Thursday, November 19, 2009

Dan Brown para principiantes
Por: Alberto Fuguet*
Alberto Fuguet nunca había leído a Dan Brown. Pero la casualidad lo hizo coincidir en una librería de EE.UU. con el lanzamiento de "The Lost Symbol", su voluminosa última novela. Se la compró. Leyó sus 509 páginas. Bajó las películas inspiradas en sus libros. Y, lejos de sumarse a sus más de 80 millones de fanáticos lectores, quedó con una irremediable sensación de estafa.
1. Sucedió así, de casualidad, sin planearlo. No estaba al tanto. O lo estaba, pero este dato -este conocimiento, como diría Dan Brown- estaba muy, muy escondido en mi inconsciente. Cuando el 15 de septiembre, transpirado por la humedad de la zona semiurbana de Raleigh-Durham-Chapel Hill, North Carolina, ingresé al frío acondicionado de una inmensa librería Barnes and Noble, no sabía que ese 15 de septiembre era el día que Dan Brown contraatacaba.
¿En qué mundo vivo? Y eso que me siento parte del mundo literario. ¿O es que Dan Brown no es del mundillo? ¿Lo soy yo acaso?
Mi misión era clara y nada tenía que ver con El símbolo perdido (como se llamará el libro en español y que llegará sospechosamente rápido y traducido vía Planeta, que desembolsó no poco para tenerlo, entre otras partes, en la próxima Feria del Libro de Santiago, donde seguro arrasará o intentará hacerlo). Tenía sólo 45 minutos para dar con los libros que buscaba. Andaba con sus nombres anotados en una libretita. Dan Brown no figuraba en ella. De un tiempo a esta parte, quizás de esnob, de arrogante, de elitista, no leo ni premios Nobel ni novelas que siempre debutan en el número uno ni autores que arman sagas o cuyos nombres siempre están escritos con el mismo font o cuya cara fotoshopeada es la base de la campaña de marketing.
El local parecía estación de metro post Transantiago a las 19 horas. ¿Qué hacía yo ahí? Por un momento, me sentí un espía. Esta era la fiesta Brown y yo ni había visto las dos películas de Tom Hanks. Estaba ahí de paso, de regreso de la Universidad de Duke donde estaba dando una charla acerca de losers y perdidos. Era una parada rápida rumbo al aeropuerto para tomar un avión a Miami donde conectaría a Santiago.
Me fui directo a ficción. Casi todo lo que realmente quería no estaba. Amables, como siempre, unos jubilados con poleras-con-cuello verde me ofrecieron encargarme los libros: la biografía de Richard Yates, la autobiografía del hijo de Kurt Vonnegut, un par de novelas negras de Jim Thompson.
Lo que sí había era Dan Brown.
The new Dan Brown.
Hoy era el día que tantos millones de lectores (menos yo) estaban esperando. Afiches, displays y miles y miles de ladrillos color dorado, con el Capitolio de los Estados Unidos como ícono en la portada, la misma tipografía y estética de esa novela/novelilla/pasquín/monstruo/blockbuster/thriller llamado El Código Da Vinci. Para los que ingresaban a la librería, el descuento del 30% no era menor. Para los que tenían una tarjeta de socios de la megalibrería, el ahorro era más de 47%, llegando a US$ 16.07 por la voluminosa y nada liviana novela. ¿O quizás es mejor tildarla de libro no más?
La fila es larga, me quedan pocos minutos, debo llegar al aeropuerto. En esta fila casi todos son hombres y parecen ser los inspiradores de los dibujos de Family Guy. Buena parte, además, son blancos y algo fofos y tienen esa cara de "nada/buena persona" que posee el propio hombre responsable de esta verdadera locura controlada que es la librería en este 15 de septiembre, el día que Dan Brown lanza al mercado anglo The Lost Symbol, la novela que intentará -dudo que lo ogre- superar el ya célebre e infame, adorado y despreciado Código Da Vinci. Todos en la fila tienen un ejemplar, algunos dos. Yo tengo un par de Philip Roth antiguos que tapo con un ejemplar de The New Yorker.
Por algún motivo me siento mal.
Observado.
Mirado en menos.
Y, de pronto, me siento ansioso, acaso triste, confundido. ¿Por qué todos fueron invitados a la fiesta y yo no? Saco un ejemplar. Pesa más de lo que creo.
-Otro más- me dice la dependiente, sonriendo, con frenillos.
-¿Ha vendido bien?- le pregunto.
-No ha parado de vender. Creo que vamos a vender un millón hoy en todo el país. Eso pronostica USA Today. Yo ya voy en la página 40. Le leí durante el break. El Código Da Vinci es un clásico.
-Nunca lo he leído.
-¿De verdad?
-De verdad.


Creciendo en público
por Daniel Villalobos
Clerks 2 nunca llegó a cines chilenos, lo que no es tan raro, ya que Clerks a secas tampoco lo hizo. En 1994, Clerks fue algo así como una piedra de toque de los nuevos cineastas gringos, amigos del cine guerrilla, el bajo presupuesto y la cultura slacker. Su director era un desconocido Kevin Smith, que había filmado con el vuelto del pan una comedia ambientada en un mugriento minimarket de New Jersey, con dos protagonistas y un asombroso oído para el garabato.
Doce años después, cuando Smith ya era una marca registrada de cierto tipo de comedia basada en la cultura chatarra y los veinteañeros mal afeitados, el director estrenó Clerks 2, que hizo noticia en su tiempo porque un crítico llamado Joel Siegel abandonó furibundo la función de prensa a los 40 minutos de metraje.

Esas eran mis referencias de la película cuando la puse en el DVD el fin de semana pasado. Tenía ganas de pasar un buen rato, de reconocer guiños y de ver qué tanto habían envejecido los personajes de Smith.

Pero lo que encontré fue mucho más. Clerks 2 bien puede ser la mejor cosa que haya hecho su director. También es, de seguro, la más compleja y la menos complaciente de sus películas.
Lo que hizo el tipo aquí es simple en apariencia y nada fácil en la práctica. Cogió a esa pareja de amigos que en la primera cinta eran un par de cajeros veinteañeros y aburridos y los puso a administrar un restaurante de comida rápida a pocas cuadras de su antiguo trabajo.

Y ahora los tipos tienen treinta y dos y lo que antes era divertido ahora es divertido y patético. No sólo porque ellos son más viejos sino porque el mundo ha cambiado: en 1994, discutir si Han Solo o Greedo dispararon primero era una declaración de principios, un genuino acto de resistencia nerd. Hoy día lo que entonces era nerd es simplemente pop puro y duro. Lo que entonces era parodia hoy día se toma en serio (por eso, entre paréntesis, es tan deliciosa la alusión al pomposo Señor de los Anillos de Peter Jackson).

Los dos tipos llevan demasiado tiempo en trabajos que son para adolescentes. Su deporte preferido es anunciar que van a dejar todo para iniciar la vida adulta, pero el hecho es que el único de ellos que está a punto de irse del restaurante va a hacerlo empujado por su novia.

Clerks 2 es memorable porque recolecta todos los clichés de la comedia-de-perdedores para enterrarlos bajo una gruesa capa de concreto. Si en Idiocracy el propio Mike Judge escupió sobre la moral de ser-tonto-es-cool que él fundara en Beavis y Butthead, aquí Smith dice que los grandes sueños sin voluntad son un lastre peor que la devoción a Star Wars.

Más aún: que aspirar a la fama, el dinero y las chicas puede ser un cálido refugio de sueños más realizables, ergo, más susceptibles de fracasar.

En el fondo: si te paraliza el miedo a perder, lo que al final se arruina no son tus proyectos sino tu vida.

Me encanta haber visto Clerks 2 la misma semana que Bastardos Sin Gloria. Tarantino y Smith iniciaron sus carreras con meses de diferencia y es impactante presenciar que donde Tarantino se fuga a un mundo de fantasía hecho no en base de recuerdos bélicos, sino de recuerdos sobre películas bélicas, Smith habla del aquí y del ahora.

Es divertido: Smith logró crecer y madurar donde Tim Burton y Tarantino todavía no lo hacen. En el fondo, Clerks 2 hace risible a Bastardos Sin Gloria. Smith le tiene cariño a su propia cinefilia –yo diría que es un cinéfilo más astuto y agudo que Tarantino- pero no comete el error de pensar que las citas pueden reemplazar a una buena historia.
Además Rosario Dawson está filmada como nunca. Un buen director puede hacer que te enamores de una actriz. Smith nunca había sido más generoso y más adulto en su mirada sobre las mujeres que en esta película, lo que ya es bastante decir.

Y estamos hablando de un filme que contiene discusiones sobre sexo, insultos raciales y un show para caballeros con burro incluido.

Smith nunca fue uno de mis directores predilectos, pero siempre me terminaba topando con sus películas, en el cable o en casas de amigos. Lo que no es raro, porque a estas alturas uno de pronto se da cuenta que la gente que vale la pena siempre estuvo ahí, al borde de la fiesta, haciendo sus cosas sin molestar a nadie.

Es agradable reencontrarte con un director y ver que sigue fiel a sus obsesiones. Pero es mejor darte cuenta que el tipo ha crecido contigo.

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