Saturday, January 17, 2009

Roberto Merino
Domingo 04 de Enero de 2009
Dos o tres consejos

Muchos de los 99 consejos para escritores, de Chéjov, pueden ser todavía útiles, a pesar de los cambios que han venido de su tiempo hasta hoy. Son consejos, en todo caso, que Chéjov dirigió por carta a personas específicas sobre casos narrativos específicos. No los pensó como colección ni como parte de un manual.
A veces creo que este libro sería una lectura ideal para los jóvenes que empiezan a escribir, pero me equivoco. Los jóvenes son inflexibles en sus búsquedas y no ven nada en el mundo que no se hayan propuesto ver previamente. “Cuando el discípulo esté preparado, aparecerá el maestro”, dice un enigma budista.
Si reviso mi tránsito por la vida me doy cuenta de que con los años he perdido en ímpetu lo que he ganado en tolerancia y visión general. A los 17 años no estaba en condiciones de resistir la imagen de mi ignorancia. Escuchar una conversación sobre escritores que desconocía no suscitaba mi curiosidad, sino más bien una sensación de derrota. Una vez fallé en público con un dato —la época en que habría vivido el Cid Campeador— y le di la oportunidad a un cura sin votos ni sotana de restregarme el error en la cara.
Debo decir que aún en el recuerdo odio el conjunto de la cara de ese individuo —su calva incipiente, sus anteojos pasados de moda, su boca de escualo— y el tono de suficiencia que usó para decirme: “No estás tan mal, viejo, te equivocaste como con cinco siglos, pero no estás tan mal”. Días después lo vi llevando la voz cantante de una procesión en el centro y lo seguí entre el gentío con la delectación de un psicópata. Consideraba que la ridiculez de su atuendo —una especie de mantel bordado sobre los hombros— era para mí una reparación.
Pero me voy del tema. Entre las observaciones literarias de Chéjov hay una que parece especialmente apropiada para nuestros tiempos. Chéjov dice que un psicólogo (esto es, un escritor, un conocedor de la estofa humana) no debe tratar de explicar lo que no entiende, y que, sobre todo, no debe dar la impresión de que entiende lo que los demás no entienden. La atención a esta simple sugerencia nos hubiera librado de medio siglo de pesadez por escrito, de conceptos equívocos sobre el poder, de cambuchos filosóficos con moraleja y del tonto aspaviento de las falsas seguridades.
Creo que Borges, que aconseja escribir como si no se tuviera total conocimiento del tema, hubiera estado de acuerdo con la afirmación de Chéjov. Los materiales más duros —el énfasis, la suficiencia— son los que primero se trizan con el paso del tiempo. Ese factor es lo que vuelve insoportables a los manifiestos literarios, que no pueden ser disfrutados más que por lectores predispuestos, pero que el común de las personas sólo percibe como una carga de ruido en una batalla exenta de interés.
Lytton Strachey, otro notable sintetizador de la escritura, expresó lo mismo con otra fórmula: iluminar antes que explicar.

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