Saturday, December 20, 2008

El viaje de Rakar

Por Francisco Mouat

Me gusta el verbo explorar. Lo que significa, y también lo que sugiere. Se explora en el campo de las ideas, del cuerpo de tu pareja, de las emociones vividas y los recuerdos que piden turno para mostrarse en la memoria. Se explora cuando se averigua algo con diligencia, con dedicación, con tiempo, con paciencia, con pasión. Se explora cuando se viaja, aunque sólo sea para ir al fondo de un recuerdo puro.

Un libro es, a veces, una exploración en un mundo hasta entonces desconocido. Robert Musil escribió cien años atrás un texto iluminador: "Recuerdo una frase de Goethe que desde hace años me conmueve particularmente: sólo se puede escribir de aquellas cuestiones de las que no se sepa demasiado. La profunda felicidad o infelicidad de esa confesión expresa un sencillo hecho anímico: que la fantasía sólo trabaja en la penumbra".

Una vez el mismo Musil entrevistó a su colega Alfred Polgar. Le preguntó en qué estaba trabajando, y Polgar le respondió que en tres volúmenes de críticas que no darían ninguna información sobre estética, teatro o literatura, pero que sin embargo contendrían una concepción de mundo. Y luego añadió: "Sólo tengo una idea fija: ¡no hay más que una idea flexible!".

Saberlo todo de antemano, o calcular todo lo que puede suceder si tomas un camino o el otro, me parece la manera menos interesante de entender la vida.

Sostengo en mis manos un libro de fotografías acompañadas de textos de Baudelaire que encontré un día en un café remoto de Valparaíso. Se llama El viaje de Rakar y es de un chileno, el fotógrafo y filósofo Ramón Ángel Acevedo. El autor recorre durante años con su cámara y su libreta de notas más de sesenta pueblos olvidados de la región de Valparaíso, y construye página a página, sin apuro, un libro entrañable que sólo me nace elogiar. Árboles, piedras y perros en caminos polvorientos apenas ocupados por huellas furtivas de habitantes silenciosos, que no figuran sino en la retina curiosa y exploratoria de un fotógrafo de excepción, animan este volumen delicadamente editado. Niñas descalzas, niñas que van a la escuela, mujeres con una escoba en la mano o un chuzo, campesinos, vaqueros, palanganas, predicadores, borrachos, un retrato del poeta Jorge Teillier en el campo El Ingenio, una mujer ciega, jóvenes guapas y desnudas, la fachada de una iglesia evangélica, árboles y ermitas abandonadas conforman, si usamos las mismas palabras de Polgar, una concepción de mundo particular, con pueblos olvidados habitados por ciudadanos doblemente olvidados, que respiran en estas páginas y nos alertan sobre la necesidad que cada uno de nosotros tiene de recogerse primero antes de realizar sus propias exploraciones.

El viaje de Rakar es una obra de arte. Vila-Matas en su libro Exploradores del abismo dice que las obras de arte "dan contenido intelectual al vacío". Yo leo el libro de Acevedo, una y otra vez, para consolarme de lo poco y nada que sé, para explorar con entusiasmo el abismo de distancia que hay entre una vida y la que sigue, entre una muerte y la que viene. Para explorar la profunda soledad que combatimos, a fin de cuentas, con palabras, con fotografías, como si estuviéramos en medio de esa fiesta de la que habla Vila-Matas, una fiesta en cuyo centro no hay nadie, una fiesta donde en el centro está instalado el vacío, y donde en el centro del vacío hay otra fiesta.

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