Tuesday, November 25, 2008

Antes del atardecer por Ernesto Ayala

Antes del atardecer Before sunset
Humano, demasiado humano
septiembre de 2004
Revista Wikén, El Mercurio


Dirección: Richard Linklater

Guión: Ethan Hawke, Julie Delpy, Kim Krizan, Richard Linklater

Elenco: Julie Delpy, Ethan Hawke



En el cuento “Ein Deutsches requiem”, Borges escribió: “un acto es menos que todas las horas de un hombre”. Aunque la afirmación contradice lo que el mismo Borges había afirmado en varios cuentos anteriores -pienso en “El Sur” o “El jardín de senderos que se bifurcan”-, donde los personajes deciden modificar su vida completa mediante un solo acto heroico, épico si se quiere, la pregunta no deja de ser poderosa: ¿qué vale más: una vida completa o un acto que la modifica totalmente? ¿Los doce mil días en que uno fue construyendo esa vida o esa noche que pareció cambiarla para siempre? ¿Qué se parece más a lo que somos? ¿Esa suma de infinitas y pequeñas decisiones que nos trajo hasta aquí o ese momento, esa visión que perdimos entre las manos? Estas son el tipo de preguntas que esconde la diáfana apariencia de Antes del atardecer. Las respuestas no son sencillas.

Antes del atardecer es la segunda parte de Antes del amanecer, película de 1995, en que Jesse (Ethan Hawke) y Celine (July Delpy) se conocen arriba de un tren y deciden pasar la noche juntos vagando por Viena antes de que al otro día tengan que separarse irremediablemente, él para volver a Estados Unidos, ella para ir a visitar a su abuela a París. No intercambian teléfonos ni direcciones para no someter la frescura de su relación a la tristeza de los llamados por teléfonos o las cartas, pero quedan de volver a juntarse en seis meses más, el 16 de diciembre, en el mismo lugar y a la misma hora. Si realmente se encontraban o no era un misterio que cada espectador resolvía por separado, de acuerdo a su propia manera de ver la vida.

En esta secuela, Jesse y Celine vuelven a verse nueve años después. En lugar de tener poco más de 20 años, ahora tienen algo más de 30. Jesse es un escritor de gira por Europa y está presentando un libro en una pequeña librería de París y Celine, que trabaja en una organización por la defensa del medio ambiente, llega sorpresivamente a verlo. Pero Jesse tiene que tomar su vuelo de retorno a Nueva York y, si antes tuvieron toda una noche para conocerse, ahora tienen apenas un hora, quizás un poco más. Prácticamente en tiempo real, vemos entonces a Jesse y Celine paseando por París en verano, conversando inagotablemente, acosados por los miserables minutos que se acaban.

A pesar de esta sencilla estructura, lineal, cronológica, con apenas unos pequeños flashbacks de su encuentro anterior (que permiten ver esta película sin haber visto la primera), Antes del atardecer está llena de líneas de tensión, preguntas que generan suspenso: ¿Qué ha pasado estos nueve años? ¿Qué significó aquella noche de Viena en las vidas de Jesse y Celine? ¿Se acuerdan el uno del otro? ¿Qué es lo que sienten? ¿Están casados, solteros? ¿Será el nuevo encuentro una simple conversación o asistiremos, una vez más, a un encuentro de almas? ¿Es la segunda oportunidad que nunca tuvieron o simplemente ya es muy tarde?

“Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos”, dice el famoso poema Veinte de Neruda. Jesse -Hawke- ciertamente está más viejo. Las arrugas en su cara lo revelan, pero también su actitud, más distante, menos cálida, más protegida. Celine -Delpy- está igual de bella, pero también más neurótica y oculta. Los sentimientos de cada uno, que antes fueron transparentes, ahora son ambiguos. Acceder a ellos, tanto para los protagonistas como para el espectador, ya no será tan fácil. Sobre los 30 años, revelar qué es lo que se está sintiendo exige condiciones. Todos somos más difíciles y la película lo asume con lucidez, con una certeza impecable.

Pero otras cosas no han cambiado tanto. No han cambiado nada. Jesse y Celine se enfrentan a la misma ansiedad por comunicarse, a la misma risa nerviosa, a las mismas discusiones irresolubles, al mismo intento torpe –porque siempre es un intento torpe- de abrazarse a través de las palabras. Repentinamente, tal como dice Jesse, es como si hubieran pasado dos meses en lugar de nueve años.

Esta sensación de paralelismo, más que casual, es buscada. Richard Linklater, el director de ambas cintas (que coescribió con Kim Krizan, Hawke y Delpy), vuelve a utilizar una ciudad europea en verano (“A lo mejor sólo estamos hechos para encuentros de un día en ciudades europeas en verano”, dice Celine), vuelve a utilizar la idea de una plazo fatal para forzar a sus personajes y vuelve a utilizar la identificación como principal vehículo emotivo. Sus planos largos y sin cortes, la cámara conservadora e invisible, la poca o nula ostentación de efectos de fotografía o montaje ocultan mediante sobriedad y aparente distancia su gran apuesta: entre más cercanos nos sintamos a sus personajes, con más facilidad sentiremos sus problemas y, por lo tanto, sus emociones. En la maestría con que utiliza este recurso, Linklater tiene poco que envidiarle a Hitchcock, Truffaut o Rohmer.

Hay que reconocer que la mirada generacional –esa larga exploración sobre que significa dejar la juventud y convertirse en lo que vas a ser el resto de tu vida, cierta inevitable nostalgia por los años de frescura e inocencia, la dificultad para encajar expectativas y realidad– podría atentar en que el público menor de 25 y mayor de 50, por nombrar edades algo arbitrariamente, no se involucre con la misma facilidad de los que mediamos los treintantos. Podría. Mi modesto lugar en mí mismo no me permite asegurarlo. Posiblemente en este punto estoy equivocado.

Antes del atardecer es una extraña película. Resulta increíblemente familiar, pero a la vez extraña. Siento que, a pesar de todo lo que he dicho aquí, no he podido definir su magnífico encanto, su perturbadora emoción. Si Antes del amanecer está marcada por la separación inevitable a la salida del sol, aquí la madurez de los personajes permite pensar que quizás podrían seguir viéndose. Significaría el fin de un matrimonio, la separación de su hijo, pero podrían. Ello hace que, a medida que se acerca la hora de partida al aeropuerto de Jesse, el cierre en la ventana del tiempo, el desgarro producido por las preguntas comienza a acentuarse. ¿Vale más un acto que una toda una vida? ¿Se puede elegir entre la plenitud y el sufrimiento que provocará esa búsqueda de la plenitud? ¿Esta es la forma que tiene el entendimiento? ¿Cuál es la ficción y cuál es la vida verdadera? Es posible que estas respuestas sean más sencillas lo que creemos. Para Linklater y su equipo, bajo las incontables capas de argumentos y razonamientos con que nos protegemos y resguardamos, no estamos compuestos más que por emoción.

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