Thursday, November 19, 2009

El libro más personal de Alberto Fuguet

"Quizás algunas cosas van a dolerles más a mis más cercanos", dice el escritor sobre Missing, su nueva obra, donde investiga la desaparición de su tío Carlos Fuguet. Aquí publicamos un adelanto exclusivo del primer capítulo.


I. Escondido a pleno sol
Escribir la historia
El cine es escape, al escribir se escapa, leyendo quizás también.
Esos han sido mis escapes, las formas como me he perdido: primero viendo, leyendo; luego escribiendo, filmando, creando. Tratando de controlar vía la invención el caos externo. Creando tengo poder, creando me siento seguro, creando soy mejor persona porque siento que puedo salirme por un rato de mi mente, un lugar, por lo demás, donde me siento en extremo cómodo. No he tenido que perderme porque he podido construirme mi propio planeta y poblarlo con mi gente, decorarlo con mi estética. Es altamente probable que este planeta tenga mucho que ver con mis rasgos autistas y con mi incapacidad para relacionarme con la gente, pero no reclamo; al revés, lo celebro. Me siento afortunado. El ser escritor, ser considerado por los demás como uno o incluso como un artista (por pocos, es cierto) ha sido mi bendición. Ha sido mi pasaporte -mi pase- para estar solo, para que no me molesten; la excusa perfecta para que no me llamen, no me interrumpan, para que crean que no vivo acá, para perderme y no tener que intentar ser igual al resto. Un escritor puede ser raro, puede vivir en su cabeza, no tiene -no debe- vivir igual que los demás.
Mi tío Carlos Fuguet no era un artista, no era escritor y no me cabe duda que tenía que zafar.
Huir.
Escapar.
No quería ojos conocidos mirándolo u opinando.
Mi tío se perdió, pero se perdió de verdad.
Nada de arte, nada de metáforas.
Nada de transferencias vicarias.
Uno se puede perder de muchas maneras estando a plena luz, pero perderse de verdad, quemar las naves, desaparecer, es otra cosa. Es, dentro de todo, un acto de gran valentía o todo lo contrario. No lo sé, no lo he hecho, no lo haré. Es, sin duda, ese tipo de acto impulsivo que termina marcándote para toda la vida.
Hay gente que toma un camino y ese camino no tiene retorno, incluso si intenta dar marcha atrás. Uno tiene pocas oportunidades para salvarse pero aún menos para perderse, para equivocarse. Basta un gran error, una decisión precipitada, un ataque de rabia u ofuscación, para que todo se venga abajo y ya no puedas arreglar el error que cometiste. Se puede jugar con fuego pero cuando se juega con el destino hay serias posibilidades de quemarse.
Recuerdo una cinta que protagonizó y dirigió James Caan, que vi en el cine Metro de la calle Bandera, llamada Hide in Plain Sight. Acá se llamó Por justicia propia y duró, quizás, una semana en cartelera. Me acuerdo de ese título y cómo me impresionó. Yo por esa época tenía la mala costumbre de los bilingües de reclamar internamente por la traducción. Escondido a pleno sol o Perdido entre tanta gente, pensé que podría haberse llamado. Yo tenía como dieciocho años, dieciocho y un par de días. Licencia para conducir recién inaugurada. Mi tío ya se había perdido una vez y ahora estaba, por esa época, en una cárcel de California. Esa tarde choqué el auto por recoger unos casetes. Choqué el auto de mi mamá, en Vespucio al llegar a Kennedy. No sé cómo la llamé. ¿Cómo se comunicaba la gente antes de los celulares? Quizás la llamé desde uno de esos almacenes del primer piso de alguna de esas torres cercanas. No sé. Sé que llegaron los pacos. Llegó ella. Tuvimos que pagarle al otro auto, todo mal. Mi mamá se volvió a la oficina y yo me sentía humillado, con pena, decepcionado de mí, de mi supuesta adultez y de mi libertad puesta en jaque, en duda.
Me subí a una micro y partí al centro. Al cine. Al cine Metro de la calle Bandera. Vi la cinta. Éramos como cuatro.
Siempre veía películas solo. Hide in Plain Sight no era acerca de perderse, pero sí de esconderse, esconderse a plena luz. Caan es un tipo cuya ex mujer se «esfuma» del planeta porque entra en el Witness Protection Program del FBI: si hablas, te protegemos y te damos una nueva identidad y debes partir de nuevo. Partir de nuevo. Ella parte de nuevo y desaparece con su nueva pareja pero, de paso, se lleva a sus hijos. Caan los quiere encontrar. Yo sólo quiero seguir. Seguir y tener más tiempo. Casi toda la gente que conozco quiere lo de la ex mujer de Caan: partir de nuevo, enmendar.
Pienso: esto le pasa a casi todos, ¿no?
¿A quién le resulta, quién realmente está contento y satisfecho? Lo que sucede es que para muchos aquello en que se convirtieron no está mal. A veces es más o es muy distinto, pero no tiene nada que ver con el plan original. Viraron en cierta esquina pero al final el camino resultó lleno de sorpresas.
¿Qué pasó con Carlos, con mi tío?
¿Por qué se perdió?
¿Dónde estás?
¿Estás?
Por primera vez estoy escribiendo un libro para la familia más que acerca de la familia. Un libro pensando en conectar a la familia más que un libro para poder huir de ella.
Escribo esto para que no haya sido en vano. No ha sido vano, pase lo que pase, quede como quede.
Dicen que el tiempo lo cura todo; yo creo que es el olvido, olvidarse a propósito, sin querer, o a medias pero olvidar, olvidarse, hasta que no duela.
La idea de este libro es justamente recordar. Es lo que me toca, es mi trabajo, la razón quizás por la que vine a la Tierra, mi misión: soy el escritor de la familia, la oveja negra de la cual están orgullosos y a la vez temen, el que les ha dado alegría y pena, el que provoca odios y asco y temor, el que habla poco pero publica mucho, el que sintió que las peores críticas a sus primeros libros venían de adentro, sobre todo cuando nadie los leía o los leían pero no me comentaban nada. Soy el que no olvida, o no quiere olvidar o no puede. El que desea saber más. Sé que ya he ventilado muchas cosas o he ajustado cuentas a través de la ficción. De alguna manera soy un traidor, pero también sé que esos mismos libros, que quizás dolieron, también trajeron «la alegría de la notoriedad».
A esto me dedico: a contar historias, a vivir a través de otros, de personajes que no existen, a proyectar, a entender, a tratar de que otros puedan conectar, subrayar, completar lo escrito. Hay profesiones peores y, por lo tanto, estoy agradecido; pero sé también que, en este caso particular, a diferencia de otros libros, quizás algunas cosas van a dolerles más a mis más cercanos. Les pido aquí, por escrito, perdón.
Les pido comprensión. Esto no tiene tanto que ver con ustedes ni conmigo (sí, tendrá algo que ver conmigo, con «mis temas», como me joden mis amigos) aunque todos estaremos presentes. Esto tiene que ver con Carlos, con mi tío Carlos Fuguet; él es la obsesión; es por él que estoy haciendo todo esto para saber qué pasó. Asumo las consecuencias del daño colateral. Espero que no lo haya pero se me ocurre que será más duro que antes aunque, a la vez, más de frente.
Ahora todo está avisado, sin máscaras; la idea no es vengarse, ventilar cosas porque sí, andar de rebelde.
Aquí no hay un afán exhibicionista, sólo dudas, curiosidad, historia. No quiero herir a nadie pero sé que algunos se sentirán, con todo derecho, heridos. No es la idea pero sé que va a ocurrir. Llevo años tratando de buscar la manera para que eso no suceda. No la he encontrado. Si no duele, no vale, creo que escribí una vez. Mis putas frases para el bronce. El dolor, lo sé, se disipa, la vergüenza o el mal rato también; las historias no contadas supuran, se infectan, contaminan.
The time has come to tell the tale.
Aquí va.

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