Monday, December 01, 2008

Es hora de salir a caminar

FRANCISCO MOUAT

Alejandro Zambra escribió una magnífica columna semanas atrás en la que contaba que le gusta pensar que en el futuro, cuando alguien le pregunte qué ha sido de su vida en estos meses, él responda simplemente, con alegría, que ha estado leyendo a Natalia Ginzburg. Me sentí identificado. No sólo porque la Ginzburg me gusta tanto como a él, sino porque deja en claro que la sola lectura concentrada de un autor que te apasiona puede completar meses continuados de buena vida, o ser lo más significativo que ocurra en ese lapso. El problema de estos meses en que Zambra se abandona a la lectura de Léxico familiar y Las pequeñas virtudes es que yo quiero hacer lo mismo que él, y como no puedo me empiezo a desesperar, me duele la cabeza, y debo ir donde mi amigo el doctor chino para que me alivie con acupuntura.

Llevo semanas dándole vueltas a esta frase que leí, y que se la adjudican a Confucio: "¡Qué tristeza! Siempre lo vi avanzar, nunca detenerse". ¿Qué hace que ahora mismo me sienta un poco atrapado entre los tristes a los que describe el filósofo chino, si yo no quiero formar parte de esa carrera en la que se supone debes avanzar sin prisa pero sin pausa? Conocí una vez a un empresario catalán que usaba esta expresión a menudo: sin prisa pero sin pausa. Según él, todo lo que hacemos forma parte de una carrera en la que no caben detenciones, ni siquiera una tregua en el camino. Este hombre de negocios en Barcelona era mi jefe y me apretaba, como saben hacerlo los jefes eficientes. Tarde o temprano el globo de la paciencia se tenía que reventar. Así fue: un buen día me largué y pensé que junto con abandonarlo a él, dejaba atrás una manera de vivir. Pero la vida es imperfecta, y el tiempo y las circunstancias dadas me llevaron a verificar, una y otra vez, que soy un tipo que aguanta mucho, como tantos de nosotros, y que fácilmente tropieza con la misma piedra, como tantos de nosotros.

Qué modo más pueril de acabar con nuestras energías. Lo peor es darse cuenta de que es así y de todas formas perder la batalla. Hay días en que sin que necesites desesperarte te das cuenta de que algo no camina, que pagar deudas y desplazarte de un trámite a otro por la ciudad no es la manera de encontrarte contigo.

Es curioso: cada vez tengo menos sueños materiales. Y eso me pone muy contento. No quiero casa propia, no pienso pagar una tumba en cuotas. Denme unos pocos libros, la compañía de los que quiero, y una porción de oxígeno y tierra donde respirar y caminar. Denme también el tiempo necesario para detenerme y regalarle una alegría a Confucio.

Hay tantos momentos de gloria que oponer a la pesada carga del diario vivir. En mi caso, uno de ellos fue la lectura de un breve libro de Sebald dedicado al escritor Robert Walser, que en una de sus últimas páginas me deja sin aliento: "Walser, creo yo, había nacido para ese viaje silencioso por el aire. Siempre, en todos sus trabajos en prosa, quiere remontarse sobre la pesada vida terrestre, desaparecer suavemente y sin ruido hacia un reino más libre".

Rechacé esta mañana una oferta de trabajo para el verano. Había dicho que sí, pero lo pensé mejor y dije que no. Necesito el dinero, pero, creo, necesito más esa franja de tiempo de la tarde-noche para detenerme a pensar en lo que hay, en lo que hubo, y también en el mundo de mis sueños. Quisiera poder renunciar todas las veces que sea necesario a un trabajo que no me guste mucho hasta dar, finalmente, con el mejor paraíso imaginable sobre la tierra: aquel en que invierto meses en la lectura de Natalia Ginzburg, Elias Canetti, Martín Cerda, mientras en el fondo el sonido del mar me abriga y una mujer que se llama Soledad me susurra al oído que es hora de salir a caminar, como hacía Walser en sus paseos, porque ya llevo mucho tiempo detenido.

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