Monday, September 15, 2008

Wallace, Wallace, Wallace

Querásmolo o no, la muerte de un escritor medianamente decente lo convierte en leyenda. En obsesivo objeto de estudio de unos pocos o en pasión de multitudes. No lo he leído, pero desde ahora será más fácil acceder a él. Les apuesto.
Welcome Bye Bye David Foster


David Foster Wallace (1962-2008) Gonzalo Maza

Dicen que su mujer lo encontró la noche del viernes colgando de un cuerda amarrada a una viga. Ahí estaba el genio de la geometría y ex jugador de tenis, el adicto de la televisión basura, el tipo que escribía novelas infinitas con infinitos pie de páginas y que se pasaba sus ratos libres aprendiendo nuevas palabras del diccionario. Leí la noticia hoy en la mañana y de inmediato pensé: otro tipo demasiado intelegente que se queda pasmado, que la vida le gana en la simultanea de ajedrez para la que tanto se estuvo preparando. Lei a David Foster Wallace en mi etapa universitaria, hice mi tesis de grado basada en algunos de sus textos periodísticos (como el ya clásico artículo que hizo para revista Premiere sobre la filmación de “Lost Highway”, “David Lynch keeps his head”, en la que Wallace queda perturbado por Lynch por su decisión de haber contratado a un acabado Richard Pryor) y fue la razón por la que -si bien nunca tuve la intención en mi vida de transformarme en escritor- me hacía pensar que si alguna vez escribiera una novela, sería copiándole su estilo. Cosa que nunca ocurrió ni ocurrirá, por supuesto, porque el mundo no necesita más copias sino que reflexiones, aventuras y chistes originales como los que este grunge fanático de las matemáticas dejó desparramadas en unos cuantos libros publicados, demasiado pocos para lo que realmente pudo dar, pero los suficientes para transformarse en leyenda, otra leyenda de la historia de la literatura. El siempre atento David Hudson está recolectando todo lo que se escribe sobre él en GreenCine, entre ellos, recuerdos de su editor en Premiere, Glenn Kenny. La muerte de Wallace es la muerte del último estertor de ese espíritu adolescente, exquisitamente irónico, idealista y apesadumbrado que marcó mis años de vida universitaria, cuando las revistas de fotocopia tenían algún sentido, y las camisas leñadoras y los discos de Pearl Jam no se veían estruendosamente cándidos como se ven ahora.

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