Nos gusta llamar testarudez a la perseverancia ajena pero le reservamos el nombre de perseverancia a nuestra testarudez.
Jean Baptiste Alphonse Karr
Carlos Peña
Domingo 09 de Noviembre de 2008
Nadie es Obama
Lo más notable de Barack Obama -descontada su historia personal- es su carisma, uno de los fenómenos más raros de la sociabilidad y de la política.
El sujeto carismático es capaz de insuflar entusiasmo allí donde hay escepticismo; sentido de comunidad allí donde existe apenas competencia; un poco de trascendencia allí donde cada uno siente que el asunto no da para más; sentido de futuro allí donde el pasado parece aplastarnos; algo de sacralidad allí donde todo es demasiado profano; algo de liturgia allí donde todo parece indicar que se trata de una simple entretención.
En suma, el carisma es capaz de convencernos siquiera por un momento que, a pesar de todos sus defectos, este mundo vale la pena.
En breve, se trata de un acontecimiento. Algo absolutamente singular.
De ahí que no es cosa -como hemos oído por estos días- de decidirse a imitar a Obama, ponerle esa marca a una generación o a un dirigente y echarle para delante. Ese esfuerzo -conociendo a nuestros personajes, que suelen tener más entusiasmo que talento- se deslizará de lo sublime a lo ridículo en un dos por tres. Es que no hay nada más patético que un elefante que quiere transformarse en grácil mariposa.
Y es que el carisma no es un asunto de puro marketing, de simpatía o de simple imaginación.
Max Weber (uno de los primeros en reflexionar sobre este asunto en su sociología de la religión) vio en el carisma un fenómeno que irrumpe, de pronto, en los procesos normales de gobierno, insuflando vitalidad allí donde hasta hace poco existía sólo tedio. Weber siempre pensó que las sociedades modernas verían poco a poco aplastado su dinamismo por las rutinas del consumo y de la producción. Por eso, en alguna de sus páginas más famosas llegó a describir la moderna sociedad capitalista, cuyo ejemplo más adelantado era los Estados Unidos, como una "jaula de hierro": un estuche vacío de todo espíritu.
La única posibilidad -pensaba Weber- de restaurar la vitalidad dentro de ese páramo, era el misterio del carisma. El sujeto carismático era capaz de conferir sentido a vidas individuales que de otra forma se vivían para fines desconocidos y lejanos. El carisma es entonces algo que tienen en común los profetas y los grandes políticos, una zona traslapada de religión y de política.
Por eso, no es raro que Obama hable con la contención física y gestual de un profeta seguro de sí mismo; sea capaz de transmitir entusiasmo sin malabares y sin histeria, y tenga la habilidad para hacer sentir a quienes lo escuchan que las tareas colectivas siguen valiendo la pena.
Pero, justo porque Obama tiene esas características -las características del sujeto carismático en el sentido clásico de esa expresión- es tan difícil que entre nosotros surja alguno de veras. Y es que el carisma, como el liderazgo, supone algunas condiciones sociales para hacerlo posible: sentido de lo colectivo, sospecha de trascendencia, una narración común.
En nuestro país, en cambio, nos hemos acostumbrado a reducir la política a las políticas públicas, y hemos llegado a concebir al proceso político como un evento en que el electorado escoge entre diseños de gestión. Entre nosotros, el managament ha llegado a ser el secreto de la buena política; los relatos, un sinónimo de demagogia, y la acción política, una actividad de servicio y no un intercambio entre iguales.
Por eso, entre nosotros sólo hay dos tipos de políticos: el que enfatiza la gestión y presume de ser un administrador sagaz y el que maneja al dedillo las máquinas partidarias y las redes para conseguir votos. O sea, hay managers y hay operadores a pequeña o gran escala.
Pero el tercer tipo de político -ese que es capaz de auscultar la sensibilidad de las masas, insuflar un sentido colectivo a los ciudadanos mediante la palabra y hacerles creer por un momento que en este valle de lágrimas hay dos o tres ideas que tienen sentido- entre nosotros no existe.
Entre nosotros hay alcaldes eficientes; diputados díscolos; parlamentarios abúlicos; funcionarios internacionales; senadores tránsfugas; ex Presidentes capaces de elocuencia; alcaldes rapaces; legisladores de aspecto digestivo; concejales de variados oficios; candidatos que nadie proclama; dirigentes resentidos; candidatos con posibilidades; ministros que se hacen ilusiones; ex Presidentes que riñen con las palabras; funcionarios con una desmesurada imagen de sí mismos.
Hay de todo.
Lo que no hay es carisma. Ese rasgo que exhibe Obama y que le permitió, contra toda evidencia, hacerse de la nominación y ganar la Presidencia.
Y nos hace falta. Después de todo, nos parecemos cada vez más a los habitantes de esa jaula de hierro que describió Weber: un puñado de personas que se han adormecido poco a poco con las rutinas de la producción y del consumo.
Todos los educadores son absolutamente dogmáticos y autoritarios. No puede existir la educación libre, porque si dejáis a un niño libre no le educaréis.
Gilbert Keith Chesterton
Los que están siempre de vuelta de todo son los que nunca han ido a ninguna parte.
Antonio Machado
Acá hay tres clases de gente: la que se mata trabajando, las que deberían trabajar y las que tendrían que matarse.
Mario Benedetti
Álvaro Bisama en Clandestino “Rock and pop”
“En el medio del fragor de la posmodernidad por decirlo así, siempre es bueno volver a libros como “Casa Grande”,
“Leer el obsceno pájaro de la noche es como leer muchas cosas al tiempo”
Muchas citando y hablando de Shakespeare, pero nadie lo ha leído
"Hijo de ladrón" de Manuel Rojas es un gran libro sobre conquistarse a sí mismo y encontrar un lugar en el mundo. Abre la novela moderna en Chile"
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