Monday, August 27, 2007

Habladurías
Por Francisco Mouat


No soy mochero. En toda mi vida no he recibido un puñete en la cara bien pegado. Nunca me he peleado a muerte con nadie. No sé lo que es batirme a duelo. Evito las disputas. Ni siquiera en la pichanga más brava que jugué me fui a las manos. Como mucho un par de insultos, algún empujón, la amenaza de sacarse la cresta. Pero combos, revolcones en el suelo, lucha libre, boxeo del bueno: nada, apenas unas pinceladas de mala leche.Me falta barrio, lo sé. En el colegio, cuando chico, en cuarto y quinto básico, recibí un par de cachetadas de compañeros de curso: una de Montt y otra de Tello. Con Montt nos bajamos del furgón escolar en que veníamos de vuelta de clases, y no alcancé ni a ponerme en guardia cuando me propinó un fuerte cachetazo que acabó el combate. La señora del bus exigió que nos subiéramos de inmediato y el asunto murió ahí mismo, no hubo tiempo para reparar el honor. Con Tello, en cambio, había más odio acumulado: nos caíamos mal y nos teníamos ganas hacía tiempo. Fue en un recreo. Los compañeros se pusieron alrededor nuestro, ávidos de ver sangre, pero la sangre estuvo lejos de llegar al río. Manotazos locos, harto aleteo, con suerte una cachetada suave en el rostro del enemigo; al final la pelea terminó en un desabrido empate a uno que no satisfizo las expectativas del público.Un par de escaramuzas infantiles y dos o tres partidos de fútbol con adrenalina son bastante poco para cuarenta y cinco años. Por eso me complicaron los entredichos que tuve en las últimas semanas con un par de personas cercanas. No me pasó en mucho tiempo esto de tener diferencias importantes con amigos, y me sucede ahora. Las habladurías me rebotaron, las movilizó el viejo hábito de cahuinear que es deporte nacional y tanto daño provoca. Una cosa es ser malo para pelear, y otra bien distinta que me dé lo mismo que se hable mal de mí a mis espaldas o de personas cercanas, a las que quiero.¿Cuál será el sentido de querer tomar la palabra y fijar una posición? ¿Reparar el puente de la confianza, que casi siempre queda trizado? ¿Cuál es el propósito de seguir dándole vueltas al asunto? ¿No es más sano olvidar, hacerse el leso, como ha sucedido tantas veces en estos mismos cuarenta y cinco años?Es complicado el filo que a veces adquieren las palabras. Uno no alcanza a dimensionar lo duras que pueden llegar a sonar esas palabras dichas por otras personas, que no conocen o no saben o no imaginan lo que te pasará cuando las escuches, inexactas, casi siempre distorsionadas, amplificadas, sin contexto. ¿Es saludable que amigos tuyos empleen la técnica del cahuín para quedar bien contigo, y en un gesto de supuesta lealtad te comenten lo que andan diciendo de ti o de alguien que tú quieres? Uno a menudo cae en esta práctica sin reparar en el simple hecho de que cuando la usan contigo, te están envenenando.Cuando era feliz e indocumentado se llama un libro de relatos de García Márquez. Me gusta lo que sugiere el título. Yo no quiero saber todo lo que los demás dicen de mí. Sé que para alguna gente soy por lo menos un tipo antipático. Y qué problema hay. Es natural. En mala hora tendría que estar preocupado de vivir para agradar a los demás. Cada uno es como es. Tampoco quiero saber todo lo que dicen de mi mujer, de mis hijos, de mis amigos, de mis padres y hermanos. Prefiero pasar de un modo más indocumentado por la vida, al menos en materia de habladurías personales.Lo que no aprendí de chico en materia de golpes ya no lo aprendí nunca. Seguiré sin saber pelear, adolorido no por las cachetadas de Montt y Tello, apenas una anécdota en mi vida, sino por esas palabras afiladas que te encuentran indefenso, con la guardia baja, una vez más.

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