Thursday, November 19, 2009

Turistas

Scherson tiene una agudeza tan singular con el ritmo y el montaje, que mantiene una rara tensión en torno a las escasas incidencias de los días de Carla en las Siete Tazas.

Ascanio cavallo
No cabe duda de que Alicia Scherson se ha labrado un lugar en el cine chileno reciente. Después de los elogios que recibió en 2005 con su primer largometraje, Play (en mi opinión, desmedidos, aunque no inadecuados), Turistas la instala como una realizadora consistente, constante y con un mundo fílmico original.
No hay aquí una gran historia, como reclaman los que creen que el cine empieza y termina en la narración. Más bien estamos en los bordes de la no-historia, a años luz de la grandilocuencia de un P.T. Anderson o los desmadres del Tarantino tardío. Las antípodas de ese cine -como quiera que uno lo aprecie- están siempre en la intimidad volátil, la baja intensidad de los sentimientos, la duda frente a la veleidad de lo real.
Por aquí circula Turistas, de la mano de Carla Gutiérrez (Aline Kuppenheim), una mujer que se resiste a sus 37 años (pero no mucho), que está aburrida de su marido (pero no tanto), que no quiere ser madre (pero más o menos) y que podría cambiar de vida (aunque quizás). Mientras viajan hacia unas tediosas vacaciones en el sur (un letrero caminero anticipa: "Peligro. Zona de hielo"), en los primeros minutos del metraje, Carla es abandonada por su marido cerca del pueblo de Molina. Allí conoce al veinteañero noruego Ulrik (Diego Noguera), que quiere pasar unos días en el parque nacional Siete Tazas, en la precordillera talquina. Carla decide (más o menos) acompañarlo en una mínima carpa.
Todo es así con Carla: ni tanto ni tan poco, ni tan fascinante ni tan aburrido, ni estridente ni silencioso.
Pero Scherson tiene tan buen ojo para situar su cámara, un sentido tan fino del paisaje y los detalles, una agudeza tan singular con el ritmo y el montaje, que Turistas mantiene una rara tensión -a ratos irónica, en otras simplemente perpleja- en torno a las escasas incidencias de los cuatro días de Carla en las Siete Tazas.
Aunque estas ya son virtudes suficientes, lo más notable de Turistas es su banda sonora, una muy delicada y minuciosa construcción de ruidos naturales, voces y ecos que confiere un inesperado espesor -aun superior a los primeros planos de pájaros e insectos- a la reconexión de Carla con una naturaleza que ha oscurecido u olvidado hasta este viaje absurdo, naturaleza que al mismo tiempo está siendo agredida por la construcción de un camino y por el propio comportamiento de los turistas (un detalle delicado e hilarante: todas las noches se oye, desde una carpa lejana, "Los Momentos", de Los Blops).
Turistas no se propone otro objetivo que éste: explorar en las vacilaciones de una mujer cercada por la incertidumbre y el deseo de no crecer.
Menudo objetivo.

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