Monday, August 27, 2007

Horror y gloria

Antes de que Joseph Conrad fuera Joseph Conrad, antes de escribir una de las obras más influyentes del siglo 20, este anglo-polaco viajó como pocos. Fue sólo tras "20 años de vagabundeo por las inquietas aguas del globo" que Conrad se puso a contar lo que había visto, y a dejarnos helados con ello.
Por Javier Fuica del Campo

Mientras empacaba colmillos de elefante en unos barriles que irían a parar a Europa, una de sus primeras ocupaciones al llegar al Estado Libre del Congo en junio de 1890, Józef Teodor Konrad Korzeniowski no podía saber que lo que le ocurriría en los cuatro meses siguientes sería el material de base para una de las novelas más influyentes y leídas del siglo 20. Con 32 años de edad, y habiendo dedicado buena parte de su vida a navegar, la mecánica labor de empacar trozos de marfil le parecía "un empleo idiota". Eso fue justamente lo que anotó en el diario que llevó durante ese viaje, diario que nueve años más tarde le serviría para escribir El Corazón de las Tinieblas.Korzeniowski había nacido en Polonia, en diciembre de 1857. Su familia pertenecía a la aristocracia terrateniente local, gran opositora a la ocupación rusa de aquellos años. Su padre, Apollo, era un conocido traductor y dramaturgo. También era activista. En 1861 los rusos lo tomaron preso y lo enviaron con su esposa Ewa y el pequeño Józef a Vologda, una fría ciudad al sur de Moscú. Las duras condiciones de vida durante este exilio les pasaron la cuenta. Ewa murió de tuberculosis en 1864. Cinco años después, cuando ya habían regresado a Polonia, la misma enfermedad mató a Apollo. A los once años, Józef debió irse a vivir con un tío materno, Tadeusz Bobrowski.Tres años después, anunció su decisión de ser marino. Su práctico tío se opuso a la idea, pero terminó cediendo. Como ruso e hijo de un convicto, el destino más probable del muchacho eran veinte años sirviendo en el ejército del zar. Así que en 1874, dos meses antes de cumplir los 17, Korzeniowski partió rumbo a Marsella para embarcarse como aprendiz en la marina mercante francesa. Y en lugar de pasarse los siguientes 20 años con un fusil en las manos, se los pasó entre velas y aparejos. Viajó al Caribe, se acercó a las costas de Sudamérica, conoció Sumatra y Java, recorrió Australia e India, se internó en África. En 1894, cuando finalmente se estableció en Londres, sólo tenía un manuscrito inacabado de su primera obra, pero contaba con un baúl de experiencias, puntos de vista e impresiones que otros escritores sólo podían imaginar. También con una cicatriz en el pecho y una serie de males adquiridos en África de los que nunca se recuperaría del todo.Lo de la cicatriz requiere párrafo aparte. Conrad siempre dijo que se trató de un duelo de juventud. Lo cierto es que, en 1877, se le informó que como era ciudadano ruso no podría servir más en barcos franceses. Su incipiente carrera de marino se vio cortada y comenzó a deambular por Marsella, sin trabajo. En un arranque que grafica su reconocida ineptitud con el dinero, se dedica al juego. Pero pierde hasta la camisa y, desesperado, se pega un tiro en el pecho para matarse. Su tío corre desde Polonia para pagar las deudas, cuidarlo y echar tierra sobre la historia. Tiempo después, el recuperado aprendiz de marino se enrola en la marina mercante británica. Tiene 21 años cuando comienza a aprender el idioma en que escribirá toda su obra.Lo de las enfermedades africanas también merece un apartado. Que lleva al aburrido sujeto empaquetando colmillos de elefante en junio de 1890, allá en Leopoldville, Estado Libre del Congo. Conrad, todavía Korzeniowski en realidad, había recibido una oferta para hacerse cargo de un vapor de los que recorrían el río Congo. Pese a sus múltiples viajes, el marino sabía muy poco del sitio al que iba a meterse. Al poco tiempo se enteró de que su predecesor había sido asesinado por unos nativos africanos. Y en las semanas siguientes comienza a vislumbrar el verdadero tipo de civilización que el rey Leopoldo de Bélgica estaba instalando en sus dominios.Cuando regresa a Europa no sólo está enfermo, sino horrorizado. "Aún estoy hundido en la más profunda de las noches y mis sueños son sólo pesadillas", le cuenta por carta a un amigo. Para alguien que adscribía a los ideales del imperialismo europeo –esa supuesta luz de progreso que llegaría hasta los confines de la tierra– darse cuenta de la delgada línea que separa civilización y barbarie fue un golpe duro. "Antes del Congo, yo era solo un animal", dirá en otra carta. Todo eso fraguaría en su interior nueve años más tarde. El Corazón de las Tinieblas no fue la primera denuncia contra las atrocidades cometidas por los europeos en el Congo, pero sí la más elocuente.Después de esa novela, cuando Joseph Conrad ya era Joseph Conrad, vino la publicación de Lord Jim, la familia, los hijos, las deudas, los trabajos en colaboración con Ford Maddox Ford, una serie de bloqueos creativos, más deudas, un último viaje en barco a Nueva York, una oferta para convertirse en caballero del imperio británico (que rechazó), un ataque cardíaco, la tumba. Cuando fue enterrado en Canterbury, en los primeros días de agosto de 1924, este inmigrante polaco (para quien el inglés fue su tercer idioma) sería despedido como uno de los más grandes novelistas ingleses. nCorazón delatorConrad publicó El Corazón de las Tinieblas en tres entregas, las que se publicaron en la revista Blackwood's Magazine. Destinada sobre todo a la clase media de militares y funcionarios del Imperio Británico, esta revista era considerada una especie de órgano de propaganda oficial. Es probable que ello llevara a Conrad a intentar esconder cualquier atisbo de denuncia en la novela. Pero no le funcionó mucho. Pese a que la gran mayoría de los personajes y lugares no tienen nombres propios, el horror de lo que estaba ocurriendo en el Congo fue fácilmente reconocible. Aquí, un párrafo:"La conquista de la tierra, que en su mayor parte no consiste más que en arrebatársela a aquellos que tienen la piel distinta o la nariz ligeramente más achatada que nosotros, no es un asunto muy agradable cuando te detienes a considerarlo con cierta atención".

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