Saturday, November 22, 2008

500 lucas Por Francisco Mouat

El alma humana es vacilante, contradictoria, y a veces se entrena con altas dosis de perversión y maldad. Mandar a matar a alguien es un acto despiadado, feroz, brutal. Se ve con frecuencia en películas de mafiosos, y por supuesto también en la vida real, porque las películas no hacen más que extender en la imaginación lo que la historia del hombre ya verificó como parte de la especie. Aceptar el encargo de quitarle la vida a alguien a la fuerza es igualmente feroz. Supone una carencia de identidad y un envilecimiento que puede conducirte a los reductos más escabrosos de la conducta humana.

Ahora sabemos que un poco de todo esto sucedió en el asesinato más bullado del último tiempo, la muerte a tiros en una vereda de Providencia del joven ingeniero comercial Diego Schmidt-Hebbel. ¿Son todos sicópatas los que matan intencionalmente o mandan a matar, o hay grados de perversión que no deben confundirse con locura pura y dura? ¿Cuánto pesan las historias personales de los asesinos, lo que vivieron en la infancia, los traumas que arrastran?

Crímenes por encargo. Casi todos los crímenes políticos son de esta naturaleza. Acá sabemos bastante del tema. Crímenes por celos, por dinero. En todas las latitudes se cuentan cuentos donde se revela el lado oscuro del hombre, aquel que no nos gusta demasiado mirar a los ojos.

En el caso de la muerte de Schmidt-Hebbel el martes 4 de noviembre, sabemos que el móvil que originó el episodio de sangre fue un lío familiar no resuelto por una herencia, sumado a la necesidad imperiosa del sicario de turno de conseguir plata para pagar sus deudas. También sabemos que el objetivo final no era el muchacho, sino el dueño de casa, un español casado con la hermana de la que pagó para que le robaran y además lo dejaran ojalá convertido en cadáver.

María del Pilar Pérez, arquitecta, vivía a pasos de Agustín Molina, su cuñado. Aquel martes 4 de noviembre, temprano en la mañana, tomaba desayuno cuando escuchó los balazos. El tipo con el que había pasado la noche en su casa, que alguna vez fue pareja suya, se asomó por el balcón y vio a Diego Schmidt-Hebbel tirado en la vereda todo ensangrentado, y a su novia pidiéndole con desesperación que despertara. La mujer que había ordenado el asalto se asomó también por el balcón, vio lo que ocurría y guardó silencio. Se acostó y empezó a tomar muchas pastillas antidepresivas para no pensar. Fue detenida en estado de inconsciencia la noche del jueves 6, a los pies de su cama, junto a un empleado y su perro. El homicida, José Mario Ruz, que a esas alturas ya había completado más de dos días en manos de la policía, confesó que esta mujer le pasó quinientas lucas para que consiguiera un arma y ejecutara el robo con violencia. La oferta económica había sido irresistible: María del Pilar Pérez le iba a pagar treinta millones por el trabajo sucio. Pero Ruz, que más que un asesino a sueldo era hasta ese momento un tipo vulnerable, no tuvo la sangre fría necesaria y el plan original se pudrió. Quinientas lucas costó en este caso la vida de un muchacho inocente. A veces cuesta un cigarrillo, tres billetes o la orden superior de un poderoso: cuando la vida tiene precio, acaba no valiendo nada.

La arquitecta tenía un interesante prontuario en materia de antiguas parejas. A una de ellas ?que hoy vive en Canadá, lejos de su alcance? la había mandado a matar sin éxito, y a su ex marido lo asesinaron sospechosamente en abril de este año de un balazo.

Quinientas lucas vale una motoneta nueva de no mucha cilindrada. No sé si con quinientas lucas alcanza para el pie de una tumba en el cementerio. Quinientas lucas más o menos cuesta un pasaje en baja temporada a México. Quinientas lucas costó convencer a José Mario Ruz de que consiguiera un arma, esperara frente a la puerta de Seminario 97, y estuviera dispuesto a matar a un muchacho que tenía la costumbre de ir a buscar a su polola en las mañanas para salir juntos a trabajar.

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