacho, de dónde está el camarógrafo, de a qué hora tenemos el satélite y ese tipo de cosas. En cuanto al lado profesional soy súper poco planificado. Como cuando me fui de canal 7, luego de trabajar doce años, dije: “Ha sido un gusto y me marcho”. Mi contrato actual dura hasta julio, de ahí veré qué hago. Para cuando las tropas norteamericanas se retiren, me gustaría estar en Bagdad.

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