Monday, December 15, 2008

El vuelo, la paloma Por Francisco Mouat

La noche del próximo viernes 19 de diciembre, en Montevideo, una de las mejores ciudades del mundo (donde alguna vez vivieron tres escritores magníficos, Onetti, Felisberto Hernández y Mario Levrero), el ex jugador de Rosario Central Aldo Pedro Poy, que hoy tiene más de sesenta años de edad, se arrojará en palomita en los pastos del estadio Centenario para conmemorar junto a un grupo de fanáticos el mítico gol de cabeza que anotara treinta y siete años atrás, el 19 de diciembre de 1971; un gol que pavimentó el camino para que los canallas de Rosario obtuvieran por primera vez en su historia el título de campeones del fútbol argentino.

La paloma de Poy amenaza con festejarse hasta el fin de los tiempos. Se hizo en Chile una vez, se ha practicado en Ushuaia, en Rosario, en Buenos Aires, en Cuba, en Mendoza, y ahora Montevideo fue la ciudad elegida. Nunca será impedimento para la realización de la paloma que Aldo Pedro Poy se muera un santo día. Ya se trabaja en su clonación en laboratorios de Estados Unidos, y si ella no fructificase, si la ciencia intentara en vano traer una réplica exacta de Poy a este mundo, existen miles de máscaras de goma con el rostro de Aldo Pedro Poy repartidas estratégicamente entre los fanáticos y simpatizantes de Rosario Central. Yo tengo una de esas máscaras en casa, me la regalaron los mejores amigos de Poy, con el compromiso de que si un día Aldo deja de existir, llegaremos con ella al lugar donde nos citen para ser Poy esa noche de 19 de diciembre en la que él ya no esté entre los vivos. No quiero ni pensar cómo será esa primera paloma sin Aldo presidiendo la fiesta. Si tengo la suerte de vivir entonces, deberé arrimarme a ese festejo para rendirle tributo al delirio más entrañable que rodea al mundo del fútbol de todas las latitudes.

La semana que viene, en Montevideo, podrá escucharse en vivo el relato del cuento de Fontanarrosa 19 de diciembre de 1971, texto que en cada nueva lectura ayuda a inmortalizar el vuelo de Aldo. El menú anunciado para la noche del festejo será futbolero: choripanes, hotdogs, cerveza y gaseosas en el estadio Centenario, todos los presentes vistiendo la polera de la paloma número 37, expectantes, rodeando al prócer en el arco sur, antes de que Poy ejecute el ritual, luego que un escogido le lance la pelota con la mano y él se arroje en un vuelo infinito para conectar de cabeza y anotar simbólicamente un gol en la valla de Ñuls, el archienemigo.

Es el clímax. Los más cercanos al prócer levantan en andas a Poy, mientras todos los presentes gritamos a voz en cuello, sin medirnos, guturalmente, "Aldo Poy, Aldo Poy, el papá de Ñuls Old Boys". Los cánticos no duran más de dos o tres minutos. Se salta, se canta, se grita, nos abrazamos, y se acabó. El prócer vuelve a ser uno más en la multitud, el grupo se dispersa, Montevideo verá la manera de seguir convocándonos esa noche de viernes, y uno se quedará con la sensación inequívoca de estar experimentando un total y completo absurdo, de no entender lógicamente qué te llevó a cruzar en avión a otro país para vivir apenas dos o tres minutos de intenso delirio, que son, tal vez, los más insensatos de tu vida, que son expresión fiel de una gran niñería, pero que quizás por eso mismo se vuelven inolvidables: se trata de un momento estelar de tu vida en que recuperas lo mejor de la infancia, sin miedo a lo que las apariencias tengan para decirnos.

El cronista catalán Josep Pla escribió una vez que el fútbol es un estupendo divertimento dominical sin ninguna importancia. Hasta hoy no encontré una mejor definición para este juego que nos convoca a algunos semana a semana, que a ratos nos apasiona, pero que vencido el tiempo de lucha nos confirma que no tenía ninguna importancia capital, y que recortado sobre los grandes temas, la muerte, el amor, el desamor, los amigos, el paso del tiempo, el fútbol termina convertido en una anécdota más o menos recordable, en apenas un pretexto y una excusa para vivir momentos de felicidad que tarde o temprano se desvanecen.

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