Monday, November 09, 2009

La Ola


Habría sido más interesante que La Ola hubiese explorado las formas concretas que podría adquirir el fascismo hoy, en un mundo globalizado.

Ascanio Cavallo
Esta es una de esas películas que ganan fama de polémicas porque se meten en ese hoyo negro que a todos nos aterra: la formación de la mentalidad política de los adolescentes. Desde La sociedad de los poetas muertos a Elefante, el cine ha competido y colaborado con la literatura y la televisión en el esfuerzo por desentrañar qué pasa cuando las ideas de sociedad entran en los cerebros púberes.
El cineasta alemán Dennis Gansel adapta aquí una novela norteamericana que a su turno se basa en un experimento con alumnos desarrollado por el profesor Ron Jones en una escuela secundaria de Palo Alto, en 1967. Al cambiar la ubicación de California a Berlín, Gansel la carga con la larga sombra que persigue a los alemanes a más de 60 años de la muerte de Hitler: su predisposición al fascismo, un fantasma que parece aliviar las conciencias de las historias no menos tiránicas de Italia, Rusia, España o Francia.
El profesor Rainer Wenger (Jürgen Vogel) debe dictar, en la "semana de proyectos" de su colegio, un curso de cinco días sobre la autocracia. El lunes, Wenger define los términos: la autocracia es el gobierno de un sujeto "por sí mismo", que se erige o es reconocido como el líder (führer) y que empieza estableciendo su poder a través de la disciplina de sus seguidores. Al final del lunes, los estudiantes han elegido a Wenger como su líder.
En los dos días que siguen, el profesor hace avanzar a sus alumnos en las implicancias clásicas de la autocracia: las ideas de comunidad, igualdad, identidad colectiva, acción, autodefensa. El curso deriva en un movimiento: "La Ola", con uniforme, ritos y enemigos propios.
Como la mayoría de este tipo de películas (la excepción es Despertando a la vida), La Ola no profundiza en las motivaciones de los jóvenes -sólo describe las de algunos, con bases más caracteriológicas que familiares o sociales-, pero llega a la esperada conclusión escalofriante: la facilidad del fascismo para capturar la imaginación y el entusiasmo de unos muchachos que por otro lado suelen ser apáticos y anómicos.
Al profesor Wenger le basta un par de días para demostrar esta tesis, de la que se sigue una consecuencia ineludible: que el fascismo está a flor de piel en la condición humana. Una afirmación como esta es más que discutible, pero esta película no está para ese debate, sino para zanjarlo con una advertencia: el peligro está allí, detrás de la puerta, y se puede incubar en una sala de clases.
Habría sido más interesante que La Ola hubiese explorado las formas concretas que podría adquirir el fascismo hoy, en un mundo globalizado, con sociedades multiculturales y libre desplazamiento de personas. Después de todo, lo amenazante del fascismo no es la repetición de Hitler, sino el hecho de que el mismo Hitler fue original respecto de sus antecesores, esto es, que demostró la capacidad de mutación del fascismo. Pero de esto no hay nada En La Ola, que se mueve mucho más atrás de estos problemas.

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