Thursday, November 19, 2009

Críticas de Cine
Viernes 09 de Octubre de 2009
"Bastardos sin gloria"


La guerra basura
Antonio Martinez
Bastardos sin gloria" tiene la marca, el sello, el humor y la violencia de Quentin Tarantino, que sigue dando cuenta de una visión de mundo que proviene del cine popular, comercial y de género.
De ese universo sin pretensiones intelectuales ni complejos culturales, que adora el pastiche y la entretención, se alimenta un director que no da dos pasos sin una referencia cinéfila –títulos, actores o historia– para subrayar que su imaginación y energía no se cansan de rendirle tributo al cine.
"Bastardos sin gloria" habría sido una mejor película, más balanceada y con menos lastre, si el director no se sintiera tan obligado a las decenas de menciones y nombres que provienen del cine.
La historia sufre la invasión de las notas a pie de página, donde el peso de la trivia y la película tienden a igualarse, como si Tarantino tuviera tanta pasión por las citas –homenajes, tics, guiños, referencias– como por los personajes y sus aventura.
Es por esto que la película tiende a la desmesura, con secuencias alargadas y diálogos interminables, quizás para que ingresen más y más citas sobre títulos y actores, con el propósito de satisfacer al público fiel y devoto que entiende el mundo desde la cultura cinéfila.
El comienzo de "Bastardos sin gloria" es con una frase fija de cuento o relato fantástico, donde el "érase una vez", en esta ocasión, no señala un reino de hadas o una galaxia lejana, sino a la Francia ocupada por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial.
La película, también al comienzo, presenta al mejor de los personajes, el coronel Hans Landa (Christoph Waltz), con la especialidad de cazar judíos, sin duda un oficial sádico y cruel, pero al mismo tiempo refinado, políglota y con algo que siempre lleva a la perdición: se cree demasiado inteligente.
En ese mismo territorio, pero en el otro bando, existe el teniente Aldo Raine (Brad Pitt) y un grupo de soldados estadounidenses de origen judío, con la misión de asesinar nazis de la peor de las maneras, para causar temor y escarmiento entre las tropas enemigas y por eso, según la técnica apache, les arrancan el cuero cabelludo a sus víctimas.
Es una película dividida en capítulos, se extiende por 153 minutos y todos los personajes terminan en el mismo sitio, en una sala de cine en París y con Hitler y los jerarcas del régimen entre los invitados, para una función de gala, donde se estrena una película que le canta al heroísmo alemán.
La desmesura y falta de equilibrio afectan y abollan a "Bastardos sin gloria", pero esa es la naturaleza de un director en el que conviven los desperdicios con la maestría del cine, y por eso en la película hay desecho y relleno, pero también inspiración y talento.
Es decir, existe una mitad vacía, pero hay otra llena con el sello, la marca y la identidad de su autor: Quentin Tarantino.
Inglourious basterds. EE.UU., 2009. Director: Quentin Tarantino. Con: Brad Pitt, Christoph Waltz, Eli Roth, 153 minutos.




Ilusiones ópticas

Hay más fuerza en Ilusiones ópticas que en buena parte del reciente cine nacional.

Ascanio Cavallo
Una de las lecciones más importantes del cine de fines del siglo 20 y comienzos del 21 es que muy a menudo las buenas películas son las de tono menor, las que evitan la estridencia, las que se concentran en sus propias posibilidades expresivas. Para hacer buen cine no es necesario corretear por festivales, chillar por el Oscar o el Goya o el Ariel, ni maldecir al Fondart o a sus equivalentes. Todo eso no hace más que exiliar al cine y, en el mejor de los casos, aportar una gloria que dura lo que un fulgor en la penumbra.
Ilusiones ópticas parte por la ruta contraria desde su plano inicial, un borroso paisaje de Valdivia tomado desde el punto de vista de Juan (Iván Alvarez de Ayala), un masajista ciego que acaba de recobrar la vista gracias a una operación. La pobrísima visión de Juan, acompañada por el colapso del guardia de un mall, deja paso a Rafa Gajardo (Eduardo Paxeco), que postula y obtiene el puesto del guardia.
Rafa vive con su hermana Manuela (Paola Lattus), una joven poco agraciada que trabaja como secretaria en la isapre Vida Sur. Allí laboran también David (un memorable Gregory Cohen), un judío no creyente enviado a outplacement, y Gonzalo (Alvaro Rudolphy), un ejecutivo que quiere usar al ex ciego Juan para mejorar la imagen de la isapre. Y la mujer de Gonzalo, Rita (Valentina Vargas, fuera de serie), es una cleptómana que frecuenta el mall donde trabaja Gajardo...
Así transcurre Ilusiones ópticas, en un pequeño (o inmenso) mundo donde todo está conectado, donde nada es importante y todo lo es en su propia escala, donde la gente es tantas veces indiferente como a veces es fisgona, donde la palabra es fracturada y los gestos son fallidos, donde la atonalidad proviene del propio paisaje, de la lluvia, la nubosidad y la vegetación.
Un mundo, en suma, donde el realismo y el absurdo se materializan en lo ordinario, y ninguno necesita empujar al otro para hacerse visible.
Cristián Jiménez consigue este efecto gracias a diversas operaciones de distanciamiento, que rebajan una y otra vez las tentaciones de interpretación emocional o racional de sus imágenes. El fantasma de la sociología está siempre balanceado por el humor o por la locura, y el fantasma del intelectualismo -la enfermedad infantil de la cinefilia- es generalmente conjurado por algún toque de delirio o ternura.
Jiménez muestra un admirable control de sus medios -la precisión de los encuadres, la graduación de la luz, el sentido de los cortes- y obtiene algo muy inusual en el cine chileno: una película que si en el primer paso puede resultar morosa para algunos espectadores, va ganando en densidad y vigor para las siguientes visiones. Hay más fuerza en Ilusiones ópticas que en buena parte del reciente cine nacional.
Ilusiones ópticas
Dirección: Cristián Jiménez. Con: Paola Lattus, Gregory Cohen, Álvaro Rudolphy, Eduardo Paxeco, Valentina Vargas. duración: 105 minutos.

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