Achicarse Por FRANCISCO MOUAT
A cabo de dormir una breve siesta matinal, antes de sentarme a escribir estas líneas. No sé si fue la lectura a tempranas horas de Prosas apátridas de Julio Ramón Ribeyro lo que me llevó a la cama, o es que simplemente estoy cansado. Hay días en que cuesta más hacer pie, en que la posición vertical me incomoda, me obliga a acciones no deseadas, a un estado de alerta impostado que no se compadece con mi ánimo verdadero, que es estar tirado.
No sé si me animo a recomendarle la lectura del peruano Ribeyro a cualquiera. No faltan en este mundo sujetos a los cuales un autor como Ribeyro les debe parecer un perdedor oscuro demasiado ocupado de las impurezas del alma humana. Qué importa. Prosas apátridas se cuenta, a mi modo de ver, entre los libros más lúcidos que he leído en mi vida. Son fragmentos de pensamiento, ideas sueltas, digresiones, imágenes descritas y después cargadas de contenido, declaraciones de principios y de finales que contienen un fondo de verdad sobre la condición humana que abisma. Uno abre los ojos primero para después entender tantas cosas de sus propias vacilaciones y de las del mundo que nos ocupa. Lean ésta, sobre los amigos del poder: "Embajadores que han perdido su cargo caminan por la calle con un aire de picapedreros, ministros destituidos parecen la foto amarillenta de su antigua efigie. Hay hombres así que, abandonado el puesto, recaen en la insignificancia. Ello se debe a que no tenían otra manera de ser que su función". Cuántos millones de sujetos son apenas el cargo que ocupan, la función que cumplen.
Un amigo peruano viajó hace poco a Lima y me trajo los diarios de Ribeyro, La tentación del fracaso, y una antología personal hecha por Ribeyro de sus propios libros: sus mejores cuentos, fragmentos de sus diarios, su intento de autobiografía y una selección de Prosas apátridas. Conseguir para mí La tentación del fracaso fue un hecho sencillamente excepcional: he buscado ese libro hace años, desde que se lo arrebaté a un amigo que lo tenía y empecé a leerlo con la disciplina con que los creyentes leen la Biblia. Lo tuve un largo tiempo en mi poder, prestado un poco a la fuerza por este amigo, hasta que debí devolvérselo, sin que en todo ese tiempo apareciera un ejemplar perdido en alguna librería. El libro fue editado en España a comienzos de 2003, un libro gordote, de casi setecientas páginas, y se agotó en el camino. Lo encargué a México, España y Argentina, después de verificar que en Chile no estaba en ningún sitio, y no pasó nada. Cada seis meses me llegaban reportes de las librerías extranjeras diciendo que aún no se volvía a editar, que ya me avisarían de cualquier novedad. Hasta que mi amigo peruano lo encontró en Lima y me lo compró.
La tentación del fracaso es uno de los mejores títulos posibles para el diario de un escritor genuino y comprometido con las palabras, que finalmente no consigue mucho más que escribir en la vida. Pero escribe tan bien, y con tanta lucidez, que en algún sentido abruma. Cuando leo a Ribeyro, y lo hago a menudo, cobra fuerza un verbo que vengo escuchando en el último tiempo, y que estoy seguro se va a poner de moda a propósito de la crisis económica mundial: achicarse. Hay que achicarse, me dijo una amiga el otro día, una amiga a la que no veía hacía muchos años y que acaba de perder su trabajo. Me desprenderé de muchas de mis cosas, contó ella, me iré a un departamento pequeñito; si es preciso vender el auto, lo haré, revisaré mis deudas. Ella lo decía en un sentido económico, pero creí adivinar en sus palabras que también lo decía en un plano más sicológico y espiritual. Algo así como esperar menos respuestas de los demás, del mundo exterior, y partir en busca de lo más propio en un territorio de ambiciones cortas y nada grandilocuentes. Lograr ponerse a resguardo de cualquier batalla donde en el centro estén el dinero y el poder, los dioses más adorados en estos tiempos. Yo me atrevería a recomendarle a mi amiga que leyera a Ribeyro. Yo me atrevería a decir que con las Prosas apátridas metabolizadas podrá enfrentar la crisis y no sé si ganarle, pero sí darle batalla como un león, remar contra la corriente y finalmente dar un respiro de satisfacción. Total, como dice el propio Ribeyro, "en el curso de la humanidad somos un resplandor, ni siquiera eso, un sobresalto, menos aún, un reflejo, un soplo, una arenilla, nada que salga del número o la indiferencia".
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