Saturday, November 08, 2008

Peluquería de señoras Por Francisco Mouat

Ayer en la mañana leí un pequeño ensayo de Enrique Vila-Matas que fue toda mi lectura del día. Cuando acabé el texto titulado "Un plato fuerte de la China destruida", parte de su libro El viento ligero en Parma, me eché en la cama a mirar el techo. Creo que incluso me faltó un poco el aire. Tal vez exagero. Tal vez era simplemente emoción, o puro asombro. Vila-Matas, fiel a su costumbre, citaba a varios escritores, Kafka, Montaigne, Marguerite Duras, y se detenía en dos de ellos: el francés Georges Perec y el chileno Roberto Bolaño. Y los hermanaba: ambos se murieron antes de tiempo, ambos ocuparon los últimos años de su vida en escribir febrilmente, ambos fueron escritores de raza.

Alguna vez escribí sobre Bolaño y un recuerdo de su infancia: un flaco que parecía un zancudo y al que no había visto nunca antes le preguntaba en Cauquenes, cuando él tenía diez, once años de edad, por una dirección, y él le contestaba que no tenía idea, y el flaco se alejaba, y él se quedaba mirándolo, y en ese momento parecía tomar conciencia de que probablemente sus vidas, la suya y la de aquel flaco que parecía un zancudo, sólo se iban a encontrar durante ese breve lapso de tiempo. Ambos eran dos mundos totalmente independientes entre sí, destinados a encontrarse una sola vez en la vida y por espacio de unos pocos segundos. En ese momento Bolaño tuvo conciencia de la muerte, de la extinción, de convertirte en polvo en el tiempo.

Vila-Matas cuenta un episodio de la vida de Georges Perec que de alguna manera se empata con aquel recuerdo de Bolaño. Perec nació en 1938 y formaba parte de una familia de judíos polacos que emigraron a Francia. Su padre murió en la invasión nazi de 1940 y su madre en un campo de concentración en 1943. "No tengo recuerdos de infancia", escribió una vez. Eso no le impidió saber que su madre había sido peluquera de señoras en la casa donde vivían, en la rue Vilin de París. Cuando Perec ya era un hombre adulto, "acompañó a una amiga a fotografiar los restos del negocio materno, poco antes de que las excavadoras hicieran su aparición y borraran del mapa la serpenteante rue Vilin y el barrio entero". Cuando hicieron la fotografía, todavía podía leerse esa inscripción: Peluquería de señoras.

Bolaño le confesó a Vila-Matas en una carta de 1997 que había llorado al leer un texto suyo que hablaba de esa fachada de ladrillos y una puerta hecha con cuatro tablones de madera encima de la cual podía leerse: Peluquería de señoras. A través de ese recuerdo Bolaño evocaba el gesto de Perec y especialmente su literatura, a la que admiraba como a ninguna.

Los recuerdos se van demoliendo con el tiempo, y a veces una fotografía urgente logra congelar lo que después el futuro acaba aniquilando.

Perec anhelaba en esa fotografía materializar el recuerdo de una infancia poblada de ausencias. Vivimos escogiendo de quién separarnos cada día. No es que lo hagamos conscientemente. Sólo que no tenemos alternativa. El tiempo es limitado, los espacios están fijos, y nosotros nos movemos en estas coordenadas sin tener mucha idea de a dónde vamos. La sangre te empuja a saber más de los que vivieron antes que tú, a hacer pactos con aquellos que quieres que te acompañen en el camino. Los demás se van quedando atrás, a veces sin vuelta.

Vila-Matas cita a Montaigne, que cuando era joven creía que la meta de la filosofía era enseñar a morir, y que, ya mayor, rectificó y dijo que "la verdadera meta de la filosofía es enseñar a vivir".

Me tumbé en la cama porque no supe cómo seguir adelante. No quise pasar a otra página, a otra historia, a una narración cualquiera que me sacara de mis propios recuerdos de infancia, que, aunque frágiles a veces, me ayudan a fijar rostros y a pensar que esos encuentros fugaces con aquellos fantasmas son parte de lo que terminaremos contando que fueron nuestras vidas. El letrero de una Peluquería de señoras, en el caso de Perec. En el caso nuestro, ¿quedará algún letrero?

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